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Pie memoriae: LA VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS, una historia de bandoleros en La Mota del Marqués

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VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS
Iglesia de San Martín
La Mota del Marqués (Valladolid)












La comarca de los Montes Torozos fue definida metafóricamente por Justo González Garrido (Los Montes de Torozos, Valladolid, 1955) como la espina dorsal de la provincia de Valladolid. Se extiende entre la Tierra de Campos y la campiña de Valladolid, arrancando del suroeste de Palencia para cruzar el noroeste de Valladolid y llegar casi a Zamora. Es un territorio mesetario, en el que los páramos adoptan la forma de espolones, de hidrografía muy escasa —limitada a algunos arroyos— y eminentemente cerealístico, que separa los valles del Sequillo y del Pisuerga. Los Montes Torozos abarcan 5 poblaciones palentinas y 39 vallisoletanas, siendo ya citados algunos de los lugares enclavados en este territorio en el Libro Becerro de las Behetrías del siglo XIV, mandado hacer por Pedro I de Castilla.

La escasa densidad de población y las grandes extensiones sin habitar siempre han producido en sus habitantes cierta sensación de aislamiento, siendo los parajes ásperos y los cerrados bosques de encinas los que a lo largo de la historia han infundido cierto temor en el territorio, pues desde muy antiguo circularon leyendas de bandoleros que realizaban sus asaltos y fechorías por aquellos parajes deshabitados, perviviendo aún en la memoria la denominada Senda del Ladrón. 
De aquellos grupos dedicados al batir de armas en emboscadas, como vasallos rebeldes al pago de tributos al correspondiente señor y monarca, se tienen noticias especialmente a partir del siglo XVIII, cuando el bandolerismo fue una práctica común en España y algunos de sus cabecillas mitificados, como ocurrió en Andalucía con Diego Corrientes (1757-1778), la cuadrilla de los Siete Niños de Écija (activos entre 1814 y 1818) o José María Hinojosa, el Tempranillo (1805-1833).

Sirvan estas pinceladas para centrarnos en un suceso protagonizado por bandoleros asentados en Torozos, en uno de cuyos asaltos, realizado en 1724, tuvo que intervenir nada menos que la Virgen.

La historia aparece citada en una pintura que se conserva en la iglesia de San Martín de la Mota del Marqués, municipio de la provincia de Valladolid enclavado en la comarca de Torozos. En dicha iglesia recibe culto una imagen de la Virgen de las Angustias que es una talla realizada hacia 1596 por el escultor palentino Adrián Álvarez. La imagen siempre tuvo en esta población una devoción especial, como lo demuestra el hecho de que en el siglo XVIII fuese renovado su retablo como gesto de exaltación y agradecimiento a los muchos favores recibidos entre los devotos de la población motana.

La escultura, destacada entre el patrimonio artístico de la iglesia, sigue la tipología iconográfica de la Piedad, representando a la Virgen arrodillada sobre un peñasco y contemplando con gesto sufriente el cuerpo de Cristo muerto, que aparece colocado sobre un sudario y al que sujeta su mano izquierda con gesto de desamparo. La talla presenta una estética relacionada con el romanismo implantado por Gaspar Becerra, con un meritorio tratamiento de los paños, un elegante manierismo y destacados valores cromáticos conseguidos con la policromía. Es comprensible que tanto por su atractivo aspecto como por sus valores dramáticos se convirtiera en un icono devocional de la Mota del Marqués, cuyas calles todavía recorre cada Viernes Santo durante las celebraciones de Semana Santa.            

Pero esta devoción viene de muy lejos, como lo demuestra la pintura que ya hemos citado, donde a modo de exvoto, de considerable formato, se relata una intervención milagrosa de la Virgen de las Angustias en defensa de un devoto que fue víctima de un asalto de bandoleros en el Monte Torozos. A los pies del cuadro figura una cartela que detalla lo que en la pintura se representa: "Pedro Fernández, vecino de esta villa de la Mota, viniendo de la ciudad de Palencia, salieron del Monte de Torozos a robarle dos ladrones; y viéndose en grande aprieto se encomendó a Nuestra Señora de las Angustias y no le maltrataron. Año 1724".

En el centro se encuentra el susodicho Pedro Fernández, que por su atavío podría deducirse su buena posición social —botas, calzas, ropilla y jubón con mangas acuchilladas—, en el momento en que es asaltado por dos bandoleros que le amenazan, uno de ellos colocado a su lado y esgrimiendo con malas intenciones un gran puñal, y otro a caballo en el lado opuesto apuntándole con un fusil. En ese momento la víctima se encomienda a la Virgen de las Angustias, cuya imagen, ajustada a la escultura de Adrián Álvarez de la iglesia de San Martín, aparece entre resplandores en el cielo, reforzando el momento de tensión la agitación de las caballerías y los cuerpos a tierra de los acompañantes, tal vez sirvientes, del asaltado. El resultado ya queda especificado en la inscripción: los ladrones no le maltrataron y pudo regresar sano y salvo a la Mota del Marqués. Se deduce que el trauma debió ser considerable ante lo que acostumbraban los bandoleros, pues la víctima hizo pintar la escena, en acción de gracias, en un considerable formato que no pasa desapercibido y con profusión de detalles que perpetúan en la memoria motana lo que fue considerado un "milagro" de la Virgen de las Angustias, que se suma a las devociones milagreras vallisoletanas.

Más que por sus valores plásticos, pues su ejecución técnica apenas supera el carácter popular, la  pintura ofrece un gran interés por sus valores testimoniales. Por un lado, como reflejo de la religiosidad dieciochesca en la Mota del Marqués, respecto a una arraigada devoción mariana que solía ser frecuente en la mayor parte de las poblaciones del ámbito rural. Por otro, como constatación histórica de la presencia de cuadrillas de bandoleros en las tierras vallisoletanas del Monte Torozos ya durante el primer cuarto del siglo XVIII, más aún cuando no abundan las representaciones gráficas de este fenómeno en tierras castellanas.

No obstante, sería en el último cuarto del siglo XVIII, y especialmente a partir del reinado de Carlos IV, cuando en España se extendió una oleada bandolera de considerable intensidad, incluyendo ambas mesetas, lo que supuso un desafío en materia de orden público que condujo a la militarización, desde la década de 1780, para atajar la actividad de los salteadores de caminos. Las causas se encontrarían en el significativo incremento de la riqueza y del flujo del dinero y las mercancías durante el siglo XVIII, lo que originó un creciente tráfico de personas que ofrecía a los bandoleros la posibilidad de conseguir un botín a todas horas.

Por otra parte, el deterioro de las condiciones de vida en la Castilla rural, como consecuencia del endeudamiento, el empobrecimiento y la polarización social, hizo que los algunos integrantes de los sectores más frágiles, principales víctimas de la degradación de las condiciones de vida, se incorporasen a las cuadrillas de salteadores. Su presencia, controlando los caminos más estratégicos, llegaban a intimidar a los pueblos cortando parte del comercio interior por temor a los asaltos. Como declaraban los corregidores de Palencia y Zamora en 1793, "por tan notorios excesos no se atreve nadie a circular con mantenimientos, comercio ni otras cosas y se siguen otros prejuicios".


Informe y fotografías: J. M. Travieso.


Iglesia de San Martín, Mota del Marqués (Valladolid)
















Paisaje de Torozos, Urueña (valladolid)
















Salteadores españoles. Litografía de Charles Gosselin, h. 1840
Museo Etnografico de Castilla y León, Zamora
(Foto Revista de Folklore 375, Fundación Joaquín Díaz)














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Theatrum: INMACULADA CONCEPCIÓN, renovación iconográfica del modelo castellano

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INMACULADA CONCEPCIÓN
Pedro de Ávila (Valladolid, 1678-1755)
1721
Madera policromada
Iglesia Oratorio de San Felipe Neri, Valladolid
Escultura barroca. Escuela castellana







 


La Inmaculada en su retablo
Imagen de la Inmaculada en su retablo de San Felipe Neri
     Una de las principales aportaciones del genial maestro Gregorio Fernández al arte escultórico del primer tercio del siglo XVII fue la creación de una copiosa serie de arquetipos barrocos que establecieron un modo invariable de representar a ciertos santos, vírgenes o pasajes pasionales. Entre ellos la representación de la Inmaculada Concepción fue una de las más difundidas, cuyo modelo, perfectamente definido y codificado por el gallego en Valladolid, tuvo una enorme repercusión en el ámbito castellano y su zona de influencia. Este modelo tan aceptado presentaba una iconografía completamente opuesta a la que creara en Andalucía en la misma época Juan Martínez Montañés y a la que establecieran Alonso Cano y Pedro de Mena en la segunda mitad del siglo.    

El modelo fernandino tuvo tanta aceptación y gozó de tal estima que no sólo fue repetido reiteradamente por el propio artista, sino también por una buena pléyade de discípulos y seguidores a los que los comitentes exigían que las imágenes solicitadas, en diferentes formatos, se ajustaran con la mayor fidelidad posible al modelo vallisoletano. El arquetipo tuvo vigencia durante todo el siglo XVII, si bien en las postrimerías de este siglo, cuando la escultura barroca vallisoletana conoce una segunda etapa de esplendor, con los escultores Juan de Ávila, Juan Antonio de la Peña y José de Rozas a la cabeza, por la influencia de la profusión de pinturas inmaculadistas de los grandes maestros andaluces se comienzan a aplicar nuevos recursos plásticos sobre el arquetipo de Gregorio Fernández, lo que supondría la evolución de tan consolidada iconografía.


     Un buen ejemplo lo constituye la imagen de la Inmaculada Concepción que recibe culto en la iglesia del monasterio de las Descalzas Reales de Valladolid, realizada hacia 1692 y atribuida por razones estilísticas a José de Rozas (1662-1725), donde el escultor, cuya obra sigue de cerca los modelos de Gregorio Fernández, aplica una nueva disposición del manto que trastoca la caída vertical y simétrica del modelo fernandino, incorporando al paño la agitación de una brisa mística tomada de los modelos pictóricos imperantes, lo que proporciona a la imagen una novedosa movilidad acorde con los nuevos gustos de la época. De modo que esta talla podría considerarse como un puente entre el reposado modelo vallisoletano y las nuevas tendencias llegadas desde el ambiente cortesano y del sur, cuya esencia sería materializada por Pedro de Ávila, en 1721, en la Inmaculada Concepción realizada para el Oratorio de San Felipe Neri de Valladolid.


     En efecto, esta Inmaculadade Pedro de Ávila abandona definitivamente el arquetipo fernandino para decantarse por las aportaciones pictóricas de las numerosas versiones que en Sevilla hicieran durante el siglo XVII pintores como Pacheco, Velázquez, Roelas, Herrera el Viejo, Murillo o Zurbarán, cuyos modelos presentan a María como adolescente con el perfil ondulado, flotando sobre nubes pobladas por angelitos, con las manos en actitud de oración desplazadas hacia un lado y cubierta de paños ingrávidos y etéreos, aunque tampoco son ajenas las influencias de las versiones escultóricas de Montañés en la mirada dirigida hacia abajo y la colocación de la pierna izquierda adelantada, así como de Cano y Mena en el ensanchamiento volumétrico de las mantos a la altura de la cintura. Por todo ello, el innovador modelo creado por Pedro de Ávila establecería el punto de partida en la nueva visión de la Inmaculada,  modelo que en el ámbito vallisoletano sería continuado por escultores con talleres próximos, como es el caso del riosecano Pedro de Sierra (1702-1760).


EL RETABLO DE LA INMACULADA DEL ORATORIO DE SAN FELIPE NERI

En 1720 Pedro de Ávila concertaba con la Congregación de Sacerdotes de San Felipe Neri la talla de cinco esculturas, dos destinadas al retablo mayor y otras tres para presidir los retablos de otras tantas capillas de la iglesia, trabajo que ya estaba iniciado en febrero de ese año, según se desprende de un acta de dicha Congregación1. Las dos primeras representarían a San Pedro y San Pablo, mientras que las tres aisladas serían una Magdalena penitente, un Cristo crucificado y una Inmaculada Concepción, cada una de ellas estipuladas en el módico precio de 600 reales2. El conjunto fue rematado a finales de 1721, siendo contratadas en enero de 1722 las labores de policromía de las esculturas con un desconocido pintor.

Los retablos que las acogerían habían sido contratados el 27 de junio de 1719 con el ensamblador Francisco Billota, en cuya decoración contó con la colaboración de los tallistas José Barroso de Ribera y Alonso Carnicero, que ejecutaron una abigarrado repertorio decorativo que fue terminado de dorar  por Manuel Barreda y Lombera el 15 de junio de 1725.

     El Retablo de la Inmaculada consta de un banco, cuyo encasillamiento central está ocupado por una urna que encierra un admirable Niño Jesús del Pesebre, atribuido al mismo Pedro de Ávila, un único cuerpo presidido por una hornacina trilobulada que alberga la imagen de la Inmaculaday un ático ciego semicircular en cuyo centro se encuentra sobre una ménsula la pequeña imagen de San Esteban, que junto a otras reducidas esculturas destinadas al resto de los retablos, fue realizada entre 1722 y 1724 por el escultor Antonio Gautúa (1682-1744). El retablo fue bendecido por Antonio Mansilla, Ministro de la Congregación, el 26 de mayo de 1721.

Siguiendo la costumbre del momento, el fondo de la hornacina destinada a la Inmaculadaestá ocupado por un tablero pintado, en este caso con una gloria abierta sobrevolada por el Espíritu Santo en forma de paloma, cabezas de querubines entre nubes, dos ángeles sujetando palmas a los lados y un repertorio de elementos simbólicos de exaltación mariana que se inspiran en las letanías lauretanas, como un pozo, un árbol, una torre, una fuente, la Civitas Dei, etc.

     La imagen de la Inmaculada, de tamaño natural, responde al ímpetu barroco infundido por Pedro de Ávila en su etapa de madurez, con una figura erguida de aspecto juvenil, asentada sobre un trono de nubes en el que aparecen al frente tres cabezas de querubines que demuestran la creatividad del escultor en la elaboración de figuras infantiles. Viste una indumentaria ajustada a los convencionalismos estéticos derivados de las obras pictóricas, con una larga túnica blanca, bajo cuyas mangas asoman los puños abotonados de una camisa roja y en la parte inferior la punta de los zapatos, y un amplio manto azul, sujeto al cuello por un broche y ornamentado en los bordes con una sencilla orla dorada, que se agita sobre los hombros y se cruza casi violentamente a la altura de la cintura formando múltiples diagonales volumétricas, con profundas hendiduras y afiladas aristas, siendo el tratamiento de esta prenda el que define el dinamismo general de la composición.

El estilo de Pedro de Ávila se manifiesta con toda su intensidad en el tratamiento de los pliegues de los paños en forma de cortantes aristas —pliegues a cuchillo— y en la reducción de los bordes a finísimas capas, en la misma línea que Pedro de Mena, lo que proporciona a la figura altos valores pictóricos. 

     Con gran maestría el escultor permite adivinar el trazado anatómico, que sigue una pronunciada línea serpentinata a partir de una posición de contraposto clásico, con el peso descansando sobre la pierna derecha y la izquierda avanzada y flexionada, mientras los brazos se desplazan hacia la izquierda para colocar las manos separadas en actitud de oración, movimiento que se equilibra con la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha. Es precisamente el tratamiento de las manos, con sus característicos dedos estilizados, uno de los elementos más significativos de la escultura para expresar sentimientos y dotarla de vivacidad.

La Inmaculadapresenta unos rasgos faciales que caracterizan la última etapa del escultor y definen el arquetipo femenino por él creado, con un cuello largo, rostro ovalado con tendencia rectangular en las mandíbulas, frente muy alargada y despejada, globos oculares remarcados con ojos rasgados o almendrados en su parte inferior, un perfilado surco nasolabial bajo la nariz recta y boca entreabierta, con las comisuras muy perfiladas, que permite contemplar la lengua y los dientes superiores, así como un mentón muy pronunciado en cuyo centro se forma un discreto hoyuelo, bien remarcado en este caso. Luce una larga melena de tonos caoba con raya al medio y afilados mechones ondulados, minuciosamente descritos, que se deslizan hasta el pecho y por la espalda. Este arquetipo femenino fue repetido por el escultor con los mismos estilemas, incluyendo el despliegue del manto a la altura de la cintura, en la figura de la Magdalena que hiciera en este mismo lote para otro altar del Oratorio de San Felipe Neri, escultura actualmente recogida en el Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid.

     Siguiendo la tradición que implantara Gregorio Fernández cien años antes en la búsqueda del mayor naturalismo, la policromía está resuelta con colores planos en la indumentaria, donde prevalecen los tonos pastel como influencia de la corriente cortesana tendente al rococó, mientras que el tratamiento de las carnaciones, aplicadas a pulimento, aparece matizado por tonos sonrosados, especialmente en las mejillas. Como expresa Pedro Luis Echevarría Goñi, esta encarnación brillante contribuye a resaltar la visión idealizada que el escultor muestra de la Virgen y que repitió, con ligeras variantes, en otras Inmaculadas de menor formato pero con idéntico barroquismo.

La imagen incorpora como postizos los ojos de cristal, elemento común en esta época, y una corona de plata con doce estrellas en alusión a la mujer apocalíptica de las visiones de San Juan, aunque prescinde de la media luna habitual a los pies en las representaciones de la Inmaculada como "Tota Pulchra".


     Como opinaba Juan José Martín González, esta Inmaculada se inscribe en la serie de obras maestras creadas por Pedro de Ávila y representa el culmen del barroquismo alcanzado por el escultor, que con ella aporta una nueva visión del tema inmaculadista en el panorama barroco castellano, bajo los parámetros de los personales bordes agudos que constituyen el elemento diferencial de su taller y del elegante movimiento cadencial que impregna a sus obras, lo que supone una drástica ruptura con la tradicional iconografía castellana.

Como resumen, diremos que en esta escultura Pedro de Ávila aplica una nueva sensibilidad acorde con los principios y gustos vigentes en el siglo XVIII como consecuencia de la influencia de los escultores foráneos que acudieron a trabajar para los palacios cortesanos, hecho que se traduce en un refinamiento superior al de años precedentes y en un barroquismo que, liberado de convencionalismos anteriores, se caracteriza por las gesticulaciones teatrales, actitudes afectadas y elegancia de formas para ofrecer imágenes grandilocuentes, que en las gubias de este escultor vallisoletano alcanzan un extraordinario dinamismo por el animado perfil de sus figuras, por el trazado de múltiples diagonales y por el uso de los "pliegues a cuchillo", siguiendo la senda establecida por Bernini, rasgos que confieren a la escultura marcados valores pictóricos. Por todo ello, esta innovadora escultura siempre ha gozado de las alabanzas de la crítica.  

Pedro de Ávila. Magdalena penitente, 1721
Museo Diocesano y Catedralicio, Valladolid


Informe y fotografías: J. M. Travieso.

 



NOTAS

1 BALADRÓN ALONSO, Javier: Los Ávila: una familia de escultores barrocos vallisoletanos; Universidad de Valladolid, 2016, p. 913.

2 Ibídem, p. 913.



 

 


Pedro de Ávila. Detalle de la Magdalena penitente, 1721
Museo Diocesano y Catedralicio, Valladolid










Gregorio Fernández. Arquetipo de Inmaculada, 1627
Catedral de Astorga











Martínez Montañés. Arquetipo de Inmaculada, 1628-1631
"La Cieguecita", Catedral de Sevilla











José de Rozas (atrib). Inmaculada, h. 1692
Iglesia del monasterio de las Descalzas Reales, Valladolid








Pedro de Ávila. Inmaculada, 1721
Iglesia Oratorio de San Felipe Neri, Valladolid












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Revista ATTICUS nº 40

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En noviembre de 2020 se ha publicado el número 40 de la Revista Atticus en formato digital, en la que junto a las habituales secciones de editorial, fotodenuncia, humor gráfico, relatos, poesía y fotografía, destacan los siguientes artículos:

* El bello y sensual mundo de los prerrafaelitas. Luis José Cuadrado Gutiérrez.

* Les vacances de Mr. Hulot. El goce con lo absurdo. Luis José Cuadrado Gutiérrez.

* La ruta de los lagares rupestres de Oimbra (Ourense). Fernando Serrulla Rech.

* Montgomery Clift, un actor brillante en un alma torturada. Katy Villagrá Saura.

* Stan & Ollie, la pareja más cómica de Hollywood. Luis José Cuadrado Gutiérrez.

* La comedia slapstick en sus comienzos. Las risas que nunca mueren.  Ángel Comas.

