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Visita virtual: AUTORRETRATO (EL MARCO), complacencia en la estética popular mexicana

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AUTORRETRATO (EL MARCO)
Frida Kahlo (Coyoacán, México, 1907-1954)
1938
Óleo sobre aluminio, pintura bajo vidrio y marco realizado por la artista
Centro Pompidou, Málaga
Surrealismo, primitivismo y expresionismo















De las más de ciento cincuenta obras que llegó a realizar Frida Kahlo, la mayor parte corresponden a autorretratos en los que plasmó sus dificultades para sobrevivir, después de que el infortunio marcara su existencia desde la infancia. Una de sus primeras obras catalogadas es este autorretrato que con el título de "El marco" (The frame) se expone en la colección permanente del Centro Pompidou de Málaga.
Hasta la realización de esta pintura, Frida Kahlo únicamente había pintado para satisfacer sus inquietudes en el ámbito privado y personal, siéndole costoso admitir que su obra pudiese despertar un interés general, especialmente después de que este cuadro, realizado en 1938, fuese el primero de un artista mexicano adquirido por el Museo del Louvre.

El cuadro en su conjunto responde a los gustos de la pintora en ese momento, mezclando de forma ecléctica técnicas y diseños. Su autorretrato constituye el motivo central, con su busto recortado sobre un intenso fondo azul cobalto, colocado ligeramente ladeado y con la mirada fija en el espectador, al que parece querer transmitir un mensaje existencial con un semblante grave, aunque desprovisto de símbolos trágicos. Sus rasgos anticipan su obsesiva representación ante el espejo, con la característica frente despejada, cejas pobladas y unidas en el entrecejo, ojos grandes, nariz ancha, pelillos incipientes en el bigote y boca cerrada, en este caso con el cabello recogido en forma de trenzas adornadas con cintas verdes entrelazadas que forman un lazo en la nuca, así como un ramillete de flores amarillas en lo alto del cráneo, siguiendo la tradición del folklore mexicano.
La imagen supone una exaltación de los ideales de la juventud, aunque con un rictus enigmático que incita a pensar en cierto padecimiento que no está explícito. Este autorretrato está pintado al óleo sobre una superficie de aluminio, lo que realza la luminosidad del color.
El autorretrato aparece enmarcado por un conjunto de flores, con un arco en la parte superior y dos aves enfrentadas en la inferior, elementos pintados sobre un cristal colocado sobre un marco rojo realizado por la propia Frida Kahlo. Son motivos tomados del repertorio artesanal de los tejidos mexicanos, definidos por su simplicidad y fuerte colorido.     

En la pintura ya están patentes los rasgos que definen un estilo personal que se continuaría en el tiempo, como las referencias estéticas al arte popular mexicano, impregnadas de cierto nacionalismo; el uso deliberado de ingenuos estilemas que acercan sus composiciones a la corriente primitivista y a la espontaneidad y autodidactismo del arte naif; el uso de la pintura como medio de indagación autobiográfica, con carácter expresionista y empleada como medio para proclamar su mundo interior desde un punto de vista subjetivo; el arte como recurso expresivo de la relación del autor con su cuerpo, en este caso con su feminidad, motivo por el que algunos autores interpretan sus obras como un símbolo de feminismo, a pesar de que la autora nunca militara en esa causa; finalmente el uso de recursos oníricos, con numerosos elementos simbólicos, que sitúan sus obras próximas al surrealismo.

Frida Kahlo. Autorretrato, 1926, Colección privada
Previamente a la realización de esta pintura, Frida Kahlo, que sufría las secuelas de una poliomielitis padecida a los 6 años, había sido estudiante en la Escuela Preparatoria de México, donde se aplicaron las reformas educativas de José Vasconcelos, inspiradas por la Revolución mexicana. Allí había recibido sus primeras clases de arte, aunque mostraba más interés por las letras y las ideas políticas, formando parte del grupo estudiantil "Los cachuchas".

El 17 de septiembre de 1925 marcaría un punto de inflexión en su vida, pues fue víctima de un accidente en que un tranvía chocó con el autobús en el que viajaba con su novio, sufriendo múltiples fracturas en la pierna derecha, clavícula, costillas, pelvis y columna vertebral. Ello le obligó a permanecer postrada en la cama durante meses, encontrando su entretenimiento en pintar. Fue entonces cuando comenzó a realizar retratos de sí misma utilizando espejos. De 1926 datan una serie de autorretratos, de corte convencional, como el que se conserva en una colección particular.

Una vez recuperada, continuó su carrera pictórica hasta conseguir cierto renombre en el ámbito local, involucrándose con la actividad cultural de México. Merced a sus relaciones con la fotógrafa Tina Modotti y el cubano Juan Antonio Mella, se puso en contacto con el pintor Diego Rivera, con quien contraía matrimonio en 1929. La pareja estableció su residencia en la Casa Azul (actualmente museo), que se convirtió en centro de encuentro de intelectuales del momento. Allí sufrió en 1930 un aborto terapéutico, a causa de los daños en su cadera, que se vino a sumar a la serie de infortunios personales.     

Izda: Retrato coloreado de Frida Kahlo y Diego Rivera, 1929. Dcha: Frida
 Kahlo y Diego Rivera, 1931, Museum of  Modern Art, San Francisco
En 1930 el matrimonio fijaba su residencia en Estados Unidos, donde permanecería tres años. En 1931 se daba a conocer internacionalmente al participar en la VI Exhibición Anual de la Sociedad de San Francisco de Mujeres Artistas, a la que presentó su pintura Frida y Diego Rivera, actualmente en el Museum of Art de San Francisco, obra realizada como celebración de su matrimonio cuando había transcurrido poco más de un año del enlace, donde con rasgos primitivistas se representa frágil y pequeña junto a la monumental figura de su idolatrado esposo Diego Rivera, al que con gesto de admiración plasma con la paleta y los pinceles en la mano.

La pareja regresa a México en 1934 y establece su residencia en el barrio de El Ángel, donde, a petición de Diego Rivera, en 1931 Juan O'Gorman había diseñado uno de los primeros edificios funcionalistas de Latinoamérica, con estudios independientes para Diego y para Frida. Ambos se influyen mutuamente, compartiendo el gusto por el arte popular mexicano de raíces indígenas.

Las dos Fridas, 1939, Museo de Arte Moderno, Ciudad de México
En 1938 Frida Kahlo realizaba El Marco, el autorretrato que hemos tratado, que formó parte de una exposición celebrada en Francia en 1939, atendiendo una invitación del teórico del movimiento surrealista André Breton, aunque Frida manifestara "Pensaron que yo era surrealista, pero no lo fui. Nunca pinté mis sueños, sólo pinté mi propia realidad".

Ese año de 1939 realizaba su emblemática obra Las dos Fridas (Museo de Arte Moderno de la ciudad de México), donde con un carácter íntimo y gran sencillez muestra al mundo sus heridas físicas y espirituales, convirtiendo su sufrimiento en un modo de expresión artística hasta convertirse en un símbolo internacional, según su pensamiento "Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior".

La década de los años 40 fue pródiga en nuevos autorretratos en los que fusiona sus padecimientos, simbolizados por collares de tallos con espinas (Autorretrato dedicado al doctor Eloesser, 1940, colección privada; Autorretrato con collar de espinas y colibrí, 1940, Colección Nickolas Muray, Universidad de Texas, Austin), con otros en que sigue plasmando la admiración por su marido Diego Rivera (Diego en mi pensamiento, 1943, Colección Gelman, México).
Como representante de la pintura mexicana, sus obras serían presentadas en distintas exposiciones celebradas en México, Nueva York, Boston, ...       

Izda: Autorretrato dedicado al doctor Eloesser, 1940, Colección privada
Centro: Autorretrato con collar de espinas y colibrí, 1940, Colección 
Nickolas Muray, Universidad de Texas, Austin
Dcha: Diego en mi pensamiento, 1943, Colección Gelman, México
Al igual que ocurriera con la pintura, Frida Kahlo y Diego Rivera compartieron sus ideales políticos como miembros del Partido Comunista de México. Como tales, recogieron al líder comunista ruso León Trotsky cuando, perseguido por Stalin, huyó a México, cediéndole como refugio la Casa Azul de Coyoacán. En 1940 Trotsky era asesinado por el activista español Ramón Mercader.

Tras una serie de recaídas de salud y de nuevas intervenciones quirúrgicas, que culminaron con la amputación de un pierna en 1953, y su confinación a una silla de ruedas que le sumió en una depresión, lo que no impidió su militancia política, fallecía sin descendencia el 13 de julio de 1954.

Su obra, admirada por Pablo Picasso, Vasili Kandinski, André Breton o Marcel Duchamp, alcanzaría el reconocimiento internacional a finales de los años 80 del siglo XX.
    

Informe y fotos de "El Marco": J. M. Travieso.














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Bordado de musas con hilos de oro: POEMA VI: TE RECUERDO COMO ERAS EN EL ÚLTIMO OTOÑO, de Pablo Neruda

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Te recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo
Y las hojas caían en el agua de tu alma.
Apegada a mis brazos como una enredadera.
las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.
Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis besos alegres como brasas.
Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!
Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.

PABLO NERUDA (1904-1973)

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Visita virtual: ARCÁNGELES SEATIEL Y BARAQUIEL, iconografía devocional contrarreformista

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ARCÁNGELES SEATIEL Y BARAQUIEL
Bartolomé Román (Montoro, Córdoba, h. 1585 - Madrid, 1647)
Entre 1635 y 1647
Óleo sobre lienzo
Museo de Mallorca, Palma de Mallorca (Depósito del Museo del Prado)
Pintura barroca. Escuela madrileña








En el Museo de Mallorca —Palma de Mallorca— se exponen dos atractivas pinturas de arcángeles de gran tamaño —2,07 m x 1,42 m— firmadas por Bartolomé Román, un pintor barroco convertido en especialista de esta temática sacra en la escuela madrileña. Los dos lienzos ingresaron en 1877, como depósito del Museo del Prado por tiempo indefinido —"patrimonio disperso"—, en el por entonces Museo Provincial de Bellas Artes de Mallorca, con sede en la Lonja, al que llegaron en no muy buenas condiciones de conservación. En buena parte este problema ha sido solucionado con la restauración al que fueron sometidos y que culminó en 2011, en la que se sanearon las telas afectadas por la humedad, se eliminó el barniz oxidado y amarillento y se fijó el color.

Al margen de sus valores plásticos, el interés de estas pinturas radica en su iconografía, pues, como ya se ha dicho, Bartolomé Román se convertiría, durante el primer tercio del siglo XVII, en un auténtico especialista en pinturas de arcángeles, temática no excesivamente repetida en la pintura barroca española. Algunas series por él realizadas incluso llegaron a tierras americanas, con especial trascendencia en Perú, donde sus composiciones arcangélicas fueron tomadas como modelos en los talleres coloniales, al igual que ocurriera con las creaciones de Zurbarán.

LOS ARCÁNGELES Y SU REPRESENTACIÓN

A diferencia de los santos terrenales, los ángeles son seres que no alcanzaron la santidad por méritos propios, sino que ya fueron creados santificados por la Divinidad, según lo reconoce la más ancestral tradición de la Iglesia, creencia compartida por otras religiones. La inclinación humana a organizar el cielo a imagen de la tierra, hizo imaginar la corte celestial como la de un rey poderoso, con altos dignatarios y fieles mensajeros que son mencionados en la Biblia, a los que en las representaciones plásticas se les dio forma humana, tomando como principales referentes las victorias aladas griegas (niké) y los amorcillos o cupidos romanos.

En el siglo V San Agustín trataba de la creación de los ángeles por Dios, a los que consideraba seres de luz, pero fue el Pseudo-Dionisio, a finales del siglo V y principios del VI, quien en su obra De Coelesti Hierarchía establecía la existencia de un cosmos ordenado, armónico y jerarquizado cuyo centro es ocupado por Dios, que se encuentra rodeado de espíritus puros y bellos que alaban al Creador en perfecta armonía con la música de las esferas celestes. Para ello estableció la organización angélica en tres triadas jerárquicas. El primer coro, el más cercano al trono de Dios, está compuesto por Serafines, Querubines y Tronos; el segundo coro está formado por jerarquías de mando y son las Dominaciones, Virtudes y Potestades, que representan la perfección divina; el tercer coro está formado por Ángeles, Arcángeles y Principados, ocupados en ejecutar las órdenes de Dios. Esta clasificación, que se convirtió en canónica, fue admitida por el papa San Gregorio el año 870 y retomada en la Edad Media por Santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica (1265-1274).

Estas huestes celestiales están constituidas por seres de nombre desconocido, ya que su función es la de alabar el nombre de Dios. La excepción se centra en los siete arcángeles, tres de cuyos nombres San Miguel, San Rafael y San Gabriel son conocidos por el texto bíblico y los cuatro restantes por los textos apócrifos, especialmente por el Libro de Enoch, estando prohibido, desde tiempos antiguos, admitir otros nombres y arcángeles diferentes a los tres bíblicos.

