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VIAJE: LETONIA Y RUSIA, del 4 al 16 de julio 2017

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PROGRAMA DE VERANO

Martes 4 de julio
Salida a las 12 h. desde la plaza de Colón con dirección  al aeropuerto de Madrid-Barajas.  Embarque en vuelo regular y directo (Madrid-Riga) MAD RIX BT 686  17,20 22,15. Recogidade equipaje y traslado al Hotel Islande 4*** o similar .

Miércoles 5 de julio
Desayuno buffet. Visita panorámica a la ciudad de Riga. Almuerzo. Por la tarde visita a
la bella localidad de Jūrmala. Regreso a Riga a últimas horas. Alojamiento.

Jueves 6 de julio
Desayuno buffet. Excursión al Parque Nacional de Gauja y visita de Sigulda y Turaida. Regreso al aeropuerto de Riga y embarque vuelo a San Petersburgo BT 444  -1830 1950. Recogida de equipaje y traslado al Hotel Vedesky (semicéntrico) o similar.

Viernes 7 de julio
Visita panorámica de San Petersburgo. Almuerzo en restaurante local. Visitas a la catedral de San Isaac y la iglesia de la Sangre Derramada. Alojamiento.

Sábado 8 de julio
Por la mañana visita al  Museo Hermitage. Almuerzo. Por la tarde traslado al palacio de Peterhof. Alojamiento.

Domingo 9 de julio
Visita al palacio Pushkin (Palacio de Catalina). Almuerzo. Por la tarde paseo en barco por los canales de San Petersburgo. Alojamiento.

Lunes 10 de julio
Traslado a la estación del tren diurno rápido con dirección a Moscú . Llegada a la capital. Cena y alojamiento en el Hotel Crown Plaza o similar .

Martes 11 de julio
Desayuno. Visita panorámica a la ciudad y al Metro de Moscú. Almuerzo. Visita del recinto amurallado de Kremlin y una de sus catedrales. Al finalizar la visita, recorrido por la calle Arbat, una de las más importantes de Moscú. Alojamiento.

Miércoles 12 de julio
Visita de Sergiev Posad, conocido como el Vaticano de la religión ortodoxa. Visita al Monasterio de San Sergio, centro de peregrinación de las reliquias de San Sergio de Radonezh, construido en el siglo XIV. Almuerzo. Regreso a Moscú. Alojamiento.

Jueves 13 de julio
Salida hacia Rostov (a orillas del lago Nero). Visita al Kremlin. Almuerzo. Traslado a la ciudad de Yaroslav y visita panorámica. Cena y alojamiento en Hotel Park Inn o similar.

Viernes 14 de julio
Salida hacia Kostroma, donde se realizará una visita panorámica por la ciudad. Visita a la catedral y al monasterio Ipatievsky. Almuerzo. Por la tarde visita a la residencia Snegurochka. Traslado a Suzdal. Cena típica en la casa de una familia tradicional de Suzdal. Alojamiento en Hotel  Suzdal Inn o similar.

Sábado 15 de julio
Una de las ciudades Patrimonio de la Unesco. Visitas. Almuerzo. Por la tarde salida hacia Vladimir. Visitas. Al finalizar las mismas, traslado a Moscú. Cena y alojamiento.

Domingo 16 de julio
De madrugada traslado al aeropuerto. Regreso a Madrid. Llegada a las 11 h. A continuación traslado a Valladolid, con llegada alrededor de las 14,30 h. 


PRECIO SOCIO EN HABITACIÓN DOBLE: 2395 €
PRECIO NO SOCIO EN HABITACIÓN DOBLE: 2445 €
PRECIO SOCIO EN HABITACIÓN INDIVIDUAL: 2925 €
PRECIO NO SOCIO EN HABITACIÓN INDIVIDUAL: 2975 €

REQUISITOS: Precios válidos para un grupo mínimo de 25 personas.

INCLUYE:
Régimen de media pensión durante todo el viaje, a excepción de las 2 noches del circuito del Anillo de Oro, que son en pensión completa.
Tren de alta velocidad Sapsan, clase económica, de San Petersburgo a Moscú.
Visitas y excursiones según programa, con guía oficial local en español.
Visado con trámite normal (más de 20 días).
Dossier Domus Pucelae.
Seguro de Viaje
Tasas aéreas a fecha del presupuesto.

NO INCLUYE:
En general, cualquier otro gasto o servicio no reflejado en el apartado anterior.
Entradas a museos o monumentos, excepto en los lugares indicados.
Bebidas en las comidas, propinas, extras en el hotel, etc.

INFORMACIÓN Y RESERVA DE PLAZAS: Información y reserva de plazas en: domuspucelae@gmail.com o tfno. 608 419228 a partir de las 0 horas del día 4 de enero.

FORMA DE PAGO: Entrega de 500 € al realizar la reserva. Un  segundo pago de 750 € en el mes de marzo y el resto del importe del viaje antes del 15 de junio en Viajes El Corte Inglés, c/ Puente Colgante, 35.  Tfno. 983 278235. De lunes a viernes de 9:30 a 14 y de 16 a 19 h. Preguntar por Sabrina o Mario.  











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Theatrum: BUEN PASTOR Y APOSTOLADO, plasmación icónica del credo católico

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BUEN PASTOR Y APOSTOLADO
Cristóbal García Salmerón (Cuenca, h. 1603-Madrid, h. 1666)
Segundo tercio del siglo XVII
Óleo sobre lienzo
Museo Diocesano y Catedralicio, Valladolid
Pintura barroca española














La serie pictórica del Apostolado, que incluye la representación del Buen Pastor, es uno de los conjuntos más interesantes de cuantos recalaron en la catedral de Valladolid, hoy colocado en lo que fuera Sala Capitular, dependencia integrada en el Museo Diocesano y Catedralicio, donde la magnífica serie barroca, después de haber sido restaurada, está pidiendo a gritos un nuevo tratamiento expositivo, como se ha realizado con otras piezas del mismo museo, en el que, es justo reconocerlo, se van restaurando paulatinamente las impresionantes obras que contiene, trabajos que siempre vienen condicionados por la disposición económica.

Tanto el Apostoladocomo la pintura del Buen Pastor son obra de Cristóbal García Salmerón, un pintor de difusa biografía que vivió la efervescencia de la pintura barroca española de la primera mitad del siglo XVII en la órbita toledana y que, a la vista de sus obras conservadas, durante el reinado de Felipe IV encontró un cauce expresivo en la representación de "apostolados" que siguen distintos planteamientos iconográficos.

De ellos, se conservan tres completos. El Apostolado que realizara en 1648 para el monumento de Semana Santa de la catedral de Cuenca, que actualmente cubre los muros de la Sala Capitular de esta catedral, donde las figuras de los apóstoles aparecen de cuerpo entero, con sus atributos y colocados sobre fondos arquitectónicos tomados de grabados de Hans Vredeman de Vries; el Apostolado del Colegio Apostólico de la Santísima Trinidad de Valencia, con lienzos de pequeño tamaño y formato ochavado; y finalmente el Apostoladode la Sala Capitular de la catedral de Valladolid, realizado a mediados del siglo XVII, con las figuras de los apóstoles de medio cuerpo y sujetando cartelas en las que aparecen plasmados sucesivos versículos del Credo, en ambos casos con inscripciones que identifican a cada apóstol y acompañados de una decimotercera pintura con la figura de Cristo caracterizado como el Buen Pastor.
Cristóbal García Salmerón. Detalle del Apostolado realizado en 1648
Sala Capitular de la Catedral de Cuenca

Si la presencia de la serie conquense encuentra su justificación en haber sido Cuenca la ciudad natal del pintor, Jesús Urrea apunta la posibilidad de que la llegada del Apostoladoa la catedral de Valladolid se debiera a una donación del vallisoletano don Carlos Venero y Leyva, capellán de Felipe III, canónigo de la catedral de Toledo y mecenas benefactor de la catedral de Valladolid entre 1615 y 1639. La familia de este personaje estaba muy ligada a Valladolid por haber sido su padre, Andrés de Venero Leyva, catedrático de Vísperas y Cánones del vallisoletano Colegio de Santa Cruz en 1548 y fiscal y oidor del Consejo y Contaduría de Castilla en 1554, cargos que desempeñó antes de llegar a ser el primer presidente de la Real Audiencia de Santafé de Bogotá.

Según descripciones de Fray Matías de Sobremonte1, este magistrado disponía del panteón familiar en la capilla de Santa Catalina del convento de San Francisco de Valladolid, donde fue enterrado junto a su esposa, María Hondegardos, y sus hijos Jerónimo y Carlos Venero Leyva, siendo este último quien continuó el patronazgo sobre dicha capilla. A consecuencia de la Desamortización y del posterior derribo del convento franciscano, las señoriales esculturas orantes de sus enterramientos fueron trasladadas a la capilla de San José de la catedral de Valladolid, donde todavía permanecen.

LA PINTURA DEL BUEN PASTOR COMO CABEZA DE LA SERIE

Esta magnífica pintura es suficiente para colocar a Cristóbal García Salmerón en un lugar destacado entre los pintores activos en España a mediados del siglo XVII. Con un evidente sentido catequético, en ella aparece Cristo portando sobre los hombros la oveja perdida, sujetando con una mano las patas traseras y con otra las delanteras, al tiempo que porta una cartela con una inscripción que tiene el valor de una declaración de principios: "Ego sum pastor bonus et cognosco oves meas et cognoscuntm meae" (Yo soy el Buen Pastor y conozco mis ovejas y ellas me conocen a mí).

Tan simbólica representación hunde sus raíces en los frescos paleocristianos que desde el siglo II aparecieron en las catacumbas romanas, donde la figura griega del Hermes Crióforo fue cristianizada para representar a Cristo como Buen Pastor. Esta iconografía, que durante la Edad Media perdió fuerza a favor de la Crucifixión, reapareció en Portugal y Francia durante el Renacimiento, mientras que en España fue el espíritu barroco, alentado por la Contrarreforma, el que favoreció la reaparición del tema principalmente bajo dos modalidades iconográficas: el Niño Jesús como Buen Pastor y la Virgen como Divina Pastora2.

La figura de Cristo, sumamente idealizada, se recorta sobre un fondo neutro, adquiriendo valores escultóricos por los fuertes contrastes de luz, siguiendo la estela de Pedro Orrente, maestro con el que Cristóbal García Salmerón se formó en Toledo. De forma bien calculada, la mayor luminosidad se concentra en la cabeza y el cordero, permitiendo contrastar la tersura del rostro joven y naturalista de Jesús, girado hacia la izquierda, con la textura de la piel del cordero, que recuerda tanto las experiencias venecianas de los Bassano como las españolas de Zurbarán. La túnica, en rosa pálido, y el manto, en un azul grisáceo poco estridente, producen pliegues que sitúan la figura en una penumbra que recuerda a Caravaggio, destacando sobre ellos el blanco de la cartela, presentada a modo de trampantojo o naturaleza muerta y con los caracteres de gran tamaño para poder ser leídos a distancia.