* Los maltratados guionistas de cine. Imprescindibles pero ninguneados. Ángel Comas.

* Marginada por los hombres. Alice Guy: El olvido de la mujer que hizo posible la ficción en el cine. Ángel Comas.

* Patricia Highsmith. La fascinación por el mal. Ángel Comas.

* Resumen Sección Oficial 65 SEMINCI. Carlos Ibáñez, Pilar Gago, Gonzalo Franco y Luis José Cuadrado.

* Fotografías: Chuchi Guerra.

* Humor gráfico, por A. Faro.

* Página de Alfredo Martirena.

Descarga: Pulsa aquí

Recordamos que se puede acceder directamente a esta revista virtual desde el icono que aparece como acceso directo en la parte izquierda de esta página o en la dirección http://www.revistaatticus.es/, donde se encuentran archivados todos los ejemplares publicados hasta la fecha y que se pueden descargar de forma gratuita.

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Domvs Pvcelae: INFORMACIÓN PARA LOS SOCIOS

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     Durante el año 2020, por razones por todos conocidas, no se han podido desarrollar algunas de las actividades previstas. Por este motivo, la Junta Directiva quiere informar a los socios de lo siguiente:

Antes de que finalice el mes de diciembre, la Junta enviará a cada socio dos libros que Domus Pucelae coedita con distintas entidades, una de León y otras en Valladolid (Ayuntamiento y Escuela de Arquitectura). Los libros irán retractilados con el fin de evitar cualquier contagio y serán enviados por correo o por una agencia de transporte, aún por determinar.

Con el fin de evitar devoluciones, que siempre suponen un gasto añadido, solicitamos a todos los asociados que nos comuniquen la dirección correcta a la que enviar los libros entre el 20 al 30 de diciembre.

Asímismo, solicitamos a los socios que tienen domiciliada la cuota y hayan cambiado de cuenta bancaria que nos faciliten su nuevo número de cuenta para evitar devoluciones en los cargos, hecho que supone un gasto importante en las cuentas de Domus Pucelae.

En el próximo año, cuando las condiciones sean favorables y ajustándonos a las normas de seguridad que nos marquen las autoridades sanitarias españolas, reanudaremos nuestras actividades habituales, de las que los socios serán informados puntualmente.

La Junta Directiva agradece a todos vuestra comprensión y colaboración.

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Theatrum: ALEGORÍA DE LA INMACULADA, cuando el pintor ejerce de cronista

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ALEGORÍA DE LA INMACULADA
Juan de Roelas (Flandes, h. 1570 - Olivares, Sevilla, 1625)
1616
Óleo sobre lienzo
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Procedente del monasterio de San Benito el Real de Valladolid
Pintura barroca andaluza














En el Museo Nacional de Escultura de Valladolid se conserva una pintura que puede considerarse como una de las alegorías más intrincadas, expresivas y apasionadas del arte barroco español. Una obra en la que Juan de Roelas, su autor, combina la función de cronista del tiempo que le tocó vivir en Sevilla con una visión teológica determinada por su condición de clérigo.
Juan de Roelas, nacido hacia 1570 en un lugar desconocido de Flandes, donde habría realizado su formación, y tras una posible estancia en Venecia, como parecen delatar algunas de sus pinturas, aparece documentado desde 1594 en Valladolid junto a su padre Jaques de Roela, trabajando al servicio del Duque de Lerma, siendo su primera obra conocida la colaboración en el monumento funerario para las exequias del monarca vallisoletano Felipe II, que se erigió en la Universidad. A finales de 1602, tras obtener la protección del Conde-Duque de Olivares, se traslada a la población sevillana de Olivares, donde, tras haber recibido órdenes sacerdotales en 1603, comienza a ejercer como capellán en la Colegiata de esa localidad.

 En 1604 aparece trabajando como pintor en Sevilla, donde a partir de 1606 figura como capellán de la iglesia del Salvador. En ese momento iniciaba una brillante actividad artística en la que se manifestó como el mejor pintor del ámbito hispalense, acaparando los principales encargos pictóricos solicitados en la ciudad, donde sería testigo de excepción de una polémica de carácter religioso que allí se vivió como un auténtico fenómeno de masas, una confrontación de creencias en la que se implicó desde el más devoto pueblo llano al rey de España.

En 1616 Juan de Roelas emprendía una nueva etapa en su carrera con su traslado a Madrid, donde aspiraba a ser nombrado pintor de cámara de Felipe III, designación que no consiguió, y donde siguió compaginando sus funciones de pintor y capellán. Ese mismo año de su llegada a la Corte madrileña realizaba la pintura de la Alegoría de la Inmaculada Concepción para ser entregada al rey, defensor del dogma que había originado tan sonado enfrentamiento entre franciscanos y dominicos a orillas del Guadalquivir, una pintura que recogía la gran fiesta reivindicativa celebrada en Sevilla el 29 de junio de 1615 en honor de la Inmaculada, en la que el propio pintor había participado y en la que plasmaría un compendio teológico sobre la definición de este dogma.  

En 1615 Sevilla se había convertido, desde hacía casi dos años, en el epicentro de los enfrentamientos y disputas teológicas acerca de la Inmaculada Concepción de la Virgen, una controversia, extendida por toda Andalucía y por buena parte de España, a la que no eran ajenas las luchas de poder entre las órdenes religiosas. De modo que en torno al tema se establecieron dos bandos con diferentes puntos de vista: los dominicos, negacionistas de la creencia de que María hubiera nacido sin mácula, y los franciscanos, defensores de la Virgen concebida sin pecado original.
El apoyo a una y otra teoría, dio lugar a la proliferación de sermones, la celebración de justas poéticas, improvisadas procesiones callejeras, la aparición de coplillas populares y hasta que algunas cofradías y hermandades establecieran juramentos solemnes de sangre al tiempo que potenciaban para el culto las representaciones plásticas de la Inmaculada. Paulatinamente, la mayor parte de las órdenes de la ciudad —mercedarios, carmelitas, benedictinos, trinitarios, basilios y jesuítas— se fueron decantando a favor de los franciscanos, siendo apoyados también por señalados aristócratas y caballeros de distintas órdenes.
Como es lógico, la polémica afectó con fuerza al mundo del arte, no sólo potenciando las representaciones de la Inmaculada, sino debatiendo qué edad debía representar la Virgen, qué colores eran idóneos para su vestimenta y hasta el número de estrellas que debían coronarla.

En este contexto, las críticas a las predicaciones de los dominicos del convento de Regina Angelorum, que defendían su postura, provocaron la aparición de pasquines anónimos que atacaban a los inmaculistas tachándoles de iletrados e ignorantes, una sátira de menosprecio que afectó incluso al arzobispo de Sevilla.
La reacción popular no se hizo esperar. El día 29 de junio de 1615 más de 20.000 personas de la ciudad —órdenes religiosas, hermandades y gente de todas las capas sociales— asistió a la magna procesión (en realidad una manifestación reivindicativa) para defender las tesis inmaculistas y apoyar la petición de aprobación de este dogma por el papa. La jornada, convertida en acontecimiento histórico, fue recogida por la literatura de la época y reflejada en 1616 por Juan de Roelas, como ya se ha dicho, en la apasionada Alegoría de la Inmaculada que se conserva en Valladolid.

ALEGORÍA, AFIRMACIÓN TEOLÓGICA Y CRÓNICA PUNTUAL  

La monumental pintura de Juan de Roelas —3,60 m de alto y 2,31 m de ancho— fue realizada en plena madurez del artista y es, por la complejidad compositiva y apurada técnica apuntada por Enrique Valdivieso, una obra representativa del primer barroco sevillano. Con una distribución en dos grandes registros, el terrenal y el celestial, habitual en las pinturas de Roelas, centra la atención en la figura de la Inmaculada Concepción, que domina una grandiosa composición que no está exenta de cierta carga teatral e incluso dotada de algunos elementos surrealistas, manifestándose ante todo el pintor como ferviente propagandista de sus convicciones en la defensa del misterio de la Inmaculada.
La Virgen, cuya figura adopta una forma de huso que se antepone a la iconografía asentada años después por Alonso Cano, viste una túnica rosácea ceñida a la cintura y un manto azul oscuro sujeto al pecho por un broche —colores que en la segunda mitad del siglo cambiarían por el blanco y el azul celeste—, apareciendo con las manos abiertas y caracterizada como una joven de larga melena rubia, mostrándose ingrávida sobre la media luna y coronada por un haz de rayos que emanan de su cabeza. 
Sobre ella, presidiendo una gloria abierta llena de resplandores que produce el astro solar, con tres círculos concéntricos que simbolizan a la Trinidad, aparece una referencia zoomorfa de Cristo, simbolizado por el Agnus Deicolocado sobre una formación triangular en cuya base se especifica en latín: "el que quita el pecado del mundo".
A un lado y a otro de la gloria, aparece un conjunto de ángeles que con las alas desplegadas sujetan cartelas ovaladas que contienen emblemas referidos a las letanías del Rosario, motivos ya utilizados en el siglo XVI por pintores como Juan de Juanes. En ellos, junto a los lemas escritos, se recogen imágenes simbólicas, como el jardín del Paraíso, el arca de la Alianza, puerta del cielo, etc.

Algo más abajo, dispuestos a modo de hemiciclo, aparecen a un lado y a otro distintos santos, profetas y padres de la iglesia que defendieron el misterio de la Inmaculada Concepción, precedidos por cartelas rectangulares que contienen textos alusivos a la Virgen. Entre ellos se identifica a San Elías, San Ignacio de Loyola, San Jerónimo, San Agustín y San Francisco, que aparecen más cercanos que otros alejados y difuminados entre las nubes.
Por delante de estos santos aparecen destacados en la parte derecha y en posición sedente San Juan Bautista, que porta un emblema, y San Juan Evangelista, que sujeta el Libro de los Siete Sellos del Apocalipsis. Estos dos santos eran una de las grandes devociones conventuales en Sevilla cuando se hace la pintura, siendo frecuente la representación de los Santos Juanes en las iglesias como símbolos de la vida activa y la vida contemplativa. Junto a ellos está el arcángel San Miguel, vestido de guerrero y con el anagrama de María en su escudo. En el lado opuesto y a los pies de la Virgen, el arcángel San Gabriel arrodillado hace la salutación y muestra a la Virgen un escudo coronado donde aparece la oración del Ave María en latín y, a su lado, la figura de San José, identificado por la vara florida, que sujeta otros emblemas. Entre estos, algunos con encriptados jeroglíficos, no falta el de la Inquisición, identificado por el lema "Levántate Señor y juzga tu causa".

En la parte más baja del ámbito celestial, junto a querubines que sujetan una cartela, aparece un nuevo grupo de santos que se funden con un grupo de ángeles músicos, distinguiéndose en la parte derecha al profeta Moisés, con una cartela, que recuerda las célebres tablas de la ley, donde sólo figura del Decálogo la referida a honrar al padre y la madre. A su lado el rey David, coronado, sujetando un cetro y portando una lira en su regazo. Debajo de él, en una cartela recubierta por un manto rojo, aparece la vista de una ciudad ideal que se podría relacionar con Roma y que ha sido interpretada por Enrique Valdivieso como una alusión a la Civitas Dei de San Agustín, al tiempo que podría proclamar a Sevilla como ciudad de la Virgen Inmaculada.
En el lado opuesto dos santas religiosas, en animada conversación, sujetan sendas cartelas de exaltación mariana. En la más grande figuran los papas defensores de la Inmaculada desde 1337 a 1616, cuando ocupa el trono Paulo V, en la pequeña ovalada aparece el extraño lema "En la leche lo mamé", que así proclama la creencia en el dogma de la Inmaculada Concepción.

El tercio inferior de la pintura está dedicado por completo a reflejar la jornada histórica vivida en Sevilla en 1615, como consta en la inscripción que figura en la parte izquierda, donde se detalla que “En el año del Señor de 1625, a 29 de junio, día del gran vicario de Cristo y príncipe de los Apóstoles San Pedro, gobernando la silla apostólica Paulo V….inspiró Dios Nuestro Señor los corazones de todos los vecinos de Sevilla que acudieron a su iglesia mayor donde salieron cantando todo el mundo en general a voces Reina escogida dicen que sois concebida sin pecado original. Los frailes de San Francisco y Descalzos de San Diego, los de la Merced y sus Descalzos, los de Nuestra Señora del Carmen y sus Descalzos, los de San Benito, los de San Basilio, los de la Santísima Trinidad y sus Descalzos, los padres de la Compañía de Jesús, los de la Capucha y Terceros de San Francisco, más veinte mil seglares, Caballeros de Santiago, Alcántara, Calatrava, condes, duques y marqueses, todos iban alabando la Inmaculada Concepción de la Virgen Nuestra Señora concebida sin mancha de pecado original todo el clero con muchos colegiales de la Universidad de ella ibamos cantando con el mayor regocijo y devoción”.

Dos elementos sirven de unión entre la parte celestial y la multitudinaria procesión de Sevilla. Uno de ellos es una palmera situada en el centro, símbolo de la Iglesia, sobre la que trepa un gran rosal de simbología mariana que florece desde un escudo franciscano y que está cuajado con dieciséis cartelas en las que figuran los nombres de santos tradicionalmente defensores de la Inmaculada ordenados cronológicamente, destacando entre ellas, en posición central, el escudo real de Felipe III como impulsor del dogma, bajo el que aparece una cartela con la firma en latín y la fecha de ejecución por el pintor: "Signatum est supernos lumen vultus tui, 1616".
El otro elemento es la figura de la Fama ejerciendo como heraldo en la parte izquierda, aquí representada por un ángel que tañe una trompeta de doble tubo (figura que siglos más tarde se haría popular en la fachada de la Fábrica de Tabacos) en cuyo extremo la inscripción "Initio et ante secula creata fuit nondum erant abissi et illa concepta", tomada del libro de los Proverbios, da sentido global a la pintura al presentar la creación de María como pensamiento de Dios anterior a todas las cosas. 
Esta figura alada porta en su mano un cálamo con el que escribe la crónica de tan señalado día, figurando bajo su mano otra inscripción que insiste en la creencia del dogma inmaculista. Sin embargo, sin que se trate de una corrección o arrepentimiento del pintor, sobre su manto aparecen las extrañas figuras de un ojo y una oreja que le proporcionan un sentido surrealista, posiblemente como recomendación de ver y oír lo que se narra visualmente y por escrito en la parte inferior.

Se remata con una minuciosa e hiperbólica descripción de la multitudinaria procesión que recorre las calles de Sevilla, destacando al fondo un gran arco triunfal coronado por el escudo del papa Paulo V y presidido a los lados por los retratos de dos inmaculistas: el franciscano Duns Scoto y el jesuita Laínez. En ese momento el arco es cruzado por la imagen procesional de la Inmaculada bajo palio, percibiéndose en primer término una multitud integrada por religiosos de distintas órdenes, incluyendo algunos de color, sacerdotes, todo un repertorio de nobles con golilla, extranjeros residentes en Sevilla y personajes del pueblo llano, incluyendo en primer plano elementos anecdóticos inspirados en la pintura veneciana, como la mujer que detiene su marcha en la procesión para amamantar a su hijo, a cuya espalda un hombre sujeta una cartela con la inscripción "Pruebe testimonio tal Señora vuestro derecho pues hay, sin edad cabal, sin pecado original".
Anecdótica es también la presencia de un nutrido grupo de niños, unos en la parte izquierda con elegantes vestiduras y sujetando escritos alusivos a la pureza de la Virgen, y otros en la derecha deambulando entre un jardín de lirios y azucenas. Sus figuras recuerdan los retratos infantiles regios, de boga en la Corte en ese momento.

Estilísticamente, la pintura se aparta del tardomanierismo imperante para mezclar la riqueza técnica veneciana con la tendencia al naturalismo barroco, motivo por el que Juan de Roelas, como señala Enrique Valdivieso, se convirtió en el primer pintor sevillano "que supo humanizar lo divino y acercar el espíritu religioso a la mentalidad popular". Por otra parte, esta abigarrada composición muestra tanto el dominio del arte pictórico como los conocimientos teológicos de su autor, que plasmó un documento gráfico impagable de lo que fue el movimiento inmaculista sevillano.

La pintura, cuyo pago sufrió una considerable demora, permaneció en la colección real del Alcázar de Madrid durante buena parte del siglo XVII, siendo trasladado poco antes de 1700 al monasterio de San Benito el Real de Valladolid, tal vez debido a la habilidad de algún personaje de la corte de Carlos II relacionado con la congregación vallisoletana. Allí permaneció en la sacristía hasta que, a consecuencia de la Desamortización, fue requisado en 1835 y recogido en el recién creado Museo Provincial de Bellas Artes de Valladolid, desde 1933 reconvertido en Museo Nacional de Escultura. Juan de Roelas también está presente en Valladolid en la serie de seis pinturas de reinas santas que se conserva en la sacristía de la iglesia de San Miguel, antiguo templo de los jesuitas.

Para terminar recordaremos que Juan de Roelas, tras no conseguir sus propósitos en la corte madrileña, regresó a Olivares, donde se dedicó a su oficio de canónigo. Allí murió en 1625 y allí fue enterrado, dejando un inmenso legado a la pintura sevillana de su tiempo. 


Informe y fotografías: J. M. Travieso.













Bibliografía   

AGAPITO Y REVILLA, Juan: La pintura en Valladolid. Programa para un estudio histórico-artístico. Valladolid, 1925-1943, p. 195.

ANDRÉS GONZÁLEZ, Patricia: Emblemática mariana en Juan de Roelas: la Alegoría de la Inmaculada del Museo Nacional de Escultura de Valladolid. En Palabras, símbolos, emblemas. Las estructuras gráficas de la representación, Turpin Editores, Madrid, 2013, pp. 139-150.

BRASAS EGIDO, José Carlos: La pintura en el antiguo Monasterio de San Benito El Real de Valladolid. En RIBERA, Javier: Monasterio de San Benito El Real de Valladolid. VI Centenario 1390-1990. Valladolid, 1990, pp. 222-224.

FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Juan de Roelas pintor flamenco, en Boletín del Museo Nacional de Escultura nº 4, Valladolid, 2000.

FERNÁNDEZ LÓPEZ, José: Programas iconográficos de la pintura barroca sevillana del siglo XVII. Sevilla, 2002, pp. 125-128.

MARCOS VILLÁN, Miguel Ángel: Alegoría de la Virgen Inmaculada. En: Museo Nacional de Escultura: colección, Madrid, 2015, pp. 200-203.

NAVARRETE PRIETO, Benito: Alegoría de la Inmaculada Concepción. En: URREA, Jesús: Pintura del Museo Nacional de Escultura. Siglos XV al XVIII (I). Valladolid, 2001, pp. 120-123.

SEBASTIÁN, Santiago: Contrarreforma y barroco: lecturas iconográficas e iconológicas. Madrid, 1985, pp. 222-223.

VALDIVIESO GONZÁLEZ, Enrique: Juan de Roelas y la pintura sevillana de su época. Juan de Roelas (h. 1570 - 1625). Sevilla, 2008, pp. 12-29.

VALDIVIESO, Enrique y FERNÁNDEZ LÓPEZ, J.: Nuevas aportaciones de Juan de Roelas y de Juan del Castillo, en Archivo Español de Arte, n.º 254, 2000.

Juan de Roelas. Reinas santas, 1601-1602
Sacristía de la iglesia de San Miguel, Valladolid













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Visitas comentadas en el MNE: BANQUETE SATURNAL, 15, 16, 17 y 18 de diciembre 2020

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MUSEO NACIONAL DE ESCULTURA
VALLADOLID

Desde la época prehistórica el ciclo festivo estuvo íntimamente relacionado con la obtención de alimento, con fiestas estacionales que rinden culto a los ciclos de la vegetación. En este contexto, tiene especial importancia el solsticio de invierno o término del ciclo agrario anual, momento en el que se han recogido las cosechas y se acaban de sembrar nuevas simientes y es, a la vez, promesa de los nuevos frutos que el sol hará germinar.

 En Roma, este acontecimiento era una importante festividad, en honor al dios Saturno, en las que se celebraban banquetes y se intercambiaban regalos y con la que terminaban el mes de diciembre y el año. La fecha celebración del nacimiento del Sol fue adoptada por la Iglesia, de forma que las antiguas costumbres fueron gradualmente asimiladas por la fiesta cristiana de la Navidad.

De este modo, hoy seguimos celebrando una fiesta que tiene miles de años de antigüedad: la fiesta del solsticio de Invierno o Saturnalia para los romanos, que a su vez habían recogido la tradición del Próximo Oriente y Egipto.