La devoción a los ángeles constituyó un capítulo peculiar en la Contrarreforma, ya que, como indica Emile Mâle, se incluyeron entre las nuevas devociones. El mercedario madrileño fray Juan Interián de Ayala, en su obra El pintor cristiano y erudito (1730) recoge los nombres de los cuatro arcángeles no canónicos (Uriel, Jehudiel, Seatiel y Baraquiel), refiriéndose al hallazgo casual en la iglesia de Santa María de los Ángeles de Palermo, en 1516, en tiempos de la dominación española, de un fresco dedicado a los siete arcángeles, hallazgo que fue tenido por milagroso, lo que propició la construcción de un templo en 1523, que fue patrocinado por el emperador Carlos V, implantándose desde entonces las devociones arcangélicas.
Asimismo, fue el sacerdote siciliano Angelo del Duca el que extendió la devoción de los siete arcángeles en la Roma de Pío IV, logrando convertir en 1561 la gran sala de las termas de Diocleciano en iglesia de Santa María y los siete Santos Arcángeles, cuyas obras fueron encargadas a Miguel Ángel.  A finales del siglo XVI la devoción a los siete arcángeles ya estaba extendida por toda Europa, como lo confirma la difusión de grabados flamencos de Hieronymus Wierix, Pieter de Jode o Philippe Galle, algunos de ellos inspiradores de las composiciones de Bartolomé Román.
Los siete arcángeles, como representantes directos de Dios, después de la Santísima Trinidad ostentan un poder superior e incomparable al de otros seres, estando considerados como los reyes del universo o constructores del orden universal, con misiones diferentes y funciones bien definidas, siendo compartida la creencia de su existencia en culturas orientales y en el Islam. En el cristianismo, según se ha explicitado, constituyen uno de los nueve coros de la jerarquía angelical.
Escalera principal del Monasterio de las Descalzas Reales, Madrid
Como muestra de la devoción a los ángeles en la España barroca, podemos encontrar un testimonio ilustrativo en las pinturas de la escalera principal del convento de las Descalzas Reales de Madrid, cuyos muros aparecen decorados con hornacinas que albergan una serie angélica.

EL ARCÁNGEL SAN BARAQUIEL    
En esta bella pintura, Bartolomé Román da corporeidad al ArcángelBaraquiel, cuyo nombre significa "Bendición de Dios" y cuya misión es favorecer a los hombres para alcanzar los dones del Espíritu Santo, estando identificado con el que se apareció a Moisés en el episodio de la zarza ardiente. El pintor le representa, a escala monumental, ante un profundo paisaje por el que se distribuyen ríos y masas arbóreas, con el horizonte acotado por suaves colinas en tonos azulados degradados para sugerir profundidad. En primer plano aparece el arcángel en posición de tres cuartos y en actitud de caminar, esparciendo por la naturaleza pequeñas florecillas que transporta en el enfaldo, como símbolo del derramamiento de sus dones sobre la tierra como protector de la firmeza de los creyentes y de la fuerza ante la indiferencia religiosa.
Izda: Hieronymus Wierix. San Miguel, Instituto de Arte, Chicago
Dcha: Bartolomé Román. San Miguel, 1630-1645, Descalzas Reales, Madrid
Baraquiel está representado como un joven andrógino, con grandes alas desplegadas y la mirada clavada en el espectador, al que dirige su mensaje. Viste una lujosa indumentaria talar, con una túnica corta de tonos dorados, ornamentada con motivos vegetales y ricas labores de pasamanería, con incrustaciones de piedras preciosas, en las mangas, en los ribetes del faldón y en el pecho, donde se cierra con broches de oro con gemas engarzadas. Ciñe su cintura una ligera banda con un lazo al frente y los extremos agitándose a los lados para sugerir el caminar. La indumentaria se completa con una camisa de lino con las mangas recogidas, un faldón de tejido liviano y calzando borceguíes, siendo la corona de flores que adorna su cabeza la que proclama su santidad.
La pintura denota las influencias de Vicente Carducho, su supuesto maestro, y de Velázquez, así como de los pintores venecianos y flamencos.

EL ARCÁNGEL SAN SEATIEL   
Repitiendo las mismas características aparece el Arcángel Seatiel, cuyo nombre significa "Oración de Dios" y cuya misión es proteger a los hombres para tener buena oración y establecer su unión gozosa con el Creador, ayudando a los mortales a conseguir la virtud de la templanza venciendo los excesos de la gula y la bebida. Se le identifica con el ángel que detuvo el cuchillo de Abraham en el sacrificio de su hijo Isaac.
Bartolomé Román. San Miguel, San Rafaael con Tobías y San Gabriel, 1635-1645, Museo de Guadalajara
La referencia litúrgica a la oración, estimulada por la Contrarreforma, queda simbolizada por el incensario o turíbulo que porta y agita mientras camina y mira fijamente al espectador. De nuevo su figura se recorta ante un idílico, armónico y fantástico paisaje por el que discurre un riachuelo y con el horizonte bajo establecido por pequeñas colinas de tonos degradados que recorren el arranque del tercio inferior, siguiendo un concepto espacial a la veneciana que el pintor pudo conocer en las Colecciones Reales de pintura cuando trabajaba para las fundaciones regias.
El Arcángel Seatiel viste una túnica verde ornamentada con flores y ricas labores de pasamanería dorada —con galones y aplicaciones de perlas y piedras preciosas— en las mangas, ribetes del faldón y al pecho, cerrándose al cuello con un broche de oro con la cabeza de un querubín. De nuevo una banda ciñe la cintura formando un lazo, en este caso cruzándose por el pecho en forma aspada, con una túnica interior más larga de tonos rojizos, una camisa liviana de color blanco asomando al cuello y borceguíes como calzado. Como toda la serie, sobre la cabeza luce una corona de flores.
Bartolomé Román. San Miguel, 1628-1635
Convento de la Encarnación, Madrid
Tanto la belleza de la tipología andrógina del arcángel, joven y asexuado, como la sutileza cromática de la indumentaria y el paisaje, junto a la perfección del dibujo, convierten este tipo de representaciones arcangélicas, seguramente inspiradas en estampas flamencas, en las más atractivas de cuantas realizara el pintor.

LAS SERIES ARCANGÉLICAS DE BARTOLOMÉ ROMÁN

De toda la producción de Bartolomé Román, las series arcangélicas constituyen sus pinturas más atractivas por la belleza de los tipos representados, el tratamiento del color, los sutiles trabajos de las indumentarias y los armoniosos paisajes en que ubica a las figuras, motivos por el que fueron demandadas en repetidas ocasiones, realizando pinturas semejantes para series no siempre conservadas en su integridad.
Es evidente que para algunos arcángeles tomó como fuente de inspiración algunos modelos de los grabados difundidos por artistas flamencos como Hieronymus Wierix (1553-1619), Pieter de Jode el Viejo (1570-1634) o Crispin de Passe (1564-1637), modelos que el pintor reinterpreta con un preciso dibujo, un concepto espacial y un colorido a la veneciana y ciertas influencias de la pintura velazqueña, realizando ligeras variantes iconográficas en determinados arcángeles.

Las pinturas de los ArcángelesBaraquiel y Seatiel del Museo de Mallorca, que hemos tratado, en su día integraron la serie de siete arcángeles que estuvo en la iglesia del desaparecido Convento de los Ángeles de Madrid, de monjas franciscanas. De una serie similar, en el Museo de Guadalajara se conservan las pinturas de San Miguel, San Rafael con Tobías y San Gabriel, procedentes del desaparecido convento de Carmelitas Descalzos del Desierto de Bolarque, en el término de Pastrana.
Bartolomé Román. San Gabriel, 1635-1645
Iglesia de San Pedro, Lima
Otras series de los Siete Arcángeles se conservan en el Monasterio de la Encarnación y en el Convento de las Descalzas Reales, fundaciones reales en Madrid, que fueron requeridas al pintor como devociones protectoras de ambas congregaciones.
Las series arcangélicas de Bartolomé Román llegaron a territorio americano, donde tuvieron una enorme aceptación. Una serie completa, la más antigua de las citadas en América, se conserva en la iglesia de San Pedro de Lima, donde el Arcángel Uriel es sustituido por el Ángel de la guarda. En estas obras de Bartolomé Román puede encontrarse el origen de la rica iconografía arcangélica que se desarrolló en el arte virreinal peruano, con buenos ejemplos en Lima en la Colección Barboza Stern y en el Museo Pedro de Osma, así como en el Monasterio de las Nazarenas de Cusco.  

EL PINTOR BARTOLOMÉ ROMÁN         

Aunque Antonio Palomino le consideraba madrileño, Bartolomé Román nació hacia 1585 en Montoro (Córdoba). Los datos biográficos conocidos son escasos, limitándose a los aportados por Palomino en sus Vidas, según el cual, se habría desplazado a Madrid para formarse primero como discípulo de Vicente Carducho y posteriormente junto a Velázquez, recientemente instalado en la capital. Su primera noticia documental en Madrid data de 1612, con motivo del bautizo de su hija Luisa, estando casado con María de Tebes, con la que en 1619 tendría a su segunda hija Isabel Florencia.
En 1614 declara en un pleito contra Carducho por la tasación y pago de unas pinturas de El Pardo, lo que hace dudar que fuera su maestro, pero cuya influencia a partir de 1616 es evidente. Ese año firma el lienzo de San Gil abad (Museo del Prado), posiblemente destinado al desaparecido monasterio benedictino de San Martín de Madrid, con el que el pintor estuvo relacionado y que serviría de modelo para una serie posterior.
Izda: Hieronymus Wierix, San Miguel, British Museum, Londres
Dcha: Pieter de Jode. Ángel de la Guarda, mercado del arte 

A partir de 1628 realiza su mayor producción, generalmente trabajando para fundaciones reales de Madrid, como La parábola de las bodas de la sacristía del convento de la Encarnación. Obras suyas también se localizan en Córdoba y Alcalá de Henares, aunque su catálogo, todavía escaso por la disgregación a consecuencia de la desamortización, es un estudio por completar.
En 1629 firmaba el Nacimiento con ángeles de la iglesia de San Juan de Béjar; en 1630 trabajaba para el Arzobispado de Toledo, aunque se desconoce en qué obras; en 1634 participó en el pleito que enfrentó a los pintores de Madrid, comprometiéndose en nombre del gremio a sacar el paso procesional de la Cofradía de los Siete Dolores; en 1639 realizaba el desaparecido Juicio de Salomón de la cárcel de Corte y el San Anselmo abad de la serie de santos benedictinos encargados por el monasterio de San Martín de Madrid, para el que realizó una serie de pinturas de santos y monjes de idéntico formato, algunas de las cuales se conservan en el Consejo de Estado (como depósito del Museo del Prado), como las de San Pedro Celestino papa, San Beda, el Padre Alcuino y el Padre Remigio, todas ellas relacionadas con las formas creadas por Vicente Carducho.     
Crispin de Passe. Detalles de Angelorum Icones, h. 1575, Biblioteca Nacional, Madrid

José Carlos Brasas daba a conocer El martirio de San Bartolomé del convento de San José (Carmelitas Descalzas) de Calahorra (La Rioja), firmado en 1644 y probablemente encargado por José González de Uzqueta, patrono del convento e influyente personaje del entorno del conde-duque de Olivares. En 1645 está firmada la pintura de San Joaquín y Santa Ana con la Virgen Niña del retablo de San Joaquín de la iglesia de Santa María de Calatayud.

Izda; Juan de Juanes. Ángel Custodio de Valencia, 1550-1560, Museo
de la Catedral, Valencia. / Dcha: Anónimo. Ángel Custodio (Vánitas de
los dos caminos), s. XVII, Convento de Santa Isabel, Valladolid
De otras obras se desconocen las fechas, como el Descanso en la huida a Egipto de la Fundación Santamarca de Madrid, el San Francisco de la Capilla del Cardenal de la catedral de Ávila y Las lágrimas de San Pedro de la sacristía de la iglesia de San Cayetano de Madrid, hoy en el mercado del arte.
A este importante catálogo se sumarían las series arcangélicas que dieron al pintor su mayor celebridad.
Bartolomé Román, que según Palomino fue el segundo maestro de Juan Carreño de Miranda, tras redactar su testamento moría en Madrid en 1647.


Informe: J. M. Travieso.




Francisco de Zurbarán. Ángeles turiferarios, 1637-1639
Museo de Bellas Artes, Cádiz
Bibliografía   

ANGULO ÍÑIGUEZ, Diego y PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso Emilio: Pintura Madrileña del segundo tercio del siglo XVII. Pereda, Leonardo, Rizi. CSIC, Madrid, 1983.

CUADRADO JIMÉNEZ, M y CORTÉS CAMPOAMOR, S.: Museo Provincial de Guadalajara. Guía de la Sección de Bellas Artes,  Guadalajara, 1986. pp. 108-109.

PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso Emilio: Pintura Barroca en España. 1600-1750. Manuales de Arte Cátedra, 1996.











Diego Valentín Díaz. Ángel Custodio del Paraíso,
s. XVII, Monasterio del Corpus Christi, Valladolid



















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Jornadas de arte medieval: ESCULTURA ROMÁNICA EN LA EXTREMADURA CASTELLANA Y LEONESA: TÉCNICAS FORMAS Y SIGNIFICADOS, del 27 al 29 de octubre 2020

Exposición: LAS ANTIGUAS FARMACIAS BELLOGÍN, hasta el 1 de noviembre 2020

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MUSEO DE VALLADOLID 

En esta exposición se muestra una colección de objetos, procedentes de la desaparecida Farmacia Bellogín de Valladolid, que María Victoria Martín Pintó Bellogín donó al Museo de Valladolid en 2019.

Las piezas expuestas corresponden al legado que perteneció a las farmacias de la familia Bellogín entre 1817 y 1964, figurando entre ellas dos grandes jarrones, varias orzas y tarros de botica que en su día pertenecieron a tres antiguas fundaciones religiosas vallisoletanas: el Monasterio de San Benito el Real, la Real Cartuja de Aniago y el Colegio de Jesuitas de San Ignacio. Todo el botamen presenta los escudos de aquellas fundaciones religiosas, pintados en azul y fabricados en los alfares de Talavera de la Reina a lo largo de los siglos XVII y XVIII. La exposición incluye otros objetos relacionados con la historia del desaparecido establecimiento de la plaza de la Rinconada y de sus sucesivos propietarios, como libros de farmacia, el título oficial de farmacéutico de Andrés Avelino Bellogín, un libro de venta de recetas del año 1933, una copa grageadora, cajitas, envases y etiquetas para medicamentos y preparados propios.