También en la etapa final de su carrera Cristóbal García Salmerón realizó otra versión mimética del Buen Pastor para el convento del Carmen Calzado de Madrid. En ella el rostro de Cristo está menos dulcificado y el color de la túnica es algo más intenso. Actualmente pertenece al Museo del Prado, que la tiene cedida en depósito a la iglesia de San Jerónimo el Real de Madrid.

EL APOSTOLADO DE VALLADOLID

Siguiendo el modelo del Buen Pastor, en los lienzos aparecen los doce apóstoles, en figuras de algo más de medio cuerpo, identificados con sus tradicionales atributos y mostrando al espectador una serie de cartelas con grandes inscripciones en las que se plasman ordenadamente los versículos del Credo.

Como elementos comunes, todos comparten un tratamiento naturalista sobre un fondo neutro que obliga a fijar la mirada en los detalles y la caracterización de los personajes, que mediante fuertes contrastes de luz adquieren un sentido escultórico en un entorno tenebrista. Asimismo, todos ellos aparecen acompañados en la parte superior por grandes inscripciones que les identifican, personalizando a cada uno de ellos a través del variado colorido de sus túnicas y mantos y por el trabajo personalizado de sus cabezas, en su mayor parte giradas de tres cuartos, para representar todo un catálogo de seres humanos de diferentes edades y facciones, de rostros y actitudes muy expresivas, siendo constante en todos ellos los desgarros o jirones en la indumentaria —casi con aspecto de mendigos— que recuerdan el naturalismo de Ribera.
Las pinturas fueron restauradass con motivo de su presentación en la exposición "Passio", de Las Edades del Hombre, celebrada en Medina del Campo y Medina de Rioseco en 2011.

Según las frases de las cartelas que componen el Credo, se establece el siguiente ordenamiento:















San Pedro
Representado como un hombre anciano, con pronunciada calvicie y barba poblada y canosa, viste una túnica con remiendos en los hombros y un manto con rasgaduras, sujetando en su mano derecha el tradicional atributo de las llaves.
San Juan
Es el personaje más joven de la serie, luce una discreta perilla, se dispone frontalmente y levanta su mirada al cielo. En su mano derecha porta un cáliz como alegoría del veneno que se le ofreció a beber y que quedó neutralizado al bendecir el apóstol la copa.
Santiago el Mayor
Su composición es una de las más bellas de la serie, con el santo portando atributos de peregrino, como el bordón y la calabaza sujeta a la cintura.















San Andrés
Representado como un venerable anciano de largas barbas y un manto con fuertes contrastes de claroscuro. Sujeta la característica cruz en forma de aspa en que fue martirizado.
San Felipe
El santo aparece aferrado a la cruz en que fue crucificado en la ciudad de Hierápolis.
Santo Tomás
Es posiblemente la figura más dramática de la serie por su anatomía huesuda, la dureza del rostro y su indumentaria harapienta. Sujeta una lanza como alusión a su martirio en la India.















San Bartolomé
Entre un contrastado manto blanco muestra el cuchillo con el que fue despellejado y después decapitado. El tratamiento del manto recuerda las pinturas de Zurbarán.
San Mateo
Caracterizado con larga barba negra, junto a la lanza de su martirio sujeta un gran libro que alude a su condición de evangelista.
Santiago el Menor
Con barba y larga melena, sujeta el característico trozo nudoso de la pértiga con la que sufrió el martirio de un golpe en la cabeza.















San Simón
Aparece como un hombre maduro que sujeta como atributo la sierra con la que fue martirizado en Asia menor.
San Judas
De aspecto joven, es el único de los apóstoles desprovisto de atributo. Aparece en posición frontal, con la mano derecha al pecho y la mirada a lo alto, en gesto de sumisión.
San Matías
Según los Hechos de los Apóstoles, fue nombrado apóstol póstumo, en sustitución de Judas Iscariote, cuando éste y Jesús ya habían muerto. Termina la serie ladeado hacia la derecha y mostrando en su mano una de las piedras con las que sufrió el martirio de apedreamiento en la Betlaschila.

Cristóbal García Salmerón. Buen Pastro y San Juan. Museo del Prado
(Fotos Museo del Prado)
La iconografía de los apóstoles portando filacterías con frases del Símbolo de la Fe comenzó a difundirse en el siglo XV para recordar que, según la tradición, cada apóstol habría aportado una frase el día de Pentecostés para resumir las aportaciones básicas de sus predicaciones por el mundo, dando lugar el llamado "Credo corto". Siguiendo esta intencionalidad, en el siglo XVI se difundieron las series de grabados de Hendrik Goltius, Anton Wierix y Pieter Van der Heyden3. En España los precedentes directos podemos encontrarlos en los Apostolados realizados por El Greco y su taller en 1600 y 1614.

Cristóbal García Salmerón también fue el autor de otro Apostolado que pertenece al Museo del Prado y que es muy similar al de Valladolid. Del mismo sólamenteo se conservan siete lienzos que se hayan repartidos: el de San Juan permanece en el Prado; San Pedro, Santiago el Mayor, Santiago el Menor y  Santo Tomás se hallan en depósito en el palacio episcopal de Mondoñedo (Lugo); San Simón en depósito en el Museo Municipal de Játiva (Valancia) y San Bartolomé, igualmente como depósito del Prado, en el Museo Provincial de Ciudad Real.

Juan Andrés o Ignacio de Prado. Detalle de Apostolado, 1725
Iglesia de San Felipe Neri, Valladolid
En Valladolid se conserva otra serie que responde a esta iconografía del Credo, con los apóstoles representados de cuerpo entero, colgada por la nave y los soportes de la iglesia de San Felipe Neri. Un conjunto realizado en 1725 que unos atribuyen a Juan Andrés y otros a Ignacio de Prado.


BREVES APUNTES SOBRE EL PINTOR CRISTÓBAL GARCÍA SALMERÓN     

Este pintor barroco nació en la ciudad de Cuenca hacia 1603 y, según Palomino4, se formó como discípulo en el taller que el murciano Pedro Orrente (1580-1645) tenía instalado en Toledo, donde pudo tomar contacto con el gusto por la pintura veneciana, especialmente de los Bassano, asumiendo también las influencias del florentino Vicente Carducho y de la obra que Luis Tristán y Juan Bautista Maíno realizaban en la escuela toledana.

Cristóbal García Salmerón. Teresa de Jesús con benefactora, mercado del arte
Su primera obra firmada es San Julián, obispo de Cuenca, realizada en 1637 para la catedral de Málaga. También firmado está el Retablo de San Juan Bautista de la catedral de Cuenca, ciudad en la que en 1642 pintó una Fiesta de toros (celebrada cuando Felipe IV pasó por Cuenca camino de Cataluña) que Palomino conoció en el Alcázar de Madrid. En 1648 realizaba el Apostoladoya citado de la catedral de Cuenca y se le atribuye un San Juan Evangelista del Museo del Greco en Toledo.

En fecha imprecisa Cristóbal García Salmerón se trasladó a Madrid, donde pintó los Apostoladosde la catedral de Valladolid y del Museo del Prado (serie fragmentaria), demostrando la búsqueda del mayor naturalismo y el apego a los modelos de Pedro Orrente hasta la etapa final de su vida profesional5. También en Madrid pintó escenas devocionales para la nobleza, como Teresa de Jesús con una benefactora (mercado del arte). Murió en la capital de España alrededor de 1666.


Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Atribuido a Cristóbal García Salmerón
San Juan Evangelista. Museo del Greco, Toledo


NOTAS

1 SOBREMONTE, Fray Matías de: Historia del Convento de San Francisco de Valladolid. Manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid con la signatura MSS/19351.

2 VELASCO GALLEGO, Santiago: El Buen Pastor. En Passio - Las Edades del Hombre, Medina del Campo y Medina de Rioseco, Valladolid, 2011, p. 310.

3 ANDRÉS GONZÁLEZ, Patricia: Apostolado. En Credo - Las Edades del Hombre, Arévalo, 2013, p. 234.

4 PALOMINO, Antonio: El museo pictórico y escala óptica III. El parnaso español pintoresco laureado. Madrid : Ed. Aguilar, Madrid, 1988.

5 ANGULO IÑÍGUEZ, Diego y PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso E.: Historia de la pintura española. Escuela toledana de la primera mitad del siglo XVII. Instituto Diego Velázquez, CSIC, , Madrid, 1972, pp. 359-371.




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Presentación del libro: EL PATRIMONIO CULTURAL INMATERIAL DE CASTILLA Y LEÓN, 10 de enero 2017

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Domvs Pvcelae: ASAMBLEA GENERAL, 14 de enero 2017

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ORDEN DEL DÍA:
 
1   Lectura y aprobación, si procede, del acta de la asamblea anterior.
2   Lectura y aprobación, si procede, del balance económico de 2016.
3   Presentación de actividades.
4   Presupuesto para 2017.
5   Elección de cargos.
6   Ruegos y preguntas.
 
Todos los socios han recibido el formulario para la presentación de candidaturas a la Junta Directiva, que podrá ser entregado vía e-mail o en mano hasta el comienzo de la Asamblea del 14 de enero de 2017.

Se recuerda a los socios que las cuentas están a su disposición para su consulta antes de la Asamblea, pudiendo pedir cita para su revisión por los cauces habituales, teléfono, correo electrónico o apartado de correos.         

El Presidente.
El Secretario.

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VIAJE: RUTA DEL CID, 19 de febrero 2017

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PROGRAMA

Salida a las 7,45 h. desde Vallsur (Camino Viejo de Simancas) y a la 8 desde la plaza de Colón con dirección a Vivar del Cid. Visita guiada por los monumentos Solar del Cid, iglesia de San Miguel, Molino del Cid e iglesia del Monasterio de Ntra. Sra. del Espino. Traslado a Burgos para realizar una visita guiada a la catedral. Ruta itinerario del Cid. Comida en un restaurante de la ciudad. Salida hacia San Pedro de Cardeña y visita guiada al monasterio. Regreso a Burgos y visita guiada al Museo de la Evolución Humana. Tiempo libre. Salida hacia Valladolid y llegada a última hora de la tarde.


PRECIO SOCIO: 55 €
PRECIO NO SOCIO: 60 €


REQUISITOS: Grupo mínimo 35  y máximo 45 personas.

INCLUYE:
Viaje en autocar.
Visitas guiadas programadas.
Entradas a la catedral del Burgos, Monasterio de San Pedro de Cardeña y Museo de la Evolución Humana.
Comida de menú en Burgos.
Dossier Domus Pucelae.
Seguro de viaje.

NO INCLUYE:
Extras o aquello que no esté especificado en el apartado anterior.

INFORMACIÓN Y RESERVA DE PLAZAS: Por correo a domuspucelae@gmail.com o por tfno. 608 419228, a partir de las 0 horas del día 16 de enero.







