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Obras comentadas del Prado: LA CORONACIÓN DE LA VIRGEN, de Juan Vicente Masip

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Leticia Ruiz, jefe del Departamento de Pintura Española (hasta 1700) del Museo Nacional del Prado, comenta la obra "La Coronación de la Virgen", de Juan Vicente Masip (Siglo XVI). Esta obra estuvo expuesta en la muestra "La belleza encerrada. De Fra Angelico a Fortuny", celebrada en 2013.

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Conferencia: DE MONASTERIO A MONUMENTO: LOS JERÓNIMOS EN LISBOA, 3 de octubre 2017

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VIAJE: ROMÁNICO SEGOVIANO, 22 de octubre 2017

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PROGRAMA CONOCER CASTILLA Y LEÓN

Salida a las 8 h. desde Vallsur (Camino Viejo de Simancas) y a las 8,15 h. desde la plaza de Colón para realizar el siguiente recorrido: Duratón (Iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción); Sepúlveda (Iglesia de San Salvador e iglesia de los Santos Justo y Pastor); Pelayos del Arroyo (Iglesia de San Vicente); Sotosalbos (Iglesia de San Miguel Arcángel). Almuerzo. Por la tarde visita en Segovia a la iglesia de San Millán, iglesia de San Justo, iglesia de San Martín e iglesia de San Esteban).  Salida hacia Valladolid y llegada a última hora de la tarde.
NOTA: Puede haber variaciones en las visitas por dificultades de disponibilidad de los responsables de los monumentos, por modificación de horarios de invierno, etc. En todos los templos no se visitarán los interiores.


PRECIO SOCIO:  50 €
PRECIO NO SOCIO:  55 €


REQUISITOS: Mínimo 30 y máximo 45 personas.

INCLUYE:
-Autocar
-Visitas guiadas programadas con guía oficial de turismo CyL.
-Entradas.
-Comida de menú.
-Dossier Domus Pucelae.
-Seguro de viaje.

Menú
Primer y segundo plato a elegir en el momento de realizar la inscripción:               
Primer Plato: Menestra de verduras o Sopa castellana.
Segundo plato: Estofado de chotoo Trucha a la segoviana.

NO INCLUYE: Extras ni aquello que no esté incluido en el apartado anterior.

INFORMACIÓN Y RESERVA DE PLAZAS: Por correo en la dirección domuspucelae@gmail.com o llamando al teléfono 608 419228 desde las 0,00 horas del día 29/09/2017 hasta el 10/10/2017.


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Theatrum: CRISTO CRUCIFICADO, simulacro novohispano en pasta de caña de maíz

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CRISTO CRUCIFICADO
Anónimo mexicano
Finales del siglo XVI
Pasta de caña de maíz, madera y postizos
Coro bajo del Convento de Santa Teresa, Valladolid
Escultura renacentista tardía. Talleres novohispanos














Sobre la reja del coro bajo del convento de la Concepción del Carmen de Valladolid, más conocido como convento de Santa Teresa por tratarse de la cuarta fundación de la santa abulense, la comunidad de Carmelitas Descalzas sigue venerando con gran devoción una imagen de Cristo crucificado de tamaño natural que, si bien no alcanza la consideración de obra maestra en el más estricto sentido artístico, sí que tiene el interés testimonial de presentar, con un notable estado de conservación, lo que fuera una técnica escultórica perteneciente a la "imaginería ligera", siguiendo el término implantado por el restaurador mexicano Rolando Araujo.

CONSIDERACIONES SOBRE LA IMAGINERÍA LIGERA

Ha sido en tiempos recientes, siempre a partir de estudios aislados de mayor o menor profundidad y alcance geográfico, cuando se ha comenzado a estudiar, analizar y en algunos casos a restaurar todo un conjunto de obras escultóricas hispánicas de carácter religioso que, emulando en su acabado a las tradicionales tallas en madera policromada, fueron elaboradas durante los siglos XVI y XVII con la técnica denominada genéricamente como papelón, cuyos orígenes se remontan a la actividad de algunos talleres europeos en el siglo XV.