Las piezas son un buen testimonio de la presencia en Valladolid de aquella célebre farmacia, cuyo mobiliario y conjunto de enseres de la antigua botica se conserva en el Museo de la Farmacia Hispana de la Universidad Complutense de Madrid. 

HORARIO DE VISITAS:

De martes a sábado: de 10:00 a 14:00 horas y de 16:00 a 19:00 horas.
Domingos y festivos: de 10:00 a 14:00 horas.

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Visitas nocturnas en el Museo Nacional de Escultura: AUNQUE SEA DE NOCHE, 16 y 23 de octubre 2020

Theatrum: VIRGEN DE LA LECHE CON EL NIÑO Y SAN JUANITO, la cara más amable de la escultura barroca

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VIRGEN DE LA LECHE CON EL NIÑO Y SAN JUANITO
Luisa Roldán, La Roldana (Sevilla, 1652-Madrid, 1706)
Entre 1689 y 1706
Terracota policromada
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Escultura barroca española. Escuela sevillana














Al igual que ocurriera con el pintor Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617-1682), contemporáneo en la escena sevillana durante la segunda mitad del siglo XVII, la producción escultórica de Luisa Roldán, que alcanzó las más altas cotas de su época, representa la cara más amable de la escultura barroca hispana. Es fundamentalmente en toda la serie de obras realizadas en barro cocido, que oscilan entre el pequeño y el mediano formato, donde tan creativa mujer despliega todo su saber y un meticuloso trabajo en el que consigue, dominando la ductilidad de un material tan humilde como el barro, unas cotas de morbidez increíble, aderezadas por una impronta personal definida por la blandura y la delicadeza del modelado, siempre con figuras dotadas de una gracilidad extraordinaria que, fusionando la abstracción con la veracidad más convincente, conforman escenas de un fuerte naturalismo que se muestran al espectador como un atractivo simulacro expresado en tono intimista y con suprema elegancia.

LA RECIENTE PRESENCIA DE LA ROLDANA EN VALLADOLID

Todas estas características están presentes en La Virgen de la Leche con el Niño y San Juanito, un grupo en terracota policromada, sobre peana de madera, que recientemente ha pasado a engrosar la colección del Museo Nacional de Escultura de Valladolid, después de haber sido adquirida por el Estado en 2019 junto a una placa modelada de la misma autora que representa a la Virgen de Atocha, una obra de extraordinario interés iconográfico como muestra de la trasposición al barro modelado de lo que eran grabados o estampas que reproducían temas pictóricos —trampantojo a lo divino— que representaban esculturas devocionales tal como se veneraban en los retablos, con todos sus aditamentos, obras que los devotos reclamaban para sus residencias u oratorios para sentirse, mediante su contemplación, trasladados mentalmente a la capilla original.
Por otra parte, la presencia de este grupo escultórico viene a complementar a la bellísima Cabalgata de los Reyes Magos del mismo museo vallisoletano, colección adquirida por el Estado a finales de 2017 y compuesta por dieciocho exquisitas figuras que entre 1670 y 1689 realizara en madera de cedro Luisa Roldán, en colaboración con su esposo, el también escultor sevillano Luis Antonio de los Arcos, conjunto en el que se repite de nuevo la excepcionalidad iconográfica al aparecer representado en el cortejo, junto a Melchor, Gaspar y Baltasar, el mítico "cuarto rey": el Rey de Tarsis.

LA ESCULTORA LUISA ROLDÁN EN MADRID
   
Cuando llega a Madrid la escultora ya había experimentado en la elaboración de pequeños grupos escultóricos en barro cocido durante sus anteriores etapas artísticas, primero en Sevilla y después en Cádiz, siendo precisamente este tipo de obras a escala reducida, consideradas "alhajas de escultura", las que le abrieron las puertas de la Corte, a la que se trasladó, en compañía de su esposo y sus dos hijos, a comienzos del año 1689. En el ambiente cortesano el éxito de Luisa Roldán no se hizo esperar. En octubre de 1692, año en que realizó en madera policromada el fantástico grupo de San Miguel venciendo al demonio, destinado al Monasterio de El Escorial, fue nombrada Escultora de Cámara del rey Carlos II.
Tras la realización en 1700 del admirado Nazareno del Convento de Clarisas de Sisante (Cuenca), y de la muerte del rey el 1 de noviembre de ese año, en 1701 el marqués de Villafranca le renovaría en el cargo al nombrarla escultora de la Casa Real de Felipe V. El hecho de trabajar para el último Austria y el primer Borbón del trono español supone un logro insólito para una mujer artista en la sociedad de su tiempo, cuando a las mujeres les estaba reservado el trabajo doméstico o el convento.

Fue especialmente durante su etapa cortesana, cuando Luisa Roldán se dedicó a elaborar pequeños grupos en terracota de carácter devocional, la mayoría con temas muy amables en los que proyecta su idiosincrasia andaluza, estando fechadas la mayor parte de las obras documentadas a partir de 1689. A la exquisita producción en barro cocido  y policromado pertenecen los numerosos grupos de pequeño formato, con una variada temática sacra e integrados por múltiples figuras, que se hallan repartidos por museos como el Metropolitan Museum y la Hispanic Society of America de Nueva York, el Blanton Museum of Art de Austin (Texas), el Victoria & Albert Museum de Londres, el Museo de Guadalajara y algunas colecciones particulares. Junto a estas composiciones preciosistas en barro, no faltaron escenas belenistas de aire popular, como el pequeño Belén del Real Convento de Santa Teresa de Madrid (que curiosamente incluye al donante que encargó el conjunto), o composiciones devocionales con "trampantojos a lo divino", como la Virgen de Atocha del Museo Nacional de Escultura de Valladolid. A esta variada producción se suman amables representaciones, a una mayor escala, de la Virgen con el Niño, presentada en ocasiones como Virgen de la Leche, y otras composiciones protagonizadas por figuras infantiles cargadas de ternura, tales como el Niño Jesús o su primo San Juan Bautista niño.   

LA VIRGEN DE LA LECHE CON EL NIÑO Y SAN JUANITO
       
Este grupo escultórico, que emana gracia y delicadeza barroca, se enmarca en la producción que Luisa Roldán realizara en su última etapa, durante su estancia en la Corte madrileña entre 1689 y 1706.
El conjunto presenta una composición piramidal que sigue los modelos de Rafael, cuyas pinturas de la Sagrada Familia eran muy estimadas en la corte española, donde a comienzos del siglo XVII fueron reinterpretadas por Rubens y posteriormente por Murillo en la escuela sevillana. De raigambre rafaelesca es también la inclusión de figuras infantiles, a las que Luisa Roldán impregna de un gran dinamismo y ternura.   

La Virgen aparece sedente, como es habitual en sus barros, caracterizada como una doncella joven, de semblante idealizado y risueño, que ofrece el pecho al Niño que sujeta en su regazo, que se aferra a la Madre con un gesto entre lúdico y cómplice. Esta exaltación maternal, de carácter intimista y resuelta con delicados ademanes, aparece cargada de simbolismo al presentar a la Virgen como protectora y entregando sus dones para realzar su carácter de Madre Universal.
Dispuesta en posición frontal, viste una camisa blanca que asoma por las mangas, una túnica roja, ceñida a la cintura y cerrada por un broche al cuello que permite descubrir su pecho, un manto azul que discurre por la espalda y remonta al frente su pierna derecha, y una toca blanca, rematada con borlones, que cubre parte de la cabeza. Su melena es larga, con raya al medio, y se desliza por el frente y la espalda en forma de mechones filamentosos. Su rostro es oval, con alta frente despejada, ojos rasgados y entornados, nariz pequeña y recta, mentón remarcada y boca pequeña y cerrada, esbozando una sonrisa que define un gesto complaciente.

El pequeño Jesús es una figura rolliza que se apoya sobre la pierna derecha de la Virgen, vestido con una túnica marfileña que deja el hombro derecho al aire, con un rostro placentero y la mirada elevada al rostro de su Madre. Equilibrando la composición, en el lado opuesto se encuentra la figura de San Juan Bautista niño, que presenta ante su primo, en tono lúdico, un cordero que sujeta a dos patas, siguiendo la iconografía tradicional alusiva a la prefiguración del sacrificio de Cristo, al tiempo que su túnica de piel de camello alude a su futura predicación en el desierto.

La inclusión de la figura infantil del Bautista junto a la Virgen y el Niño, tal y como aparece en este grupo, solamente fue repetida por Luisa Roldán en otro grupo que actualmente se conserva en el museo de la Loyola University de Chicago, en el que no se hace referencia a la lactancia. No obstante, la figura del Bautista fue repetida por la escultora en grupos exclusivamente infantiles, como ocurre en la tierna composición del Niño Jesús con San Juan Bautista que realizara en 1691 para la ermita de Nuestra Señora de los Santos y que actualmente pertenece al Ayuntamiento de Móstoles (Madrid). Incluso fue modelado como figura aislada, tal y como aparece en el San Juan Bautista niño del The Meadows Museum de Chicago. Por el contrario, este grupo de Valladolid carece del acompañamiento de pequeñas cabezas de querubines que suelen ser habituales bajo el manto y la túnica de la Virgen, presentes en muchas de sus obras como seña del taller, tanto en los grupos de pequeño formato como en la Vírgenes con el Niño de mayor tamaño.


Luisa Roldán, La Roldana
Izda: Virgen con el Niño y San Juanito, Loyola University Museum of Art, Chicago
Dcha: Virgen de la Leche con el Niño y San Juanito, Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Respecto a la policromía, que viene a realzar la meticulosidad del exquisito modelado, es de suponer que fuera aplicada por su cuñado Tomás de los Arcos, habitual colaborador de Luisa Roldán. Está resuelta con carnaciones nacaradas y tonos lisos en las vestiduras, un recurso muy generalizado en las postrimerías del siglo XVII.


Este atractivo grupo escultórico, que está pendiente de una restauración que le devuelva la limpieza de sus tonalidades, justifica la consideración de Luisa Ignacia Roldán Villavicencio, conocida como La Roldana, como una artista excepcional desde que comenzara a destacar en el próspero taller familiar que su padre, Pedro Roldán, tenía abierto en Sevilla.


Luisa Roldán, La Roldana
Izda: Niño Jesús son San Juan Bautista niño, Ayuntamiento de Móstoles
Dcha: San Juan Bautista niño, The Meadows Museum, Chicago
Su condición de mujer no le hizo la vida fácil, aunque con tesón consiguió remontar todas las adversidades, siendo reseñable la oposición de su padre, cuando la escultora tenía 19 años y por razones que desconocemos, a su matrimonio con el escultor Luis Antonio de los Arcos, colaborador en el taller paterno, lo que le obligó a presentar el asunto ante los tribunales de justicia. Celebrado el casamiento, Luisa Roldán consiguió independizarse profesionalmente, consiguiendo una gran notoriedad con sus obras elaboradas en barro. Después seguirían los encargos del Cabildo de la catedral de Cádiz y su posterior marcha a Madrid, donde a pesar de ostentar tan importante cargo en la Corte llegó a pasar verdaderas calamidades por su estado de pobreza a causa de los retrasos en los pagos de los encargos de la corona. Padeciendo fuertes penurias, Luisa Roldán moría en Madrid el 10 de enero de 1706 a la edad de 52 años.

Luisa Roldán, La Roldana
Izda: Virgen de la Leche, Convento de la Inmaculada Concepción (MM Capuchinas), Málaga
Dcha: Virgen de la Leche, Colección familia Muguiro
Informe y fotografías de la escultura: J. M. Travieso.




Bibliografía

GARCÍA OLLOQUI, Mª Victoria: La iconografía en la obra de Luisa Roldán. Sevilla. 1989.

GARCÍA OLLOQUI, Mª Victoria: Luisa Roldán. La Roldana. Nueva biografía. Ediciones Guadalquivir. Sevilla. 2000.

PLEGUEZUELO HERNÁNDEZ, Alfonso: Los cuatro Reyes Magos de Luisa Roldán. Ars Magazine. Revista de Arte y Coleccionismo nº 30, Madrid, 2016, pp. 106-118.



Luisa Roldán, La Roldana
Izda: Virgen con el Niño, 1699, Convento de San José (Las Teresas), Sevilla
Dcha: Virgen de la Leche, Convento de San Antón, Granada 




















Luisa Roldán, La Roldana, Belén, Real Convento de Santa Teresa, Madrid














Luisa Roldán, La Roldana. Virgen de Atocha, Museo Nacional de Escultura
















Luisa Roldán, La Roldana
Educación de la Virgen, Blanton Museum of Art, Austin (Texas) 























Luisa Roldán, La Roldana
San Miguel venciendo al demonio, 1692, Monasterio de El Escorial























Luisa Roldán, La Roldana. Cabezas de San Pablo y San Juan Bautista
Hispanic Society of America, Nueva York










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Música en octubre: PECES DE CIUDAD, en versión de Rozalén


Theatrum: LA MAGDALENA EN EL DESIERTO, nueva estética para nuevos tiempos

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LA MAGDALENA EN EL DESIERTO
Felipe de Espinabete (Tordesillas, 1719 - Valladolid, 1799)
Entre 1751 y 1799
Madera policromada y vidrios incrustados
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Escultura barroca española. Escuela castellana









La escultura barroca española conoce durante el siglo XVIII un cambio de rumbo hacia una nueva sensibilidad que paulatinamente se aleja de los férreos postulados que, impuestos por la Contrarreforma en el siglo anterior, condicionaban unas obras que eran fiel reflejo de las obsesiones religiosas y del pesimismo existencial de la sociedad hispana. A partir de la llegada al trono de Felipe V, el primer Borbón, y después de producirse la pacificación social, el afrancesamiento de la cultura y la implantación del pensamiento ilustrado, el gusto estético conoció cambios decisivos, configurándose un panorama diverso con la obra de Pablo González Velázquez (1664-1727), Juan Alonso de Villabrille y Ron (1663-h.1728), Francisco Salzillo (1707-1783)  o Luis Salvador Carmona (1708-1767), que con sus propios matices aportan unos modelos tardobarrocos sobre los que influye la sensualidad rococó y el purismo neoclásico.