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Theatrum: TRIUNFO DE LA FE EN LA EUCARISTÍA, la eficacia del adoctrinamiento a través de las imágenes

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TRIUNFO DE LA FE EN LA EUCARISTÍA SOBRE LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA
Bartolomé Santos (activo en Valladolid entre 1648 y 1661)
Hacia 1660
Óleo sobre lienzo
Sacristía de la Real Iglesia de San Miguel y San Julián, Valladolid
Pintura barroca. Escuela de Valladolid







Pedro Pablo Rubens. Cartón del Triunfo de la Fe en la Eucaristía, 1625
Museo del Prado (Foto Museo del Prado)


El pintor Pedro Pablo Rubens fue uno de los artistas que en el siglo XVII realizó una de las mayores aportaciones a la divulgación de los ideales de la Contrarreforma. Posiblemente, ni siquiera él mismo llegaría a imaginarse la repercusión que tendrían en el ámbito de la Iglesia Católica las escenas alegóricas, de contenido decididamente propagandístico, debidas a su talento creativo y a su incomparable dominio del oficio.

Uno de los casos más significativos en su producción fue la serie de veinte cartones que con el tema de la Apoteosis de la Eucaristía realizara en torno a 1622-1625 por petición de la infanta Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II y gobernadora de los Países Bajos, para ser trasladados a tapices monumentales destinados al monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, ocupado por monjas clarisas desde que fuera fundado en 1559 por Juana de Austria, hija de Carlos V y hermana de Felipe II, por el que la infanta sentía una especial predilección. Su finalidad era decorar y realzar el convento en las grandes solemnidades, como en la celebración del Corpus Christi, siendo oportuno recordar que, en aquella época, los tapices de manufactura flamenca llegaron a ser objetos más suntuarios que las propias pinturas. En este caso, los tapices fueron elaborados en Bruselas en el prestigioso taller de Jan II Raes, entre 1627 y 1632, y posteriormente enviados a la Corte española, conservándose todavía la serie en dicho convento madrileño.

Tapices de Bruselas sobre diseño de Rubens. Triunfo de la Fe en la Eucaristía
Izda: Catedral de Toledo. Dcha: Iglesia de San Millán de Oncala (Soria)
De aquellos exitosos cartones de Rubens, entre los que figuraba el titulado Triunfo de la Fe en la Eucaristía, además de la citada serie de las Descalzas Reales de Madrid, se llegarían a hacer varias versiones más de tapices, entre las que podemos citar la serie conservada en la catedral alemana de Colonia, los seis de la catedral de Toledo, encargados por el cardenal Luis Manuel Fernández Portocarrero (1635-1709) y elaborados en los talleres bruselenses del tejedor Jean François van den Hecke, autor también de los ocho que se conservan en la iglesia de San Millán de Oncala (Soria), donados por Juan Francisco Jiménez del Río, obispo de Segovia, que aparecen firmados y en perfecto estado de conservación. Para su elaboración a base de hilaturas, los diseños de los cartones eran transferidos a los modelli, bocetos de mayor tamaño realizados en tabla, en los que ya proliferaban los pequeños detalles.

Tapiz de Bruselas sobre diseño de Rubens. Triunfo de la Fe en la Eucaristía
Catedral de Colonia (Foto tomada de la red)
Paralelamente, aquellas novedosas iconografías creadas por Rubens, de fuerte contenido doctrinal, serían copiadas y difundidas a través de grabados, como los que realizaran Bolswert, Lauwers, etc., que servirían de base para la realización de copias que incluso llegarían a tierras de Nueva España, como las elaboradas en 1675 por Baltasar Echave Rioja para la catedral de Puebla (México). A las mismas razones responden las pinturas realizadas hacia 1660 por Bartolomé Santos para la iglesia de San Ignacio, perteneciente a la Casa Profesa que los jesuitas tenían abierta en Valladolid desde 1543.

UNA ICONOGRAFÍA CONTRARREFORMISTA

La creación de imágenes alegóricas destinadas a exaltar la fe católica y el sacramento de la Eucaristía cobra un especial sentido en la Europa posterior a la Reforma protestante, sobre todo tras la celebración del Concilio de Trento (1545-1563). Todo surge frente a la expansiva doctrina protestante encabezada por Martín Lutero (1483-1546) y Juan Calvino (1509-1564), que entre otras cosas negaba el magisterio de la Iglesia Católica, con la figura del papa a la cabeza, el valor de algunos sacramentos, entre ellos la Eucaristía, y la veneración de las imágenes y las reliquias, rechazando el culto a la Virgen y a los santos.
Izda: Rubens. Cartón del Triunfo de la Fe en la Eucaristía, 1625. Museo del Prado
Dcha: Bartolomé Santos. Triunfo de la Fe en la Eucaristía. Iglesia de San Miguel y San Julián, Valladolid 
A ello reaccionó la Contrarreforma católica poniendo un especial énfasis en estos temas, haciendo un encumbramiento del papado, exaltando la función de la Virgen como intercesora, asentando el valor de los siete sacramentos en la vida cristiana, estableciendo el valor de la Misa tridentina y fortaleciendo el culto a las imágenes de los santos y sus reliquias, postulados que encontraron en el arte una vía de difusión más eficaz que los sermones, convirtiéndose el uso de las imágenes en un importante medio para atraer a la fe católica, al que se sumaron los escritos de los grandes místicos.

La orden religiosa más identificada con los afanes de la Contrarreforma fue la Compañía de Jesús, fundada en 1534 por San Ignacio de Loyola, a la que pertenecían algunos teólogos participantes en Trento. Esta desempeñó un activo papel contra la considerada herejía protestante, convirtiéndose en férreos defensores de la Iglesia, del valor de la Eucaristía y del culto a las imágenes, incorporando a las iglesias de la Compañía una característica capilla-relicario. Ello explica que para el centro de Valladolid los jesuitas encargaran, a mediados del siglo XVII, pinturas de gran formato que muestran El triunfo de la Iglesia, El triunfo de la Eucaristía sobre la idolatría, El triunfo de la Fe católica en la Eucaristía y El Espíritu Santo inspirando a los evangelistas y los padres de la Iglesia, obras de gran formato de Bartolomé Santos que se acompañan del Triunfo de San Ignacio, pintado por Diego Díez Ferreras en 1675, la Apoteosis de la Eucaristía de Felipe Gil de Mena y el Triunfo de la Inmaculadade Cristóforo Cogenaga.

En el Triunfo de la Feen la Eucaristía—o Triunfo de la Eucaristía sobre las Ciencias paganas— el pintor Bartolomé Santos se ajusta con gran precisión al original de Rubens, aunque introduce variaciones en algunos elementos, como en las arquitecturas que enmarcan la escena, donde las columnas fajeadas con estrías en su tercio inferior y el entablamento con metopas y triglifos del modelo rubeniano son sustituidas por columnas salomónicas y un entablamento recorrido por un friso ornamentado. Asimismo, los cortinajes blancos que sujetan querubines son presentados en color rojo intenso, apreciándose también una alteración en los colores de las indumentarias por ser interpretaciones libres de los dibujos que circulaban impresos en los grabados.
Para representar la imagen de victoria se recurre a un carro triunfal inspirado en las representaciones triunfales romanas, en las visiones de Ezequiel y en los carros recreados por algunos pintores renacentistas, lo mismo que la incorporación de guirnaldas, que adquieren el significado de la abundancia en relación con la cristiandad.

La escena, que discurre por un entorno paisajístico visible al fondo, se desarrolla de izquierda a derecha (en los tapices quedaría invertida), con el carro triunfal ocupando el centro de la composición. Este es conducido por dos ángeles mancebos que obedecen a los designios divinos y que tiran de una especie de timón del que pende una argolla, símbolo de la mentira. En la parte trasera del carro también empujan dos querubines, uno de los cuales vuelve su cabeza a los personajes que siguen al carro con aspecto de vencidos.
Sobre el carro triunfal se yergue una alegoría de la Fe católica, personalizada en una joven ricamente vestida con dos túnicas superpuestas, una blanca ornamentada con primaveras y otra azul, dos mantos, uno rojo y otro verde que ondea al aire, y un velo blanco cubriéndole la cabeza. Apoya su mano izquierda sobre la cintura, mientras en la derecha levanta un cáliz con una hostia, símbolo explícito de la Eucaristía. A sus pies aparece un globo terráqueo que alude a la universalidad de la Fe eucarística.
En la parte delantera del carro está colocado un ángel que porta una gran cruz de troncos leñosos, símbolo cristológico que se completa con los dos querubines que le preceden mostrando la corona de espinas y los clavos como atributos de la Pasión. De esta manera quedan presentes los dos fundamentos de la fe señalados por San Pablo: el credo en Cristo crucificado y en el sacramento del altar.

A la derecha de la escena, caminando detrás del carro a modo de cautivos de la Fe, aparecen una serie de personajes que son guiados por la luz de la antorcha que porta un ángel que les ilumina el camino disipando las tinieblas de la infidelidad y la ignorancia. Entre ellos se distinguen un hombre barbado que porta un libro que encierra los secretos de la naturaleza y una esfera armilar —personificación de la Astronomía—, otro más anciano apoyado en un bastón, con el torso semidescubierto y un manto rojo —personificación del Tiempo—, un hombre joven en segundo plano del que sólo asoma su cabeza coronada de laurel —personificación de la Filosofíao la Poesía—, una joven de larga melena, torso velado, cubierta por una túnica azul y los brazos amarrados por una cinta azul —personificación de la Naturaleza—, y detrás dos hombres sumidos en la penumbra, uno que no figura en el original de Rubens y que simboliza la Ciencia, y otro de raza negra que levanta los brazos simbolizando las Razas exóticas.

La escena, sumamente teatralizada, puede ser observada al descorrer dos querubines unas cortinas que amarran a los fustes helicoidales de las columnas. En la parte central, encabezando la escena, otros dos querubines sujetan una cartela decorada con guirnaldas de flores en cuyo interior puede leerse la inscripción "NOVA LEGIS TRIVNPHVS" (El triunfo de la Nueva Ley), que sustituye a la de "Fides Catholica" que suele aparecer en los tapices. Asimismo, en la parte inferior se reproducen las figuras de dos esfinges con cola de tritón colocadas a los lados de una fuente, siguiendo de cerca el modelo de Rubens, y se incorpora una banda con una larga inscripción que relata el sentido de la alegoría de la Fe en la Nueva Ley implantada por Cristo.

Toda la composición, a partir del dibujo original de Rubens, muestra los recursos estilísticos que determinan levemente el estilo personal de Bartolomé Santos, que delatan su profunda vinculación a los modos de su maestro Diego Valentín Díaz, el pintor más sobresaliente de la discreta escuela pictórica de Valladolid a mediados del siglo XVII.