Básicamente, en el proceso de elaboración de esculturas en papelón, técnica emparentada con el vaciado, se utilizaban moldes de yeso que despiezados permitían aplicar en forma de sucesivas capas una pasta maleable obtenida mediante la mezcla de papeles viejos triturados con trozos de algodón y lino desmenuzados, reservando los papeles de mayor calidad, aglutinados con cola, para lo que sería la superficie visible de la escultura.

Este sistema permitía la producción seriada de piezas, aunque en cada caso el proceso se completaba con la aplicación de recursos específicos para sujetar las partes, como la colocación en el interior de tirantes de madera pegados con telas encoladas, el uso de una masilla elaborada con trozos de cartón, engrudo y cola para unir las juntas o el revestimiento de telas encoladas, siendo el proceso más complejo en el caso de los grandes crucifijos, cuyo ahuecado interior era reforzado con tubos de cartón o listones de madera para en ensamble de brazos, cabezas y piernas.

El resultado era recurrente pues, de forma artesanal, cuando la superficie acartonada estaba seca permitía la incorporación de un aparejo que servía de base para la aplicación del proceso tradicional de la policromía en madera, cuyos matices intentaban compensar las carencias escultóricas respecto a la talla tradicional, aunque en muchas esculturas ligeras se recurre a una técnica mixta por la que al cuerpo de papelón se incorporan cabezas, manos y pies talladas en madera, como también son frecuentes las telas encoladas para las indumentarias, diversificándose los trabajos de talla, modelado y moldeado hasta convertirse en un trabajo multidisciplinar.

De este modo se obtenían esculturas huecas de gran tamaño, que por su escaso peso, a pesar de su naturaleza endeble, se prodigaron con finalidad procesional por toda España, especialmente los grandes crucifijos que podían ser portados por una sola persona. Pero no sólo eso, sino que el culto a obras tan célebres y devotas como el Santo Cristo de Burgos, por poner un ejemplo, llegó a trascender fronteras, extendiéndose su veneración primero por tierras hispánicas y después por territorios de Hispanoamérica, siendo frecuente su recreación a través de obras realizadas en papelón.

Surge entonces un apasionante capítulo relacionado con la producción de imaginería ligera en Hispanoamérica durante el periodo virreinal a partir de los modelos llegados de España, pues en los talleres coloniales la antigua tradición prehispánica de elaborar deidades —teúles— con materiales livianos, especialmente con pasta de caña de maíz, primero se combinó y después vino a sustituir a la técnica española del papelón en la producción de esculturas religiosas, conservando las mismas cualidades de elaboración, ligereza, bajo costo, rapidez de ejecución y escasa mano de obra, aunque la técnica presenta diversificaciones según los talleres. Como complementos a la pasta de caña fueron utilizados el amate, un tipo de papel obtenido del maguey, el zacotle, engrudo indígena obtenido de raíces, y maderas ligeras aplicadas en brazos y pies, así como distintos postizos para potenciar su verismo.  

A pesar de que el fenómeno pudo extenderse por toda Mesoamérica y que las noticias sobre los lugares de producción son escasas, se conoce la actividad de Matías y Luis de la Cerda en Michoacán y del franciscano fray Sebastián Gallegos en Querétaro, así como talleres dispersos en pueblos del valle de México, Tlascala y Michoacán. Lo cierto es que, desde el siglo XVI, comenzaron a ser importadas de forma masiva desde aquellas tierras las creaciones religiosas novohispanas en pasta de caña, de impronta renacentista, que tanto contribuyeron al proceso evangelizador y que por su componente exótico fueron tan apreciadas en España, siendo especialmente estimadas las representaciones de Cristo crucificado de tamaño natural o superior.

La técnica sobreviviría durante siglos adaptando su estética a las corrientes del momento y con una manufactura cada vez más evolucionada, siendo sorprendente la gran cantidad de ejemplares diseminados por toda la geografía española, conservados con mayor o menor fortuna, como queda patente en el trabajo Imaginería ligera novohispana en el arte español de los siglos XVI-XVII, publicado por Pablo F. Amador Marrero en 2012, lo que hace incomprensible que los historiadores del arte nunca hayan fijado su atención en estas creaciones tan especiales o que circunstancialmente lo hicieran en tono desdeñoso, considerándolas como simples obras artesanales.