Todos ellos realizan una escultura religiosa que comparte la moderación de la expresión piadosa y el afán artístico por conciliar el placer mundano y la moral cristiana, la voluptuosidad y la virtud, de modo que, aunque no desaparecen la imágenes de supremo dolor —que alcanzan su punto álgido con las representaciones de cabezas cortadas—, se atenúan las huellas del sufrimiento, se prefieren los temas sentimentales y familiares y las imágenes devocionales se hacen más amables, presentando un aspecto casi profano.

Junto al descubrimiento ilustrado de la infancia —se hace recurrente el tema de la educación de la Virgen— las artes se feminizan, mostrando un gusto por lo intimista, lo suave y lo pequeño, así como una predilección por formatos más reducidos y por formas blandas y curvilíneas que se traducen en actitudes ligeras y ademanes elegantes, mostrando un interés por plasmar la ternura y lo anecdótico, al tiempo que la policromía prefiere colores suaves y alegres, en ocasiones no exenta de preciosismo. Las figuras de la Virgen, los mártires y santos místicos ofrecen una gracia juvenil y una gran delicadeza, mostrando una nueva sensibilidad en la que el placer estético comienza a independizarse de los planteamientos teológicos.

Todas estas características concurren en la talla de La Magdalena en el desierto que realizara, en la segunda mitad del siglo XVIII, el tordesillano Felipe de Espinabete, el escultor más destacado del momento en Valladolid1 y último gran maestro de la escultura barroca castellana2.

Se trata de una talla de mediano formato — 91,50 cm de ancho, 41,50 cm de profundidad y 61,50 cm de alto— que representa a María Magdalena, la pecadora arrepentida más destacada del repertorio católico, bajo una concepción dieciochesca que se aleja de la imagen austera, dolorida y ascética por antonomasia de las representaciones del siglo XVII, como ocurre en el magistral modelo de la Magdalena penitente que Pedro de Mena realizara en 1664 en su taller malagueño para la Casa Profesa de los Jesuitas de Madrid (actualmente en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid). En este caso, Espinabete representa a la santa en su retiro en el desierto, a mitad de camino entre una meditación de arrepentimiento —expresado por la cabeza apoyada sobre su mano izquierda— y el rapto místico —determinado por la mirada elevada hacia una rama que adopta la forma de una cruz—, recordando en su disposición corporal el mármol de la Beata Albertoni realizado por Bernini entre 1671 y 1674 para la iglesia de San Francesco a Ripa de Roma.


La composición, rica en detalles descriptivos y colorido, muestra una preocupación por renovar una iconografía tradicional muy arraigada, siguiendo el gusto cambiante del momento, en el que pierden protagonismo los signos de la muerte y el sacrificio, a pesar de la calavera sobre la que apoya su brazo, en parte oculta por la manga. Por el contrario, la figura, que aparece plácidamente recostada en un amable paisaje, ofrece con sus delicados ademanes y la posición contrapuesta de las piernas cierta carga de sensualidad, efecto reforzado por la rica indumentaria que, lejos de cualquier alusión a la renuncia mundana, rememora su vida cortesana.

La Magdalena viste una amplia túnica de cuello rectangular, ceñida por un cinturón y con anchas mangas que llegan hasta el codo. Tanto el cuello como el cinturón aparecen ornamentados con grandes joyas, el cuello con un colgante de gran tamaño con forma de flor de la que pende una forma trilobulada y el cinturón con un gran broche circular, en ambos casos con vidrios incrustados que simulan piedras preciosas, un recurso estético frecuente en la obra de Espinabate que como complemento de la policromía viene a ser una seña de identidad de su taller. Se complementa con un manto que asoma por los lados con el característico perfil ondulado y afilado en los bordes.

La cabeza presenta una larga melena de ondulados mechones descritos con meticulosidad y un rostro ovalado con frente despejada, ojos de cristal rasgados, nariz recta, boca entreabierta que deja contemplar dientes, lengua y paladar —trabajo característico en este escultor— y un mentón pronunciado, todo ello con un afán naturalista.

En la composición, los elementos paisajísticos aparecen sumamente simplificados, con una base pedregosa sobre la que se elevan, a la altura de la cabecera, dos troncos con follaje y una de las ramas recortada en forma de cruz. Entre las oquedades de los troncos asoman lagartos, un original detalle anecdótico. Se completa con una pequeña palmera cargada de dátiles situada junto a las piernas.        


La figura queda realzada con la aplicación de una vistosa policromía de grandes contrastes, pues a las carnaciones pálidas y nacaradas de la santa se contrapone la riqueza cromática de la túnica y el manto, la primera con grandes motivos florales en tonos azules y rosáceos, aplicados a punta de pincel sobre un fondo marfileño, y el segundo con el envés decorado con motivos vegetales esgrafiados en oro sobre un fondo ocre y el revés en tono verdoso. Como ya se ha dicho, la policromía se complementa con el uso de postizos, siendo los más efectistas las múltiples piezas multicolores de cristal incrustadas que fingen ser piedras preciosas, recurso que se incluye en flores y ojos de los reptiles.

La escultura responde a los planteamientos habituales de este escultor tardobarroco, con los paños movidos a cuchillo, las facciones de gran suavidad y las manos con elegantes ademanes, respondiendo en líneas generales a la sensibilidad del nuevo gusto rococó, al igual que los tonos de la policromía. Todo ello le confiere un aspecto en el que prima el placer estético sobre el mensaje religioso, por tanto muy próximo al arte profano.  
Se desconoce la procedencia de esta escultura, que ingresó en los fondos del museo vallisoletano a consecuencia de la Desamortización.

BREVE SEMBLANZA BIOGRÁFICA DEL ESCULTOR FELIPE DE ESPINABETE

Nació el 1 de mayo de 1719 en la villa de Tordesillas (Valladolid), siendo el tercer hijo de los ocho que tuvieron Juan Espinabete y Manuela Rodríguez, cuyos antepasados procedían de Aragón. De su formación solamente se conoce que transcurrió en Valladolid, es posible que junto al escultor Pedro de Ávila, con quien comparte abundantes rasgos estilísticos3.

Ya formado, regresaba a Tordesillas, donde se estableció como maestro independiente intentando evitar la competencia en Valladolid del gran escultor riosecano Pedro de Sierra, el más notable del momento. En su villa natal contraía matrimonio en 1744 con María Tejero, con quien tendría ocho hijos.

Tiempo después se trasladaba con su familia a Valladolid, donde pasaría la mayor parte de su vida. Allí debió conseguir trabajo y prestigio, pues en el catastro de 1752 realizado por el marqués de Ensenada, cuando el escultor contaba 34 años, se le asignan altos ingresos. 
Sus clientes fueron iglesias, conventos y particulares vallisoletanos, a los que poco tiempo después de sumaron encargos de obras sacras llegados desde otras poblaciones, como Tordesillas, Arévalo (Ávila), Santibáñez del Val (Burgos), Toro (Zamora) o Santa María la Real de Nieva (Segovia), realizando un variado santoral, obras para retablos y esculturas procesionales, convirtiéndose, a partir de 1760, en un verdadero especialista en la talla de una temática muy solicitada: las cabezas decapitadas de San Juan Bautista y San Pablo, siguiendo para este último el modelo que realizara en 1707 Juan Alonso Villabrille y Ron para el convento de San Pablo de Valladolid.

Si en 1764 elaboraba la sillería del coro de legos del monasterio de San Benito el Real de Valladolid (hoy repartida entre el Museo Diocesano y el Museo Nacional de Escultura, y en 1766 la sillería del monasterio de la Santa Espina (Valladolid)4, en 1768 realizaba esculturas de reyes en piedra para el monasterio de San Benito de Sahagún (León), poniendo de manifiesto su versatilidad profesional.

En 1784, cumplidos los 65 años, ingresaba en la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid, donde en 1787 fue elegido teniente de Dibujo. Sin embargo en 1790, tras producirse el fallecimiento de su esposa, renunció al cargo y se retiró a Tordesillas para vivir junto a su hijo Félix, párroco de la iglesia de San Antolín, acompañándole sus hijas solteras María y Felipa. En 1792 dictó testamento con motivo de una enfermedad de la que logró recuperarse. Tras el fallecimiento de su hijo Félix en 1798, regresó junto a sus hijas a Valladolid para alojarse en casa de otro de sus hijos, el escultor Blas Espinabete, donde Felipe de Espinabete fallecía el 29 de agosto de 1799 a la edad de 80 años5.



Informe y fotografías: J. M. Travieso.









NOTAS

1 BALADRÓN ALONSO, Javier: El escultor Felipe de Espinabete (1719-1799) en el tercer centenario de su nacimiento. Revista Stvdia Zamorensia, vol. XVIII, UNED Zamora, 2019, p. 159.

2 URREA, Jesús: El escultor Felipe Espinabete (1719-1799). En "Tordesillas a través de su Semana Santa", Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid, 2000, p 122.

3 BALADRÓN ALONSO, op. cit., p. 123.

4 BRASAS EGIDO, José Carlos y NIETO GONZÁLEZ, José Ramón: Felipe de Espinabete: nuevas obras. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA) nº 43, Universidad de Valladolid, 1977, p. 479.

5 BALADRÓN ALONSO, op. cit., p. 130.

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Excellentiam: SEPULCRO DE FRAY LOPE DE BARRIENTOS, una escultura funeraria innovadora

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SEPULCRO DE FRAY LOPE DE BARRIENTOS
Egas Cueman (Bruselas, 1ª mitad s. XV - Toledo, 1495)-Atribución
1447-1454
Alabastro policromado
Museo de las Ferias, Medina del Campo (Valladolid)
Depósito de la Fundación Simón Ruiz
Escultura gótica. Estilo flamenco-isabelino













Del sepulcro de Fray Lope de Barrientos sólo quedan unos restos, pero muy significativos por innovadores, pues la figura del que fuera obispo de Cuenca es la más antigua escultura en actitud orante del arte funerario español. Por su excepcional calidad, se atribuye al escultor hispano-flamenco Egas Cueman, cuya producción se encuentra entre lo mejor de cuanto realizaran los escultores contemporáneos de Rogier Van der Weyden.

EL PERSONAJE

Don Lope de Barrientos, que nació en Medina del Campo hacia 1382, era hijo de Pedro Gutiérrez Barrientos, caballero de Fernando de Antequera. Siendo muy joven ingresó en el convento de San Andrés, de frailes dominicos, de su villa natal, trasladándose después a Salamanca para estudiar teología. En el convento salmantino de San Esteban se ordenó sacerdote, ocupando entre 1416 y 1433 la Cátedra de Teología y Cánones. En 1438 fue nombrado obispo de Segovia, en 1442 obispo de Ávila y en 1445 obispo de Cuenca, donde costeó el hospital de San Sebastián y permaneció hasta su muerte, a pesar de haber sido elegido como arzobispo de Santiago de Compostela.

Su actividad pastoral la compaginó con la literaria, destacando entre sus obras la Refundición de la Crónica del Halconero. A pesar de que también abordó temas de sueños y magia, participó personalmente en la quema de libros del Marqués de Villena. Tras ser elegido en 1426 confesor del rey Juan II y preceptor del príncipe Enrique, desempeñó un importante papel político, llegando a obtener, tras la muerte de don Álvaro de Luna, la dignidad de Consejero y Canciller Mayor del Reino. Cuando Juan II redacta su testamento en 1454, le encomienda, junto a Gonzalo de Illescas, prior del monasterio de Guadalupe, la educación de la infanta Isabel, por entonces una niña de tres años, y de su hermano Alfonso.

Gozando de la confianza de Enrique IV, obtuvo de éste el privilegio de constituir el séptimo de los linajes de Medina del Campo, con derecho a un Regidor en el Ayuntamiento. En su villa natal fundó el hospital de Nuestra Señora de la Piedad y San Antonio Abad, actualmente desaparecido, tras conseguir el 18 de abril de 1447 la licencia papal que le autorizaba a fundar “un solemne y suntuoso hospital para los pobres, con un oratorio y un cementerio y otras cosas necesarias”. Tras redactar su testamento en 1454, en el que expresaba su deseo de ser enterrado en medio de la capilla mayor del hospital de la Piedad por él fundado, moría en Toledo en mayo de 1469.

EL SEPULCRO

La escultura funeraria, realizada en alabastro, representa la solemne figura de Lope de Barrientos revestido de obispo, arrodillado sobre una almohada decorada con borlones y con las manos juntas al frente en actitud orante. Sobre su cabeza se coloca la mitra, que está labrada independientemente y con gran detalle de motivos en relieve que sugieren bordados. Bajo ella asoma el solideo, que cubre parte de las orejas. La indumentaria litúrgica incluye un alba, una estola, una dalmática de la que sólo asoman las mangas y una rica casulla en la que se imita en relieve un tejido de brocado y que está rematada al cuello con un suntuoso galón que finge bordados y un ribeteado de perlas. Este se sujeta en la parte delantera con un medallón de gran tamaño en el que se representan las armas del obispo —tres cruces de Alcántara sobre fondo de oro—, con dos ángeles tenantes inscritos en círculos que fingen piedras preciosas y perlas. El mismo emblema se repite en la parte posterior de galón.

La casulla se enriquece con una ancha cenefa que imita un bordado en relieve en el que aparecen representados ángeles nimbados con instrumentos de la Pasión o Arma Christi. En la parte delantera el que se coloca arriba porta los flagelos y el de abajo sujeta los clavos y la lanza, mientras otro situado en la espalda sostiene la escalera y el martillo.