A pesar de la denostada crítica que hace Valdivieso1del pintor Bartolomé Santos, al que critica por sus colores desvaídos y la escasez de matices en sus pinturas de triunfos, al tiempo que opina que su vinculación a Diego Valentín Díaz le impidió forjar una personalidad artística más definida, un pormenorizado análisis de la obra permite situarle entre lo mejor de lo realizado en Valladolid en el tercer cuarto del siglo XVII, aunque como pintor barroco aporte bastante poco al panorama eclipsado por los grandes maestros andaluces.

Desgraciadamente, se conocen pocos datos biográficos del pintor y su obra catalogada es muy escasa, pendiente de un estudio a fondo definitivo. Su presencia en Valladolid se inicia en 1648, cuando al contraer matrimonio con Ana María del Amo figura como discípulo y ayudante de Diego Valentín Díaz, junto al que permaneció hasta su muerte, estableciéndose entre ellos un fuerte vínculo de amistad —fue beneficiado en el testamento de su maestro con algunas pinturas— y de estilo, lo que dificulta establecer atribuciones diferenciadas de algunas pinturas.

Pedro Pablo Rubens. Triunfo de la Eucaristía y Triunfo de la Verdad, 1622-1625. Museo del Prado (Fotos Museo del Prado)
En cuanto a su obra, entre todo lo conocido hasta ahora, su corpus queda limitado a su intervención en 1661 en un retablo de Palacios de Campos inacabado por su maestro, la atribución de un retablo de la Colegiata de San Luis de Villagarcía de Campos, que le relaciona de nuevo con la orden jesuita, y la serie de triunfos de la sacristía de la iglesia de San Ignacio (actual iglesia de San Miguel) de Valladolid, a todas luces lo mejor de su producción conocida, a pesar de su supeditación al proceso creativo de Pedro Pablo Rubens.         

Carro triunfal con una Alegoría de Europa. Acuarela del siglo XVI

Informe y fotografías: J. M. Travieso.


NOTAS

1 VALDIVIESO GONZÁLEZ, Enrique. La pintura en Valladolid en el siglo XVII. Diputación de Valladolid, Valladolid, 1971, pp. 174-176.




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Patrimonio de Castilla y León: RESTAURACIÓN DE LA FACHADA DE LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

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En estos momentos están a punto de finalizarse los trabajos de restauración de la fachada de la Universidad de Salamanca, uno de los monumentos más célebres de la ciudad, con motivo de celebrarse su VIII Centenario en 2018. Sin embargo, el acceso a los múltiples motivos iconográficos en ella desplegados con tan excelente calidad de labra, lejos de facilitar su interpretación a los investigadores vienen a plantear nuevos enigmas a su realización y significado.

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Música en enero: CASTA DIVA, interpretada a la flauta por Elisabet Franch

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La reconocida flautista Elisabet Franch interpreta, acompañada por Josep Ferré al piano, la célebre aria de Vincenzo Bellini "Casta Diva", perteneciente a la ópera Norma.

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Convocatoria: II MUESTRA DE TEATRO DOMUS PUCELAE, abril 2017

Theatrum: CRISTO ATADO A LA COLUMNA, virtuosismo plástico de inspiración teresiana

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CRISTO ATADO A LA COLUMNA
Gregorio Fernández (Sarria, Lugo, h. 1576-Valladolid 1636)
1614-1615
Madera policromada
Convento de la Concepción del Carmen o de Santa Teresa, Valladolid
Escultura barroca española. Escuela castellana














La representación de Cristo atado a la columna en Castilla en las primeras décadas del siglo XVII estuvo estrechamente ligada a las experiencias místicas de Santa Teresa, que se iniciaron con el impacto que le produjo, durante la cuaresma de 1554, la contemplación en el convento de la Encarnación de Ávila de una imagen de Cristo sufriente por las llagas que habitualmente aparecían en la iconografía conocida como Varón de Dolores. Sobre este hecho ella misma reflexionaría en su obra Vida1 de la siguiente manera:
   
Pues ya andaba cansada mi alma y –aunque quería- no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros” (Vida 9,1).

Más adelante, la santa abulense recomendaría en sus escritos a la comunidad de Carmelitas Descalzas, por ella reformada, meditar en la oración sobre esta escena: “Pues tornando a lo que decía, de pensar a Cristo a la columna, es bueno discurrir un rato y pensar las penas que allí tuvo, y por qué las tuvo, y quién es el que las tuvo, y el amor con que las pasó” (Vida 13,13).

Estas recomendaciones, que adquieren el valor de un ejercicio de imaginería mental, tendrían una gran repercusión en la religiosidad de la segunda mitad del siglo XVI, siendo Gregorio Fernández quien, en las primeras décadas del siglo XVII, supo interpretar como nadie las experiencias teresianas, recreando la imagen de Cristo atado a la columna, es decir, la dramática escena de Cristo recién flagelado, como una representación de marcado naturalismo que permite al espectador comprender y recibir el mismo impacto que experimentara la santa mediante la contemplación de las descarnadas huellas de los azotes, especialmente en la espalda, las manos en tensión sujetas a la columna, la boca abierta, seca y falta de aliento, y la mirada perdida con gesto de incomprensión, todo ello aderezado por un componente místico que resalta la humanidad Cristo para suscitar la meditación sobre su sacrificio.

Como es natural, esta creación fernandina conocería una especial acogida y devoción en las comunidades carmelitas, aunque la fuerza del arquetipo de Gregorio Fernández y su significación en la plástica sacra rebasaría todos los límites, pues tanto fue el éxito de tan afortunada creación, que el escultor, con ligeras variantes, repetiría la representación de Cristo atado a la columna en distintos tamaños, en unas ocasiones en pequeño formato, apropiado para conventos o pequeños oratorios, en otras a tamaño natural para presidir retablos (convento de Santa Teresa de Ávila y convento de San José de Calahorra, La Rioja) e incluso, como ocurrió en Valladolid, formando parte del paso procesional del Azotamiento que en 1619 realizara para la Cofradía de la Santa Vera Cruz.

Entre todo el variado repertorio de esculturas de Cristo atado a la columna, esta pequeña imagen —53 cm. de altura— que se conserva en el convento de la Concepción del Carmen de Valladolid, cuarta fundación teresiana, no sólo es una impresionante obra maestra de Gregorio Fernández, sino que por su belleza, delicadeza y virtuosismo en el trabajo de los detalles, se coloca entre lo más selecto de lo elaborado por "la gubia del Barroco". Podría decirse que en ella el escultor depura el primer modelo de la serie que, también a pequeña escala, había realizado hacia 1609 para el oratorio privado de don Cristóbal Gómez de Sandoval, hijo del duque de Lerma, y su esposa doña Mariana Manrique de Padilla, duques de Uceda y Cea, que después lo donarían a las madres cistercienses del convento del Santísimo Sacramento de Madrid (actualmente en Boadilla del Monte), del que eran patronos2.

Del mismo modo, apunta Jesús Urrea que esta imagen del convento vallisoletano, datada en los años 1614-1615, pudo ser encargada o adquirida al escultor, para un oratorio privado, por don Diego Sarmiento de Mendoza, IX conde de Ribadavia, por su viuda doña Isabel Manrique o por su hermano don Pedro Sarmiento. Una descendiente de esta familia, doña Isabel Rosa Sarmiento de Mendoza, marquesa de Camarasa y condesa de Ribadavia, a su muerte en 1773 hizo la donación de la talla al convento teresiano, en el que ostentaba el patronazgo3.


Una de las singularidades de la escultura, ya patente en el modelo de Boadilla del Monte, es la consolidación de un arquetipo en la representación de la escena de la Flagelación, en el que Cristo aparece amarrado a una columna de fuste bajo y trazado troncocónico, lo que da lugar a una disposición corporal completamente distinta a todas las anteriores representaciones que en época gótica y renacentista habían abordado el tema, siempre con una columna alta que sobrepasaba la altura de Cristo. Este tipo de iconografía, que supone otra de las aportaciones decisivas de Gregorio Fernández a la plástica barroca, intenta ajustarse con fidelidad al tipo de columna que el Vaticano reconociera como reliquia auténtica: la Columna de la Flagelación, fragmento llevado a Roma desde el supuesto Pretorio de Pilatos de Jerusalén en 1213, durante el pontificado de Inocencio III, que desde entonces viene siendo venerada en la basílica romana de Santa Práxedes4.


Gregorio Fernández coloca las manos de Cristo sujetas a una cadena insertada en la columna de la que cuelgan cuatro eslabones. Para ello cruza el brazo derecho por delante y lo equilibra con el adelantamiento de la pierna izquierda y el giro de la cabeza hacia la derecha, consiguiendo, a través de un minucioso estudio del cuerpo humano, un cadencioso movimiento de gran elegancia, efecto reforzado por el paño de pureza que cubre su desnudez, con pliegues angulosos y uno de los cabos ondeando en forma de finas láminas talladas, estableciendo el contrapunto entre la dureza del paño y las formas blandas y mórbidas de la anatomía. En conjunto, Gregorio Fernández consigue mover la figura en el espacio con una gran naturalidad, con lo que la figura adquiere distintos matices según el punto de vista desde el que se contemple, ajena al planteamiento frontal.

Como es habitual en el escultor, el centro emocional de localiza en la cabeza, con expresión de extrema serenidad a través de un rostro definido por los rasgos característicos en sus representaciones de Cristo: barba simétrica de dos puntas afiladas, boca entreabierta, nariz recta, párpados marcados y ojos de cristal —en este caso de color verde azulado y con la mirada levantada, lo que le proporciona una bella expresividad—, así como una densa melena con mechones meticulosamente tallados que dejan la oreja izquierda visible, algunos mechones sueltos y los tres habituales sobre la frente. Se completa con una esmerada policromía, de encarnaciones mates, en la que las llagas y los hematomas son muy comedidos, predominando los tonos pálidos que ponen el contrapunto al fingimiento pétreo de la columna.

Cristo atado a la columna, Gregorio Fernández. Izda: 1609, Convento del Smo. Sacramento, Boadilla del Monte (Madrid)
Centro: 1616, Fundación Santander Central Hispano, Madrid. Dcha: 1621, Convento de la Encarnación, Madrid 
Como ya se ha dicho, esta escultura forma parte de una serie en que el escultor repite el tema con las mismas características, siendo la de menor tamaño de todas ellas y, sin embargo, de una gran exquisitez. Después de la ya citada de Boadilla del Monte, la primera de la serie, y de este modelo del convento carmelitano de Valladolid, en un formato similar Gregorio Fernández realizaba, hacia 1616, otra versión que sólo difiere en la colocación de la cabeza más orientada al frente, obra cuya procedencia se desconoce y que actualmente pertenece a la colección de arte del Banco Santander Central Hispano. Asimismo, hacia 1621 el escultor repetía el arquetipo, en un formato ligeramente superior que no llega al natural, para el convento de la Encarnación de Madrid, donde todavía permanece.