Al taller de los Cerda en Michoacán, activo a mediados del siglo XVI, se adscriben notables ejemplares de Cristo crucificado que durante la segunda mitad del siglo llegaron a poblaciones canarias en virtud de los estrechos lazos de las islas con el continente americano, tales como el Cristo de Telde de la iglesia de San Juan Bautista de Telde (Las Palmas), el Cristo de la Salud de Los Llanos de Aridane (Santa Cruz de Tenerife), procedente del Hospital de los Dolores de Santa Cruz de La Palma, el Cristo de los Canarios de la población de Ingenio (Las Palmas), el Cristo de la Misericordia de Garachico (Santa Cruz de Tenerife), el Señor Difunto, imagen con los brazos articulados que se conserva en la iglesia de San Marcos de Icod de los Vinos (Santa Cruz de Tenerife) y otros muchos repartidos por el archipiélago, aunque también se localizan en distantes lugares peninsulares, como el Santo Cristo de Carrión de los Condes (Palencia), el Cristo de las Misericordias de Santos de Maimona (Badajoz) o el Cristo del Consuelo de la catedral de Segovia, por citar algunos de ellos, ya que el catálogo es interminable tanto en poblaciones españolas como mexicanas.

CRUCIFIJOS LIGEROS EN VALLADOLID

También la ciudad de Valladolid fue punto de destino de imágenes devocionales de Cristo crucificado llegadas desde el Nuevo Mundo, aunque la existencia de los prestigiosos talleres escultóricos vallisoletanos, que desde el siglo XVI al XVIII surtieron de impresionantes imágenes en madera policromada a retablos, altares y pasos procesionales, relegó la mayoría de los crucifijos en pasta de caña de maíz llegados de México, como otros elaborados en papelónen talleres locales, al interior de recoletos oratorios y de las clausuras, donde dependiendo del grado de veneración suscitada se han conservado en diferente estado.

En capillas y conventos de la ciudad de Valladolid se conservan hasta siete ejemplares ligeros de Cristo crucificado que testimonian el mestizaje de culturas alentado por las órdenes mendicantes, sobre todo por la orden franciscana, para la cristianización de los nuevos territorios americanos, siendo elocuente el relato recogido en la obra Americana Thebaida por el fraile agustino canario Fray Matías de Escobar: "Las mismas cañas que habían sido y dado materia para la idolatría, esas mismas son hoy materia de que se hacen devotos crucifijos".                         

Izda,: Cristo novohispano. Coro bajo convento Porta Caeli
Dcha.: Cristo del Capítulo, novohispano. Sala Capitular convento Porta Caeli
Cristo crucificado. Pasta de caña de maíz, papel y policromía. Coro bajo del convento de Porta Caeli, Valladolid
Su elaboración está datada en torno a 1580 y se adscribe al denominado Taller de los Grandes Cristos. Se conserva en la clausura desde que en 1616 fuera donado al convento por don Rodrigo Calderón, I marqués de Siete Iglesias, mecenas y benefactor del mismo. De tamaño mayor que el natural y concepción renacentista, presenta una anatomía estilizada, la cabeza inclinada sobre el hombro derecho, los brazos ligeramente arqueados, los pies cruzados en forma de aspa y el perizomacorto y ajustado al cuerpo formando ligeros pliegues, con una corona postiza de largas espinas. Repite la morfología del Cristo de la Sangre de la Colegiata del Salvador de Granada, igualmente obra ligera novohispana de la misma época, y del Cristo del Capítulo del mismo convento vallisoletano.

Cristo del Capítulo. Pasta de caña de maíz, papel y policromía. Sala capitular del convento de Porta Caeli, Valladolid
Igualmente datado hacia 1580 y también adscrito al Taller de los Grandes Cristos, actualmente forma parte de un grupo del Calvario en el que las figuras de la Virgen y San Juan son tallas de madera. Su tamaño y morfología repite con gran similitud el crucifijo novohispano anteriormente citado, aunque en peor estado de conservación. Respecto a aquél únicamente presenta pequeñas variaciones en el plegado del perizoma y en los motivos polícromos que lo decoran. Asimismo, ofrece cierta analogía con el Cristo de Monturque (Córdoba), retocado con poca fortuna y con un paño de pureza diferente.    