Sobre el brazo izquierdo aparece el manípulo litúrgico y colgando del dedo meñique de la mano derecha una escarcela o bolso de tela, con remate de pasamanería, elemento que puede aludir a su condición de limosnero. Las manos se cubren con guantes episcopales sobre los que aparecen, a modo de bordados, los anagramas de Cristo, en la mano derecha en griego —XPS— y en la izquierda en latín —JHS—. Sobre los guantes luce diversos anillos, un gran anillo episcopal y otro más pequeño en la mano derecha y cinco anillos repartidos por los dedos de la mano izquierda.

Un trabajo igualmente notable presenta el rostro, exquisitamente pulimentado y trabajado como un minucioso retrato. Los rasgos muestran una persona de edad avanzada, con la piel de los párpados flácida y formando arrugas, la boca firme y con las comisuras marcadas y la barbilla afilada, mezclando en su gesto sereno gravedad y concentración. Dado que en la redacción del testamento de Lope de Barrientos de 1454 manifiesta que desea ser enterrado bajo el bulto de alabastro, induce a pensar que por esa fecha la escultura ya podría estar realizada, a falta de la cabeza que aparece insertada sobre el cuello de la escultura, que por el realismo del rostro pudiera haber sido tomado de una mascarilla mortuoria realizada en 1495, año en que murió en Toledo.

Acompaña a la figura del obispo un perro que luce un ancho collar ornamentado con follaje en relieve y labrado independientemente. El animal se postra a sus pies y sugiere un gesto de pesadumbre por la muerte de su amo, siguiendo el simbolismo tradicional de fidelidad en la escultura funeraria, que en este caso aporta al conjunto un alto contenido emocional.
La escultura, que pudo labrarse en alabastro de Cogolludo (Guadalajara), utilizado habitualmente por los escultores del foco toledano, conserva restos de su policromía original, prevaleciendo los tonos azul verdosos de la casulla junto a motivos dorados distribuidos por toda la figura.

Nada se sabe de la configuración original (basamento, cama sepulcral, etc.) del monumento funerario ni del aspecto del mismo en el centro de la iglesia del Hospital de la Piedad de Medina del Campo, donde permaneció hasta 1860, cuando las esculturas fueron colocadas en una hornacina en el lado del evangelio del presbiterio. Al suprimirse el hospital en 1864, el sepulcro fue trasladado a la iglesia del Hospital de Simón Ruiz, siendo colocado en un arcosolio del lado de la epístola de la capilla mayor. En 1902 la escultura fue comprada por un anticuario que la revendió a otro, siendo finalmente adquirida por la casa David Settiner de París, pero, debido a las repetidas denuncias de la prensa, el Estado rescató la escultura y la devolvió al lugar de origen. En tiempos recientes ingresó en el Museo de las Ferias de Medina del Campo como depósito de la Fundación Simón Ruiz.

EL AUTOR      

Como ya se ha dicho, la escultura de Lope de Barrientos es la imagen funeraria en posición orante más antigua de las que han llegado a nuestros días en España. Por el trabajo preciosista del alabastro algunos autores la atribuyeron a Gil de Siloé, teoría descartada por motivos cronológicos respecto a los trabajos realizados por este escultor. Más acertado es encontrar el origen de la autoría en el foco toledano, donde los escultores activos extendían su influencia hasta territorios próximos, como Cuenca, sede del obispo en sus últimos años.
En el testamento de Lope de Barrientos se cita a un maestro que podría tratarse de Hanequín de Bruselas, un arquitecto que también contrataba esculturas que delegaba en artistas de su entorno y al que Lope de Barrientos podía haber conocido en Cuenca con motivo de la obra de la sillería realizada por su hermano Egas Cueman.

Egas Cueman, perteneciente a una familia de arquitectos y escultores flamencos que llegó a Toledo a mediados del siglo XV, fue el autor en 1458 del sepulcro de fray Gonzalo de Illescas, consejero y confesor de Juan II desde 1453, testamentario del mismo monarca en 1454 junto a Lope de Barrientos, obispo de Córdoba y sexto prior del monasterio jerónimo de Santa María de Guadalupe, en cuyo Claustro de los Milagros fue colocado el sepulcro (dañado con el tiempo durante las Guerras Carlistas). En él la figura del obispo aparece en posición yacente, destacando la finura con que está labrada, especialmente el trabajo de las vestiduras, que simulan brocados que se podrían relacionar con la figura medinense de fray Lope de Barrientos.

Para el mismo monasterio de Santa María de Guadalupe, Egas Cueman contrataba en 1467 el sepulcro de Alfonso de Velasco y su esposa Isabel de Cuadros, destinado a la capilla de Santa Ana de dicho monasterio. Esta obra, de la que se conservan los dibujos del proyecto original, fue encargada por tan ilustre personaje, señor de Gandul y Marchenilla, caballero veinticuatro de Sevilla y Presidente del Consejo de Enrique IV. 
En ella Egas Cueman de nuevo utiliza figuras orantes, es este caso bajo un arcosolio adosado al muro, en lugar de las tradicionales figuras yacentes, siguiendo la tipología utilizada para el sepulcro de Lope de Barrientos de Medina del Campo.

Teniendo en cuenta que las obras citadas están documentadas, se puede atribuir a Egas Cueman, sin margen de error, el sepulcro de fray Lope de Barrientos de Medina del Campo, pues todos ellos comparten los estilemas del escultor: afán naturalista, formas angulosas suaves en los plegados de las vestiduras, sentido pictórico y un trabajo minucioso y descriptivo en esculturas de alta calidad técnica.   

Citamos a continuación otras obras destacadas de Egas Cueman. En primer lugar la sillería del coro de la catedral de Cuenca (hoy conservada en la colegiata de Belmonte), que realizada entre 1454 y 1457 está compuesta por sillería alta y baja y supone el primer ejemplo de una larga serie de sillerías de coro hispano-flamencas realizadas en España. Aunque en la documentación aparecen citados los dos hermanos, Hanequín y Egas Cueman, se considera que la talla de personajes del Antiguo Testamento, santos y escenas bíblicas, ejecutadas al estilo flamenco, fue realizada en exclusiva por Egas.
Por esos mismos años colabora con su hermano Hanequín en la Puerta de los Leones de la catedral de Toledo, estando documentada la elaboración de tres apóstoles y cuatro historias de ángeles. A ese mismo tiempo  corresponden distintos sepulcros que se le atribuyen para la catedral y monasterios de Toledo, lo que implica que debió contar con un amplio taller.

Tras los trabajos realizados para el monasterio de Guadalupe, Egas Cueman establecía una estrecha relación con el arquitecto Juan Guas, con quien participa entre 1479 y 1485 como maestro mayor de escultura en el monasterio de San Juan de los Reyes de Toledo, levantado por los Reyes Católicos para celebrar la victoria de la batalla de Toro.
De nuevo con Juan Guas trabaja a partir de  1483 en el Palacio del Infantado de Guadalajara, magnífico edificio civil del que se ocupó de la decoración, donde incorpora el tema del salvaje, muy repetido a finales del siglo XV y principios del XVI.
La colaboración de Egas Cueman con Juan Guas se repite en los trabajos del trasaltar mayor de la catedral de Toledo, donde entre 1485 y 1492 da las trazas para algunas escenas evangélicas.
Tras recibir el título de aparejador vitalicio de la catedral de Toledo en 1493, su actividad decae debido a su avanzada edad, falleciendo en esta ciudad en 1495.



Informe y fotografías: J. M. Travieso.






Bibliografía

ARA GIL, Clementina Julia: Fray Lope de Barrientos. En Comercio, Mercado y Economía en tiempos de la reina Isabel, V Centenario de la muerte de Isabel la Católica, Museo de las Ferias, Medina del Campo, 2004, pp. 102-105.

CAMPBELL, Lorne y PÉREZ PRECIADO, José Juan: Reseña sobre la escultura en la web del Museo de las Ferias de Medina del Campo























Egas Cueman. Sepulcro de Gonzalo de Illescas, 1458
Real Monasterio de Guadalupe (Foto Wikipedia)

















Agas Cueman. Sepulcro de Alfonso de Velasco e Isabel de Cuadros, 1467, Real Monasterio de Guadalupe
(Foto Wikipedia)



















Juan Guas y Egas Cueman. Decoración interior de la iglesia de San Juan
de los Reyes, Toledo, 1479-1485












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Fastiginia: Miguel Delibes vuelve a caminar junto al Campo Grande

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Desde el pasado 17 de octubre de 2020 es posible observar de nuevo, junto a la entrada del paseo del Príncipe del Campo Grande, la inconfundible figura de Miguel Delibes que, como hiciera en la vida real, aparece ensimismado en sus pensamientos, tal vez meditando sobre alguna noticia publicada en el periódico que porta, y bien protegido del frío con su característica gorra, su bufanda y un paraguas. Se trata de la nueva escultura urbana de bronce que financiada por la Junta de Castilla y León ha pasado a engrosar el amplio repertorio existente en la ciudad, en este caso para celebrar oportunamente el Centenario del nacimiento del insigne escritor y periodista, al que tan frecuente era verle pasear por este mismo lugar, tan próximo a la casa en que nació el 17 de octubre de 1920 en el número 12 de la Acera de Recoletos. 

A la inauguración oficial de tan sobrio, pero merecido monumento, que tuvo lugar el día en que el escritor hubiera cumplido cien años, asistieron cinco de sus hijos y algunos nietos, estando el acto presidido por Oscar Puente, alcalde de Valladolid, acompañado de representantes de la Junta de Castilla y León y de la Diputación. 

El autor de la escultura es el vallisoletano Eduardo Cuadrado, que ha realizado esta figura a tamaño natural —1,82 m de altura— y reproduciendo uno de los paseos que muchos vallisoletanos aún recuerdan tras el fallecimiento de Miguel Delibes el 12 de marzo de 2010. La escultura, que sigue la tendencia de prescindir de pedestal y terreno acotado, para acercarla al espectador, fue realizada con fibra de vidrio y poliéster y finalmente fundida en bronce en el taller que el escultor dispone en Fuensaldaña. Se acompaña de una placa broncínea acoplada al pavimento con la sencilla leyenda: "A Miguel Delibes en el centenario de su nacimiento. 17 de octubre de 2020. Autor Eduardo Cuadrado" y los logotipos de la Junta de Castilla y León, del Centenario y de la Fundación Miguel Delibes.

      Con esta escultura urbana Eduardo Cuadrado incrementa su legado en Valladolid, pues también es el autor de El Fotógrafo (1994) del Campo Grande, de la célebre escultura del El Comediante(1996) de la plaza Martí y Monsó, del Homenaje al Voluntariado Social (1996) de la Plaza de España y del Hombre con máscaras (1999) de los jardines de la Diputación (viejo Hospital Provincial). En este caso la escultura de Miguel Delibes ocupa un espacio privilegiado y simbólico en lo que antaño fuera el Campo de la Verdad, tan homologable a su autenticidad personal; junto al escudo floral de Valladolid, ciudad a la que tanto amó y nunca abandonó aunque pudo hacerlo por razones profesionales; junto al mástil de la bandera de España, cuyo idioma elevó a la cumbre; frente al monumento a Zorrilla, con quien comparte la gloria literaria y con la monumental Academia de Caballería como telón de fondo, cuya historia se escribe igualmente con letras de oro. 






























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Visita virtual: RETABLO DE LA CAPILLA DEL OBISPO, estética renacentista en el corazón de Madrid

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RETABLO DE LA CAPILLA DEL OBISPO
Francisco Giralte (Palencia, 1510 - Madrid, 1576)
1547-1550
Madera de ciprés policromada
Iglesia de Nuestra Señora y San Juan de Letrán, "Capilla del Obispo", Madrid
Escultura renacentista española. Escuela castellana













En el centro histórico de Madrid, entre la Plaza de los Carros y la Plaza de la Paja, en el antiguo feudo de la familia Vargas, se levanta un complejo eclesial monumental formado por la iglesia de San Andrés, la capilla de San Isidro y la iglesia de Nuestra Señora y San Juan de Letrán, tres edificios que antaño estuvieron comunicados, aunque no en la actualidad. Este último templo fue levantado entre 1520 y 1535, en estilo tardogótico, por deseo de Francisco de Vargas Medina, chanciller mayor de Castilla y consejero real (de los Reyes Católicos y de Carlos V), para albergar los restos de San Isidro Labrador —santo que había trabajado para esta familia en el siglo XII—, cuyo cuerpo permaneció allí venerado hasta 1544, año en que fueron trasladados, tras numerosos pleitos, a la vecina iglesia de San Andrés, que los acogió hasta el siglo XIX.

El hecho de que las obras de aquella capilla fuesen rematadas por su hijo don Gutierre de Vargas y Carvajal, obispo de Plasencia entre 1524 y 1559, que también se encargó de la dotación, de la suntuosa ornamentación del interior y de asentar en ella el panteón familiar, hizo que popularmente fuera conocida como Capilla del Obispo.

Con la intención de convertir aquel espacio dependiente de la iglesia de San Andrés en capilla funeraria de la familia, una vez trasladadas las reliquias de San Isidro, en 1547 Gutierre de Vargas y Carvajal encargaba la realización de los sepulcros de sus padres y del retablo mayor al escultor palentino  Francisco Giralte, cuyo taller trabajó en él hasta 1550, ocupándose de las labores de policromía Juan de Villoldo el Mozo, colaborador del escultor. El retablo, que se adapta a la forma poligonal del ábside, estaría acompañado a los lados, incrustados en los muros del presbiterio, de dos arcosolios con los sepulcros de sus padres, Francisco de Vargas e Inés de Carvajal, que fueron representados por el escultor en el interior de templetes e incorporados en actitud orante, según la moda del momento. Después se añadiría en el muro derecho o lado de la epístola, el sepulcro del propio obispo Gutierre de Vargas y Carvajal, una de las más suntuosas e italianizantes obras funerarias de cuantas se hicieran en la España renacentista del siglo XVI.