Cristo atado a la columna, Gregorio Fernández. Izda: 1633, Convento de Santa Teresa, Ávila
Centro: 1625, Convento de San José, Calahorra. Dcha: 1619, Iglesia Penitencial de la Vera Cruz, Valladolid
No obstante, en sucesivas ocasiones Gregorio Fernández también elaboró imágenes de Cristo atado a la columna que superan el tamaño natural y que constituyen obras sobresalientes en el panorama de la escultura barroca española. Entre ellas destaca la imagen titular del paso procesional del Azotamiento que en 1619 encargara la Cofradía de la Santa Vera Cruz de Valladolid. Esta obra, que permanece al culto aislada en un retablo de su iglesia penitencial, marca un punto de inflexión en la producción del escultor, no sólo por la perfección técnica alcanzada en su etapa de madurez, sino por el afianzamiento del naturalismo llevado a sus últimas consecuencias5.   

Asimismo, cabe citar el Cristo atado a la columna realizado en 1625 para las Carmelitas Descalzas del convento de San José de Calahorra (La Rioja), fundado en 1589 a instancias del obispo don Pedro Manso, que había conocido a Teresa de Jesús en Burgos. Un modelo que el escultor volvería a repetir en el grupo realizado en 1633 para el convento de Carmelitas de Ávila, donde se acompañaba de la figura de Santa Teresa arrodillada, aunque después pasaría a recibir culto por separado en uno de los retablos de la iglesia del convento. 

El arquetipo de Jesús atado a la columna creado por Gregorio Fernández, tan recurrente en los conventos carmelitanos y tan ajustado a los postulados contrarreformistas imperantes en la sociedad barroca, dio lugar a innumerables copias por parte de sus discípulos y seguidores, actualmente desperdigadas por buena parte de la geografía española.



Informe: J. M. Travieso.
Fotografías: J. M. Travieso, Wikipedia, Museo de las Ferias, Fundación Banco Santander y Las Edades del Hombre.



NOTAS

1 SANTA TERESA DE JESÚS: Vida, escrita por ella misma entre 1562 y 1565. El original se conserva en la Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

2 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Gregorio Fernández 1576-1636. Fundación Santander Central Hispano, Madrid, 1999-2000, p. 92.

3 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Teresa de Jesús y Valladolid. La Santa, la Orden y el Convento. Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2015, p. 126.

4 TRAVIESO ALONSO, José Miguel: Simulacrum. En torno al Descendimiento de Gregorio Fernández. Domus Pucelae, Valladolid, 2011, p. 161.

5 Ibíd. p. 161.





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Proyección: NUMANCIA, Museo Casa de Cervantes, 24 de enero 2016

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Concierto: QUINTETO ENARA, 27 de enero 2017

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Publicación: REVISTA ATTICUS SIETE, presentación 25 de enero 2017

Domvs Pvcelae: CICLO DE CONFERENCIAS, enero y febrero 2017

Conferencia: GRECIA Y MACEDONIA, 28 de enero 2017

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CICLO DE CONFERENCIAS 
"10 AÑOS DE DOMVS PVCELAE"








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Theatrum: VIRGEN DE LAS CANDELAS, una delicada maternidad adolescente

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VIRGEN DE LAS CANDELAS O DE LA PURIFICACIÓN
Gregorio Fernández (Sarria, Lugo, h. 1576-Valladolid 1636)
1623
Madera policromada y postizos
Iglesia de San Lorenzo, Valladolid
Escultura barroca. Escuela castellana















Dentro de los arquetipos creados por el gran maestro Gregorio Fernández, ocupan un lugar destacado las representaciones marianas, que alcanzan su máxima expresión en la definición personal de una tipología iconográfica para la Inmaculaday, en menor medida, para la Virgen del Carmen, ambas presentes en la mayoría de los conventos carmelitanos, algo a lo que no fue ajeno Juan de Orbea, amigo personal y admirador del escultor que, desde su cargo de prior del convento del Carmen Calzado, situado a pocos metros del taller que el escultor tenía en la calle del Sacramento (actual Paulina Harriet), ejerció a modo de mecenas recomendando sus obras a todos los conventos de Valladolid y poblaciones próximas, que suman una buena serie de obras salidas de sus gubias, a lo que se viene a añadir, como agradecimiento a la Orden, que el escultor decidiera ser enterrado en el vecino convento del Carmen Calzado.

A partir del arquetipo fernandino de la Virgen del Carmen, en cuya iconografía se repite la figura de la Virgen de pie, vistiendo el hábito carmelitano, sujetando al Niño en su brazo izquierdo y mostrando el escapulario en su mano derecha, Gregorio Fernández realizaría otras versiones aisladas, aplicando ligeras modificaciones para definir otras advocaciones, tales como la Virgen del Rosario de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Tudela de Duero1 y la Virgen de las Candelas de la iglesia de San Lorenzo de Valladolid.

Hoy fijamos nuestra atención en esta última, que, presentada como Virgen de la Purificación, es más conocida por los vallisoletanos como Virgen de las Candelas, unaimagen que podemos considerar, sin duda alguna, como una de las más bellas creaciones de Gregorio Fernández, cuyas delicadas formas y depurada ejecución técnica permiten situarla en la etapa final del maestro, a pesar de lo cual, y a diferencia de lo que ocurriera con el arquetipo de la Virgen del Carmen, no se conocen copias fieles realizadas por sus discípulos y seguidores, lo que le confiere mayor singularidad.

La escultura fue realizada como imagen devocional para el gremio de los ensayadores de moneda de la Real Fábrica de la Moneda de Valladolid2, institución activa desde que Felipe II otorgara, el 2 de julio de 1552, el privilegio de acuñar monedas de oro, plata y cobre. Este edificio se hallaba situado junto a la iglesia de San Lorenzo y permaneció activo hasta que el privilegio fue abolido en tiempos de Felipe III, momento en que la ceca fue reconvertida en "galera" o prisión de mujeres. Hasta entonces los monederos rendían culto a esta imagen como patrona en uno de los altares de la vecina iglesia de San Lorenzo.

En la iglesia de San Lorenzo la Virgen de las Candelas es mencionada por Palomino, Ponz, Ceán Bermúdez y Bosarte, que alabaron sus méritos artísticos. Martín González la incluía en su trabajo monográfico sobre Gregorio Fernández3 como obra del taller del escultor, lo mismo que la citada Virgen del Rosariode la iglesia tudelana, considerando que ambas composiciones derivan del arquetipo de la Virgen del Carmen, a cuyo desaparecido original podemos aproximarnos por las copias conservadas en la iglesia del Carmen Extramuros de Valladolid, en el Santuario Mariano del Carmen de Calahorra, en la iglesia de Santa Teresa de Ávila o en el convento de San José de Medina de Rioseco, la de mayor calidad de todas ellas.

Gregorio Fernández. Virgen del Rosario, 1621
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, Tudela de Duero (Valladolid)
Posteriormente, ha sido Jesús Urrea quien ha restituido la autoría de la Virgen de las Candelas4y de la Virgen del Rosario5 a Gregorio Fernández y así debe considerarse después de que ambas imágenes hayan sido sometidas a un proceso de restauración y limpieza que ha permitido eliminar barnices oscurecidos y sucesivos repintes, permitiendo apreciar su apariencia original y realzar los valores plásticos de las tallas, en las que aparecen indudables elementos que definen el modo de trabajar del maestro.

La Virgen de las Candelas, de tamaño ligeramente inferior al natural —1,46 metros de altura—, en su visión general aparece impregnada del fuerte componente místico y melancólico que caracteriza las esculturas fernandinas, a lo que se viene a sumar la habilidad para recubrir la anatomía con una indumentaria ampulosa en la que, sin embargo, algunos elementos permiten adivinar una disposición de contraposto que origina un elegante y equilibrado movimiento cadencial de la figura en el espacio. Otro tanto puede decirse del esmerado tratamiento de los rostros de la Virgen y el Niño, que ofrecen una escena de maternidad llena de ternura.

La Virgen aparece erguida sobre una peana —sin la base con figuras o cabezas de querubines entre nubes que figuran en la Virgen del Rosario y en la Virgen del Carmen—, sujetando al Niño en su brazo izquierdo, como es habitual interponiendo un gran pañuelo entre su mano y el cuerpo del infante, y con el brazo derecho desplegado del cuerpo siguiendo las pautas que definen la gestualidad barroca.

Su anatomía aparece recubierta por una túnica roja que se sujeta a la cintura por un ceñidor o cíngulo, cuya disposición ligeramente en diagonal, junto a la inclinación de los hombros, sugiere una posición de contraposto, es decir, que el peso del cuerpo reposa sobre la pierna izquierda —donde recibe el peso del Niño—, lo que le permite flexionar la derecha hacia adelante, como se deduce de la posición del zapato apoyado en la puntera que levemente asoma bajo la túnica.

Como artificio genuinamente fernandino, la túnica es muy larga y produce en su caída, a la altura de los pies, una serie de pliegues que adquieren aspecto metálico, que, como los del resto de la túnica, más parecen abolladuras que drapeados textiles. Siguiendo los convencionalismos de la época, ajustándose a los postulados trentinos, la túnica aparece policromada en color rojo intenso prefigurando su papel co-pasionario en el futuro, con grandes motivos florales o primaveras de tonos dorados aplicados a punta de pincel. 

Igualmente, su cuerpo se cubre con un manto abierto el frente, con aspecto de capa, que por la inclinación de los hombros cae verticalmente a distinta altura fomentando el movimiento de la figura. Su aspecto también es rígido y con tenues pliegues metálicos, con parte de los bordes tallados como una fina lámina en un alarde de virtuosismo. Está policromado en azul, reproduciendo el firmamento mediante la aplicación a punta de pincel de pequeñas estrellas, y recorrido en los bordes por una orla verde sobre la que destacan medallones dorados en los que se fingen piedras preciosas.

Virtuoso es también el estudiado diseño y afinado trabajo de la toca blanca que le cubre la cabeza, que cayendo por la parte izquierda se cruza por delante del cuello como agitado por una brisa mística, produciendo sobre el hombro derecho un efectista juego de pliegues de sorprendentes valores plásticos. Otro tanto ocurre con el gran pañuelo de tonos violáceos sobre el que se sustenta el Niño nazareno, que cae formando elegantes pliegues ondulantes y se recoge entre la mano de la Virgen, cuyos separados dedos se hunden entre la tela consiguiendo un efecto naturalista en la línea de algunas célebres creaciones de genios como Miguel Ángel y Bernini, mientras que los dedos de la mano derecha se articulan con elegancia para sujetar un objeto postizo, en este caso una candela.

De gran belleza es el tratamiento de la cabeza, levemente inclinada y girada hacia la figura del Niño, donde bajo la toca aparece un rostro femenino de tersura adolescente, con parte visible de una larga melena rubia muy pegada a la cabeza. Las facciones describen un gesto melancólico y ensimismado, con grandes ojos de cristal, nariz recta y boca pequeña ligeramente entreabierta. En el trabajo de encarnación a pulimento destacan leves efectos sonrosados en los párpados, mejillas y mentón, con las cejas y pestañas delineadas a punta de pincel.