Siguiendo las Saturnales, escrito del siglo IV de Macrobio, el Museo propone una serie de “banquetes” o simposia, con el propósito de conversar acerca de las tradiciones, teología y mitología romanas y que al mismo tiempo sirvan de homenaje a la vieja Roma pagana.

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Conferencia: SI REIR O LLORAR: BARTOLOMÉ DE LAS CASAS ESCRIBE EL NUEVO MUNDO DESDE VALLADOLID, 14 de diciembre 2020

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En 1547 Bartolomé de las Casas abandonó definitivamente las tierras americanas. Su celda en el Colegio de San Gregorio de Valladolid, se convirtió en el lugar de escritura de sus obras principales. Impulsor de la defensa de los nativos, Las Casas relató una conquista española desgarrada entre la grandeza del sueño imperial y la realidad miserable del indígena. La charla reivindica a Las Casas como protagonista y como autor, prisionero de las esperanzas y tragedias de su tiempo, capaz de defender decididamente sus convicciones pero también sorprendido en episodios de perplejidad, entre la maravilla y el lamento.


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Bordado de musas con hilos de oro: DE CÓMO ESTABA LA LUZ, de Luis Rosales

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El sueño como un pájaro crecía
de luz a luz borrando la mirada;
tranquila y por los ángeles llevada,
la nieve entre las alas descendía.
El cielo deshojaba su alegría,
mira la luz el niño, ensimismada,
con la tímida sangre desatada
del corazón, la Virgen sonreía.
Cuando ven los pastores su ventura,
ya era un dosel el vuelo innumerable
sobre el testuz del toro soñoliento;
y perdieron sus ojos la hermosura,
sintiendo, entre lo cierto y lo inefable,
la luz del corazón sin movimiento.
 
LUIS ROSALES (1910-1992)
 
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Tradiciones navideñas: LAS "NEULES" MALLORQUINAS

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NEULES

Oblea / Papel

Belenes, conventos e iglesias mallorquinas










Belén de las Capuchinas, Palma de Mallorca
LAS "NEULES" MALLORQUINAS

En torno a la Navidad son innumerables las tradiciones que se pueden encontrar diseminadas por todo el territorio español. Una muy curiosa se localiza en Mallorca, con extensión en algunas poblaciones catalanas, consistente en un peculiar tipo de decoración colgante que tiene un carácter simbólico y que hunde sus raíces en la noche de los tiempos. Se trata de las "neules", presentes en los templos mallorquines y en la mayoría de los belenes como elemento navideño imprescindible, caracterizado por presentar todo un alarde de creatividad artesanal.

La celebración del Nacimiento de Jesús tuvo desde tiempos muy antiguos un carácter nocturno, equiparándose la vigilia de la Nochebuena —maitines y Misa del Gallo— a la de la Pascua o "madre de todas las vigilias", como la denominaba San Agustín. Respecto a la vigilia de Navidad, celebración nocturna entre el 24 y el 25 de diciembre, en Mallorca se han conservado tres elementos de celebración que la caracterizan y le confieren singularidad dentro de la tradición cultural cristiana: el Canto de la Sibila, el Sermón de la Calenda y la ornamentación de "neules".

Neules, Belén de las Capuchinas, Palma de Mallorca

El Canto de la Sibila

El Canto de la Sibila tiene su origen en el rezo litúrgico del "Matutinum" o maitines durante la celebración nocturna. Curiosamente, el texto del canto no desarrolla un tema propiamente navideño, sino una profecía sobre el fin del mundo y el juicio final que fue expresada por la Sibila de Eritrea, profecía que el obispo Quodvultdeus utilizó en el siglo V para confeccionar un sermón contra judíos, paganos y arrianos para demostrar que Jesús era el Mesías. El texto fue traducido del griego al latín y divulgado en Occidente, pasando en la Edad Media al oficio de maitines o la Misa del Gallo de Navidad y dando lugar a escenificaciones en catedrales e iglesias, donde se iba nombrando a los profetas, que comparecían en el presbiterio cantando sus textos. A la Sibila le correspondía el último canto en esta escenificación de la que sería una de las más populares piezas del teatro religioso en el interior de los templos, vigente en Mallorca desde el siglo XIV.

Neule, Belén de las Capuchinas, Palma de Mallorca

       En el siglo XV, el canto de la Sibila en la catedral de Palma de Mallorca, dentro de la procesión de profetas, comenzó a ser interpretado por un niño del coro, que lo cantaba en catalán y vestido de doncella, pues sólo los hombres podían representar el teatro religioso en el interior de las iglesias. El texto más antiguo y la notación musical del Canto de la Sibila, del siglo XV, que se conserva en el Archivo Capitular de Mallorca, fue suprimido en 1572 a consecuencia de haber sido proscrito diez años antes por el Concilio de Trento, aunque fue restablecido en 1574 por el obispo Joan Vich y Manrique, que propuso que se cantara en la catedral de Palma en la Nochebuena, junto al repertorio de villancicos. La tradición se ha mantenido a lo largo del tiempo, aunque tras la renovación del Concilio Vaticano II, a partir de 1965 fue permitida la interpretación de la Sibila por una niña o mujer. El Canto de la Sibila, interpretado cada año en la catedral de Palma de Mallorca y en las iglesias de la isla, fue declarado en 2004 como Bien de Interés Cultural (BIC) por el Consell de Mallorca.

Neules, Belén de las Capuchinas, Palma de Mallorca
 

El "Sermó de la Calenda"

Es otra manifestación típicamente mallorquina de la Navidad y consiste en el sermón que pronuncia un niño al principio de la celebración nocturna, en el que narra las circunstancias del Nacimiento del Niño Dios e invita a los fieles a compartir la alegría por ello. Su origen se encuentra en el siglo XVI, cuando en la mañana del 24 de diciembre un clérigo pronunciaba un sermón en latín después del canto solemne de la Navidad, de acuerdo al Martirologio o Calendario. Después se implantó la tradición de que un niño lo pronunciara en catalán, según consta en las memorias de Mn. Llorenç Riber, que de niño había sido cantor en el monasterio de Lluc. Actualmente el Sermón de la Calenda viene a ser un pregón infantil de la Navidad, con textos inspirados en Ramón Llull y en el folklorista Antoni María Alcover.

 

Neules, Belén de las Capuchinas, Palma de Mallorca

El adorno de las "neules" 

Las neules, cuyo término procede el latín nebula(niebla), son la decoración más tradicional de las iglesias mallorquinas durante la Navidad. De las lámparas, cornisas y retablos, a través de hilos casi invisibles, cuelgan ristras con innumerables círculos de papel blanco, a modo de hostias, que en distintos tamaños aparecen perforados con dibujos hábil y pacientemente realizados con cortes de tijeras, con un aspecto que recuerda a los rosetones góticos de los templos y que en su conjunto simulan copos de nieve. Estos elementos decorativos también se incorporaron a los belenes, donde en los ambientes conventuales las monjas realizaron interesantes trabajos en filigrana representando formas geométricas o escenas narrativas relacionadas con la Navidad.

En su origen las neuleseran piezas comestibles, tratándose de obleas elaboradas con pasta blanca de harina tostada al fuego, equivalentes a lo que hoy se conocen como crujientes barquillos, aunque sin enrollar. La tradición de este pan dulce decorativo de remonta a la Edad Media, pues, según lo testimonian los Libros de Cuentas de la catedral mallorquina, ya se realizaban en el siglo XIV, siendo un dulce anterior al turrón. En siglos posteriores las neules se incorporaron a los belenes, posiblemente por su connotación eucarística, teniendo en cuenta que Belén en hebreo significa "casa de pan".

Neules en vitrina con belén
Convento de las Capuchinas, Palma de Mallorca
      Después se establecería la costumbre de que, en la Misa del Gallo, después del Canto de la Sibila, se utilizara la espada de esta para cortar los hilos y que los fieles disfrutaran del dulce, aunque al realizarse este rito antes de que acabara la misa, el tumulto que provocaba, especialmente por parte de los niños, llevó a la Iglesia a suprimirlo en el siglo XIX. A partir de entonces la tradición se mantuvo con piezas realizadas en papel, en las que se acentuó el carácter virtuoso de los diseños, conservándose todavía en algunas iglesias atractivas neules decimonónicas.

No obstante, en origen la funcionalidad de las neules no se limitaba a la Navidad, pues eran utilizadas como un tipo de calendario para contar los días relacionados con las festividades solemnes de Cristo, de la Virgen o de los santos, una costumbre constante hasta el siglo XVII. De modo que las neules se usaban para representar los días que faltaban desde la Nochebuena hasta la Cuaresma, las más grandes representando las semanas y las pequeñas los días, siendo eliminadas a medida que pasaba el tiempo. Otro tanto ocurría con las fiestas de la Ascensión, de la Asunción de la Virgen o de algún santo de arraigada devoción popular, para las que se realizaba el encargo de "enneular" el templo o las capillas de la advocación celebrada.

Neules, vitrina con belén conventual
Convento de Capuchinas, Palma de Mallorca

     Actualmente el adorno con neules se limita a las fiestas navideñas, colgándose días antes de la Navidad para permanecer hasta la fiesta del Bautismo de Cristo, que se celebra el domingo que sigue a la fiesta de la Epifanía o Reyes.        

Esta expresión popular mallorquina, tan genuina, se conserva viva en los templos de la isla, siendo reseñables los espectaculares adornos de neules que se colocan en algunas iglesias de Palma, como en el monasterio de Santa Magdalena o las iglesias de San Miguel y Santa Eulalia. Respecto a la ornamentación de los belenes, las neules adquieren un especial protagonismo en el belén monumental y en la serie de belenes de menor tamaño del convento de las Capuchinas, arquetipos de lo que en otro tiempo fueron los belenes conventuales dentro de las clausuras.

La tradición mallorquina de realizar neules con dedicación y paciencia se conserva vigente, siendo generalmente realizadas por artesanos especialistas que con gran pericia realizan trabajos calados en papel con un repertorio vinculado a la Navidad, como el Misterio, los Reyes Magos, pastores, ángeles, estrellas, campanas, motivos florales, elementos del medio rural mallorquín, etc. Incluso artesanas avezadas han extendido la confección de neules a trabajos realizados en hilo y bordados de punto mallorquín.      

Neules en la iglesia de San Miguel, Palma de Mallorca

 

Informe y fotografías: J. M. Travieso.








Neula mallorquina (Foto libelulasenmidesvan.blogspot.com)














Neula mallorquina











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Visita virtual: BELÉN DE JESÚS, el belén en uso más antiguo de España

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BELÉN DE JESÚS
Atribuido a Pietro y Giovanni Alemanno
Hacia 1480
Madera policromada
Iglesia de la Anunciación-Hospital de la Sangre, Palma de Mallorca
Escultura gótica, estilo internacional









En el recinto del Hospital de la Sangre de Palma de Mallorca se encuentra la iglesia de la Anunciación, en cuyo interior se conserva el Belén de Jesús, el más antiguo en uso de España y uno de los belenes devocionales más antiguos del mundo. A esta iglesia llegó a consecuencia de la Desamortización, siendo colocado en la primera capilla de la parte izquierda, junto a la entrada, que tiene menor altura que las del resto de la iglesia y que cerrada por una austera reja ofrece el aspecto de una gruta. Cuando esto se escribe en 2020, la capilla permanece cerrada por obras de restauración iniciadas en 2014 y patrocinadas por varios departamentos del Consejo de Mallorca, que afectan tanto a la capilla y su entorno como al Belén, del que se van desvelando nuevos datos sobre su características, pues se desconoce dónde fue realizado, quién lo encargó y las circunstancias de su llegada a Mallorca, como señala Letizia Arbeteta1.

LEYENDA DE LA LLEGADA EN BARCO EN 1536

Como con otras muchas obras de gran devoción popular, la tradición sitúa el origen del Belén de Jesús en una leyenda tradicional que aparece reflejada en una pintura del siglo XVIII que se conserva en la misma iglesia de la Anunciación, fuera de la capilla del belén, y que representa las circunstancias milagrosas en que el belén llegó a la isla.

Fue el historiador y folklorista mallorquín Gabriel Llompart Moragues (1927-2017), quien en su obra El belén cuatrocentista del Hospital Provincial de Palma de Mallorca, recogió el relato legendario sobre la llegada del Belén de Jesús a Palma.
Según este, en 1536 llegaba a la bahía de Palma, en una noche cerrada y en medio de una terrible tempestad, una embarcación procedente de Italia a cuyo mando se encontraba el capitán Domingo Gangome. Entre la carga que transportaba se encontraban siete grupos escultóricos que representaban los misterios de Nuestra Señora. Ante la angustiosa situación, el capitán invocó la ayuda de la Virgen, realizando la promesa de entregar uno de los grupos si recibía una luz de referencia en tierra para poder atracar. Al poco tiempo pudieron divisar un resplandor que provenía de una lámpara permanentemente encendida en el monasterio franciscano de Nuestra Señora de los Ángeles2, convento franciscano situado extramuros de la ciudad, lo que permitió marcar el rumbo de la nave y atracar en medio del temporal, siendo después auxiliada la tripulación por los frailes.

Para cumplir su promesa, el capitán Gangome dio a elegir al prior su obra preferida, que se decantó por el grupo del Nacimiento de Jesús, tema predilecto entre las comunidades de la orden del santo de Asís3. Sin embargo, según relata el historiador balear Josep María Osma Bosch, el capitán Gangome, arrepentido de su oferta, se negó a entregar el numeroso grupo escultórico, exigiendo que eligiera otro más sencillo o que no entregaría ninguno. Tras incumplir su promesa, cuando el capitán intentó emprender rumbo de nuevo, pese a las favorables condiciones meteorológicas, el mar sereno y con viento suficiente para insuflar las velas, la embarcación permanecía anclada, lo que el capitán interpretó como una señal divina, por lo que accedió a entregar las esculturas, que quedaron recogidas en el monasterio franciscano de Nuestra Señora de los Ángeles.
En aquel recinto, también conocido como convento de Jesús extramuros, permaneció el grupo escultórico hasta que el monasterio desapareció en 1843 a consecuencia de la Desamortización. En ese momento, gracias a la intervención de los diputados Melcior Bestard de la Torre y Miquel Estades, el belén fue trasladado a la iglesia del Hospital de la Sangre, donde permanece en la capilla que por entonces se acondicionó para su emplazamiento.

COMPOSICIÓN DEL BELÉN DE JESÚS

El Belén de Jesús, que toma su nombre del antiguo convento de procedencia y que está integrado por veinticinco figuras de madera policromada, la paloma del Espíritu Santo y cinco querubines gravitando, se ajusta a una forma de cueva establecida por un arco escarzano con el frente decorado con relieves vegetales. En él se establecen dos espacios superpuestos: uno inferior de 4,40 m de ancho, 1,75 m de alto y 2,2 m de profundidad, que evoca la gruta de la Natividad; otro superior sobre el arco que simula un paisaje montañoso, una distribución después imitada en la isla hasta convertirse en una tradición del belenismo balear.  

En el centro de la cueva se colocan la Virgen y San José arrodillados a los lados del Niño, con la mula y el buey al fondo, mientras a cada lado se sitúan tres ángeles músicos de pie y portando instrumentos de cuerda y de viento, en la izquierda un arpa, un laúd y un órgano de mano, en la derecha una flauta de pico, una flauta doble y un cuerno. Sobrevuelan el espacio cinco rollizos querubines dispuestos simétricamente, destacando el situado en el centro del arco, que porta una filactería con la inscripción "Gloria in excelsis Deo".

Sobre el arco se colocan piedras y formaciones calcáreas que proporcionan un aspecto naturalista. Sobre ellas se alinean, asomando al vacío, siete ovejas y dos carneros que alternan el color blanco y el negro, junto a dos perros negros, con collares de púas, colocados en los extremos. Por encima de ellos se encuentran las figuras de tres pastores que fueron incorporadas entre 1530 y 1540 —se desconoce si son de procedencia italiana o española—, uno en el extremo izquierdo portando un tamboril, otro en el centro con un pequeño barril y el del extremo derecho con una gaita o cornamusa. Al presidir una capilla de la iglesia, ante el conjunto se colocó un altar de un metro de altura y el espacio fue cerrado con una reja.  

Aunque el conjunto mantiene buena parte de la esencia original, la elaboración de las figuras corresponde a distintas épocas, destacando entre ellas las de la Virgen, San José y los seis ángeles músicos, elaborados hacia 1480, mientras que los pastores fueron añadidos cincuenta años después y las figuras barrocas de los querubines, así como el Niño Jesús que sustituye al original desaparecido, son obras del siglo XVIII.  

En los análisis realizados por el Instituto del Patrimonio Cultural de España, se ha constatado que las figuras de la Virgen y San José están realizadas con madera de un mismo tronco, así como que la policromía original tardogótica, con oro de 24 quilates, responde al gusto hispano-flamenco de los siglos XV y XVI, caracterizado por la simulación de brocados. En la restauración también se han detectado en las figuras de los ángeles músicos algunas intervenciones a lo largo del tiempo con materiales poco apropiados, por lo que la restauración en curso intentará devolverles su aspecto original.

LA INCÓGNITA DE SU AUTORÍA

En la búsqueda de su autoría y de su incierto origen, fue el historiador Rudolph Berliner (1886-1967) quien relacionó las figuras principales del Belén de Jesús con el taller de los Alemanno, una familia de origen alemán, como su nombre indica, que estuvieron activos en Nápoles entre 1460 y 1480, siendo los artífices, en el último tercio del siglo XV, de los belenes napolitanos más antiguos que se conocen.

Son remarcables las grandes similitudes que ofrece el belén mallorquín con el que los hermanos Pietro y Giovanni Alemanno realizaran en madera policromada en 1478, a petición de Jaconello Pipe, aromatario del duque de Calabria, para la capilla Recco de la iglesia de San Giovanni a Carbonara de Nápoles, magnífico belén compuesto por casi cuarenta figuras de las que se conservan catorce en el Museo de la Cartuja de San Martino de aquella ciudad. De esta obra cuatrocentista, única en su género, han sobrevivido la Virgen, San José, el asno, el buey, seis ángeles (tres de ellos músicos), dos Reyes Magos, un noble y una sibila, todas ellas siguiendo una personal codificación de la Natividad que ha perdurado a través de los siglos hasta nuestros días, en este caso policromadas por Francesco Fedele, pintor y dorador contratado por el comitente.
No carece de fundamento relacionar la misma autoría para los belenes de la iglesia de la Anunciación de Palma y el de la Cartuja de San Martino de Nápoles, pues son evidentes las similitudes en las figuras de la Virgen y San José en cuanto a la tipología humana de inspiración nórdica, su indumentaria, su disposición corporal y su policromía, hecho que se repite en la figura erguida del asno y la del buey en reposo en ambos casos, así como en las hieráticas figuras de los ángeles, con idénticas túnicas, diademas y tipo de cabellos.

En torno al interrogante sobre su autoría, afirma Letizia Arbeteta que existen indicios de que antaño existieron en Mallorca varios belenes de parecidas características en conventos franciscanos, orden que los habría podido redistribuir por las costas peninsulares más cercanas, como Alicante o Valencia. O bien al contrario, pues el documento más antiguo que testimonia el uso de un belén en España está referido a la renovación de las figuras del misterio en la catedral de Valencia en 1468, siendo en esta misma seo donde en 1502 ya se menciona el hecho de "fer to betlen" (poner el belén).

Teniendo en cuenta que la llegada del Belén de Jesús a Mallorca en 1536 tuvo lugar apenas tres años después de que San Cayetano llegara a Nápoles e impulsara entre las comunidades religiosas la costumbre devocional de instalar un belén por Navidad, hecho que se tradujo en la demanda de figuras, es posible plantear la hipótesis de que Fernando de Aragón, duque de Calabria y virrey de Valencia, encargara un belén napolitano que incluyera prestigiosas y antiguas figuras góticas —según el gusto de la corte castellana— con destino a alguna institución religiosa de la que fuera benefactor. También es posible que la embarcación se dirigiera a Valencia procedente de Nápoles, y que por alguna razón desconocida el grupo escultórico desembarcara en Mallorca sin llegar a su destino, tal como recoge la leyenda.