UN MAGNÍFICO RETABLO   

A pesar de tratarse de una obra destacada de la escultura renacentista castellana, el retablo de la Capilla del Obispo no es muy conocido ni siquiera en Madrid, donde son tan escasas estas maquinarias compuestas en el Renacimiento.
Enteramente tallado en madera de ciprés, presenta un rico acabado dorado en la estructura y efectistas estofados en las figuras, con una traza que siguiendo la estética plateresca tiende al horror vacui, con una equilibrada y elegante organización arquitectónica y todo un universo de elementos decorativos que recubren por completo netos, frisos, columnas, pinjantes sobre los relieves y guardapolvos.

El retablo adopta la forma de tríptico para adaptarse al ábside y está compuesto de sotabanco, banco, tres cuerpos y un alto ático, organizándose verticalmente en tres calles y cuatro entrecalles destacadas del fondo, de las que las centrales son dobles. A diferentes alturas estas forman templetes, con columnas y balaustres de capitel jónico y recubiertas en el tercio inferior por grutescos, que sujetan entablamentos recorridos por frisos en relieve, en cuyo interior albergan hornacinas aveneradas que cobijan figuras exentas de santos sobre las que se colocan, a excepción del ático, hasta dieciocho medallones con bustos. Se completa con una polsera que recorre los laterales desde el banco al tercer cuerpo, con profusa decoración de bustos y figuras de niños entre guirnaldas.
Banco: Encuentro de Abraham con los tres huéspedes en Mamre (Génesis)

Todo el programa iconográfico está dedicado a la vida de Cristo, con escenas en altorrelieve de la infancia y de la Pasión dispuestas aleatoriamente en cuerpos y calles sin guardar un orden secuencial. Se acompaña de un santoral de veintidós figuras, distribuidas por las entrecalles, que representan Evangelistas, Apóstoles, Padres de la Iglesia y santas mártires, a los que se suman en el ático, en torno al Calvario central, figuras de virtudes, cinco alrededor de un gran tondo con el busto de Dios Padre bendiciendo y otras cuatro colocadas por parejas a los lados sosteniendo el emblema episcopal de don Gutierre de Vargas, motivo heráldico que se repite cuatro veces más con figuras de puttitenantes como exaltación de la familia Vargas.


DESCRIPCIÓN DEL PROGRAMA ICONOGRÁFICO

Banco 
Primer cuerpo: Llanto sobre Cristo muerto, San Pedro y San Pablo
Sobre un alto sotabanco ornamentado con paneles decorados con grutescos, los laterales con animales fantásticos enfrentados y parejas de figuras humanas que sujetan cartelas, se asienta el banco, que en las tres calles presenta relieves con profetas bíblicos recostados, de los que se reconoce fácilmente a Daniel y Abraham, y en los netos cartelas con formas ovales en el centro y rodeadas de múltiples cabezas de querubines.
Un interés especial ofrece la poco frecuente iconografía del relieve central, donde Giralte refleja el Encuentro de Abraham con los tres huéspedes de la mesa de Mamre, un pasaje tomado del Génesis que narra la visita de tres enviados de Dios para anunciar a Abraham y su esposa Sara el nacimiento de su hijo Isaac, a pesar de la ancianidad de ambos. Estos tres emisarios, con los que Abraham hizo gala de hospitalidad sentándolos a su mesa, fueron interpretados por algunos como ángeles, pero para otros su condición divina y humana a la vez sólo podía ser encarnada por Cristo, de modo que comenzó a desarrollarse una iconografía con representaciones tríplices de Cristo que se fundamentaban en un comentario de San Agustín acerca del enigmático encuentro de Abraham narrado en el Génesis 18, donde explicaba que el patriarca "tres vidit et unum adoravit" (vio a tres y a uno adoró). Esta interpretación inspiró la representación del misterio de la Trinidad con tres figuras idénticas de Cristo, un tipo de representación "triándirca" o "cristomorfa" que recibe la denominación de Trinidad eucarística por prefigurar la eucaristía, una iconografía popularizada durante los siglos XV y XVI en Italia y países limítrofes, especialmente en templos trinitarios. 
Primer cuerpo: Adoración de los Reyes Magos y Evangelistas
La difusión de estas imágenes suscitaría con el tiempo una preocupación en la Iglesia por posibles interpretaciones "triteístas", de modo que su representación fue desaconsejada en 1745, por no apropiada, por el papa Benedicto XIV en su bulaSollicitudini nostrae.
Lo cierto es que en este retablo del siglo XVI esta iconografía, tan atípica y singular, adquiere una significación eucarística por situarse justo encima de la mesa del altar, seguramente como exaltación de la fe en Dios del patriarca bíblico o tal vez como fruto de las disquisiciones de Francisco Giralte con el obispo comitente.      

Primer cuerpo
En la calle central aparece el altorrelieve del Llanto sobre Cristo muerto, desarrollado a escala monumental y organizado en dos planos. Al frente se encuentra la Virgen sedente y con el cuerpo muerto de Cristo en su regazo, al modo de una Piedad, a la que acompañan las figuras de San Juan y la Magdalena, cuya figura, envuelta en vestiduras que forman abundante pliegues y con una disposición corporal manierista, aporta un fuerte dramatismo a la composición, lo mismo que las figuras sufrientes de María Salomé y María Cleofás del segundo plano, junto a las que se encuentran José de Arimatea y Nicodemo tras intervenir en el descendimiento de la cruz.
Primer cuerpo: Anunciación y Evangelistas
Flanqueando el relieve, en las hornacinas laterales se ubican las figuras manieristas de San Pedro y San Pablo.

A su izquierda aparece la Adoración de los Reyes Magos, una composición dispuesta en diagonal en la que destacan las bellas figuras de la Virgen y el Niño colocadas sobre un estrado con los frentes decorados con grutescos, apareciendo todos los personajes escalonados ente un fondo arquitectónico.
En la calle derecha se encuentra La Anunciación, con la bella figura de la Virgen sobre un reclinatorio y vuelta hacia el arcángel San Gabriel, que portando el caduceo señala la procedencia de su mensaje, que aparece explícito en la parte superior con la figura de Dios Padre y el Espíritu Santo en forma de paloma. El resto del espacio es ocupado por un lecho con dosel que adolece de errores de perspectiva.
En las hornacinas que flanquean estos tres relieves se hallan las figuras manieristas de los Cuatro Evangelistas portando sus escritos,sobre los que se colocan los correspondientes medallones con bustos masculinos y femeninos.
Segundo cuerpo: Flagelación y Apóstoles

Segundo cuerpo
La calle central está dedicada al tema pasional de La Flagelación, con Cristo desnudo y amarrado a una columna de fuste alto, junto a un sayón con indumentaria judía que le azota y un soldado romano cuya fisionomía recuerda los modelos ya utilizados por Berruguete y Juan de Juni. Las tres figuras, a escala monumental, se recortan sobre un fondo liso de oro.

A su izquierda se encuentra la Presentación de Jesús en el Templo, una composición basada en la simetría sobre cuyo eje se encuentra un mesa de altar, decorada con grutescos a la italiana, y la voluminosa figura del Niño, que es entregado por la Virgen y recogido por Simeón, figuras que equilibran la composición. En un segundo plano se coloca San José y un grupo de mujeres, sin que falte el detalle descriptivo de la pareja de tórtolas que porta una de ellas sobre su cabeza como donación preceptiva en el rito, así como un fondo que recrea un dosel colocado en el templo.
Segundo cuerpo: Presentación en el Templo y Apóstoles

En la parte derecha se sitúa la bella composición del Santo Entierro, que incluye en primer plano la figura inerte de Cristo, con las piernas cruzadas recordando su posición en la cruz y sobre un sudario con que José de Arimatea y Nicodemo le introducen en un sepulcro decorado al frente con la escena de un sacrificio. En un segundo plano, la Magdalena llora sobre su mano y la Virgen muestra su desamparo, mientras más atrás llora María Salomé al contemplar la corona de espinas que muestra San Juan. Se ambienta en un paisaje en el que se aprecian formaciones rocosas, troncos y hojas. Es destacable la hábil colocación de las figuras de forma escalonada siguiendo una diagonal, lo que facilita su contemplación desde un punto de vista bajo, así como los matices de la policromía aplicada por Juan de Villoldo, tanto en las carnaciones como en los estofados.
En las hornacinas de las entrecalles se colocan seis Apóstoles, algunos fácilmente identificables por los atributos que portan.

Tercer cuerpo
Segundo cuerpo: Santo Entierro y Apóstoles
Preside la calle central el altorrelieve de La Natividad, que presenta como contrapunto la bella imagen de la Virgen, joven, con cabeza de serenidad clásica, de rodillas ante el Niño y con elegantes ademanes, frente a la figura erguida de San José, presentado como un venerable patriarca, envuelto en voluminosos ropajes y con una postura inestable por tener las piernas cruzadas, recurso utilizado en Valladolid por su maestro Alonso Berruguete. Al fondo, con una escala excesivamente reducida, como ocurre con los dos ángeles que acompañan a la Virgen, se encuentran la mula y el buey y dos pastores que conversan entre ellos. Una belleza especial presenta la manierista figura del Niño, con un airoso cuerpo en serpentinata y recostado sobre pañales y un cojín.

La escena de la Caída camino del Calvario se encuentra en la parte izquierda, con hasta diez figuras de gran dinamismo configurando diferentes niveles y planos. El frente está ocupado por la figura derrumbada de Cristo, que para mantener su estabilidad se aferra al madero de la cruz que sujeta con esfuerzo el Cirineo. Al lado aparecen la Magdalena y la Virgen con gesto sufriente y más atrás el sayón que conduce atado a Jesús, un heraldo romano que tañe un cuerno y otros personajes del cortejo que sale por la puerta de Jerusalén.
Tercer cuerpo: Natividad y Apóstoles

Se contrapone en la parte derecha la escena de la Crucifixión, que planteada de forma atrevida desde un punto de vista alto, para apreciar todos sus detalles a distancia desde abajo, produce un efecto de inverosimilitud por su extraña perspectiva, con la figura de Cristo en diagonal, mientras es crucificado por un grupo de sayones y soldados cuyos cuerpos parecen emerger del suelo.
Ocupan las hornacinas de las entrecalles cuatro figuras de Apóstoles y dos santas mártires en los extremos, una de ellas identificable con Santa Catalina de Alejandría.

El ático
El espacio del ático está concebido como una prolongación de la calle y las entrecalles centrales para colocar un monumental Calvario que desborda el espacio, formado por un excelente Cristo crucificado, la Virgen y San Juan, incluyendo la figura de la Magdalena aferrada a los pies de la cruz. En las hornacinas que lo flanquean, en este caso sin los medallones superiores, se encuentran los Cuatro Padres de la Iglesia.
Tercer cuerpo: Caída camino del Calvario, Santa Catalina y San Juan
Sobre las calles laterales aparece como remate un motivo heráldico de gran tamaño formado por el emblema episcopal de don Gutierre de Vargas y Carvajal sujetado por parejas de bellas virtudes, una de ellas identificada como la Clemencia. El mismo motivo se repite sobre las entrecalles con parejas de puttitenantes.
Corona el ático un enorme tondo decorado con guirnaldas de cuyo interior emerge el Padre Eterno con el globo terráqueo y en actitud de bendecir. Se rodea de cinco alegorías de Virtudes en diferentes posiciones y a los lados de putti que de nuevo sujetan el emblema familiar de los Vargas.        

Esta obra se puede considerar como la más notable de cuantas hiciera Francisco Giralte, en cuyo estilo fusiona las experiencias de su maestro Alonso Berruguete con una belleza formal tomada de Diego de Siloé, de modo que agita pero no distorsiona las anatomías con estridencia y aplica rostros estereotipados que siguen un ideal clásico, especialmente bellos en las figuras de la Virgen y San Juan. Con anatomías de canon poco estilizado, aplica un modelado suave y recubre los cuerpos con paños que forman numerosos pliegues que producen grandes contrastes lumínicos. Sus expresiones no ahondan en el dramatismo, ajustándose por su contención a las líneas más clasicistas. 
Tercer cuerpo: Crucifixión, Apóstol y Santa
Francisco Giralte conoce y recrea todo un repertorio de grutescos tomados del arte italiano, especialmente grácil en las figuras infantiles, que aplica al estilo plateresco que domina sus composiciones con profusión decorativa, como ya ocurriera en el Retablo del Doctor Corral (ca. 1547) de la iglesia de la Magdalena de Valladolid.

Por otra parte, demuestra una enorme versatilidad, que oscila desde las obras de imaginería ligera realizada en Valladolid —paso procesional de la Entrada de Jesús en Jerusalén— y los trabajos en madera policromada de esculturas y retablos, hasta la finura de los trabajos en alabastro, que alcanzan su máxima expresión en los sepulcros de la madrileña Capilla del Obispo.