Dotada de gracia y movimiento está la figura del Niño, con un cuerpo rollizo plenamente desnudo, como es habitual en el escultor. Su pierna izquierda se adelanta rompiendo el estatismo, mientras con los brazos gesticula en actitud de bendecir. Su cabeza se aparta del modelo característico del escultor en las figuras del Niño Jesús en cuanto a la talla del cabello, en la mayoría de los casos ensortijado y con un gran bucle sobre la frente. Aquí el cabello es lacio, con mechones afilados de tonos rubios muy pegados y recortados sobre la frente. Su gesto es sereno y como la Virgen lleva aplicados ojos postizos de cristal.

Los valores plásticos de la talla y la gracilidad de la composición quedan realzados por la excelente policromía, de tonos luminosos muy equilibrados y contrapuestos a la severidad de la Virgen del Carmen, de cuya tipología deriva.

Conviene recordar que por su gesto melancólico, durante varias décadas del siglo XX, la imagen era desprovista de la figura del Niño y metamorfoseada en Virgen de la Alegría para desfilar en Semana Santa en la procesión del Domingo de Resurrección con la Cofradía del Santo Sepulcro, que en 1996 contrataba con el escultor vallisoletano Miguel Ángel Tapia la realización de una nueva imagen de titularidad propia para celebrar el 50 aniversario de la fundación de la cofradía.

Actualmente la Virgen de las Candelas, después de su consolidación y limpieza llevada a cabo el año 2008 en el taller de restauración Arte Valladolid, luce en todo su esplendor en una pequeña capilla de la iglesia de San Lorenzo, expuesta al culto de forma musealizada con la imagen sobre un pedestal de piedra y ocupando un espacio de aspecto absidial, del mismo modo que lo hace en una capilla contigua el grupo de la Sagrada Familia, también genial creación de Gregorio Fernández.  
  

Informe y fotografías: J. M. Travieso.


NOTAS

1 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Gregorio Fernández 1576-1636. Fundación Santander Central Hispano, Madrid, 1999, p. 132.

2 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Gregorio Fernández y el modelo icónico de Valladolid, en El escultor Gregorio Fernández 1576-1636 (apuntes para un libro). Universidad de Valladolid, Valladolid, 2014, p. 79.

3 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: El escultor Gregorio Fernández. Ministerio de Cultura, Madrid, 1980, p. 238.

4 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Gregorio Fernández y el modelo icónico de Valladolid...Op. Cit. p. 79.

5 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Una Virgen del Rosario de Gregorio Fernández. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA) nº 54, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1988, pp. 425-427.
     La autoría de Gregorio Fernández de la Virgen del Rosario está avalada por una carta de obligación suscrita por el regidor Antonio del Río con el escultor, que recibió 2.900 reales por su trabajo y entregó la escultura en Valladolid el 19 de junio de 1621.










Virgen del Carmen según el modelo fernandino
Izda: Cvto. Santa Teresa, Valladolid; Centro: iglesia del Carmen
Extramuros, Valladolid; Dcha: iglesia de Santa Teresa, Ávila









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Conferencia: HISTORIA MUSICAL DE LA MARCHA REAL, 4 de febrero 2017

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CICLO DE CONFERENCIAS
"10 AÑOS DE DOMVS PVCELAE"









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Exposición: ESCULTURAS DE HENRY MOORE, del 2 de febrero al 2 de abril 2017

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CALLE CADENAS DE SAN GREGORIO
Valladolid

Esta exposición callejera, que ya ha recorrido diversas ciudades españolas, forma parte del programa "Arte en la Calle" llevado a cabo por la Obra Social "La Caixa" y presenta una colección de esculturas perteneciente a la Fundación Henry Moore, entidad que vela por la conservación y la divulgación del legado del artista.

Henry Moore (1898-1986) es uno de los grandes maestros de la escultura moderna que en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial alcanzó fama mundial por sus bronces monumentales, concebidos para ser expuestos en espacios exteriores. En el entorno elegido en Valladolid, sus obras adquieren un sentido especial al establecer un contrapunto creativo a las grandes creaciones escultóricas de los siglos XV al XVIII que atesora el Museo Nacional de Escultura, convirtiendo el espacio urbano en la vía por excelencia del arte de la escultura.


Organiza: Ayuntamiento de Valladolid y Obra Social "La Caixa", en colaboración con el Museo Nacional de Escultura.

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Fastiginia: Este año se cumple el VIII Centenario de la Coronación de Fernando III como Rey de Castilla en la Plaza Mayor de Valladolid

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Lápida colocada en la fachada del Ayuntamiento de Valladolid

Estampas y recuerdos de Valladolid

Entre los acontecimientos más relevantes de cuantos se celebraron en el antiguo Valladolid medieval, ya con rango de ciudad, se encuentra la solemne coronación de Fernando III como rey de Castilla en la actual Plaza Mayor el 1 de julio de 1217, un evento histórico que es recordado en una lápida colocada en la fachada del Ayuntamiento vallisoletano y del que este año se cumple nada menos que el VIII Centenario, algo digno de tener en cuenta en una comunidad que la Constitución de 1978 no considera nacionalidad histórica, es decir, con identidad colectiva, lingüística o cultural diferenciada del resto de España, velay.

Era por entonces Valladolid una pequeña población amurallada a orillas del Pisuerga, cuyo señorío había sido otorgado por el rey Alfonso VI de León y Castilla, hacía casi ciento cincuenta años, al conde Ansúrez y su esposa Eylo Alfonso, que no sólo asentaron aquí su palacio, sino que repoblaron la ciudad y levantaron en el caserío la Colegiata de Santa María, la primitiva iglesia de la Antigua y el Puente Mayor, hechos paralelos a un sorprendente crecimiento demográfico y urbano del primitivo núcleo agrario que puede considerarse como una auténtica refundación de Valladolid. Asimismo, solamente habían transcurrido nueve años desde que en 1208 el rey Alfonso VIII de Castilla la nombrara ciudad cortesana, aunque habría que esperar hasta 1255 para que gozara del Fuero Real otorgado por Alfonso X el Sabio.

Fernando III, rey de Castilla y León. Miniatura del Tumbo A
Catedral de Santiago de Compostela
Aunque en la primitiva ciudad el centro neurálgico estaba organizado en torno a la actual plaza de San Miguel, desde principios del siglo XIII ya había adquirido entidad la plaza del Mercado (futura Plaza Mayor), frente a la que pocos años después se levantaría el complejo del convento de San Francisco, protegido y beneficiado por doña Violante, esposa de Alfonso X, una institución decisiva en la vida social y religiosa de la ciudad.

En este contexto de incipientes ferias y actividades gremiales medievales, en la gran plaza próxima al Alcazarejo, hoy corazón de la ciudad, se celebró la coronación de Fernando III como rey de Castilla, un acto solemne que, marcado por las ambiciones y la inestabilidad política del momento, contó con la presencia de su madre la reina doña Berenguela, auténtica organizadora de una trama que, para garantizar la corona castellana, ya le había conseguido proclamar rey de Castilla veinte días antes en Autillo de Campos (Palencia), teniendo lugar la ratificación y la coronación oficial el 1 de julio de 1217 en la plaza vallisoletana.

De este modo, con gran visión de futuro, en este acto doña Berenguela abdicaba a favor de su hijo Fernando, quien no sólo llegaría a ser uno de los más relevantes reyes hispanos por su largo reinado y acertada política, sino el rey que en 1230 llegaría a reunificar definitivamente las coronas de Castilla y León y a reconquistar victorioso las importantes plazas de Baeza (1227), Córdoba (1236), Jaén (1246) y Sevilla (1248), acontecimientos que marcarían el devenir histórico de España durante siglos.

Plaza Mayor, antes plaza del mercado, escenario de la coronación en 1217 
UNA REMEMBRANZA HISTÓRICA DE LOS MOTIVOS DEL ACONTECIMIENTO 

Fernando III era hijo del rey Alfonso IX de León y de la reina Berenguela de Castilla, su segunda esposa. Cuando este matrimonio real realizaba una ruta de Salamanca a Zamora, al llegar a la población zamorana de Peleas de Arriba recalaron en un albergue fundado en la Vía de la Plata por el religioso zamorano Martín Cid para atender a caminantes y peregrinos. Allí nacía Fernando III entre 1199 y 1201, en cuyo recuerdo fundaría el monasterio de Santa María de Valparaíso, según se narra en el Cronicón de Rodrigo de Cerrato, escrito hacia 1276 por este fraile dominico del monasterio de Santa Cruz de Segovia.

De aquel matrimonio Fernando tenía tres hermanas mayores, Leonor, que murió muy pronto, Constanza, que ingresó como monja en Las Huelgas de Burgos, y Berenguela, que casaría con Juan de Brienne, emperador de Constantinopla. Después nacería su hermano Alfonso de Molina, futuro padre de María de Molina. Asimismo, del primer matrimonio de su padre, tenía como hermanastras a las infantas Sancha y Dulce. Todos sus hermanos permanecieron en Castilla junto a doña Berenguela, excepto él, que creció junto a su padre en la corte leonesa.

Caballero con las armas de Castilla y León
Al morir en 1214 Alfonso VIII de Castilla, padre de Berenguela, la corona recae en su hijo Enrique I, aunque por ser niño la titularidad de la regencia es asumida por su hermana Berenguela. Ante esta situación, Álvaro Núñez de Lara, alférez mayor de Castilla, se rebeló usurpando la regia potestad y ocupó varios castillos, obligando a Berenguela a refugiarse en su castillo de Autillo de Campos y a buscar el apoyo de Gonzalo Rodríguez Girón, señor de Frechilla y mayordomo de la reina, aunque la plaza fue sitiada por las tropas de Núñez de Lara y doña Berenguela tuvo que pedir ayuda a su hijo, que acompañado de 1500 soldados consiguió hacer huir al noble rebelde.

Durante esta inestable situación, se produce la muerte repentina del infante Enrique, sucesor al trono de Castilla, hecho que Berenguela oculta a su esposo temiendo sus pretensiones, reclamando la presencia de Fernando con la disculpa de protegerle de los Lara, aunque sus hermanastras Sancha y Dulce trataron de persuadir al rey para que le retuviera. Sin embargo, Fernando logró escapar y reunirse con su madre, que le proclamó rey de Castilla en su castillo palentino, organizando la inmediata coronación oficial en Valladolid al cabo de dos semanas.

Con el consentimiento de Alfonso IX de León, Álvar Núñez de Lara puso cerco a la ciudad de Valladolid, consiguiendo huir el rey Fernando y doña Berenguela a Burgos, siendo saqueadas varias poblaciones vallisoletanas por el rey leonés Alfonso IX, a pesar de los ofrecimientos de amistad de Fernando, rey de Castilla, a su padre. La confrontación quedaba resuelta en el Pacto de Toro (26 de agosto de 1218).