Abundando en los interrogantes sobre su origen, señala Arbeteta que la disposición de las figuras del Belén de Jesús coincide con la que observó el caballero Jean de Tournay en 1487 en el belén de San Giovanni a Carbonara de Nápoles. Existe la posibilidad de que por influencia del gusto estético napolitano fuera reproducido en Mallorca cincuenta años después, aunque teniendo en cuenta que los virreyes de Nápoles también lo eran de Valencia, también cabe la posibilidad de que el belén mallorquín fuera otro encargo del entorno ducal, pues el parecido entre ambos es notable.

La escenografía del belén, con su disposición como "montaña sagrada", también plantea algunas incógnitas, pues es similar a la forma de gruta que se comenzó a generalizar en Nápoles a comienzos del siglo XVI, siendo el pionero en adoptar esta configuración el belén realizado por Pietro Belverte para la capilla de los Caraffa en la iglesia de San Domenico Maggiore. No obstante, el mallorquín Belén de Jesús sería anterior a los belenes-gruta que aún se conservan en las catedrales de Bari, Matera o Altamura, por lo que el Belén de Jesús, con figuras contemporáneas a las del belén más antiguo entre los conservados en Italia, sería el belén en uso más antiguo del ámbito cristiano. 
El Belén de Jesús de la iglesia de la Anunciación (Hospital de la Sangre) de Palma fue declarado Bien de Interés Cultural en 2006.

EL BELÉN MÁS ANTIGUO DE EUROPA Y DE ESPAÑA

Belén de Arnolfo di Cambio, 1291, basílica de Santa Maria Maggiore, Roma
Ante todo lo expuesto, hemos de recordar que se considera como la primera escena escultórica del Nacimiento del mundo la que realizara en 1291 el escultor y arquitecto toscano Arnolfo di Cambio (1240-1310), a petición del papa Nicolás IV, para ser colocada en la basílica romana de Santa Maria Maggiore, obra elaborada cerca de setenta años después de la recreación viviente que hiciera Francisco de Asís en la cueva de Greccio en 1223, hecho considerado como la fundación del belenismo.

Nicolás IV, primer pontífice franciscano, siguiendo la senda del fundador de su orden, demostró su interés por la escena de la Natividad con el fin de rendir homenaje a la preciosa reliquia de las astillas del pesebre conservadas en aquella basílica (actualmente en una urna acristalada de plata, diseñada por Giuseppe Valadier y colocada en la cripta bajo el altar mayor), por entonces conocida como Santa María del Pesebre.

Las esculturas de Arnolfo di Cambio poseen la conmovedora belleza de la simplicidad, transmitiendo con ternura al espectador el milagro de Dios hecho niño mediante la combinación de la significación teológica con la belleza artística. El belén se compone de ocho figuras de mármol talladas en bulto redondo: La Virgen con el Niño en su regazo, San José apoyado en un cayado, la mula y el buey ante un pesebre y los tres Reyes Magos, siendo reelaborado el frontal de la figura de la Virgen con el Niño durante el siglo XVI, que aparece como una madonnade acuerdo a los nuevos gustos estéticos del Reenacimiento.
El grupo aparece en nuestros días recolocado en una gran hornacina del Museo de la basílica de Santa Maria Maggiore.





Nuestra Señora de Revilla, finales siglo XIII, Museo del Cerrato, Baltanás (Palencia)  
La escultura de la Virgen de Revilla, originariamente una imagen sedente tallada en el siglo XIII, está considerada como la figura de belén más antigua de España. Procede de la parroquia de San Millán de Baltanás, donde en fecha indeterminada del siglo XV fue adaptada para conformar la escena de la Huída a Egipto, presentando a la Virgen con el Niño a lomos de un burro, la figura de San José a su lado y una palmera cargada de dátiles en un extremo.
El grupo fue robado en 1981 por Erik el Belga, que tras venderlo a un marchante de arte fue a parar a manos de un anticuario francés, donde fue intervenida por la policía española. Sin que apareciesen las figuras de San José, el burro y la base con la palmera, la imagen de la Virgen con el Niño fue recuperada en Barcelona en 1983. Tras ser restaurada como imagen entronizada, por motivos de seguridad ha pasado a ser conservada en el Museo del Cerrato de Baltanás, regresando a su tradicional ermita en la fiesta que en su honor celebra el 8 de septiembre la Cofradía Nuestra Sra. de Revilla y San Gregorio, fundada en 2004.
El grupo de la Huída a Egipto, que se conserva en la ermita de Baltanás, es una réplica realizada por el restaurador burgalés Florentino Lomillo.



Informe y fotografías: J. M. Travieso.




NOTAS

1 Letizia Arbeteta es doctora en Historia del Arte y una de las mayores expertas del país en arte belenista. Autora, entre otros trabajos, del libro "Oro, Incienso y Mirra. Los belenes en España" (Fundación Telefónica, Madrid, 2000).

Iglesia de la Anunciación, Hospital de la Sangre, Palma de Mallorca
2 La ciudad de Los Ángeles, California, recibe su nombre de la misión que fundara el fraile franciscano mallorquín Fray Junípero Serra en recuerdo del convento de Nuestra Señora de los Ángeles de Palma,  donde fue postulante.

3 San Francisco de Asís fue el pionero en organizar un belén. Ocurrió en la Nochebuena de 1223 en la cueva de Greccio (Italia), donde realizó una representación con seres vivos a la que incorporó una figura del Niño Jesús. Está representación tuvo tanta aceptación que fue la base del belén tradicional, costumbre extendida por franciscanos y clarisas por los conventos de Italia y de muchas poblaciones europeas.  









Compás de la iglesia de la Anunciación, Hospital de la Sangre, Palma
















Pietro y Giovanni Alamano. Belén de San Giovanni a Carbonara, 1478
Museo de la Cartuja de San Martino, Nápoles















Izda: Virgen del Belén de San Giovanni a Carbonara, Nápoles
Dcha: Virgen del Belén de Jesús, Palma de Mallorca 
















Izda: San José, Belén de Jesús, Palma de Mallorca
Dcha: San José, Belén de San Giovanni a Carbonara, Nápoles























EL BELÉN MÁS ANTIGUO DE EUROPA
Arnolfo di Cambio, Belén, 1291
Museo de la Basílica de Santa Maria Maggiore, Roma















FIGURAS DEL BELÉN MÁS ANTIGUO DE ESPAÑA
Grupo de la Huida a Egipto y Virgen con el Niño restaurada, finales s. XIII
Ermita de la Virgen de Revilla / Museo del Cerrato, Baltanás (Palencia)
Foto David Calleja














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Visita virtual: BELÉN NAPOLITANO, el magnetismo de un teatro petrificado

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BELÉN NAPOLITANO
Diferentes escultores y artesanos activos en Nápoles
Siglo XVIII
Madera, terracota, textiles, orfebrería, artesanía del barro, cristal, cera, etc.
Museo Palacio March-Fundación Bartolomé March, Palma de Mallorca
Arte rococó y popular







Diseminados por museos del mundo se encuentran notables conjuntos de belenes napolitanos que testimonian la efervescencia que durante el siglo XVIII tuvo en la ciudad de Nápoles este tipo de producción artística, totalmente novedosa, que en base a las vivencias históricas, sociales, artísticas, políticas y económicas reflejarían la idiosincrasia de la sociedad de la época a través de artistas y artesanos especializados, cuyas obras se convertirían en objetos de exportación equiparables a los tapices, la porcelana, la talla de coral, la plata y la seda como manufacturas impulsadas desde las Reales Fábricas creadas por los Borbones.

Entre las colecciones más destacadas, respecto a sus artífices —el belén napolitano siempre es una obra coral— podemos citar el belén Cuccinello del Museo de la Cartuja de San Martino de Nápoles, el belén de la Reggia de Caserta, los belenes napolitanos del Bayerisches Nationalmuseum de Múnich, el belén del Domberg Museum de Frisinga o el belén Woward del Metropolitan Museum de Nueva York. Pero no hay que irse tan lejos, pues en España se conservan magníficas colecciones representativas de este género, como el belén napolitano del Palacio Real de Madrid, el belén napolitano del Museo Nacional de Artes Decorativas, el belén napolitano de los duques de Cardona (legado de la Casa Ducal de Medinaceli de titularidad privada) y, sobre todo, tres grandes colecciones: el belén napolitano del Museo Nacional de Escultura de Valladolid, el belén napolitano del Museo Salzillo de Murcia y el belén napolitano del Museo Palacio March de Palma de Mallorca, en el que ahora fijamos nuestra atención.

Vitrina 1
Se podría afirmar que el conjunto más sobresaliente de los conservados en España es el de la Fundación Bartolomé March de Palma de Mallorca, adquirido en Italia por el coleccionista y bibliófilo Bartolomé March Servera (1917-1998) en los años setenta del siglo XX, que pacientemente fue reuniendo un espectacular conjunto con buena parte de las figuras que habían pertenecido a los duques de Gatti Farina. La colección se compone de 322 pastori o figuras humanas, 132 animales mamíferos, 66 aves y más de 500 finimentio aparejos en miniatura, siendo muchas de estas piezas elaboradas por los mejores artífices especializados, como los escultores Antonio Vaccaro (1678-1745), Giuseppe Sanmartino (1720-1793), Lorenzo Mosca (1720-1793), Giuseppe Gori (activo de 1770 a 1820) o Salvatore Franco (activo de 1770 a 1815), así como Francesco Gallo (activo de 1770 a 1829) y los hermanos Francesco y Nicola Vassallo, los mejores especialistas en animales.
Tras la constitución de la Fundación Bartolomé March en 1975, el belén reunido en sus viajes comenzó a mostrarse en público, siendo declarado por el Consell Insular de Mallorca como Bien de Interés Cultural el 24 de abril de 2003.

Vitrina 1. La Reina Maga
PRESENTACIÓN DEL BELÉN NAPOLITANO DEL MUSEO PALACIO MARCH

El belén napolitano del Museo March está constituido, como la gran mayoría de los conservados actualmente, por piezas de distinta procedencia reunidas paulatinamente por coleccionistas. En este caso, hasta el año 2002, la extraordinaria colección de figuras era presentada en una escenografía elaborada por Gabriel Alomar, en la que los edificios se inspiraban en la arquitectura tradicional mallorquina, incluyendo los característicos patios de los palacios urbanos, y con el Misterio alojado en una gruta y no en un templo clásico en ruinas, siguiendo la tradición isleña. Desde ese año, tras una drástica remodelación, la presentación del belén está planteada con criterios expositivos más didácticos, separando la colección en dos espacios diferentes situados de la planta baja del palacio convertido en museo.


PRIMER ÁMBITO EXPOSITIVO

Vitrina 1
El primer espacio al que se accede ocupa dos salas con vitrinas adosadas a los muros en las que, con un marcado acento minimalista, se muestran pastorisacados de contexto para mostrar la variada tipología de figuras que conforman la esencia de un belén napolitano, una variedad de expresivos personajes, a distintas escalas, que incluyen diferentes formas de elaboración, recursos que los coleccionistas dieciochescos entendían como elementos codificados imprescindibles en el belén. Entre la selección de la primera sala, aparecen dispuestos en grupos los tipos populares que pueblan el "diversorio" o mercado en torno a la posada, con muestras de vendedores, oficios, músicos, niños, nuevos ricos (mezzocarattere) y mendigos (academias, figuras con la anatomía completamente tallada), así como soldados y sirvientes del séquito de los Reyes Magos y grupos de animales.
En esta selección se incluye la figura de la gitana portando un niño, personaje denominado tradicionalmente Lucía que, como adivinadora, rememora a las antiguas sibilas y establece una relación con la Virgen, en su equiparación con una emigrante gitana en su huida a Egipto para poner a salvo al Niño.

Vitrina 1. Gitana con niño y soldado turco

Una figura curiosa es la de la Reina Maga, que aparece sobre un baldaquino colocado sobre un elefante y que, según la leyenda napolitana, seducía a los hombres para luego tirarles a un pozo. Por encargo del diablo Siccome, la Maga debía seducir al más joven de los reyes, que acabó en el pozo, aunque arrepentida comunicó la fechoría a los otros dos reyes que lograron salvarle. El vivaracho personaje de color, que desnudo conduce el elefante, como la castañera situada en la vitrina de enfrente, son obra del escultor Lorenzo Mosca.   

Vitrina 1
En otra de las vitrinas de este espacio se expone una selección de finimenti que constituyen una reproducción a escala reducida de objetos realizados con los mismos materiales que en la vida real: recipientes de cerámica decorados, botellas de cristal en cestas de mimbre, objetos suntuarios cincelados en plata y otros metales, etc.

En la sala contigua se expone una selección de figuras ambientadas en los antiguos decorados, destacando una reproducción del propio Palacio March y partes del mercado y la posada.
Vitrina 2. Castañera de Lorenzo Mosca y soldado abisinio
Destaca el grupo de comensales rodeados de utensilios y animales domésticos; el pozo, que en la leyenda napolitana en Navidad adquiere un significado exotérico como punto de contacto con los muertos; vendedores ambulantes de pescados, frutas y verduras, elaborados con precisión en barro y cera; danzantes y músicos, con pequeños instrumentos a escala, así como un variopinto grupo del séquito de los Reyes formado por soldados, un encantador de serpientes, y bellas mujeres georgianas y arménides luciendo ricas vestiduras y joyas, configurando un teatro petrificado con actores inmóviles.

Vitrina 3. Finimenti
SEGUNDO ÁMBITO EXPOSITIVO

Cruzando el hall del palacio se llega a una espaciosa sala en la que se ha instalado una gran vitrina, con un moderno sistema de iluminación, en la que se ha montado una escenografía que permite un recorrido circundante por sus cuatro lados, en el que,  siguiendo la tradición, se disponen cuatro de los espacios preceptivos: un ambiente pastoril en que se inicia la narración, un pequeño caserío con un ambiente rústico poblado por laboriosos campesinos, un cortejo de los Reyes Magos de gran exotismo y las ruinas de un templo con el Misterio, al que concurren, a derecha e izquierda, personajes con todo tipo de ofrendas.

Ambiente pastoril
Junto al portón de una muralla se encuentra la figura durmiente del pastor Benino, personaje inspirado en la Cantata dei Pastori de Andrea Perrucci, que inicia el relato con el sueño profético del inminente nacimiento del Mesías, siendo su onírica visión lo que el espectador irá encontrando a continuación. A su lado se encuentran pastores con sus rebaños, campesinos con mulas cargadas de verduras y otros labrando la tierra, con profusión de personajes en el entorno.
Vitrina 4. Restos de la antigua escenografía

Ambiente rústico
Sin interrupción narrativa, el ambiente pastoril se fusiona con un  escueto caserío elaborado en corcho ante el que deambula una variada serie de personajes de aspecto rústico. Muy llamativo es un carro del vinatero conducido por Ciccibacco, otro personaje habitual en el belén napolitano derivado de la tradición pagana de los cultos dionisiacos. Porta barriles de vino de significación engañosa por sus efectos orgiásticos.
A su lado aparece un grupo de cuatro mujeres de gran belleza que lucen el atuendo rural napolitano, una de pie, otra hilando y dos de ellas con pequeñas criaturas que amamantan, formando una composición de extraordinario naturalismo y belleza plástica.
En un extremo aparece una recua de búfalas —de cuya leche se extrae la mozzarella— que es dirigida por una pareja de campesinos de facciones grotescas, incluyendo, con sentido del humor, una búfala que mea, original pieza naturalista elaborada por di Nardi.

Vitrina 4. Aldeana y Posada
Cortejo de los Reyes Magos
Este apartado, poblado por el mayor número de figuras, aporta un universo de exotismo y fantasía en torno a las figuras de los tres Reyes Magos, que aparecen rodeados de escoltas y sirvientes portando tesoros de diferentes razas. Las sofisticadas figuras de Melchor, Gaspar y Baltasar, cuya autoría se atribuye a Giuseppe Sanmartino, montan sobre magníficos caballos y presentan los convencionalismos codificados en el belén napolitano, como representar las tres edades del hombre —juventud, madurez y ancianidad— y los rasgos raciales de los tres continentes conocidos cuando se produce el Nacimiento. Lucen una rica indumentaria ornamentada con joyas y lujosas coronas en forma de turbante, adquiriendo el color de sus capas el simbolismo del recorrido diario del sol en su viaje a Belén: blanco referido al alba, rojo al mediodía y oscuro aludiendo a la noche.
Vitrina 4. Soldado otomano a caballo y georgiana
En este apartado del belén mallorquín, destaca el conjunto de la "Fanfare alla turca" que acompaña al rey Baltasar, con grupos de gran exotismo, como la mujer rodeada de jovencitos acompañados de galgos afganos.                    

La Roca y el Misterio
En este espacio se ubican las ruinas de un templo, situándose en lo alto de una escalinata las figuras de la Virgen, San José y el Niño, junto a la mula y el buey. Las figuras, de notable factura, siguen el arquetipo más extendido en Nápoles, con la Virgen sedente y vistiendo una túnica rosácea, un manto azul y una toca blanca, mientras a su lado San José, portando la vara florida, viste la característica túnica violácea y un manto azafrán. El Niño, de diseño barroco, se presenta desnudo y con las manos sobre el corazón. En torno a las figuras sagradas y sobre la escalinata aparecen colocadas multitud de ofrendas, junto a figuras llegadas al epicentro de la composición.
Vitrina 4. Recreación del palacio March y músico
Una belleza especial, por su exquisito modelado, presenta la triple gloria de ángeles que aparece sobrevolando las ruinas de la bóveda y que se consideran obra de Giuseppe Sanmartino. El primer grupo está constituido por cabezas de querubines con alas, superpuestas al muro; un segundo grupo lo forman putti  de cuerpo entero con guirnaldas y ramos de flores, que revolotean y se mezclan con el tercer grupo, formado por ocho ángeles que portan incensarios, trompetas de plata y, uno de ellos, una filactería con la inscripción "Gloria in excelsis Deo".
La cueva santa enlaza con parte del caserío inicial, ocupado por una serie de obras maestras que representan personajes napolitanos de las más variadas condiciones, destacando el naturalismo y la expresividad de algunas figuras, como la mujer con un lazo azul a la cintura, obra de Giuseppe Gori.
Vitrina 4. Encantador de serpientes y arménide

Vitrina de los músicos
En una sala contigua se ha instalado una vitrina que contiene una selección de músicos integrantes del séquito de los Reyes Magos, acompañados de figuras que transportan mercancías junto a un camello y un jinete precedido de un oteador. El espacio está ambientado en un paisaje de corcho atravesado por un riachuelo, símbolo del fluir de la vida, en el que se incluye un pórtico columnado. La gran mayoría de estos músicos son obra del escultor Salvatore Franco y aparecen uniformados y caracterizados como turcos, ofreciendo un gran interés etnográfico el conjunto de finimenti que reproducen armas y un variado repertorio de instrumentos musicales de viento y percusión.
Vitrina 4. Finimenti: pescados y verduras
La presencia de estas interminables e imaginativas bandas de música se generalizó en los belenes napolitanos después de que el taller de Giuseppe Sanmartino las incluyera inspirándose en el desfile real que tuvo lugar por las calles de Nápoles en febrero de 1778, en el conocido como Viaje del Gran Señor de la Meca, con motivo de la visita a la ciudad del enviado extraordinario de Abdulhamid I, sultán del Imperio Otomano, con el que el reino de las Dos Sicilias mantenía excelentes relaciones desde la firma del Tratado de Paz de 1740.


Vitrina 5. Vista general de la instalación
Informe y fotografías: J. M. Travieso.





REPORTAJE GRÁFICO
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Vitrina 5. Ambiente pastoril: El sueño del pastor Benino









Vitrina 5. Ambiente pastoril









Vitrina 5. Ambiente rústico. Carro de Ciccibacco









Vitrina 5. Ambiente rústico









Vitrina 5. Cortejo de los Reyes Magos: Melchor, Gaspar y Baltasar, atribuidos a Giuseppe Sanmartino













Vitrina 5. Cortejo de los Reyes Magos









Vitrina 5. Cortejo de los Reyes Magos









Vitrina 5. Cortejo de los Reyes Magos









Vitrina 5. Misterio, atribuido a Giuseppe Sanmartino













Vitrina 5. Misterio. La Virgen y San José













Vitrina 5. Misterio. Gloria de ángeles, Giuseppe Sanmartino









Vitrina 5. Misterio. Dcha: Aldeana, Giuseppe Gori









Vitrina 5. Misterio. Mendigo (academia) y aldeano (mezzocarattere)









Vitrina 6. Músicos del Cortejo de los Reyes Magos. Salvatore Franco













Vitrina 6. Músicos del Cortejo de los Reyes Magos, Salvatore Franco













Museo Palacio March, Palma de Mallorca














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Visitas navideñas: BELENES MONUMENTALES EN VALLADOLID

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Rey Gaspar, belén napolitano s. XVIII, Museo Nacional de Escultura




Puntuales a su cita, a pesar de las especiales connotaciones de este año, marcadas por las condiciones preventivas contra la pandemia, se vuelven a ofrecer al público vallisoletano, con todas las medidas de seguridad, las creaciones belenistas que ya constituyen una arraigada tradición. Al margen de los belenes instalados en algunas iglesias, reseñamos cuatro instalaciones caracterizadas por su alto nivel de creatividad.