LOS MAGNÍFICOS SEPULCROS DE LOS VARGAS  

Ático: Calvario, Padres de la Iglesia, Padre Eterno y Virtudes
A ambos lados del retablo de la Capilla del Obispo, aparecen empotrados en el muro dos arcosolios con los cenotafios de Francisco de Vargas e Inés de Carvajal, padres del obispo don Gutierre de Vargas y Carvajal, que igualmente son obras de Francisco Giralte, que los labró en alabastro de Cogolludo. Adoptando la forma de un arco triunfal, ambos presentan idéntico diseño, con pedestales que sujetan columnas pareadas sobre las que se apoya un entablamento recorrido por un friso, en cuyo interior se abre un nicho con un arco de medio punto. Tanto los basamentos, ménsulas, pedestales, columnas, enjutas del arco y frisos, así como el interior de los nichos, están profusamente decorados con un repertorio italianizante, como figuras de putti, alegorías, grutescos, guirnaldas, cartelas, motivos heráldicos, etc. A este repertorio se suman los paneles del interior de los nichos, con escenas de santos en relieve, y el coronamiento del frontispicio, con figuras alegóricas sujetando el emblema familiar inscrito en un óvalo y a los lados putti que sujetan calaveras y cestos de frutas, motivo que se repite en la cúspide.
Entre este alarde decorativo destacan los bultos orantes del hidalgo madrileño Francisco de Vargas, consejero de los Reyes Católicos y Carlos V, y de su esposa, la extremeña Inés de Carvajal, miembro de una importante familia castellana, cuyas efigies orantes, con características de retratos idealizados, están realizadas con gran virtuosismo técnico.

Ático: Virtudes con el emblema episcopal de Gutierre de Vargas y Carvajal y putti con el emblema familiar
Más exuberante es aún el cenotafio, insertado en el muro derecho o de la epístola de la capilla, del segundo de sus hijos, don Gutierre de Vargas y Carvajal, obispo de Plasencia desde 1524 a 1559, año de su muerte, y participante en 1551 en el Concilio de Trento. Fue elaborado en alabastro por Francisco Giralte en 1566 y presenta la estructura de un gran arco triunfal, en cuyo interior se abre un gran nicho que alberga la figura a tamaño natural del obispo orante y arrodillado, revestido lujosamente de pontifical, colocado sobre unas gradas y delante de un reclinatorio. 
Vista general de la Capilla del Obispo
Le acompañan Gaspar de Bedoya, Martín Solano y Pedro Lorenzana, que sujeta la mitra. Todas estas figuras presentan rasgos individualizados y minuciosos, con las características de verdaderos retratos. El fondo está ocupado por un gran tondo en el que se representa una monumental Oración del Huerto, primera de las escenas de la Pasión que componen el cenotafio. Bajo la grada figura una cartela, decorada con putti que juguetean entre guirnaldas, con una inscripción que identifica y exalta al obispo.
   
El arco se sustenta sobre dos columnas jónicas con el fuste estriado y la mitad inferior recubierta por grutescos en relieve. Delante de los pedestales de las mismas se aparecen dos grupos de cinco niños, unos cantores, que siguen la partitura que porta uno de ellos, y otros músicos con chirimías, grupos muy italianizantes que inevitablemente recuerdan las cantorías florentinas. A su lado, en los laterales, se encuentran dos alegorías de virtudes de gran tamaño que presentan un trabajo preciosista en la indumentaria, con paños agitados y pliegues muy menudos, ribeteados con pasamanería calada.     
Cenotafios de Francisco de Vargas e Inés de Carvajal
Sobre los pedestales se coloca a un lado la figura de Cristo amarrado a una columna, hacia la que el obispo eleva su mirada, y al otro la figura de San Pedro mostrando un gesto de arrepentimiento.
El arco aparece coronado por el capelo del prelado y en las enjutas se colocan alegorías al modo de las victorias romanas. El friso del entablamento, decorado con pequeñas figurillas humanas recostadas, comunica con la parte superior, presidida por otro arco bajo el que se encuentra una imagen del Ecce Homo, que está flanqueado por dos ángeles con ofrendas y en los extremos por virtudes que sujetan el emblema familiar. Remata la parte superior un tondo con la inscripción "Sólo a Dios honor y gloria".
Todos los paramentos y elementos arquitectónicos del monumento están recubiertos por múltiples motivos decorativos, con profusión de figuras de niños, que en estilo plateresco establecen un exuberante  horror vacui.

En su conjunto, este cenotafio constituye una obra maestra de la escultura funeraria española del siglo XVI y encumbra a Francisco Giralte como uno de los escultores renacentistas de mayor nivel y más italianizante.
Cenotafio de Gutierre de Vargas y Carvajal, 1566

En este recinto también es destacable una puerta interior que, encargada en 1544 y tallada en madera de nogal, se atribuye a Cristóbal Robles y Francisco de Villalpando. Sus hojas aparecen decoradas con bajorrelieves en los que se representa en la parte superior la Expulsión del Paraíso de Adán y Eva, como origen del pecado, y más abajo la Anunciación como inicio de la Redención. No obstante, las escenas más impactantes son las que en la parte inferior representan escenas de batallas de tiempos de Moisés y Josué, como la toma de la ciudad de Maceda, animadas escenas con multitud de soldados y caballos de estilo puramente renacentista.

La Capilla del Obispo, monumento nacional desde 1931, tras permanecer muchos años cerrada al público, se reabrió en 2010 tras realizarse su restauración integral. La iglesia actualmente está ocupada por la comunidad de las Hermanitas del Cordero, una fraternidad fundada en Madrid el 4 de octubre de 2008.

Detalles del cenotafio del obispo Guttierre de Vargas y Carvajal

Informe y fotografías: J. M. Travieso.











Niños cantores y músicos. Detaller del cenotafio de Gutierre de Vargas y Carvajal












Cristóbal de Robles y Francisco de Villalpando. Detalle de la puerta con escenas de batallas bíblicas, 1544
















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Museo Nacional de Escultura: VISITAS AL ALMACÉN, miércoles y viernes de noviembre 2020

Pie memoriae: EL MILAGRO DE LAS RANAS, un exvoto para la memoria en Arrabal de Portillo

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EL MILAGRO DE LAS RANAS
Iglesia de San Juan Evangelista
Arrabal de Portillo (Valladolid)
















Adentrándonos en el campo de las curiosidades históricas y religiosas de nuestra tierra, algunas realmente sorprendentes, hoy fijamos nuestra atención en la población vallisoletana de Arrabal de Portillo, donde en fecha imprecisa se creó la Cofradía Sacramental y de Ánimas, cuya finalidad era la de honrar al Santísimo Sacramento y dar culto a las benditas ánimas del Purgatorio. La creación de dicha Cofradía tuvo su origen en la celebración de un acto de desagravio tras producirse el robo sacrílego de hostias consagradas, al que siguió, según la leyenda piadosa, un curioso hecho milagroso que nunca fue olvidado y que fue protagonizado por las ranas de un arroyo de este pueblo, desde entonces denominado arroyo del Corpus.

Si de dicho milagro se conocen todos los detalles, no ocurre lo mismo con la fecha concreta en que se produjo, al que siguió la fundación de la Cofradía, aunque es posible que ocurriera en 1520, ya que en la iglesia parroquial de Arrabal de Portillo se conserva un cuadro manuscrito que recuerda la celebración solemne, en los días 12 y 13 de junio de 1920, del cuarto centenario de la fundación canónica de la Cofradía Sacramental y de Ánimas, a la que siguió la construcción de la desaparecida ermita del Corpus Christi, donde fue venerado el Cristo de las Injurias hasta su traslado en el siglo XVIII a la ermita del Ecce Homo, vecina a la iglesia de San Juan Evangelista.

La memoria histórico-piadosa de Arrabal de Portillo quedó plasmada en el siglo XVIII en un pequeño retablo que fue colocado en la ermita del Ecce Homo y que muestra una pintura, de autor anónimo y factura popular, en la que se representan los pormenores del singular milagro. Bajo la pintura, en una cartela escrita a dos columnas, se narran con detalle los hechos ocurridos. Su transcripción es la siguiente:
"En el rigor del invierno, una noche que había nevado, un hombre entró en la iglesia del Arrabal de Portillo, abrió la Custodia y hurtó el copón con las formas, y a distancia de un tiro de bala, echó las formas en el arroyo que pasa por dicho Arrabal, y procurando huir, no pudo pasar de junto a un peral que había inmediato. Y pasando un arriero con su recua oyó cantar las ranas con mucho ruido, y causando admiración por ser el tiempo tan contrario, se arrimó al arroyo y vio en el agua las formas y alrededor un cerco de ranas que no dejaban de cantar. Dio parte a la justicia y al cura del dicho Arrabal, se prendió al ladrón y con toda la reverencia se recogieron dichas formas y volvieron a la iglesia. Y en dicho sitio se edificó una ermita con el nombre del Corpus Christi, y en ella se venera la imagen del bendito Cristo de las Injurias.
Se renovó año de MD..."

De acuerdo a esta narración, en la pintura aparece en primer plano el arroyo en el que destaca un grupo de ranas croando y dispuestas en círculo, a modo de coro, en torno al grupo de hostias que, lanzadas por el autor del sacrilegio, flotan sobre las aguas. Arrodillado en la orilla, vestido con ropas litúrgicas, se identifica al cura de Arrabal, que se dispone a recoger las hostias acompañado de acólitos que sujetan faroles y velas. Junto a él se encuentra el representante de la justicia y un grupo de personajes que observan asombrados el milagro. En la parte izquierda, acompañado de sus mulas cargadas y de un joven ayudante, se halla el arriero que escuchó el canto de las ranas y dio el aviso. Para completar la secuencia, la pintura se completa en la parte superior con una representación del caserío de Arrabal, hacia cuya iglesia se dirige una procesión con las hostias tras ser rescatadas del arroyo.

El retablo que cobija la pintura, de trazado neoclásico y elementos decorativos  rococós, ha sido restaurado recientemente y trasladado en 2018 a la nave de la epístola de la monumental iglesia portillana de San Juan Evangelista, donde fue bendecido por el actual Cardenal Arzobispo de Valladolid. En su nueva ubicación aparece custodiado por otros dedicados a San Isidro Labrador y San Antonio de Padua, estando rematado en su parte superior por un crucifijo gótico de la primera mitad del siglo XIV (catalogado por C.J. Ara Gil), que rememora al Cristo de las Injurias que siempre estuvo colocado junto a la pintura.

Todos estos elementos se engloban en las tradiciones religiosas que en tiempos pasados se localizaban en el ámbito rural, que en este curioso caso de las ranas cantoras dio lugar a la celebración de una popular procesión del Corpus, celebrada el domingo siguiente al Jueves de Corpus, con presencia de danzantes, que todavía tiene vigencia por mantenerse activa la Cofradía Sacramental y de Ánimas, que entre sus prerrogativas mantiene el derecho a tocar las campanas, en recuerdo de los hermanos difuntos, hasta la medianoche del segundo domingo de noviembre, interviniendo en las procesiones del jueves y viernes santo y organizando en cada ocasión cultos y diferentes convocatorias gastronómico-festivas.  


Informe y fotografías: J. M. Travieso.































































Interior de la iglesia de San Juan Evangelista, Arrabal de Portillo
















Exterior de la iglesia de San Juan Evangelista, Arrabal de Portillo
















Ermita o capilla del Ecce Homo, Arrabal de Portillo

















Fiesta del Corpus, ermita del Ecce Homo, Arrabal de Portillo













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Pie memoriae: CRISTO DE CASTILVIEJO, una imagen sudorosa en Medina de Rioseco

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SANTO CRISTO DE CASTILVIEJO
Santuario de Castilviejo
Medina de Rioseco (Valladolid)
















A unos cuatro kilómetros de Medina de Rioseco, Ciudad de los Almirantes, en un atractivo enclave arbolado se encuentra la ermita de Nuestra Señora de Castilviejo, una construcción clasicista levantada a mediados del siglo XVI por Juan de Hermosa, arquitecto que participó en otras iglesias de la ciudad y que colocó sobre el arco de su sobria fachada el escudo de Luis Enríquez, VI Almirante de Castilla y II duque de Medina de Rioseco. En su interior, la capilla mayor presenta un suntuoso retablo barroco, trazado en 1712 por Joaquín Benito Churriguera, que fue elaborado por el ensamblador Carlos Carnicero y dorado y policromado por Tomás de Sierra y Manuel de la Puerta, contando con notables esculturas del vallisoletano Antonio Gautúa. El retablo lleva incorporado un camarín en cuyo transparente se muestra la discreta imagen de la Virgen de Castilviejo, copia del original románico de 60 cm de altura y realizado en madera de peral que, según la tradición, fue encontrado por un labrador entre las ruinas de un viejo castillo. La primitiva escultura mariana desapareció a finales del siglo XX. 

(Foto Iglesia en Valladolid)
Junto a la capilla mayor, en la parte izquierda o lado del evangelio, se encuentra un retablo colateral que fue realizado en el primer cuarto del siglo XVIII para albergar un crucifijo del siglo XVI de autor anónimo: el Cristo de Castilviejo, talla que fue propiedad de la Cofradía de Nuestra Señora de la Consolación. Este aparece dentro de un nicho trilobulado en cuyo fondo fue pintado un sencillo paisaje con las figuras de los dos ladrones, estando flanqueado por dos ángeles realizados por Antonio Gautúa en 1715 para el altar mayor. Corona el ático la pintura de la Virgen del Pópulo.
El Cristo de Castilviejo comparte con la Virgen la extraordinaria devoción popular que se les profesa en Medina de Rioseco, puesta de manifiesto anualmente cuando el 8 de septiembre se celebra una concurrida romería en honor de la Virgen, fiesta que se repite el domingo siguiente a esa fecha con la procesión del Cristo de Castilviejo.

La especial devoción a este crucifijo viene determinada por haber sido protagonista, en junio de 1602, de una sudoración inexplicable que fue interpretada como un hecho milagroso, fenómeno del que dieron fe numerosos testigos.
Ese año Medina de Rioseco y toda la comarca sufría una prolongada sequía que amenazaba con la imposibilidad de recolectar las cosechas en el inminente verano. Como en otras apuradas ocasiones, se organizaron las correspondientes rogativas para evitar la catástrofe. Con este fin, fue trasladada la imagen de la Virgen de Castilviejo a la iglesia de Santa María de Mediavilla para celebrar la novena, así como la imagen del Cristo de Castilviejo, que junto a ella sería sacada en la procesión que recorrería las calles riosecanas en la madrugada del sábado 8 de junio.