En 1219 Mauricio, obispo de Burgos, presidía una comitiva que llegó a la corte de Federico II de Alemania para concertar el enlace de Beatriz de Suabia, su cuarta hija, con Fernando III, que entregó como dote las villas, castillos y derechos reales sobre Carrión de los Condes, Logroño, Belorado, Peñafiel, Castrogeriz, Pancorbo, Fuentepudia, Montealegre, Palenzuela, Astudillo, Villafranca Montes de Oca y Roa. Tras un largo recorrido de Alsacia a Burgos, pasando por París, Beatriz llegó a esta ciudad castellana, en cuya catedral se celebró la boda el 30 de noviembre de 1219.

Alonso de Rozas. Fernando III el Santo, 1671
Catedral de Valladolid
Al producirse la muerte de Alfonso IX de León en 1230, cuyo trono había otorgado por vía testamentaria a sus hijas Sancha y Dulce, los partidarios de la sucesión de su hijo Fernando no lo respetaron, reuniéndose en Benavente (Zamora) las madres de los aspirantes, Teresa de Portugal y Berenguela de Castilla, con Fernando y los obispos de Santiago y Toledo, siendo firmada la Concordia de Benavente el 11 de diciembre de 1230, por la que Fernando III recibía la corona de León a cambio de una compensación a Sancha y Dulce de 30.000 maravedíes anuales, siendo las tierras incorporadas a Castilla cuando ambas hermanastras murieran. Así se produjo la unificación dinástica de Castilla y León, aunque ambos reinos siguieran conservando sus leyes, sus cortes y sus diferentes instituciones. El documento de concordia era firmado en 1231 por el papa Gregorio IX.

A partir de entonces Fernando III, tras firmar un acuerdo con el rey Sancho II de Portugal para delimitar fronteras y conseguir alianzas contra el Islam, emprendería sus heroicas expediciones por tierras andaluzas, logrando, con la ayuda de aliados y órdenes militares, reconquistar paulatinamente un amplio territorio sureño, figurando entre sus conquistas plazas tan importantes como Cazorla, Trujillo, Montiel, Baeza, Úbeda, Medellín, Jaén, Córdoba, Écija, Osuna, Estepa, Arcos de la Frontera y Sevilla, así como el vasallaje de Abu-Zeid, rey de Valencia.

Fernando III se casaría en segundas nupcias con la francesa Juana de Ponthieu, celebrándose el enlace en la catedral de Burgos en noviembre de 1237. Su madre, doña Berenguela moría en 1246, siendo enterrada en el monasterio de Las Huelgas de Burgos, como sus padres Alfonso VIII y doña Leonor. Por su parte, Fernando III, tras morir el 30 de mayo de 1252, fue enterrado en la catedral de Sevilla, siendo su sucesor como rey de Castilla y León su hijo Alfonso X el Sabio.

Anónimo. San Fernando, finales s. XVII
Iglesia de San Felipe Neri, Valladolid
Pero la figura histórica de Fernando III, de extraordinaria popularidad, aún conocería nuevos tratamientos, como el proceso de canonización instigado desde Sevilla. Tras la acreditación exigida por el papa Urbano VIII y la recopilación de imágenes derivadas de su fama de santidad, realizada por Francisco López de Caro y Bartolomé Esteban Murillo, el proceso se inició en 1649 y culminó con su canonización el 7 de febrero de 1671 por el papa Clemente X, siendo nombrado patrono de muchas poblaciones españolas. En plena efervescencia barroca, sus imágenes de culto se distribuyeron rápidamente por toda España, presentándole en su iconografía, parangonando a San Luis, rey de Francia, con atuendo militar y manto regio, coronado, sujetando un globo terráqueo y su espada Lobera, que en ocasiones es sustituida por un cetro.

También los talleres vallisoletanos crearon sus propias versiones para celebrar su canonización, siendo el creador  de un arquetipo el escultor Alonso de Rozas, del que se guarda una versión en una de las capillas de la catedral de Valladolid. Este modelo después sería imitado, con escasas variantes, por otros escultores, como puede apreciarse en la obra de autor desconocido que se conserva en la iglesia de San Felipe Neri. Estas piezas barrocas, de carácter devocional, en nada responden a la memoria histórica vallisoletana, sino a la espectacular expansión del culto al monarca castellano.






Pedro Roldán. San Fernando, 1671. Catedral de Sevilla



















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Theatrum: RETRATOS DE DIEGO VALENTÍN DÍAZ Y MARÍA DE LA CALZADA, una expresiva mirada enmudecida

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RETRATOS DEL PINTOR DIEGO VALENTÍN DÍAZ Y SU ESPOSA MARÍA DE LA CALZADA
Felipe Gil de Mena (Antigüedad, Palencia, 1603 - Valladolid, 1673)
H. 1648
Óleo sobre lienzo
Museo Diocesano y Catedralicio, Valladolid
Procedente del Colegio de Niñas Huérfanas de Valladolid
Pintura barroca española. Escuela vallisoletana







Hoy fijamos nuestra atención en dos pinturas que forman pareja y que se encuadran en el género del retrato, aquel que el poeta Gerardo Diego definiera como "amuleto contra el olvido", cuyos rostros, atuendos y forma de presentarse, aún enmudecidos, debemos considerar como imágenes reales de otro tiempo y, por tanto, evocadoras de la época que les tocó vivir. Se trata de los retratos en que aparecen representados el pintor Diego Valentín Díaz y su tercera esposa María de la Calzada, realizados en Valladolid hacia 1648 por el palentino Felipe Gil de Mena, pintor discípulo del retratado.

Si la imagen de Diego Valentín Díaz tiene un importante valor testimonial por mostrar el semblante del más destacado pintor vallisoletano de la primera mitad del siglo XVII, el de su esposa María de la Calzada puede considerarse, sin ningún género de dudas, el más bello retrato femenino de cuantos se realizaron en talleres vallisoletanos de aquella época, tratándose posiblemente de una pareja de retratos realizados con motivo del enlace de los representados, cuya ceremonia tuvo lugar en la iglesia del Salvador en 1648.

Retrato de Diego Valentín Díaz, destacado personaje en la vida vallisoletana
Hijo del pintor Pedro Díaz Minaya y de Juliana del Castillo, Diego Valentín Díaz nació en Valladolid a finales de febrero de 1586 y fue bautizado el 2 de marzo en la primitiva parroquia de San Miguel, pues sus padres tenían su residencia en la Plaza del Almirante (terrenos ocupados por el actual Teatro Calderón). Junto a sus dos hermanos, Francisco y Marcelo, su infancia transcurrió en el ambiente artístico del taller paterno, donde se formó como pintor y policromador siguiendo las ordenanzas del gremio de pintores, manifestando desde edad temprana grandes dotes para el oficio.

A partir de 1606 comenzaba su andadura personal realizando pinturas religiosas para la catedral vallisoletana e iglesias y conventos de Valladolid y Zamora, contrayendo su primer matrimonio con Ana de la Serna el 5 de febrero de 1610 en la iglesia de la Antigua, con la que ocupó una vivienda en la calle de las Cabañuelas, junto a dicha iglesia. De aquel matrimonio nacerían tres hijas y un hijo, pasando a vivir en unas casas de la calle de la Boariza (actual María de Molina), propiedad de su tía Ana del Castillo.

En agosto de 1612 se asoció con su padre y con los hermanos Francisco y Marcelo Martínez para policromar esculturas y retablos. A partir de entonces su actividad fue incesante, lo que dio lugar a la contratación de un buen número de aprendices y colaboradores.

En 1617 establecía correspondencia con Francisco Pacheco, el mejor pintor en Sevilla, que había permanecido casi dos años en Madrid y en cuyo taller se formaba Velázquez. En agosto de ese mismo año fallecía su esposa Ana de la Serna, aunque en junio de 1618 contraía nuevas nupcias con Jacinta Gallego, con quien llegaría a tener otros cuatro hijos y tres hijas. Por esos años establece una estrecha relación con Gregorio Fernández, una relación profesional que devino en una profunda amistad personal por compartir erudición y creencias religiosas.

Con gran prestigio en la ciudad y con una desahogada posición social, fruto de su intenso trabajo, también llegó a ejercer como tasador de los retablos de otros artistas. Aunque en 1621 fue detenido y después absuelto por tenencia ilícita de un pistolete, en 1624 fue condenado a prisión y a pagar las costas de un pleito entablado por el boticario Bartolomé López y su esposa sobre la venta de tafetanes, siendo liberado tras el pago de una fianza. Ese mismo año moría su padre, enfermo y sin recursos, al que había atendido en su casa.

Para acoger a su numerosa familia, en diciembre de 1627, año en que le fue concedido el título de Familiar del Santo Oficio, compraba a Isabel de Portillo tres casas situadas frente a la iglesia de San Lorenzo (espacio después ocupado por el monasterio de Santa Ana), de cuya parroquia fue feligrés y mayordomo. Aquella residencia se convertiría en el principal centro de la vida pictórica de Valladolid. No obstante, enviudaba de nuevo en 1633 al fallecer Jacinta Gallego durante el parto de Catalina, su última descendiente.

En 1634, cuando contaba 48 años, contrajo su tercer matrimonio en la iglesia del Salvador con María de la Calzada, una adolescente de tan sólo 17 años que era hija y nieta de arquitectos, con la que no tuvo descendencia. A la muerte de Gregorio Fernández el 22 de enero de 1636, se convirtió en el artista más prestigioso de Valladolid, llegando a monopolizar la actividad pictórica regional, siendo elocuente que en 1637 recibiera la petición deFrancisco Pacheco de un dibujo de Fray Jerónimo de Pedrosa para incluirle en su libro de retratos, continuando con una actividad profesional tan prolífica como su familia.

Entre 1640 y 1646, periodo en que ejerció como testigo en el enlace de su discípulo Felipe Gil de Mena, las demandas de pinturas se multiplicaron, debiendo atender encargos para Valladolid, Madrid, León y Oviedo, acentuando en 1647 sus acciones benéficas, tanto de tipo personal —con la madre de su tercera esposa, a la que acogió en su casa— como públicas, adquiriendo ese año el patronato del Colegio de Niñas Huérfanas de la calle del Sacramento (actual Paulina Harriet), cuya construcción primero financió para ocuparse después de su dotación ornamental, acabando por donar todos sus bienes a esta institución benéfica para velar por su continuidad. 

En 1648 Diego Valentín Díaz, cuando tenía 62 años, sufrió el desgraciado accidente de caerse de un andamio cuando trabajaba en un retablo realizando la pintura, cuyas lesiones limitaron su actividad durante años. No obstante, en 1653 realizaba el inventario de pinturas del Conde de Benavente y cuatro años después, tras realizar para Salamanca el retrato del Conde de Granjal, viajó hasta el convento palentino de San Salvador del Moral para despedirse en vida de dos de sus hijas allí ingresadas, sufragando algunas obras monacales a petición de la abadesa María Barahona, de la que recibía constantes peticiones de ayuda.