 




Belén de la Esperanza, Sala Las Francesas

BELÉN NAPOLITANO DEL MUSEO NACIONAL DE ESCULTURA

Palacio Villena.

Hasta el 7 de febrero de 2021.

Martes a sábado, de 11 a 14 h. y de 16.30 a 19.30 h. Domingos y festivos, de 11 a 14 h.

Apertura extraordinaria los días 23, 26, 29, y 30 de diciembre, y 2 y 5 de enero, de 11 a 14 h y de 16.30 a 21.30 h. Domingos 27 de diciembre y 3 de enero, de 11 a 14 h y de 18 a 21 h.

Entrada gratuita.

 

Belén de la Esperanza, Sala Las Francesas
BELÉN "EL MAR DE GALILEA" EN EL PALACIO PIMENTEL

Asociación Belenista Castellana.

Sala Teresa Ortega Coca del Palacio de Pimentel.

Hasta el 6 de enero de 2021.

De lunes a domingo, de 11 a 14 y de 17 a 21 h.

Días 24 y 31 de diciembre, de 11 a 14 h.

Cerrado el 1 de enero.

Entrada gratuita.

 

Belén de la Esperanza, Sala Las Francesas

"BELÉN DE LA ESPERANZA" EN LA SALA LAS FRANCESAS

Asociación Belenista de Valladolid.

Sala Municipal de Exposiciones de Las Francesas.

Hasta el 10 de enero de 2021.

De martes a domingo, incluyendo festivos, de 12 a 14 h. y de 18.30 a 21.30 h.

Entrada gratuita.

 



Belén de la Esperanza, Sala Las Francesas

BELÉN MONUMENTAL DE LA IGLESIA DE LAS ANGUSTIAS

Asociación Belenista La Adoración / José María Villa.

Sala de Pasos de la Cofradía Penitencial de Ntra. Sra. de las Angustias.

Hasta el 6 de enero de 2021.

De lunes a domingo y festivos, de 12 a 14 h. y de 18 a 21 h.

Entrada gratuita.

 

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Visita virtual: BELÉN NAPOLITANO, apoteosis barroca en la tierra del barroco

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BELÉN NAPOLITANO
Diferentes escultores y artesanos activos en Nápoles en el siglo XVIII
1725 - 1790
Madera, terracota, textiles, orfebrería, artesanía del barro, cristal, cera, etc.
Museo Salzillo, Murcia
Arte rococó y popular








Hasta hace seis años, los belenes napolitanos más importantes de España, expuestos de forma permanente para el disfrute del público en general, eran el del Museo Palacio March de Palma de Mallorca y el del Museo Nacional de Escultura de Valladolid, ambos espectaculares. Sin embargo, desde el año 2014 se ha venido a sumar a ellos el belén napolitano del Museo Salzillo de Murcia, con el que se establece una triada de visita imprescindible para los amantes de esta modalidad artística.

El belén napolitano del Museo Salzillo de Murcia y el del Museo Nacional de Escultura de Valladolid se pueden considerar hermanos en su origen, pues ambos comparten el ser fantásticas colecciones reunidas pacientemente, con esfuerzo y conociendo a fondo este tipo de arte, por los coleccionistas madrileños Emilio y Carmelo García de Castro Márquez, dos hermanos apasionados por tan original manifestación multidisciplinar, que decidieron vender ambos conjuntos cuando consideraron que las instituciones a las que estaban destinados eran dignas de incorporar unas colecciones tan originales y de tanta categoría como las que ellos habían conseguido reunir durante más de veinte años, siendo su objetivo fundamental el evitar su dispersión en el futuro.

Misterio
La colección de Valladolid, compuesta por 620 piezas elaboradas en Nápoles entre 1725 y 1790, fue adquirida por el Estado a los hermanos García de Castro en 1996 y destinada al Museo Nacional de Escultura, donde pasó e engrosar sus incomparables fondos de escultura barroca. Hasta diciembre de 2015, el belén fue expuesto en una sala del Palacio Villena, dentro de una larga vitrina que como un gran diorama incluía la escenografía diseñada y elaborada por los propios coleccionistas. El montaje fue remodelado y desde el 22 de diciembre de 2015 se presenta en una "caja mágica", diseñada por Ignasi Cristià, con una nueva escenografía que concede un total protagonismo a las figuras.

La colección murciana, compuesta por 600 piezas realizadas en Nápoles en las mismas fechas, fue adquirida en octubre de 2014 a Carmelo García de Castro (Emilio había fallecido en febrero de ese año) por la Fundación San Antonio, titular de la Universidad Católica de Murcia (UCAM), para ser expuesta en el Museo Salzillo, donde pone el contrapunto estético, estilístico, técnico y conceptual al célebre Belén de Salzillo, con el que además establece una estrecha conexión, ya que Nicolás Salzillo, padre del genial escultor, realizó su formación en los talleres napolitanos de los hermanos Perrone entre 1689 y 1697, antes de su llegada a Murcia. De igual manera, esta admirable colección encuentra un excelente acomodo en una región en la que se produce una de las más destacadas artesanías belenísticas de España.

La génesis de la compra del belén se produjo de una forma más o menos fortuita, después de que el Belén de Salzillo abandonara el museo murciano para ser expuesto, en la Navidad del año 2013, en el madrileño Centro Cibeles, atendiendo la petición del Ayuntamiento de Madrid. Para compensar esta carencia en la sala vacía del Museo Salzillo, se decidió exponer en ella, entre el 6 de diciembre de 2013 y el 2 de febrero de 2014, el segundo de los belenes de los hermanos Emilio y Carmelo García de Castro, tan apreciado por ellos y considerado por los expertos no sólo como la colección privada más importante de España, sino también una de las mejores del mundo. El éxito de público fue espectacular —más de 20.000 visitantes en un mes— por lo que, teniendo en cuenta lo delicado del montaje y desmontaje de la instalación, así como la fragilidad de las figuras, se decidió prolongar la muestra durante un año más, hasta febrero de 2015.


Gloria de ángeles
Durante ese tiempo se fue consolidando la idea de que el belén se quedara definitivamente en el museo murciano, siendo asumida finalmente esta propuesta por la Universidad Católica San Antonio de Murcia como contribución a la cultura murciana, de modo que el 4 de octubre de 2014 se firmó el acuerdo de transacción entre Carmelo García de Castro, propietario del belén, y José Luis Mendoza, presidente de la UCAM, firmando también el contrato Pedro Antonio Sánchez, consejero de Educación, Cultura y Universidades, Antonio Gómez Fayrén, presidente del Museo Salzillo, y Rafael Gómez, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Murcia. Ni que decir tiene que una adquisición tan importante produjo una enorme alegría en la ciudad del Segura.

Desde entonces el belén napolitano del Museo Salzillo ofrece una colección de sorprendentes figuras del siglo XVIII, a diferentes escalas, que responden a los cuatro apartados preceptivos de todo belén napolitano, como son el ambiente pastoril en el que tiene lugar el anuncio a los pastores, el mercado en torno a la posada en alusión a la que fue negada a la Virgen y San José, el espacio donde se produce el nacimiento de Jesús y el exótico cortejo de los Reyes Magos, en todos ellos con figuras acompañadas de decenas de animales de todo tipo y por centenares de pequeños objetos a escala —finimenti— para ambientar cada uno de los pasajes.

El pastor Benino y su hijo Armenzio, inicio de la narración
El montaje de cada belén napolitano, en base a su elaboración multidisciplinar, ofrece un aspecto diferente. El del Museo Salzillo tiene el suyo propio, respondiendo a los gustos de sus anteriores propietarios, que dirigieron una instalación con las mismas características que tuvo el montaje inicial del belén napolitano del Museo Nacional de Escultura de Valladolid. El belén se presenta en el interior de una larga vitrina, dispuesta en forma de "L", que recorre longitudinalmente una amplia sala, combinando la escenografía tradicional de este tipo de belenes con una instalación adaptada a los criterios museísticos actuales. Con una profundidad de aproximadamente un metro y con una iluminación uniforme, la vitrina permite al espectador contemplar a corta distancia las diferentes escenas del relato para irse asombrando de la vivacidad de las figuras y su acusado barroquismo.

La escenografía, concebida y en parte elaborada por los hermanos García de Castro, presenta un largo caserío, con edificios a diferentes alturas, que se recorta sobre un diorama de fondo azulado. 
Ámbito pastoril
El espacio se organiza en forma de gradas, oscilado desde el primer plano en la parte inferior, convertido en una larga calle que recorre todo el belén, hasta la parte más alta del fondo con la silueta ruinosa de los edificios, reservando los niveles intermedios para establecer una amalgama de plataformas y escaleras de trazado desigual y laberíntico por las que deambulan cientos de figuras. Dentro de la escenografía, destaca el monumental templo reservado al Misterio, que, convertido en el epicentro de la composición, presenta una forma de exedra formada por diez columnas sobre pedestales y una escalinata sobre la que se colocan los personajes sagrados.

Giuseppe Sanmartino. Ciego pidiendo limosna (academia)
Aunque la colección dispone de todos los personajes preceptivos en todo belén napolitano, que los coleccionistas dieciochescos de Nápoles codificaban como un verdadero arte para iniciados y con el carácter de un divertimento lúdico, en este caso la instalación no se corresponde con las secuencias narrativas tradicionales, que comenzaban con el sueño del pastor Benino en un ambiente pastoril, sueño profético que los espectadores irían descubriendo a través de las sucesivas escenas costumbristas ambientadas en el siglo XVIII, comenzando por el mercado en torno a la posada, en cuyo entorno confluyen todos los oficios de la época y todo tipo de vendedores y productos gastronómicos, con la escena del Misterio en segundo plano, pasando casi desapercibida la gruta o el templo donde se producía el Nacimiento, y terminando por el exótico cortejo de los Reyes Magos, caracterizado por el derroche de fantasía y por ser reflejo del gusto dieciochesco por lo pintoresco.

La posada
Por el contrario, en el belén napolitano del Museo Salzillo el templo adquiere un protagonismo absoluto, destacado en la composición por el extraordinario conjunto de querubines que acompañan a la Virgen, San José y el Niño, y la docena de ángeles que lo sobrevuelan portando guirnaldas, filacterías, trompetas e incensarios. La Virgen, que viste la tradicional túnica rosa y manto azul, sujeta entre sus rodillas la figura del Niño, con San José a su lado con la característica túnica morada, el manto azafrán y portando la vara florida de plata. A los pies de la Sagrada Familia aparecen una serie de ofrendas depositadas por los pastores, entre ellas cestas con aves, productos hortícolas y prendas de la canastilla.

A un lado y a otro se distribuyen figuras que se encaminan sus pasos hacia el templo, reservando la parte derecha para la colocación de la posada o "diversorio", donde aparece un cocinero sirviendo pescado a tres comensales sentados a una mesa repleta de objetos de menaje. En torno suyo se colocan numerosas figuras sorprendentes por su realismo, perfección técnica y exuberante riqueza de materiales.
Personajes en el mercado
Un nutrido grupo de campesinos y artesanos portan infinidad de objetos y alimentos como representación de todos los artesanos napolitanos y de los vendedores del mercado, convirtiendo el ambiente en una fiesta gastronómica que viene a ser una ensoñación de fantasía contra la hambruna cotidiana, con profusión de músicos, carniceros y hortelanos que manipulan realistas productos cárnicos elaborados en barro y frutas y verduras  modeladas en cera, así como un repertorio inagotable de utensilios que, con los mismos materiales de la vida real, reproducen en miniatura trabajos de cestería, vidrio, metal, etc.

Detalle de pastor y aldeana
Próximo al templo se encuentra un grupo de mendigos callejeros, que incluye figuras de niños y constituyen un grupo de figuras especiales en el belén napolitano. Son las llamadas academias, figuras modeladas como desnudos de cuerpo entero que reciben este nombre por recordar los trabajos previos de los escultores a la realización de esculturas de gran tamaño. Entre estas figuras destaca un ciego que pide limosna, magistral creación de Giuseppe Sanmartino, el escultor napolitano más importante del siglo XVIII.

Detalle de músico y pastor
En la parte izquierda del templo se coloca el resto del caserío, así como una formación de cuevas rocosas en las que se resguardan los pastores con el ganado, destacando un grupo de búfalas recostadas —de cuya leche se elabora la mozzarella— y un rebaño de ovejas y cabras. En este espacio aparece dormido el ya citado pastor Benino, inspirado en la obra teatral La Cantata dei Pastori de Andrea Perrucci, tradicionalmente utilizado en el belén napolitano como comienzo de la narración, por lo que su presencia es inexcusable, apareciendo aquí acompañado de su hijo Armenzio, un zagal igualmente dormido. Muy cerca, en la entrada de una cueva, está el pastor Miniello, cuya mirada dirigida a lo alto sugiere el anuncio a los pastores por el arcángel San Gabriel.

Carro del vinatero Ciccibacco y mendigos (academias)
Tampoco falta el carro de Ciccibacco, portando toneles de vino sobre los que va encaramado un niño. El origen de este personaje está ligado a los cultos báquicos o dionisiacos, cuyo producto contribuye al ambiente orgiástico de la celebración gastronómica, simbolizando que algunas apariencias simpáticas, como el vino, pueden ser engañosas.

Un conjunto bien definido, situado a la izquierda del templo, es el que representa el cortejo de los Reyes Magos, cuyas figuras aparecen a caballo y luciendo una rica indumentaria, con coronas en forma de turbantes y cubiertos por un manto que recrea el utilizado en Nápoles por la prestigiosa Orden de San Genaro, con una larga cola que cubre la parte trasera del animal. Junto a ellos discurre una guardia de alabarderos de rasgos caucásicos y turcos, así como una banda uniformada de músicos de raza negra, de rasgos abisinios, que hacen sonar exóticos instrumentos de viento y percusión.

Escena doméstica
Al principio del cortejo, simulando un zoco, aparece un vendedor de rasgos turcos ante un puesto con lujosas piezas de orfebrería, al que se acercan elegantes damas con vestidos de seda. Asimismo, colocada en primer plano, aparece sobre un elefante la curiosa figura de la Reina Maga, cuya presencia en los belenes napolitanos se sustentaba en la leyenda de su papel como seductora de hombres, a los que después arrojaba a un pozo. El diablo Siccome, contrario a que Jesús fuese reconocido como el Mesías, encargó a Maga que sedujera al más joven de los Reyes Magos, que acabó dentro del pozo, aunque la mujer, arrepentida, lo comunicó a los otros dos Reyes, que lograron salvarle a tiempo.
Detrás del elefante aparece otra composición curiosa, con una dama que luciendo una rica indumentaria oriental, a modo de odalisca, es transportada por dos sirvientes otomanos en un palanquín de diseño dieciochesco, con la compañía de dos galgos afganos. Sobre estas figuras se encuentra un jinete turco y una elegante dama georgiana a caballo, cuya riqueza contrasta con la de una aldeana a lomos de un mula.

Cortejo de los Reyes Magos
Todo este despliegue de fantasía, inspirado en el esplendor de las cortes orientales y como testimonio del gusto por lo exótico y la fastuosidad rococó, tuvo su origen en un hecho real ocurrido en Nápoles en febrero de 1778, como fue la llegada del séquito que acompañaba al enviado extraordinario de Abdulhamid I, sultán del Imperio Otomano, con el que el reino de las Dos Sicilias mantenía excelentes relaciones desde la firma del Tratado de Paz de 1740. En tal ocasión desfiló por las calles de Nápoles el cortejo conocido como Viaje del Gran Señor de la Meca, en el que participó el propio rey Fernando IV de Borbón y su esposa Carolina de Austria, cuyo exotismo causó la admiración de los napolitanos y estimuló la fantasía de los artesanos en la elaboración del séquito de los Reyes Magos en los belenes, incorporando vistosas bandas de música y portadores de tesoros que permitían alargar el cortejo hasta el infinito, para regocijo de los coleccionistas.



Cortejo de los Reyes Magos. Jinete turco y amazona georgiana
Todo belén napolitano es una obra coral, como lo es este de la familia García de Castro, que cuenta entre sus artífices a los más importantes escultores especializados del momento, de los que reúne una buena cantidad de obras maestras del género. Entre las figuras algunas proceden de la casa de Borbón y de la colección personal de Carlos III, monarca que convirtió el coleccionismo del belén en uno de sus divertimentos preferidos.  
      

Informe y fotografías: J. M. Travieso.

Cortejo de los Reyes Magos. Mercader del zoco
















Cortejo de los Reyes Magos. Detalle de banda de músicos y músico con sonajas













Cortejo de los Reyes Magos. Detalle de Reina Maga y dama en palanquín













Museo Salzillo, Murcia
















Detalle del Belén de Francisco Salzillo, 1776-1783, Museo Salzillo, Murcia 













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Calendario 2021

Visita virtual: EL BELÉN DE SALZILLO, un universo narrativo y costumbrista en Murcia

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BELÉN
Francisco Salzillo (Murcia, 1707 - 1783)
Roque López (Era Alta, Murcia, 1747 - Murcia, 1811)
1776-1783 / 1783-1800
Madera y terracota policromada
Museo Salzillo, Murcia
Escultura tardobarroca y rococó

 

 






Anunciación

     En el Museo Salzillo de Murcia se expone el célebre belén que el escultor Francisco Salzillo realizara entre 1776 y 1783 a petición de Jesualdo Riquelme Fontes, señor de Guadalupe, que lo encargó como divertimento doméstico para sus hijos. Tras la muerte del escultor, teniendo en cuenta que una de las características de los belenes es el incremento paulatino de la colección, el belén fue continuado por sus discípulos en el último cuarto del siglo XVIII, estando documentada la intervención de Roque López, escultor formado en el taller de Salzillo, y de su hijo José López (Murcia, 1769-1811), escultor premiado por la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Murcia, institución a la que pertenecieron tanto Francisco Salzillo como su cliente y amigo Jesualdo Riquelme, cuya familia poseía obras del escultor por la amistad de este con Joaquín Riquelme, padre de Jesualdo.

Este conjunto fue realizado en la senectud del escultor, que marcó la idea general de la colección y estableció las pautas respecto a escala, técnica y estilo. Se conservan cinco antiguas arquitecturas de la escenografía, junto a otra realizada en época contemporánea. El belén, compuesto por 556 personajes y 372 animales, presenta un conjunto de figuras en terracota policromada cuya altura media oscila entre los 24 y 29 centímetros, medidas próximas a las de los belenes napolitanos.

       El belén permaneció en el palacio familiar, en poder de los descendientes de la familia Riquelme, hasta 1906, año en que murió sin descendencia Rosa María de Bustos Riquelme, de la Real Orden de las Damas Nobles de la Reina María Luisa, marquesa de Salinas del Río Pisuerga y biznieta de Jesualdo Riquelme, que por vía testamentaria dejó el conjunto de figuras y sus armarios a su sobrino Alfonso de Bustos y Bustos, al que pedía que lo tratara con esmero y que no se desprendiera de tan importante patrimonio familiar. Sin embargo, tras el traslado del conjunto a Madrid, el heredero lo puso en venta depositándolo en el Museo Arqueológico Nacional. En 1915 el Ministerio de Instrucción Pública autorizaba su compra por la Junta del Patronato del Instituto Alfonso X el Sabio de Murcia, que lo destinó al Museo Provincial de Bellas Artes de esta ciudad. Tras la creación del Museo Salzillo en 1941, el belén se instaló en él en 1957 para ser expuesto de forma permanente, convirtiéndose por su temática en una de las singularidades del Museo.

Salzillo configuró un guión narrativo basándose en diferentes textos canónicos y apócrifos para establecer la primera fase de elaboración del belén, entre 1776 y 1783, con una secuencia cronológica que comienza con la Anunciación y continúa con grupos que representan los pasajes del Sueño de San José, la Visitación, la Búsqueda de posada, el Anuncio a los pastores, el Nacimiento, la Lectura del Romance, el Cortejo de los Reyes Magos y la Purificación en el Templo, terminando con la Huida a Egipto.