(Foto Iglesia en Valladolid)
Cuando el crucifijo salía de la iglesia a las 6 de la mañana, Luisa de Castroverde, esposa de un sastre riosecano, percibió que del Cristo emanaban gotas de agua, hecho que comunicó a unos hermanos del Trabajo. Estos lo transmitieron al sacristán mayor, que reaccionó con enfado e incredulidad. Sin embargo, cuando la procesión regresaba a la iglesia en el mediodía, el rumor se había extendido por la población, siendo numerosas las personas que acudieron a la puerta de la iglesia para comprobarlo.

Ante el tumulto, tras la entrada del alcalde Juan Cuadrado, del regidor Luis Vázquez, del escribano municipal Gaspar de Gauna, de sacerdotes, religiosos y otras personas avisadas, la iglesia fue cerrada y la imagen colocada en la capilla de los Benavente, aislada por una reja, donde los presentes pudieron comprobar a la luz de las velas la sudoración del Cristo en todo su cuerpo, especialmente en las manos, nariz, boca y barba, discurriendo hasta las piernas, como pudo comprobar el dominico fray Matas Ortiz. Intentando aliviar a la imagen de las gotas de agua, el licenciado Arcayos y el predicador de San Francisco intentaron secar la imagen con unos corporales, pero el agua brotaba de nuevo. Convencidos todos del portento milagroso, sin fraude ni manipulación posible, se decidió proclamarlo con el repique de las campanas de la iglesia.

(Foto Iglesia en Valladolid)
El fenómeno fue comunicado al obispado de Palencia, diócesis a la que pertenecía por entonces Medina de Rioseco, que ordenó una investigación, dirigida por el arcediano del Alcor, para comprobar su autenticidad. En ella declararon varios testigos que pusieron de manifiesto haber experimentado una sugestión colectiva, relatando los más dispares testimonios personales. También se encargó al escultor Mateo Enríquez que hiciera unas catas en la talla para detectar posibles fraudes, dictaminando que la talla era maciza y de madera de peral, ratificando las pruebas ante un juez eclesiástico, ante un letrado del Regimiento de la villa y ante el corregidor, dando fe de los hechos cuatro escribanos por separado.
Mientras el fiscal eclesiástico era reacio a la consideración de milagro, siguiendo las prevenciones de la Iglesia, el letrado del Regimiento sentenció el 21 de agosto que “El dicho caso debe tenerse por milagro que Nuestro Señor Jesucristo fue servido de hacer y obrar en su sancta imagen y figura para bien de los fieles cristianos…”.

Otro de los mandatos de la sentencia fue la creación de un relicario que preservase los corporales con que se limpió el sudor de la imagen, elemento que fue ofrecido a la veneración de los fieles riosecanos en el altar de San Juan de la iglesia de Santa María y que en la actualidad se conserva en la iglesia-museo de San Francisco.

Igualmente, se instituyó la Fiesta del Sudario, que todos los años rememoraba el prodigio con una misa solemne en la ermita de Castilviejo, repicando en la víspera las campanas de todas las iglesias riosecanas y con fiestas y fuegos artificiales en la Ciudad de los Almirantes. Esta fiesta, que no ha pervivido en el tiempo, fue transformada en la concurrida romería anual por la pradera de la ermita.

Por su interés documental, a continuación se muestra el acta firmado por el escribano Gaspar de Gauna el 10 de junio de 1602:

Medina de Rioseco, 10 de junio de 1602. Yo gaspar de gauna secrivano publico y del numero y ayuntamiento desta noble y leal villa de medina de rioseco aprovado por su magestad doi fee y berdadero testimonio a los que la presente vieren en como el savado proximo pasado que se contaron ocho de junio deste año de mil y seisçientos y dos a ora de las diez del dia antes mas que menos se enpeço a
dibulgar por esta villa y entre los vecinos della quel cristo cruçificado de la confradia de los hermanos desta villa ques de nuestra señora de la consolaçion estaba sudando el qual se avia traido juntamente con nuestra señora de castilviejo a la dicha villa a causa de los tenporales y asi como lo oi fui adonde estaba el dicho cristo crucificado con juan cuadrado alcalde ordinario desta villa y luis vazquez regidor della y llegando a la dicha yglesia la alle zerrada y muy gran cantidad de gente a la puerta della y preguntandoles que acian alli y por que causa estaba çerrada la puerta de la iglesia dixeron que iban a ver el milagro del sudor del cristo crucificado y llamando el dicho alcalde abrieron la puerta y entre con los susodichos dentro de la dicha yglesia en la qual alle mucha xente y llegando junto al dicho cristo crucificado me puse encima de un banco questava distante del rostro del cristo y el mio cosa de una tercia de bara y mirandole con mucha atencion con una bela ençendida vi una gota de sudor o agua muy grande pendiente del pico de la nariz y en el bozo del lavio vi estarle sudando todo y un gota de agua o sudor en la barva y vi y oi deszir a religiosos y sacerdotes questaban presentes mirando
lo susodicho que no avia parte en el cristo que no sudase y entre ellos vi que fray matas ortiz de la orden de santo domingo con un dedo de la mano derecha llego a una pantorrilla del dicho cristo crucificado y le saco moxado cerificandose el fraile deste misterio y ansimismo vi al licenciado arcayos clerigo y beneficiado desta villa questando ençima de un banco con una bela encendida en la mano y unos corporales en la otra mostrando y diçiendo que por partes de la cabeza del cristo nariz y barba sudaba señalando y mostrando a otros religiosos y personas questavan presentes las gotas de sudor o agua del dicho cristo en las partes dichas le dixe limpiase aquella gota de sudor o agua que tenia en la nariz con unos coporales que tenia en la mano y haçiendolo vi tomo los dichos corporales el predicador de san francisco y los llego a sus oxos y le oy descir le avia moxado el dicho sudor o agua los oxos suyos y asimismo le dixe llegase los dichos corporales a mis oxos por la parte que avia linpiado la dicha gota de agua o sudor en los dichos corporales que seria del tamaño de medio quarto poco mas o menos y ansimismo tocando con dichos corporales por la dicha parte en los oxos de muchas personas que alli estaban presentes y en este
Procesión del Cristo de Castilviejo
(Foto Iglesia en Valladolid)
medio que abria como dos credos que el licenciado arcayos le linpio la gota de sudor o agua de la punta de la nariz teniendo la bela encendida en la mano llamo a otros relixiosos mas y personas diciendo que llegasen a ber como en la mesma parte de la punta de la nariz donde se avia quitado la otra gota de sudor o de agua se le iba fixando otra la qual vieron muchas personas vecinos desta villa questaban alli y les oy desçir aber buelto al mismo lugar otra gota de sudor o agua como la pasada y ansimismo a cosa de las quatro oras de las once del dicho dia estando en la sacristia de la dicha yglesia exsaminando algunos testigos llego un sacerdote diciendo que de la madera del cristo cruçificado le corria por el brazo adelante y que llegaba a la madera del palo de la dicha cruz el agua que le parecia salir de la parte donde estaba el clavo de la mano derecha y salio de la dicha sacristia el licenciado juan criado y bolviendo a ella le oy descir abia linpiado con los corporales el agua de la mano derecha de todo lo qual doi fee y para constancia de lo susodicho el presente en medina de rioseco a diez de junio de mil y seiscientos y dos años [...]



Informe: J. M. Travieso.





Antigua postal de la Ermita de Castilviejo
Fundación Joaquín Díaz, Urueña (Valladolid)












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Proyección del cortometraje: "ALMACÉN y almacén". Museo Nacional de Escultura/Cines Broadway, 19 de noviembre 2020

Visita virtual: PUPPY, una mascota colosal como icono pop de Bilbao

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PUPPY
Jeff Koons (York, Pensilvania, 1955)
1992
Acero inoxidable, sustrato y plantas en floración
1240 x 1240 x 820 cm
Museo Guggenheim, Bilbao
Escultura contemporánea. Arte pop








Puppy, escultura viva convertida en icono del Bilbao actual, es una de las obras más emblemáticas de la colección del Museo Guggenheim de esta ciudad. Fue creada en 1992 por el artista norteamericano Jeff Koons para ser colocada en un castillo situado a cincuenta kilómetros de Kassel, coincidiendo con la celebración en esta ciudad alemana de la "documenta", una de las exposiciones de arte contemporáneo más importantes del mundo. La peculiar escultura causó auténtica sensación a pesar de no participar en aquel evento artístico. Después la obra no pudo conservarse por tener un armazón de madera y tuvo que ser renovada con una estructura de acero inoxidable, tal y como se muestra actualmente, para su posterior presentación en el exterior del Museo de Arte Contemporáneo de Sidney, siendo trasladada en octubre de 1997 al Museo Guggenheim de Bilbao, poco antes de su inauguración, que ya la había adquirido para formar parte de los fondos del museo.

La obra fue creada en una época controvertida en la trayectoria de Jeff Koons, que ya era conocido por las icónicas piezas de la serie Banalidad. El año anterior había presentado una serie de pinturas, esculturas y fotografías titulada Made in heaven (Hecho en el cielo), en la que mostraba al artista y su pareja, la actriz Ilona Staller, más conocida como Cicciolina, como unos modernos Adán y Eva, serie que fue clamorosamente denostada y vituperada por la crítica americana. Sin embargo en 1992, dando continuidad a ese adverso momento, hizo su aparición Puppy, que se convirtió en la gran estrella durante la citada celebración en Kassel.

La escultura es de dimensiones colosales —12 metros de altura— y representa un cachorro de perro de la raza West Highland terrier, cuyo origen se encuentra en una pequeña escultura de madera de un perrito terrier de pelo blanco que había realizado en 1991, sobre el que Jeff Koons, en base a su interés por la escala y la monumentalidad, ideó convertir en escultura gigante, empleando un sofisticado modelo de ordenador para establecer una original escultura orgánica en la que fusiona una iconografía edulcorada de amable cachorro con el tratamiento de un jardín clásico europeo del siglo XVIII, esto es, un monumento al sentimentalismo.

Puppy está compuesto por un armazón metálico de acero inoxidable —de 15 toneladas de peso—, que como una gigantesca cápsula adopta la forma de un "Caballo de Troya", con un amplio interior al que se accede por una puerta trasera y en el que se desarrolla el sistema de riego controlado por ordenador. La superficie está recubierta por un mallazo metálico que soporta la tierra y una tela geotextil que mantiene la turba y favorece el crecimiento de las plantas, admitiendo sobre su superficie hasta 38.000 macetas florales regadas por imperceptibles varillas de riego por aspersión.  Las plantas son renovadas dos veces al año para adaptarlas a las condiciones climáticas, durante la temporada de primavera-verano (begonias, alegrías, lobelias, petunias y claveles) y la de otoño-invierno (pensamientos resistentes al frío). La figura del perro sólo presenta una zona sin flores en la papada, donde son colocadas plantas de hiedra que crecen hacia abajo. Estas características la convierten en la escultura floral más grande del mundo.


Con esta original escultura el artista quiere transmitir cómo el hombre intenta controlar la naturaleza sin conseguirlo, pues, al tratarse de una superficie viva, el aspecto se descontrola afectando a colores y dibujos, con lo que la escultura adquiere matices permanentemente cambiantes por su continuo crecimiento. Este hallazgo estético proporciona al arte pop de una dimensión que hasta entonces no tenía.
En este sentido, hay que reseñar que Jeff Koons no sólo se limitó a diseñar la figura, su estructura y el sistema de riego, sino que también realizó el diseño de los dibujos que forman las flores, cuyos cíclicos cambios realizados por el Museo Guggenheim, respecto al tipo de flores y dibujos, deben ser aprobados por él, lo mismo que cualquier otro problema planteado por el revestimiento floral.

La escultura de Puppy, de aspecto paradójicamente contenido y cambiante al mismo tiempo, yuxtapone referencias elitistas a otras de la cultura popular, poniendo de manifiesto el deseo del artista de que la finalidad de esta escultura pública sea la de atraer, suscitar optimismo e infundir confianza y seguridad como guardián a las puertas del Guggenheim, causando en los espectadores admiración y alegría al irradiar positividad, motivo por el que es especialmente atractiva para los niños. No en vano el enfoque del trabajo artístico de Jeff Koons viene marcado por las fiestas que conoció durante su infancia en su ciudad natal de York, donde participaba del entusiasmo colectivo que producían los globos y los desfiles de carrozas de flores, lo que se traduce en esta obra en la fusión del pasado y el presente del autor.


Informe y fotografías: J. M. Travieso.











































(Foto Wikipedia)
















Jeff Koons, Terrier, madera, 1991



















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Exposición: EL CUERPO Y EL ALMA, del 22 de octubre 2020 al 18 de enero 2021

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En estos momentos en que es tan difícil desplazarse para ver exposiciones interesantes, recurrimos al reportaje gráfico para conocer la interesante exposición que se está celebrando en el Museo del Louvre de París y que con el título de "El cuerpo y el alma" está dedicada a la escultura italiana del Renacimiento, desde Donatello a Miguel Ángel.

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Bordado de musas con hilos de oro: CANCIÓN DE INVIERNO, de Juan Ramón Jiménez

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Cantan. Cantan.
¿Dónde cantan los pájaros que cantan?
 
Ha llovido. Aún las ramas
están sin hojas nuevas. Cantan. Cantan
los pájaros. ¿En dónde cantan
los pájaros que cantan?
 
No tengo pájaros en jaulas.
No hay niños que los vendan. Cantan.
El valle está muy lejos. Nada...
 
Yo no sé dónde cantan
los pájaros -cantan, cantan-
los pájaros que cantan.
 
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (1881-1958)
 
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Concierto: LA SOMBRA DE BEETHOVEN, 25, 26 y 27 de noviembre 2020

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