A pesar de su estado, aquellos años también fueron prolíficos, ocupándose de los retablos de la iglesia del Dulce Nombre de María, del retablo del desaparecido convento de San Bartolomé y de un lienzo para el salón principal del Ayuntamiento, trabajos que compaginaba con su labor como presidente de la Cofradía de San Lucas, integrada por el gremio de pintores, cuyo patrón era celebrado anualmente en el Colegio de Niñas Huérfanas.
   
Por la correspondencia que le dirigiera Velázquez, fechada el 3 de julio de 1660, sabemos que el gran maestro sevillano le visitó en su casa de Valladolid aquel año, momento en que contrataba unas pinturas para el retablo de la iglesia de Palacios de Campos que no pudo concluir, pues Diego Valentín Díaz fallecía en su casa de Valladolid el 1 de diciembre de 1660, a los 74 años, siendo enterrado en la iglesia del Colegio de Niñas Huérfanas, del que ostentaba el patronazgo.

Dejaba tras de sí una importante estela en la vida artística y cultural de Valladolid, tanto por su célebre biblioteca, que contenía obras de todos los géneros, y su importante colección de estampas, grabados y pinturas de variada temática, como por la influencia ejercida sobre sus discípulos, entre los que podemos citar a Diego de Bernuy, Baltasar Cidrón, Tomás Peñasco, Bartolomé Santos y Felipe Gil de Mena, autor del retrato que le inmortalizara.

Felipe Gil de Mena en este retrato, que estuvo colocado en el Colegio de Niñas Huérfanas en honor a su fundador, presenta a su maestro Diego Valentín Díaz con gran dignidad, con el busto en posición de tres cuartos y gesto casi arrogante, con el ceño marcado, bigote afilado, pequeña perilla, el cabello ralo y canoso y la mirada clavada en el espectador. Representa una edad próxima a los 50 años y viste el característico jubón negro con el mismo tipo de golilla que él plasmara en el retrato de Gregorio Fernández (Museo Nacional de Escultura). El fondo neutro, siguiendo las pautas de la época, obliga a la concentración visual en el austero semblante del retratado, que de este modo recibe un sentido homenaje del discípulo con quien mantuvo tan estrechos lazos de amistad.

Retrato de la joven vallisoletana María de la Calzada
Hija del arquitecto Bartolomé de la Calzada y de Úrsula Celaya, hija también de un arquitecto, nació en diciembre de 1616 en la calle de la Galera1, junto a la iglesia del Salvador de Valladolid.
En 1634 y en plena juventud —17 años— se casó con el reconocido pintor Diego Valentín Díaz cuando este contaba 48 años, había enviudado por dos veces y tenía 11 hijos de sus matrimonios anteriores. La pareja, que no tuvo descendencia, residió en la casa que comprara el pintor frente a la iglesia de San Lorenzo, conviviendo con ellos doña Úrsula, madre de la joven María. Parece ser que su salud no fue demasiado buena y que estuvo aquejada de continuas dolencias de tipo estomacal2, según se desprende de su confesión de haber gastado 700 reales en botica en 1646 y de que sus dolencias continuaran en 1652.

A pesar de la diferencia de edad con su esposo, el matrimonio fue bien avenido, compartiendo ambos la filantropía y las prácticas piadosas. Esto queda evidenciado cuando en 1646 María de la Calzada renuncia a los bienes gananciales matrimoniales para destinarlos a rematar la construcción y asumir el patronazgo del Colegio de Niñas Huérfanas junto a su marido, participando en tan importante papel benefactor en la ciudad. María de la Calzada murió en Valladolid el 16 de enero de 1661, recién cumplidos los 44 años y tan sólo 47 días después del fallecimiento de su esposo3.

En este retrato, que forma pareja y complementa la disposición del anterior, Felipe Gil de Mena presenta a la joven María idealizada y luciendo sus mejores galas, con un austero vestido pardo que deja asomar un cuello de encaje blanco cerrado con un broche circular dorado en cuyo interior contiene una piedra verde (¿simbólica esmeralda de esperanza?). Cubre su cabeza, de frondosa cabellera, un velo blanco con los bordes festoneados y sujeto al cabello por una aguja rematada con otro broche de las mismas características que el del cuello. La juventud de la mujer y la gala de su atavío hacen presuponer que la pareja de retratos fuera realizada para celebrar el enlace de los retratados.
Curiosamente, la disposición del velo y el broche guarda similitudes con el Retrato de dama española atribuido a Rubens (mercado del arte), que lo habría pintado durante su estancia en la corte vallisoletana en 1603.

De todos modos, sea cual sea el motivo por el que el matrimonio quiso pasar a la inmortalidad a través de Gil de Mena, este retrato femenino, como ya se ha dicho, es el más bello de cuantos se pintaron en Valladolid en el siglo XVII, manteniendo a cierta distancia y en un ambiente de cotidianidad el espíritu aúlico presente en los retratos de Pantoja de la Cruz, Bartolomé González y Sánchez Coello, aunque algo alejado de la intencionalidad de los personajes eclesiásticos y de los donantes que aparecen representados en la pintura religiosa generalizada en Valladolid durante el siglo XVII. 

Rubens. Retrato de dama española, 1603
Mercado del arte (Foto casa de subastas Sotheby's)
Esta pintura, acompañada de la que forma pareja, permaneció en el Colegio de Niñas Huérfanas del Dulce Nombre de María hasta que el edificio fue derribado en 1959, momento en que ambos retratos fueron recogidos en el recinto catedralicio. La fachada de aquella iglesia y algunos retablos de Diego Valentín Díaz fueron recolocados en la nueva iglesia del Dulce Nombre de María, levantada en 1968 en la calle de Canterac del barrio de las Delicias.

EL PINTOR FELIPE GIL DE MENA (1603-1673)   

Felipe Gil de Mena fue un pintor barroco activo en el ámbito pictórico vallisoletano del siglo XVII, discípulo y continuador de la obra de Diego Valentín Díaz en Valladolid. Su producción, abundante y de notable calidad, le proporcionó un gran prestigio en el entorno vallisoletano, especialmente con sus creaciones de temática religiosa.

Aunque hasta fechas recientes, siguiendo la información de Cean Bermudez, se le consideraba nacido en 1600 en Valladolid, por Jesús Urrea4 sabemos que nació en 1603 en la población palentina de Antigüedad, en el Cerrato, y que sus padres fueron Felipe Gil y Jerónima Mena, siendo el tercero de los ocho hijos del matrimonio. Felipe Gil de Mena permaneció hasta el año 1619 junto a su padre, que ejercía como mayordomo de la iglesia del pueblo, momento en que este, viendo la inclinación artística de su hijo, decidió colocarlo como aprendiz en el taller que Diego Valentín Díaz tenía abierto en Valladolid. Allí pasó los preceptivos cuatro años de aprendizaje, consiguiendo en 1623 un poder notarial para poder percibir, como oficial de pintor, el salario establecido por el gremio de pintores.

El hecho de necesitar la autorización paterna, por no haber alcanzado la mayoría de edad, para renovar el contrato con Diego Valentín Díaz en calidad de oficial asalariado, vínculo vigente en 1626, hace descartar las afirmaciones del tratadista cordobés Antonio Palomino de que Felipe Gil de Mena se formara en el taller que Juan van der Hamen tenía abierto en Madrid5

Sánchez Coello. Retrato de dama. Museo del Prado
(Foto Museo del Prado)
En 1640 contrajo matrimonio con Ana de Muga, con la que tuvo dos hijos, Felipe y Manuel, que también se dedicarían a la pintura, aunque nunca alcanzarían el nivel de su padre. Las relaciones amistosas mantenidas con Diego Valentín Díaz, bien relacionado con el sector eclesiástico, le facilitaron numerosos contratos de pinturas y dorados de retablos, trabajando para iglesias y conventos de Valladolid, Medina de Rioseco, Medina del Campo, Tordesillas, Peñafiel, Cuéllar, Segovia, Zamora y otras poblaciones. La íntima relación con su maestro vallisoletano se mantuvo de por vida, llegando a comprar a la muerte de éste, por tres mil ducados, la casa situada frente a la iglesia de San Lorenzo y todos los útiles y objetos de arte de su taller.

Considerado por Bosarte como mejor dibujante que pintor, su obra es muy variada, destacando los pequeños detalles narrativos sobre el dominio del color, en opinión de Pérez Sánchez6 elementos de naturaleza muerta "pintados con extraordinaria habilidad", propios de un bodegonista. Desde sus comienzos como deudor de la tradición manierista heredada de su maestro, Gil de Mena evolucionaría hasta alcanzar su propio estilo, incorporando el sentido escenográfico de la pintura de su tiempo. Al amplio catálogo de su pintura religiosa se suman peculiares crónicas visuales, como el Auto de Fe celebrado en 1623, pintado para el Consejo de la Suprema, o la serie de Vistas de la Plaza Mayor y de la calle de Platerías de Valladolid, con festejos de toros y procesiones celebrados por la Cofradía de la Vera Cruz en 1656, así como retratos, de los que son una buena muestra los aquí reseñados, y, siguiendo a su maestro, algunos trampantojos eficazmente resueltos, como el Retablo fingido que se conserva en el testero de la sacristía de la iglesia de San Miguel, por entonces iglesia de San Ignacio de la Compañía de Jesús, con un arco de triunfo y un tabernáculo con la imagen de la Inmaculada en los que demuestra el perfecto dominio de la perspectiva en un planteamiento netamente teatral.

Felipe Gil de Mena murió en Valladolid el 17 de enero de 1673.   

Felipe Gil de Mena. Retablo y tabernáculo fingido, 1ª mitad del XVII
Sacristía de la iglesia de San Miguel, Valladolid

Informe y fotografías: J. M. Travieso.



NOTAS

1  URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Doña María de la Calzada. En El Retrato en la pintura vallisoletana del siglo XVII. Caja de Ahorros Popular de Valladolid, Valladolid, 1983, catálogo.

2  URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Op. cit.

3  URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Op. cit.

4  URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Partida de bautismo. Actas del Primer Congreso de Historia de Palencia, tomo I, Palencia, 1987, pp. 244-247.

5  PALOMINO, Antonio (1655-1726): Su obra Museo Pictórico y Escala Óptica es un tratado de tres volúmenes, publicados entre 1715 y 1724, que es fuente principal para la historia de la pintura barroca española. En el tercer tomo —El Parnaso español pintoresco laureado— recoge un abundante material biográfico de pintores españoles del siglo XVII, figurando entre ellos Felipe Gil de Mena, aunque no se menciona a su maestro Diego Valentín Díaz.

6  PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso E.: Pintura barroca en España 1600-1750, Ed. Cátedra, Madrid, 1992, p. 121.

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