Sueño de San José

     A la muerte de Salzillo en 1783, tomó el relevo Roque López, que estuvo dirigiendo los trabajos del belén hasta 1798, año en que muere Jesualdo Riquelme. Primero realizó las figuras del Palacio de Herodes, con su magnífica guardia herodiana, ocupándose a partir de 1800 del dramático grupo de la Matanza de los Inocentes, con el que el belén fue concluido. En el protocolo de Atienza de 1798, inventario realizado por Roque López tras la muerte de Jesualdo Riquelme, se citan como artistas colaboradores al escultor José López, hijo de Roque, y al carpintero Pedro Collado, autor del pórtico del Nacimiento.

Las diferentes escenas incluyen notables arquitecturas, unas ambientadas en el siglo XVIII, como la casa de María, que inspirada en las construcciones urbanas de la época conserva un mobiliario rococó añadido en el siglo XIX; la casa de Santa Isabel, que reproduce una refinada vivienda huertana; o el palacio de Herodes, basado en la arquitectura nobiliaria local de aire clasicista renacentista. Otras se inspiran en antiguos templos, como las ruinas del templo clásico en que se ubica el Nacimiento, o el templo de la Purificación, que toma como modelo el templete romano de San Pietro in Montorio, obra de Bramante.

Sueño de San José

     Junto a los personajes sagrados que establecen el hilo de la narración, al igual que ocurría en la pintura o la literatura de su tiempo, Salzillo incorporó toda una galería de tipos populares, de carácter costumbrista, que por los sutiles detalles son todo un documento etnográfico de la Murcia de su tiempo, estableciendo un precedente después seguido en muchos territorios españoles. Según afirma el escritor ilustrado Ceán Bermudez, Salzillo alojaba mendigos en su casa que tomaba como modelos para algunas figuras. De modo que en el ámbito de las escenas evangélicas el escultor incorporó una sugerente muestra de tipos y expresiones —en ocasiones con retratos de gran realismo— que reflejan los usos y costumbres del campesinado y la huerta, con alusiones a la música y al baile en los momentos de solaz, así como la actividad de algunos oficios del momento, como carniceros, músicos o cazadores.

En el repertorio es posible encontrar pastores reunidos avivando una hoguera, incluyendo zagales, entre los que destacan las expresivas figuras de un pastor desollando un cordero o de otro que intenta que un perro no le arrebate la comida. Como en todo belén, junto a ellos se encuentra un buen número de animales, como diferentes tipos de vacas, toros, cabras y ovejas, así como perros y diferentes aves migratorias que anidaban en el Mar Menor, todos ellos tomados del natural. 

Visitación

     Como apunta Concepción de la Peña, bajo la presencia de pastores y corderos subyace el resurgir durante el Barroco del simbolismo de Cristo como Buen Pastor, extrapolado a la Virgen como Divina Pastora, con referencias al cordero como animal sacrificial. Por otra parte, la presencia de pastores y pastoras podrían derivar de la tradición de los autos sacramentales relacionados con el Nacimiento, vigentes hasta que fueron prohibidos en 1765.   

Entre los tipos populares es especialmente interesante el grupo formado por una decena de figuras que representan la Lectura del Romance, donde un joven pastor lee en plena naturaleza mientras le escuchan otros de diferentes edades apoyados en sus cayados, lo que supone la difusión de la buena nueva por la voz humana en clave festiva y de celebración. En este grupo ideado por Salzillo, tan poco común en los belenes, representa un ejercicio de lectura en voz alta en el medio rural, trascendiendo la voluntad de los ilustrados, como lo eran el escultor y su cliente Riquelme, de utilizar la lectura oral como medio de alfabetización en el ambiente campesino y entre las clases sociales más desfavorecidas, como medio de transmisión de conocimientos entre la población iletrada, representando la difusión del saber, la experiencia y las tradiciones a través de la cultura de la oralidad común entre las gentes del campo.

     Todas las figuras del medio rústico presentan vistosos rasgos en su indumentaria como recurso narrativo, convirtiendo Salzillo al campesinado en un testimonio de tradición piadosa de carácter íntimo y cercano, muy diferente al carácter más mundano que presentan los belenes napolitanos, el otro gran referente de la escultura belenística del momento, en los que predomina el ambiente urbano inspirado en la Commedia dell'Arte.

Muestra de la creatividad de Salzillo es la expresiva figura del Ciego tocando la zanfoña, que aparece acompañado por un lazarillo que hace danzar a un perro como ejemplo de mendicidad callejera. No obstante, en este universo popular los rústicos campesinos conviven con personajes tomados de la refinada nobleza local, contrastando las rudas vestimentas de los pastores o los harapos del lazarillo con el refinamiento de los pajes de los Reyes Magos, revestidos con coloridas libreas, medias de seda y elegantes sombreros con penachos, siguiendo la moda dieciochesca. Se ha apuntado que algunas figuras presentan retratos de personalidades del momento en Murcia, como el propio Jesualdo Riquelme, el marqués de Beniel o el conde de Floridablanca.

Búsqueda de posada

     Todo este repertorio popular convive con las solemnes figuras de los misterios evangélicos, que con un sentido eminentemente narrativo muestran un profundo sentimiento religioso y una extraordinaria delicadeza formal. Salzillo plasma sus arquetipos personales en las figuras de la Virgen y San José, cuyos estilemas repiten los que utilizara en esculturas de formato monumental, destacando la belleza plástica y compositiva del Sueño de San José. Junto a ellos, el repertorio de ángeles, con túnicas ricamente estofadas y grandes alas desplegadas, constituye el grupo de figuras más sofisticado del conjunto.

Tanto las figuras modeladas en barro —con vestimentas hechas con telas encoladas—, como las talladas en madera, aparecen ricamente policromadas de acuerdo a los gustos del rococó, contrastando los colores lisos de la indumentaria de los campesinos con los tonos pastel de los personajes sagrados, cuyas túnicas y mantos presentan un estofado rayado que deja aflorar el oro subyacente, recurso que les proporciona un acabado preciosista de gran luminosidad y suntuosidad.

Pastor desollando un cordero

     Al repertorio salzillesco se suman las creaciones de Roque López para la corte de Herodes y la Degollación de los Inocentes, con una soldadesca romana que luce una indumentaria de gran fantasía y con aplicaciones de postizos, conjunto de figuras que, siguiendo las pautas de Salzillo, mantienen la uniformidad del estilo.

De este modo el Belén de Salzillo vino a culminar, en las postrimerías del siglo XVIII, una tradición murciana que se remonta al siglo anterior y que fue alentada en la ciudad por las comunidades conventuales de Capuchinas, Agustinas, Carmelitas o Clarisas para ser introducida en los ámbitos domésticos. En esta obra Salzillo legaba el belén más importante del arte barroco español.


Informe: J. M. Travieso.


 

Lectura del Romance
Fotografías del autor y del Museo Salzillo. Fotografía de cabecera de Aquiles Ros.









Ciego tocando la zanfoña y lazarillo con perro









 

Nacimiento










Reyes Magos y sus pajes










Rey Melchor y paje del Rey Gaspar











Presentación en el Templo











Palacio de Herodes









Roque López. Guardia herodiana










Roque López. Rey Herodes















Roque López. Detalle de la Degollación de los Inocentes

















Retrato de Francisco Salzillo
Biblioteca Nacional, Madrid



















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Visitas comentadas: OTRO MUSEO / Salas "MEMORIA DEL MUSEO" y "ARTE Y VIDA PRIVADA", martes, jueves y viernes de enero 2021

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MUSEO NACIONAL DE ESCULTURA
Valladolid








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Visita virtual: PUERTAS DE SAN ZENÓN, fascinante narrativa románica de carácter didáctico

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PUERTAS DE SAN ZENÓN

Anónimo sajón / Anónimos veroneses

1030 / 1137

Paneles y elementos de bronce

Basílica de San Zeno Maggiore, Verona

Escultura románica

 

 





Basílica de San Zenón, Verona


Algunas catedrales italianas muestran en sus puertas principales bellos trabajos de bronce de estilo románico, aunque en ningún caso alcanzan la magnificencia que presentan las puertas de la basílica de San Zenón de Verona, donde unos desconocidos escultores dejaron el espectacular legado de una biblia en imágenes que alcanza el paroxismo del afán narrativo y didáctico en una copiosa serie de paneles historiados elaborados entre los siglos XI y XII. En pocas ocasiones como en esta se patentiza el misterio por el que el arte románico puede llegar a producir tanta fascinación, a pesar de unos patrones determinados por las "incorrecciones" anatómicas y la falta de naturalismo de las escenas, capaces, sin embargo, de cautivar y emocionar al espectador por su exquisita sensibilidad.    

Las placas en relieve de San Zenón aglutinan la esencia de la escultura románica. No persiguen ser un objeto artístico en sí mismas, sino que, supeditadas al trazado arquitectónico de la portada del templo, se presentan como un medio educativo acorde con la religiosidad del momento, siendo esta la principal finalidad del encargo. Para la transmisión del mensaje, se recurre a un repertorio temático reiterativo en el que cada elemento ambiental, como ocurre en las miniaturas de la época, viene determinado por su esquematismo y su simbolismo, de modo que un árbol puede representar un bosque, una torre o una cerca a una ciudad, unas ondas al mar, etc.

Tímpano del pórtico, basílica de San Zenón, Verona

     De acuerdo a unos parámetros mentales, las figuras mantienen un orden jerarquizado según la importancia del personaje representado, de modo que los principales, especialmente los sagrados, presentan mayor tamaño que los secundarios. Todas las figuras son ajenas a la representación naturalista, sin ajustarse a un canon anatómico ni a la lógica en su ubicación en el espacio, predominando las desproporciones, la rigidez y la tendencia a la estilización, alternando figuras planas con otras de marcado volumen que, en algunas escenas, alcanzan un alto grado de expresionismo para resaltar una idea, sobre todo cuando se pretende una perspectiva que siempre es fallida.

En las figuras prevalece un fuerte esquematismo compositivo basado en volúmenes geométricos puros, siendo plasmados los pliegues de los paños mediante incisiones. Las figuras tienden a la frontalidad, con una rígida gesticulación y una simplificación y un hieratismo que paradójicamente proporciona una gran solemnidad a los personajes sagrados. En líneas generales, esta escultura aglutina las influencias de la escuela carolingia con las recibidas, desde comienzos del siglo X, de los modelos bizantinos llegados desde Constantinopla, motivo por el que se engloba como escultura italo-bizantina.


CONTEXTO: EL PÓRTICO DE LA IGLESIA DE SAN ZENÓN EL MAYOR      

La iglesia de San Zeno Maggiore es la iglesia románica más ornamentada del norte de Italia. San Zenón fue un religioso originario de África que el año 362 fue proclamado como octavo obispo de Verona. Tras su muerte el 12 de abril de 372, sobre su sepultura se construyó en el siglo X una primitiva iglesia —desde el año 921 albergó en su cripta el sarcófago con el cuerpo de San Zenón— que sufrió sucesivas modificaciones y que fue víctima de un terremoto en el año 1117.

El edificio actual, que fue levantado sobre el anterior entre 1125 y 1135, presenta un pórtico avanzado, erigido en 1138, con una bóveda de cañón rematada con un tejadillo a dos aguas y sustentado sobre dos altas columnas que descansan sobre leones estilóforos, siguiendo un modelo muy difundido en las iglesias románicas italianas. Su finalidad es proteger los trabajos escultóricos de la portada, en este caso el tímpano policromado, realizado por el maestro Nicolò, en cuyo centro aparece San Zenón venciendo al demonio y bendiciendo a la comuna veronesa, simbolizada por soldados armados a la izquierda, que sujetan el estandarte de la ciudad, y un grupo de jinetes a la derecha. La parte inferior de la luneta está recorrida por debajo por un friso con arquerías, bajo las que se muestran milagros del santo obispo, y otro inferior con encasillamientos que albergan rosetas y animales.


     El pórtico se completa con relieves laterales que representan, junto a otras figuras simbólicas, el ciclo de los meses, mostrando al exterior las figuras de San Juan Bautista y San Juan Evangelista en las enjutas y el Agnus Dei en la clave del arco, sobre el que se coloca un relieve con la mano de Dios bendiciendo. La puerta está flanqueada por dieciocho bajorrelieves de mármol, realizados por el mismo maestro y colocados en 1140, con escenas del libro del Génesis en la parte derecha y episodios de la vida de Cristo en la parte izquierda, incluyendo entre ellos algunos episodios de la vida de Teodorico. Sobre el pórtico se abre un enorme rosetón, inscrito en un círculo en el que aparecen relieves simbólicos de la Rueda de la Fortuna elaborados por Brioloto.    

En el interior del pórtico se abre una puerta adintelada de grandes dimensiones, de 3,60 m de ancho y 4,80 de alto, cerrada por dos hojas de madera que se abaten hacia el exterior y que protegen las puertas originales, constituidas por dos hojas de madera totalmente recubiertas con 48 placas de bronce que, al igual que ocurre con los relieves marmóreos que las flanquean, reproducen escenas del Antiguo y Nuevo Testamento, junto a una serie dedicada a los milagros de San Zenón. 


LOS PANELES DE BRONCE DE LAS PUERTAS DE SAN ZENÓN
 

Las puertas están elaboradas en madera, estando recubierto el exterior de cada una de las hojas por 24 paneles de bronce —de 45 x 45 cm— que fueron realizados por tres desconocidos maestros y en distintas fechas, con una diferencia entre ellas de cien años. Su montaje sobre las puertas sigue un esquema reticular, con una disposición simétrica organizada a base de triadas de placas dispuestas a ocho alturas y separadas por perfiles semicilíndricos con distintos tipos de calados ornamentales, estando colocados en cada una de las intersecciones una serie de mascarones que actúan como nexo de unión entre las distintas escenas y que casi se conservan en su integridad. Se completa con otras placas de menor tamaño, que recorren los bordes formando una orla exterior en la que no faltan representaciones de figuras humanas, de cuyo conjunto se han perdido algunas piezas. 

PUERTA IZQUIERDA: ANTIGUO TESTAMENTO, 1030

Es el trabajo de placas fundidas en bronce más antiguo del conjunto. Su autoría se atribuye a maestros sajones de Hildesheim y se data en 1030, por lo que habrían sido elaboradas para la primitiva iglesia construida sobre le sepultura de San Zenón, dañada gravemente por un terremoto producido en 1117, hecho que obligó a la reconstrucción general del templo.

El repertorio está constituido mayoritariamente por escenas del Antiguo Testamento, comenzando en la parte superior por escenas del Génesis. En la parte inferior se incorporan otros temas, entre ellos una serie dedicada a los milagros de San Zenón. 

Paneles 28, 29, 30, 31, 32 y 33

25Creación de Adán y Eva: Escena distribuida a dos alturas, arriba con la dinámica figura de Dios creando a Eva de la costilla de Adán y con la serpiente tentando a Adán y Eva en la parte inferior.

26El árbol del conocimiento del Bien y del Mal: De composición simétrica marcada por un esquemático árbol colocado en el centro bajo un arco, presenta a un lado la figura de Dios prohibiendo la comida de sus frutos y al otro a Adán y Eva tapando sus vergüenzas después de haber pecado.

27Expulsión del Paraíso: Bajo una doble arquería, muestra el momento en que un ángel expulsa a Adán y Eva, que aparecen con gesto doliente y pudorosamente vestidos.

 

28Caín y Abel: Escenas a dos alturas. En la parte superior Caín y Abel ofrecen sacrificios, siendo bendecido por la mano de Dios el que ofrece Abel. En la parte inferior Caín da muerte a Abel.

29El arca de Noé: El arca, con forma de edificio, navega sobre las aguas. En una ventana superior Noé recibe la visita de una paloma con una rama de olivo como anuncio de que el Diluvio ha terminado.

30Noé y sus hijos: Abigarrada composición en la que aparece el patriarca junto a sus hijos y sobre ellos la escena de Noé embriagado y recostado sobre una vid.

Panel 33: El Sacrificio de Isaac

 


31Dios pidiendo a Abraham que cuente las estrellas: Muestra a Dios indicando a Abraham que observe el firmamento, representado por un semicírculo con estrellas, equiparando la gran cantidad de astros con la futura descendencia del patriarca.

32Historias de Abraham: A dos alturas aparecen las escenas de la visita de tres ángeles a Abraham, caracterizado con un gorro cónico de tipo oriental, y abajo el patriarca con sus esposas a la puerta de un edificio.

33Abraham y el sacrificio de su hijo Isaac: El célebre episodio está narrado al completo de forma muy expresiva, con el joven Isaac colocado sobre un ara de sacrificios y un ángel deteniendo la espada de Abraham y señalando a un carnero enredado en una zarza, una vez demostrada la férrea obediencia a Dios por el patriarca. 

 



Panel 34: Moisés recibe las tablas de la ley



34Moisés recibe las tablas de la ley: Con figuras a dos niveles se narra el pasaje del Éxodo. Arriba aparece Moisés recibiendo de Dios las tablas de la ley en el Monte Sinaí, abajo tres figuras se hallan junto a un altar en que se veneran veladas, en alusión al Arca de la Alianza.

35Moisés en Egipto: Escena a doble nivel. Abajo, bajo dos arquerías, se encuentra el faraón, sedente, y Moisés solicitando la salida del pueblo de Israel. Arriba la plaga de la muerte de los primogénitos egipcios, con un ángel exterminador y un judío que pinta la entrada a una casa.

36Moisés y la serpiente de bronce: Pasaje tomado de Números. Presenta un asta central sobre el que está colocada la serpiente que Dios ordenara colocar a Moisés para que los israelitas arrepentidos se salvaran con su simple mirada.


 


Panel 38: El Árbol de Jessé



37El profeta Balaam en su burra: Tomado del libro de los Números, presenta a Balaam sobre la burra a la que Dios permitió que le hablase para impedir que maldijera a los israelitas. Al fondo un edificio alude a la corte de Balak, destino del adivino mesopotámico.

38El árbol de Jessé: Sobre un lecho aparece recostado Jessé, padre de David, de cuyo cuerpo brota un árbol con la genealogía de Cristo, representado en el vértice superior.

39Personaje a caballo: De difícil identificación, este jinete al trote llega a una ciudad en la que aparecen dos figuras femeninas, por lo que es posible que represente a Salomón y las mujeres del célebre juicio.



 

Paneles 40, 41 y 42: Mascarón, San Zenón pescando y Curación de la princesa endemoniada

40Cabeza de león: Esta placa, que tiene la función de tirador de la puerta, en lugar de un pasaje representa una gran cabeza de león en la línea de los bestiarios románicos. La presencia del animal rey adquiere un simbolismo cristológico.

41San Zenón pescando en el río Adige: Esta placa comienza la serie dedicada a San Zenón, que aparece pescando en el río Adige junto a dos figuras que le observan. Rememora los milagros obrados por el santo a través del agua.

42San Zenón liberando a la princesa endemoniada: Bajo una arcada aparece San Zenón revestido de obispo y realizando un exorcismo, con la ayuda de un diácono, sobre la hija del rey, de cuya boca sale el maligno.

Paneles 43, 44 y 45: Nabucodonosor, Curación de un poseído y Zan Zenón y el emperador Galieno
43Castigo en la corte de Nabucodonosor: Arriba aparecen las figuras sedentes del rey y dos dignatarios contemplando como en el parte inferior un soldado cumple sus órdenes introduciendo a un prisionero en un horno. El fondo de la placa se decora con un bello rameado calado de gran plasticidad.

44Poseído curado por San Zenón: Con la mitad de la placa mutilada, presenta a un personaje poseído que conduce un carro y que es curado por San Zenón.

45El emperador Galieno ofrece su corona a San Zenón: Es la placa más sencilla del conjunto, presentando las dos figuras giradas en tres cuartos y sobre un fondo plano. Hace referencia a la antigua leyenda de que San Zenón liberó del demonio a una hija del emperador.

Paneles 46, 47 y 48: Expulsión del Paraíso, Construcción del Arca de Noé y San Miguel

46Sacrificio de Isaac: El tema repite el representado en la placa 33, con los mismos componentes aunque con un trabajo y una composición más elemental.

47Noé construyendo el arca: Mientras Noé trabaja en una mesa de carpintero, por una rampa son introducidos los animales. La nave presenta un mascarón de proa en forma de cabeza animal.

48San Miguel venciendo al dragón: La figura del arcángel, con grandes alas desplegadas y ante un sugestivo follaje calado, da muerte al demonio, que adopta la forma de un temible basilisco.

Panel 50: El escultor

 

49Santoral: Colocadas a la izquierda de la retícula, se conservan una serie de seis placas de menor formato que conforman una orla exterior. Bajo arquerías apeadas sobre columnillas con capiteles aparecen distintos santos, entre los que se identifica a San Pedro, San Pablo, San Zenón y Santa Elena, así como las figuras de Matilde de Canossa, donante y benefactora de la abadía, y su esposo Godofredo.


50El escultor: Con el mismo formato, pero colocada a la altura de la placa 43, se encuentra la figura de un escultor, que aparece representado trabajando con un mazo y un cincel. Se especula que pueda tratarse de un autorretrato del artífice.

 

PUERTA DERECHA: NUEVO TESTAMENTO, 1137

Este conjunto de paneles fue elaborado con motivo de la reconstrucción de la iglesia entre 1125 y 1135, viniendo a complementar, con escenas dedicadas al Nuevo Testamento en su mayoría, el programa iconográfico de la puerta preexistente. En el repertorio incluye una trilogía dedicada a San Juan Bautista.

Su autoría se atribuye a maestros veroneses, aunque no faltan opiniones que incluyen la participación de Benedetto Antelami (1150-1230), hecho imposible de demostrar. 

Paneles 1, 2 y 3: Anunciación, Adoración de los pastores y los Reyes y Huída a Egipto

1La Anunciación: La escena comienza la serie dedicada a la vida de Cristo. Bajo un arco anexo a un edificio, descrito mediante una torre con ventanales calados, aparecen las esquemáticas figuras de la Virgen y del arcángel San Gabriel, que con las alas desplegadas anuncia a María su maternidad.

2Adoración de los pastores y de los Reyes Magos: Sobre un fondo plano se superponen dos secuencias. Arriba aparece el Niño Jesús recostado en un pesebre custodiado por la mula y el buey, con la Virgen convaleciente y acompañada por San José, y una pareja de pastores que reciben el anuncio de un ángel que señala una estrella. Más abajo los tres Reyes entregan sus ofrendas a la Virgen, que siguiendo el arquetipo románico aparece sedente, en posición frontal y con el Niño en su regazo.

3Huída a Egipto: Sin referencias espaciales, la escena se reduce a su esencia narrativa, con las figuras de San José caminando con un cayado y la Virgen con el Niño bendiciendo a lomos de un asno. Esta ajusta su imagen al modelo "theotokos" de la tradición bizantina.

Paneles 4, 5 y 6: Expulsión de los mercaderes, Bautismo de Cristo y Jesús entre los doctores

4Expulsión de los mercaderes del templo: Recoge un episodio de la vida pública de Jesús. Bajo las torres de un edificio esquemático, y sobre un dinámico fondo de follaje calado, se coloca la figura de Cristo portando un látigo con el que amenaza a tres comerciantes que portan enseres y animales.

5Bautismo de Cristo y pasaje de la mujer adúltera: En este panel se colocan dos pasajes a doble altura. En la parte superior se muestra el bautismo de Cristo en el río Jordán, con las figuras de Cristo sumergido en las aguas, San Juan Bautista derramando el agua sobre su cabeza, sobre la que desciende la paloma del Espíritu Santo y a los lados un ángel y dos figuras femeninas que sujetan sus vestiduras. Abajo, bajo una triple arquería, aparecen Jesús y la mujer adúltera, a la que libra de morir apedreada en su confrontación con los tres escribas y fariseos que se incluyen en la escena tocados con curiosos gorros cónicos.

6Cristo entre los doctores: En un templo delimitado por una arquería inferior y tres arcos superiores con pequeñas torres, con pequeños ventanales calados, aparece la figura de Cristo señalando las Sagradas Escrituras a los cuatro doctores que se sientan a su lado.

Paneles 8 y 9: Lavatorio de los pies y Última Cena

7Entrada de Jesús en Jerusalén: Inicia el ciclo de la Pasión. Colocadas aleatoriamente en el espacio se muestran las figuras de Cristo montado en un asno, bendiciendo y acompañado de dos discípulos, mientras tres personajes agitan palmas y paños a su paso. Destaca la profusión de profundos pliegues en las vestiduras.

8Lavatorio de los pies: Con un gran sentido narrativo, la figura de Cristo, identificado por el nimbo crucífero, aparece en escorzo, de espaldas y de rodillas ante cuatro apóstoles sedentes, a uno de los cuales lava los pies. Completa la escena una asistente que entrega el agua a Cristo en un recipiente.

9La Última Cena: A pesar del arcaico sistema compositivo, la escena muestra una gran expresividad. Ante una mesa que se abate del fondo en forma de arista, colocada en un cenáculo sugerido por una triple arcada, se encuentran las figuras centrales de Cristo y San Juan apoyado en él. A cada lado se colocan tres apóstoles, que representan a todos ellos, reservando el primer plano para la figura de Judas sobre una alfombra, que señala su cuello en alusión a la horca tras la traición. La mesa ejerce como elemento divisor entre el bien y el mal. 

Paneles 10, 11 y 12: Prendimiento, Camino del Calvario y Jesús ante Pilatos

10Prendimiento de Cristo: Con la única referencia espacial de un pequeño muro, Cristo es apresado en el huerto de Getsemaní por cuatro soldados que cubren sus cabezas con cascos cónicos. Dos de ellos portan teas encendidas sugiriendo que la escena se produce de noche. Destaca el elemental tratamiento de la perspectiva para establecer un expresivo corro en torno a la figura frontal de Jesús.

11Camino del Calvario: Composición dinámica por las calles de Jerusalén, reducida a una arquería rematada con tres torres. A la derecha una columna alude a la flagelación y en el centro unas escaleras sugieren el Pretorio. Cristo camina con el torso desnudo, portando la cruz y con la cabeza agachada acusando el castigo, mientras es instigado por tres soldados que repiten la misma indumentaria.

12Cristo ante Pilatos: Cristo, amarrado e identificado por el nimbo crucífero, es conducido por dos soldados ante la presencia de Pilatos, que aparece sedente, coronado y con gesto inquisitivo junto a un escolta armado. Las figuras aparecen adheridas a un fondo plano y para fijarlas al suelo los pies se apoyan sobre protuberancias. 

Panel 13: La Flagelación




13La Flagelación: Es una de las placas que adolece de más errores compositivos y sin embargo una de las más expresivas. El centro está ocupado por la figura de Cristo, que aparece suspendido en el espacio y amarrado a una columna alta. Dos sayones le azotan con flagelos terminados en bolas en presencia de un mando destacado por su tamaño, mientras un soldado y dos judíos deambulan por un espacio sin definir.







Panel 14: Crucifixión y Descendimiento



14Crucifixión y Descendimiento: En esta placa, que representa dos momentos sucesivos, se condensa la iconografía heredada de modelos bizantinos. El tema central es la Crucifixión, con la figura de Cristo siguiendo el arquetipo románico, presentado como rey coronado, sujeto a la cruz por cuatro clavos y con un faldellín que le llega a las rodillas. Le acompañan a los lados las figuras sufrientes de la Virgen y San Juan. Sobre la cruz aparecen las alegorías del sol y la luna, que aluden al paso a las tinieblas producidas tras la muerte de Cristo. La esquemática representación incluye el Descendimiento, con la figuras a los lados de José de Arimatea sujetando el cuerpo de Jesús y Nicodemo portando unas grandes tenazas. La placa conserva restos de la policromía aplicada selectivamente a ciertos elementos.





Panel 15: Visita de las Marías al sepulcro




15Visita de las Marías al sepulcro: Sobre un bello fondo de follaje calado aparecen las figuras de las dos mujeres que visitan el sepulcro, que aparece vacío y con parte del sudario al descubierto. Sobre el sarcófago se sienta un ángel que indica a las mujeres que Cristo ha resucitado. La escena, reducida a lo esencial, a pesar de su hieratismo es altamente expresiva y de una gran belleza plástica.

 






Paneles 16, 17 y 18: Bajada al Limbo, Cristo Juez y Mascarón alegórico

16Bajada al limbo: Los infiernos aparecen simbolizados por una ciudad amurallada que está regida por el demonio, figura de tamaño destacado que se ocupa de castigar a los condenados, como el que es arrojado a una caldera en la parte inferior. Cristo llega a la puerta del recinto para salvar a los justos, tomando de la mano a Adán y Eva.

17Cristo Juez y en Majestad: Siguiendo una iconografía muy repetida en los tímpanos de las iglesias románicas, muestra la figura sedente de Cristo en majestad, sujetando el libro de la ley y levantando la mano en gesto de acogida, mientras dos ángeles agitan incensarios dando solemnidad a la escena. Bajo sus pies aparece la cruz, como símbolo de redención, sujetada por dos serafines. Las figuras conservan restos de policromía de tonos rojizos.

18Mascarón con una alegoría del Mal: A la misma altura y en correspondencia con la placa de la otra puerta, este espacio está ocupado por un gran mascarón con función de tirador. Con sentido alegórico del Mal, representa a un hombre barbado con dos serpientes que atacan su cabeza, mientras por su boca asoma una pequeña cabeza de dragón. 

Paneles 19, 20 y 21: Trilogía del martirio de San Juan Bautista

19Decapitación de San Juan Bautista: Esta placa inicia una trilogía dedicada al martirio de San Juan Bautista, que aparece como una secuencia ininterrumpida. Esta primera escena muestra el recinto amurallado de Herodes Antipas en Galilea, con una torre como calabozo. Un soldado acaba de decapitar al Bautista, cuya cabeza porta otro soldado que camina en dirección a la placa siguiente.

20Danza de Salomé:  Bajo una triple arquería se muestra el banquete con motivo del cumpleaños de Herodes, que aparece junto a su esposa Herodías. Junto a la mesa, Salomé ejecuta la danza que tanto agradó al rey y por la que fue recompensada, por consejo de su madre Herodías, con la cabeza del Bautista.

21Salomé entrega a su madre la cabeza del Bautista: Culmina la trilogía con el momento en que Salomé entrega la cabeza de San Juan Bautista a su madre Herodías, en presencia del rey y otro asistente al banquete.

Panel 22: La madre Tierra y la madre Agua



 

22La Madre Tierra y la Madre Agua: La temática de esta placa es simbólica por excelencia y está basada en la mitología griega. En la parte derecha aparece una alegoría de la Madre Tierra, cuyo origen se encuentra en la diosa Gaea, que en posición sedente, amamanta a dos niños. A su lado se encuentra, en la misma posición, la Madre Agua, inspirada en Talasa, hija de Éter y Hemera y diosa principal del mar o personificación del mar Mediterráneo, que amamanta a un pez y a un tritón. De sus espaldas, como símbolo de fertilidad, crecen árboles cuyas sintéticas ramas destacan sobre el follaje calado del fondo.





Detalles de las placas de la orla exterior

23Expulsión del Paraíso: Por su temática, estas dos últimas placas pudieron ser reaprovechadas de la primitiva puerta. Este pasaje del Génesis muestra la expulsión de Adán y Eva del Jardín del Edén tras haber cometido el pecado original. Adán y Eva se cubren pudorosamente sus vergüenzas con hojas, mientras un ángel con grandes alas desplegadas les empuja hacia fuera del Paraíso, representado por un esquemático árbol y varios arbustos.

24Adán y Eva con sus hijos trabajando: En esta atípica iconografía se muestra un grupo familiar que refiere el castigo de ganar el pan con el sudor de la frente. Dispuestos aleatoriamente sobre un fondo plano, Adán y Eva aparecen rodeados de tres de sus hijos, dos de los cuales aran la tierra. 

La puerta se completa con una serie de pequeñas placas que conforman una orla alrededor de la retícula central y que representan follaje, incluyendo ocho figuras de Reyes relacionadas con la música y tres alegorías de Virtudes.

 



Panel 23: Expulsión del Paraíso

A MODO DE CONCLUSIÓN 


     Los paneles con relieves en bronce que recubren las puertas pueden considerarse como una obra maestra de la escultura románica. En este conjunto se sintetizan los invariables ideales del arte a lo largo de todo un siglo, regidos por las directrices de una férrea religión que se manifiesta abstracta e intocable. En la variedad iconográfica de los paneles aparece como constante la oposición al naturalismo clásico y el alejamiento de la realidad como herencia del arte bizantino. Las figuras se ajustan a unas fórmulas ideales basadas en valores geométricos y siguiendo un estilo arcaico caracterizado por la rigidez de los cuerpos, la inexpresividad de los rostros, la jerarquización de tamaños y el gusto por los efectos pintorescos y anecdóticos, predominando sobre cualquier otro aspecto su carácter didáctico, lo que justifica su simplicidad y primitivismo, con lo que se consigue una expresión deshumanizada que, paradójicamente, en muchas ocasiones se torna en solemne, a pesar de que el papel determinante de la Iglesia, respecto a sus objetivos religiosos, hace que el arte se aparte de toda preocupación formal.

     En las composiciones, como ocurre en este conjunto, modelos y actitudes se inspiran en modelos bizantinos y en el universo de las miniaturas prerrománicas, pudiéndose intuir la influencia de los códices irlandeses en el trazado de motivos geométricos y vegetales rítmicamente tratados, como ocurre en los follajes que sirven de fondo a distintas escenas. Asimismo, la fabulación iconográfica en ocasiones toma como referencia los bestiarios de procedencia oriental o islámica, que el artista románico sacraliza para convertir los animales, reales o imaginarios, en símbolo de virtud o perversión, siempre con un objetivo didáctico.


      Ningún otro lugar es mejor para expresar todo el mensaje que la puerta de la iglesia, convertida en sí misma en símbolo de Cristo, que se autoproclamó como la puerta hacia la salvación.

 

Informe: J. M. Travieso.



 

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Visita virtual: VIRGEN DE LAS CUEVAS, reinvención de una iconografía medieval

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VIRGEN DE LAS CUEVAS
Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, Badajoz, 1598 - Madrid, 1664)
Hacia 1655
Óleo sobre lienzo - 267 x 320 cm.
Museo de Bellas Artes, Sevilla
Procedente del Monasterio de la Cartuja de Santa María de las Cuevas de Sevilla
Pintura barroca española. Escuela sevillana










Hacia el año 1655 Francisco de Zurbarán andaba ocupado en pintar tres lienzos destinados a la sacristía de la Cartuja de Santa María de las Cuevas de Sevilla, los tres encargados por la orden para representar sus principios espirituales: La Virgen de las Cuevas, como imprescindible testimonio de la devoción a María y como exaltación de la advocación titular del monasterio situado a orillas del Guadalquivir; La visita de San Bruno al papa Urbano II, en alusión al silencio como una de las reglas supremas de la orden; y el Milagro de San Hugo, referido a la necesidad de la mortificación por el ayuno en la vida diaria de los cartujos.

Para esta serie, Zurbarán creó tres escenas completamente distintas entre sí, pero que comparten una simplicidad compositiva que las hace perfectamente comprensibles, algo que por otra parte caracteriza toda su obra. En ellas crea tres tipos diferentes de iconografía en las que, como es habitual, aparece más preocupado por sugerir que en mostrar, estando presentes dos de sus estilemas inconfundibles: los ricos matices que logra con el color blanco y el personal tratamiento de los pliegues en las amplias vestiduras de los monjes cartujos.

Entre las tres pinturas destaca por su majestuosidad y rico colorido la representación de la Virgen de las Cuevas, titular del monasterio, donde Zurbarán reinterpreta la iconografía de origen medieval de la Virgen de la Misericordia, siguiendo la senda establecida en Sevilla por Alejo Fernández en 1531 con su Virgen de los Navegantes (Real Alcázar de Sevilla).
En este caso los personajes que quedan protegidos bajo el manto de la Virgen no son marinos, sino quince frailes cartujos que aparecen arrodillados, en actitud de oración, formando dos grupos dispuestos a cada lado para mantener el riguroso principio de simetría que rige la composición, situándose sobre el eje, como protagonista absoluta, la figura de la Virgen, que sigue el modelo de Inmaculada planteado por Francisco Pacheco en su Arte de la Pintura.
La Virgen aparece coronada, vestida con una amplia túnica roja —símbolo de copasionaria— anudada por un cíngulo a la cintura, un extenso manto azul —símbolo de eternidad— decorado con una orla dorada, sujeto al pecho por un rico broche y elevado por dos querubines situados en los laterales. Mira fijamente al espectador en posición de contrappostoy despliega los brazos para reposar las manos, a modo de bendición, sobre las cabezas de los dos monjes más próximos, que posiblemente representan a Dominique Hélion y Jean de Rhodes, destacados difusores del rosario, que aparece simbolizado por las rosas y jazmines que se hallan esparcidos por el suelo con un detallismo propio de uno de sus bodegones.
A pesar del movimiento ceremonioso y cadencioso que sugiere la escena, Zurbarán consigue evitar el hieratismo de las figuras infundiendo un sutil movimiento que es realzado por el tratamiento individualizado de los frailes y sus distintas reacciones, figuras que, frente a la imagen idealizada de la Virgen, vienen a constituir una auténtica galería de retratos.
La fuerza plástica se acentúa con el tratamiento de las texturas, labor en la que Zurbarán se revela como un gran maestro, estableciendo un calculado contraste entre los hábitos blancos y la oscuridad del manto que los cobija, al igual que las tonalidades rojizas de la túnica y especialmente el azul del manto, elemento que divide la escena en dos registros diferenciados, uno inferior de carácter terrenal, ocupado por los frailes, y otro superior y celestial convertido en un espacio sobrenatural e intemporal, definido por una gloria abierta con nubes inmersas entre resplandores dorados, presidida por la figura del Espíritu Santo y con múltiples cabezas de querubines que casi difuminados forman una corona en torno a la cabeza de la Virgen.

En la Virgen de la Cuevas aparece otro recurso frecuente en el pintor, como es la ausencia de un espacio concreto donde situar la escena, ya que en el fondo no hay rastros de arquitecturas ni de elementos paisajísticos que sirvan de referencia, con lo que ubica las figuras a su antojo para presentar más una idea que determinado pasaje. Este recurso lo repite en sus bodegones, con los elementos esenciales aislados y matizados por la luz, sin el acompañamiento de una recreación ambiental con identidad propia.

Con gran habilidad, basada en la simplicidad, el pintor se ajusta a las directrices contrarreformistas, reflejando de forma idónea tanto la mentalidad monástica de su tiempo como la esencia del tema tratado, sin elementos añadidos que pudieran desvirtuar la idea que se presenta ante el espectador y que este capta a través de los sentidos: la protección de la Virgen a la Orden fundada por San Bruno.

En el fuerte contraste de claroscuros y en el uso armónico de la luz, Zurbarán aún mantiene en esta pintura cierto regusto por los efectos tenebristas de Caravaggio, recursos que irá abandonando paulatinamente, aunque nunca abandonará el afán por dotar a las figuras de valores escultóricos, habilidad en la que se muestra como un verdadero maestro.
Estilísticamente, Zurbarán es mucho menos técnico que Velázquez y que Murillo, aunque mucho más trascendente que ellos, de modo que lo que le falta en técnica le sobra en espíritu. Efectivamente, en su obra prevalece lo espiritual, la emoción, el equilibrio, el orden, la ternura y, ante todo, la sencillez, pues resuelve sus desafíos con soluciones modestas y humildes, consiguiendo una pureza volumétrica, depurada y austera, alejada de la blandura de Murillo, pintor que en ese momento comenzó a ser preferido por la sociedad sevillana al tiempo que decaía la obra de Zurbarán, que siempre permaneció fiel a sus principios.


La Virgen de las Cuevas en el Museo de Bellas Artes de Sevilla
LAS PINTURAS COMPAÑERAS DE LA CARTUJA DE SEVILLA

Visita de San Bruno al papa Urbano II 
Al igual que la Virgen de las Cuevas, este lienzo es obra de Zurbarán e igualmente procede de la sacristía de la Cartuja de Santa María de las Cuevas, donde permaneció hasta que fue retirado en 1840 a consecuencia de la Desamortización. En esta pintura, de aspecto protocolario, se muestra la entrevista entre San Bruno, fundador de la Orden de los Cartujos, y el papa Urbano II, después de que este pontífice llamara al santo para pedirle consejo sobre los problemas que padecía la Iglesia. En este caso la escena se localiza en una lujosa estancia con el pavimento alfombrado y con una columna central que divide el espacio en dos partes iluminadas por dos ventanales abiertos al fondo. En primer plano se coloca una mesa, recubierta por un paño, sobre la que reposan dos libros, un tintero, una palmatoria y una campanilla, apareciendo a un lado Urbano II sentado sobre un sillón frailero colocado bajo un dosel y revestido, de acuerdo a su rango, con una lujosa indumentaria de tonos púrpuras que le proporciona una solemnidad y riqueza acentuada por su gesto severo mientras mira al espectador.
Visita de San Bruno al papa Urbano II, Museo de Bellas Artes, Sevilla
(Foto Ramón Muñoz)
En el lado contrario, frente a él, aparece la figura sedente y austera de San Bruno con el hábito de la orden por él fundada, en actitud de recogimiento y en absoluto silencio cumpliendo fielmente su voto. Este es el tema principal que plantea la pintura como recordatorio a los monjes de uno de los preceptos más rigurosos de la comunidad cartuja. Se completa con un caprichoso cortinaje rojo, recogido sobre el santo, y dos asistentes papales colocados junto a la puerta.
De nuevo Zurbarán establece dos espacios con diferente iluminación, uno diáfano y luminoso colocado al fondo y otro en semipenumbra colocado al frente, lo que permite establecer fuertes contrastes en los paños, destacando los de color blanco.

El Milagro de San Hugo
Con un marcado sentido narrativo, esta pintura, compañera de las dos anteriores, pretende adoctrinar a los monjes acerca de los valores del ayuno en sus votos de penitencia. En ella establece Zurbarán una escena monacal que posteriormente ejercería mucha influencia en otros pintores que abordaron una temática similar, pues se le podría considerar como el pintor monástico por excelencia.
En la escena se narra el milagro acontecido hacia el año 1025 en la Cartuja de Grenoble. En una estancia aparecen los siete frailes fundadores de la orden colocados tras una mesa presidida por San Bruno. A su derecha se sitúan el capellán Hugón y Etienne de Thiene y a su izquierda Laudovín y Etienne de Bourg. Los dos frailes que se encuentran en el lateral de la mesa pueden identificarse con los hermanos legos Guerin y André. Por delante, en primer plano, se encuentra San Hugo, obispo de Grenoble, indicando lo que sucede a su paje.
El Milagro de San Hugo, Museo de Bellas Artes, Sevilla
El milagro se produjo el domingo anterior al miércoles de ceniza, cuando San Hugo envió carne a la comunidad. Los frailes, cuyo sustento era de verduras y huevos, se plantearon si era necesario rechazar la carne como alimento y vivir en perpetua abstinencia. Como la discusión se prolongaba, la intervención divina dejó a los frailes sumidos en un profundo sueño, permaneciendo en este estado durante cuarenta y cinco días para despertar el día que San Hugo acudió a visitarles. En ese momento San Bruno le informó sobre la discusión mantenida sobre el comer o no la carne que les había enviado, pero al acercarse San Hugo a la mesa observó que la carne se había convertido en ceniza. Todos comprendieron que se había producido un milagro y que el mensaje era el de practicar la abstinencia perpetua e intensificar aún más la práctica de una vida basada en la mortificación y austeridad.
Al fondo de la escena aparece representado un cuadro que incide en el mensaje, pues en él aparece a un lado la Virgen con el Niño durante la Huída a Egipto y al otro San Juan Bautista en el desierto, figuras que aluden a la idea de la austeridad y del ayuno.
El Milagro de San Hugo, detalle. Museo de Bellas Artes, Sevilla

Estas tres pinturas permanecieron en la sacristía de la Cartuja de Santa María de las Cuevas hasta 1840, año en que fueron confiscadas a consecuencia de la Desamortización. En ese momento la Cartuja fue comprada por Pickman y convertida en fábrica de lozas de notable calidad, mientras las pinturas ingresaron en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, que ocupó el antiguo convento sevillano de la Merced.


Informe y fotografías: J. M. Travieso.


Bibliografía

FERNÁNDEZ ROJAS, Matilde: Patrimonio artístico de los conventos masculinos desamortizados en Sevilla durante el siglo XIX. Trinitarios, franciscanos, mercedarios, cartujos, jerónimos, mínimos, menores, obregones y filipenses. Sevilla, 2009.

Monumento a Zurbarán en Llerena (Badajoz)
GAYA NUÑO, Juan Antonio: Zurbarán. Barcelona, 1964.

VALDIVIESO GONZÁLEZ, Enrique: La pintura en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Ediciones Galve, Sevilla, 1991.

VV. AA.: La restauración de los Zurbaranes de la Cartuja. Museo de Bellas Artes de Sevilla, Consejería de Cultura, Junta de Andalucía, 1997.







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Pie memoriae: VIRGEN DE CAPILLUDOS, el apego a un roble del valle del Jaramiel

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VIRGEN DE CAPILLUDOS
Ermita de Nuestra Señora de Capilludos
Castrillo Tejeriego (Valladolid)

















Aspecto habitual de la Virgen de Capilludos
Sobre un pequeño cerro situado a un kilómetro del municipio vallisoletano de Castrillo Tejeriego, desde el que se domina el valle del arroyo Jaramiel, se levanta la ermita de la Virgen de Capilludos, cuyo origen se remonta a un suceso milagroso protagonizado por una imagen románica empeñada en recibir culto, según la leyenda, en aquel paraje.

La Virgen de Capilludos ha gozado de una enorme devoción desde tiempos inmemoriales, siendo difundida la leyenda de su aparición por fray José Infantes, mercedario exclaustrado, que en un novenario editado en 1857 recogía el relato de un manuscrito que, basado en la tradición oral, había sido realizado por los frailes del desaparecido convento de Santa Ana de Castrillo Tejeriego. Asimismo, en 1903 Florencio Recio Urdiales, padre pasionista nacido en este mismo pueblo, publicaba el libro "La Virgen de Capilludos. Su templo y su culto", donde plasmaba la leyenda basándose en las memorias del sacerdote Pedro Esteban Monge, igualmente natural de Castrillo, que a su vez las había recogido en 1864 de un manuscrito conservado en la iglesia parroquial de Santa María Magdalena, posiblemente el que escribieron los frailes del citado convento de Santa Ana. En ambos casos el relato es invariable, cuyo contenido se relata a continuación.

Un serrano dedicado a comerciar con la madera, procedente de tierras sorianas, recaló con sus carretas en Castrillo Tejeriego, donde inició la búsqueda de material por el cerro sobre el que después se levantaría la ermita. Entre el arbolado llamó su atención un roble que destacaba por su frondosidad, observando con sorpresa que entre sus ramas aparecía una imagen de la Virgen. Feliz por el hallazgo, decidió recogerla para llevarla a su tierra, colocándola en una de sus carretas. Sin embargo, cuando regresó con nueva mercancía, la imagen había desaparecido. Tras iniciar su búsqueda, volvió a encontrarla en el roble y en la misma disposición, recogiéndola de nuevo para colocarla en la misma carreta, donde la aseguró atándola con sogas.
Virgen de Capilludos en la exposición Artesgueva Patronus
(Fotos Rubén Olmedo)
Tras la recogida de nuevas maderas, al llegar a la carreta el pinariego comprobó extrañado que la imagen inexplicablemente había desaparecido otra vez, volviendo a encontrarla de nuevo sobre el roble. Tras recogerla por tercera vez, decidió envolverla con su capillo — vestido con capucha que le daría el futuro nombre de Capilludos— para llevarla protegida en su recorrido. Sin embargo, fue burlado por la obcecada imagen de nuevo, que volvió a  aparecer sobre aquel roble convertido en su trono. Fue entonces cuando interpretó que la voluntad de la Virgen era la de ser venerada en aquel lugar, por lo que se dirigió al pueblo para relatar lo ocurrido al cabildo eclesiástico y al Ayuntamiento, que tuvieron la ocasión de comprobar con sus propios ojos lo que el pinariego había referido.
Cuando este regresó a su casa de la sierra de Soria, vendió todos sus bienes, el material recolectado y los aperos de labranza, con cuyo beneficio regresó para construir una pequeña ermita en la que, consagrado a la Virgen como ermitaño, se dedicó a su cuidado hasta el momento de su muerte, siendo enterrado en la ermita por él levantada, en un lugar identificado como la actual capilla de San Andrés, en la nave derecha desde la entrada de la renovada construcción que ha llegado a nuestros días. En la ermita se conservan trozos, guardados en una urna, del roble en que apareció la Virgen.

(Foto Rubén Olmedo)
Se desconoce la fecha en que se produjeron estos hechos, pero tratándose la imagen de la Virgen de Capilludos de una talla románica, cuyo estilo corresponde a finales del siglo XII o principios del XIII, la aparición y la construcción de la primitiva ermita podría situarse en ese tiempo. La escultura, de 58 cm de alto, muestra a la Virgen sedente y en disposición frontal, mientras sujeta una manzana en su mano derecha, como símbolo de la nueva Eva, y con el Niño colocado sobre su rodilla izquierda, que realiza un gesto de bendición y sujeta el libro de la Ley. Tanto la Virgen como el Niño visten una túnica recubierta por un manto, que en el caso de la Virgen le cubre hasta la cabeza, con pliegues muy elementales cayendo en vertical. Las figuras presentan un canon estilizado y el característico hieratismo románico que proporciona a las figuras solemnidad y distanciamiento.

Recientemente la Virgen de Capilludos ha recuperado su policromía original en una reciente restauración (fue presentada en 2019 en la iglesia de Renedo dentro de la exposición "Artesgueva Patronus"), en la que fueron eliminados los desafortunados repintes que presentaba. 
Retablo mayor de la ermita
Pinturas de Antonio Vázquez, 1530-1550
No obstante, no es fácil contemplar la figura románica original, pues el aspecto de la imagen fue transformado de acuerdo a los criterios barrocos, como tantas otras en el medio rural, para convertirla en imagen vestidera con un completo recubrimiento textil de una túnica bordada y acampanada —que apenas deja asomar la cabeza del Niño—, un largo manto de idénticas características que cubre la cabeza, una base con tres cabezas de querubines entre nubes al frente para aumentar su altura y diversas piezas de orfebrería, como el rostrillo, la gran corona y una enorme media luna colocada al frente para exaltar su condición de Inmaculada Concepción.

Las primeras noticias referidas a la ermita aparecen en el siglo XV en una serie de documentos del Monasterio de San Bernardo de Valbuena de Duero, que aunque no era el propietario encuadraba al templo en su jurisdicción como "Casa de Santa María de Capelludos". En 1441 se entabló un pleito sobre la propiedad del recinto entre este monasterio y el Concejo y la parroquia de Castrillo Tejeriego, que el obispo de Palencia, diócesis a la que por entonces pertenecía, sentenció a favor de Castrillo. Como los monjes cistercienses apelaran la sentencia, en 1444 se llegó a un acuerdo por el que el Concejo de Castrillo cedía al monasterio de San Bernardo ocho obradas de vega.

En 1544 Catalina Guevara de Velasco, esposa del señor de la población, Bernardino Velasco, conseguía una bula otorgada por el papa Paulo III que autorizaba la exposición del Santísimo y la celebración de misas en la ermita. La misma benefactora, gran devota de la Virgen de Capilludos, favoreció la construcción del actual edificio a partir de 1545, posible obra de Martín de Aramayo, que allí trabajó de cantero. Asimismo, en 1549 donó los fondos necesarios para mantener en la ermita dos capellanes, hecho que originó un pleito incoado por la parroquia del pueblo al ver disminuidas sus funciones. Otro conflicto ocurrió  en 1595, cuando fueron borrados los escudos de armas de la familia de los Velasco, patronos del templo, a consecuencia de no haber aportado los fondos prometidos y porque tanto Bernardino Velasco como su hijo Juan Velasco no dispusieron ser enterrados en el recinto de la iglesia.

Ermita de la Virgen de Capilludos, Castrillo Tejeriego (Valladolid)
La ermita, después reconvertida en santuario, fue construida con piedra extraída de la cantera de Castrillo Tejeriego. Tiene un testero plano y tres naves separadas por pilares cuadrangulares sobre los que se apean cuatro grandes arcadas ojivales. Está cubierta por bóvedas de crucería, con una espadaña y coro alto a los pies. Al fondo de la nave del evangelio se levantó una pequeña sacristía y, junto a diversas obras realizadas en el siglo XVII, en las que colaboró la iglesia parroquial del municipio, en l667 la Cofradía del Santo Cristo de las Batallas, establecida en la iglesia, edificaba su capilla con su correspondiente altar en este espacio, celebrando los cofrades sus reuniones en una casa aneja donde vivía un ermitaño.
En 1776 se levantaba sobre el presbiterio una cúpula sobre pechinas que aparece decorada con motivos geométricos al gusto dieciochesco, así como el añadido de un pórtico de dos arcos, orientado al sur, que cobija la puerta principal.

La iglesia conserva en su interior, de su primitiva época, un magnífico retablo mayor plateresco que fue realizado entre 1530 y 1550 por el pintor vallisoletano Antonio Vázquez y posiblemente encargado por Bernardino Velasco y Catalina Guevara, patronos de la ermita. Consta de banco y dos cuerpos, distribuido en tres calles y recorrido por una polsera decorada con grutescos. 
El retablo alberga ocho magníficas pinturas sobre tabla con escenas de la vida de la Virgen, así como las figuras emparejadas de San Pedro y San Pablo, pilares de la Iglesia, y de San Roque y San Sebastián, protectores de la peste, todas ellas con un preciso dibujo y un deslumbrante colorido recuperado en la restauración realizada por la Diputación Provincial de Valladolid en 1999.
Ocupa la hornacina central la imagen de la Virgen de Capilludos, cuya figura se recorta sobre un transparente decorado con una vidriera colocada en 1941.

Del cuidado de la ermita y de la imagen de la Virgen de Capilludos se ocuparon hasta 1870 un ermitaño o ermitaña que allí tenían su casa. Tiempo atrás, era costumbre que el ermitaño se acercase al pueblo lo fines de semana, portando la imagen de la Virgen, para recabar limosnas destinadas a la compra de velas para la ermita, que los fieles entregaban con generosidad. La práctica continuó con los ermitaños viviendo en el pueblo, a los que se financiaba la compra de zapatos que desgastaban de tanto ir y venir de la ermita al pueblo. Aunque la presencia del ermitaño desapareció en 1923, la devoción a la Virgen de los vecinos y su generosa colaboración se han mantenido a lo largo del tiempo hasta nuestros días.  

Entrada de la ermita de la Virgen de Capilludos
Desde que la devoción popular por la Virgen de Capilludos fuera en aumento desde el siglo XV, han sido numerosos los exvotos recibidos en la ermita como agradecimiento por los favores de todo tipo otorgados por la Virgen, manteniéndose vigente esta costumbre hasta el siglo XX, como lo demuestran algunas pinturas conservadas en el camarín. Entre los exvotos más llamativos se encuentra la llamada "lengua de ballena", en realidad un pez espada del que tuvo que defenderse un marinero en tierras ecuatoriales, que en señal de agradecimiento lo trajo para ofrecérselo a la Virgen.


Informe: J. M. Travieso.











Procesión en la fiesta de la Virgen de Capilludos















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Fastiginia: El refugio del dios Neptuno en el Campo Grande

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      Al contrario de lo que ocurre en la célebre Fontana di Trevi de Roma, donde el dios Neptuno que labrara Pietro Bracci aparece monumental y majestuoso sobre un carro con forma de venera que es guiado por dos tritones que conducen briosos caballos alados sobre el fondo marino, en Valladolid el dios de los océanos intenta pasar desapercibido cobijándose en el interior de una cueva que forman las cañas de bambú que crecen en una isleta situada en el riachuelo que forma el desagüe del estanque del Campo Grande, en un paraje que los románticos vinieron denominando como "los países bajos".

A este lugar, uno de los más sugerentes del laberíntico jardín, fue a parar en 1932 una escultura en mármol de procedencia italiana, labrada en el siglo XVIII, que representa al dios mitológico en plena desnudez, con un vigoroso cuerpo en posición de contraposto y la cabeza girada hacia la izquierda. Allí permanece silencioso, olvidado y sumido en un gesto de incomprensión, diríase que tal vez añorando las glorias pasadas o simplemente su tridente. Pero, ¿cómo llegó Neptuno a este romántico rincón?

     Hemos de remontarnos al siglo XIX, cuando en la actual Acera de Recoletos estaban asentados numerosos edificios religiosos, desde el Hospital de la Resurrección, en el solar actualmente ocupado por la Casa Mantilla, hasta el Convento de Capuchinos, en la actual plaza de Colón. En las primeras décadas del siglo, el Ayuntamiento de Valladolid, antes de la llegada del ferrocarril, decidió convertir este espacio en un gran boulevard al modo europeo, materializándose el proyecto entre 1828 y 1834, bajo la dirección del arquitecto Pedro García Fernández, con la apertura de una ancha avenida, flanqueada por dos vías más pequeñas, según consta en el plano firmado por este arquitecto en 1831 y conservado en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid.

Según narra Hilarión Sancho en su Diario(1807-1840), en la calle principal se plantaron árboles y se colocaron bancos corridos de piedra que conformaban un espolón, reservándose unos espacios para la colocación de tres fuentes, una próxima a la calle de Santiago, otra en el extremo opuesto, junto al convento de Capuchinos (que comenzó a funcionar en 1829) y otra más compleja en el centro rodeada de cuatro pedestales para colocar estatuas.

     Para decorar el paseo y las fuentes, el Ayuntamiento solicitó al rey Fernando VII algunas de las 108 estatuas que, labradas en piedra berroqueña, representaban a todos los reyes españoles y que en 1760 el rey Carlos III había ordenado retirar de las cornisas del Palacio Real, según la leyenda a petición de su madre, Isabel de Farnesio, que había soñado con un terremoto en el que era aplastada por ellas, por lo que fueron almacenadas en los sótanos del palacio. Después de la subida al trono en 1833 de Isabel II, sucesora de Fernando VII, aquellas estatuas de los reyes fueron repartidas por Madrid (Plaza de Oriente, Jardines de Sabatini y el Retiro) y otras ciudades españolas, como Burgos, El Ferrol, Vitoria o Pamplona.  

Fernando VII no atendió la petición del Ayuntamiento de Valladolid de las estatuas de reyes, aunque, según informa Hilarión Sancho, correspondió a la ciudad enviando tres esculturas mitológicas procedentes de los fondos del Museo del Prado, una representando a Venus o una alegoría de la Abundancia y otras dos con las figuras de Mercurio y Neptuno, siendo las tres colocadas en 1835 en la Acera de Recoletos como las primeras estatuas públicas de Valladolid.

Tomás Carlos Capuz. Refriega entre estudiantes y cadetes en
Valladolid, xilografía, 1872, Archivo Municipal, Valladolid
 No obstante, a la novedad pronto siguió la reacción de sectores de la sociedad puritana de la hasta entonces ciudad conventual, que se escandalizaron de los desnudos de las figuras, especialmente de los pechos al aire de la figura femenina, que consideraban poco apropiada para ser contemplada por los escolares, por lo que al cabo de tres días eran retiradas de sus pedestales. Poco después regresaban al Paseo de Recoletos para ser colocadas de nuevo por orden del Ayuntamiento.

Durante una nueva remodelación del Paseo de Recoletos en 1845, debido a la penuria económica municipal para acometer el ornato, se desmontó el pilón y la estatua de la fuente de Neptuno, pasando a ser recolocada junto a la de Mercurio a la entrada del Paseo. Es ilustrativa la xilografía de Tomás Carlos Capuz, realizada en 1872 y actualmente conservada en el Archivo Municipal, que representa una refriega entre estudiantes y cadetes en las inmediaciones del Campo Grande, para hacerse una idea aproximada del aspecto que tenían las esculturas sobre sus pedestales en la Acera de Recoletos.

     Corría el año 1878, cuando con motivo de las celebraciones del Carnaval en este espacio, se realizaron algunas modificaciones urbanas, como la renovación del arbolado y el desmontaje de las estatuas para su reposición cuando finalizaran las obras. Sin embargo, esto no se llevó a cabo y las estatuas quedaron almacenadas. Nuevas noticias aparecen en 1930, cuando Federico Santander Ruiz-Jiménez, alcalde de Valladolid, solicita que una estatua almacenada en el parque de obras fuese colocada en el Campo Grande. De este modo, mientras que de la estatua de Mercurio nunca más se supo, la estatua de Neptuno paso a ocupar su actual emplazamiento en 1932, después de ser construida la pequeña isleta que de forma simbólica permite al dios mitológico estar vinculado a las aguas.

Y allí sigue Neptuno viendo pasar el tiempo, convertido en un elemento pintoresco equiparable a la gruta, los pavos reales, los cisnes o las ardillas que los paseantes descubren con sorpresa en su deambular por el sugestivo universo que constituye el Campo Grande.    

 









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