Izda.: Cristo de las Lauras, novohispano, finales siglo XVI. Convento de Porta Caeli, Valladolid
Dcha.: Cristo crucificado, novohispano, finales siglo XVI. Capilla del Palacio Real, Valladolid
Cristo de las Lauras. Pasta de caña de maíz, madera y policromía. Clausura del convento de Porta Caeli, Valladolid
De tamaño ligeramente menor que el natural —1,18 m. de altura— y realizado en un desconocido taller mexicano a finales del siglo XVI, procede del desaparecido convento de Nuestra Señora de la Laura, pasando primero a ser recogido en el convento de Santa Catalina de Siena y actualmente en el de Porta Caeli, aunque es propiedad del convento palentino de la Piedad. Seguramente llegó a la primitiva comunidad de dominicas en 1616, año en que en convento de Las Lauras fue fundado por María de Toledo y Colonna, sobrina del Duque de Alba, que tras una breve estancia en Villafranca del Bierzo pasaría a ocupar unas casas cedidas en Valladolid por Bernardino de Velasco, conde de Salazar.
Presenta similitudes con algunos modelos conservados en Andalucía, destacando el esmerado acabado del modelado anatómico, con las costillas marcadas, los músculos y tendones en tensión, corrección en las manos y un delicado trabajo de la cabeza, con larga melena discurriendo por detrás, ojos y labios entreabiertos y una corona de espinas superpuesta. Con finalidad naturalista el perizoma se ciñe al cuerpo produciendo plegados a los lados, en la parte derecha en zigzag y en la izquierda con un nudo y lazada, todo él con elegante decoración de esgrafiados formando franjas. Tanto la esmerada decoración del paño de pureza como los matices originales de su policromía, en cuya carnación predominan los tonos pálidos y los peleteados a punta de pincel, fueron recuperados en la restauración efectuada en 2011.         

Cristo del Jubileo, novohispano, principios siglo XVII
Iglesia penitencial de las Angustias, Valladolid
Cristo crucificado. Pasta de caña de maíz, madera y policromía. Capilla del Palacio Real de Valladolid (Capitanía General Militar)
En uno de los muros del que fuera antiguo Oratorio de la Reina del Palacio Real, cuelga esta escultura de la que se desconocen las circunstancias de su llegada a este recinto palaciego. Fue elaborada por un escultor anónimo mexicano a finales del siglo XVI y supera el tamaño natural. Presenta una morfología delgada que le proporciona esbeltez, con un modelado muy suave, los brazos sin flexionar y un acabado muy esmerado en la definición de las diferentes partes anatómicas. Se trata de un ejemplar de técnica mixta, puesto que manos y pies están tallados en madera. La cabeza aparece inclinada hacia delante, con la barbilla tocando el pecho y la barba y cabellera muy apelmazada, frente alta y ojos y labios entreabiertos, portando una corona de espinas postiza. El paño de pureza pretende un aspecto naturalista, replegándose en diagonal con pliegues menudos y un anudamiento en la parte izquierda.
Sus carnaciones aparecen repolicromadas sin demasiada fortuna, con regueros sanguinolentos muy comedidos y una profunda herida en el costado.

Cristo del Jubileo. Pasta de caña de maíz, madera y policromía. Capilla de la Soledad de la iglesia penitencial de la Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias, Valladolid
Realizado en los albores del siglo XVII por un escultor mexicano desconocido, fue concebido con fines rituales y elaborado en pasta de caña de maíz, no en papelón como se creía, según desveló la restauradora vallisoletana Carmen Santamaría durante la intervención efectuada en 2006. En 1608 ya se encontraba presidiendo su capilla acompañado de una Dolorosa a sus pies, aunque fue sustituido por el Cristo de los Carboneros, tallado enteramente en madera por Francisco de Rincón en 1606. Debido a su degradado estado de conservación, la cofradía vallisoletana lo envió a Sevilla en 1998 para realizar la consolidación del soporte, siendo rematada su recuperación integral en Valladolid, como ya se ha dicho, por Carmen Santamaría, tras lo cual ha vuelto a ocupar su retablo original en la iglesia penitencial.
De tamaño superior al natural y con las manos y pies tallados en madera, el Cristo del Jubileoes una obra mexicana que se aparta de los modelos novohispanos convencionales. De anatomía muy cuidada, en consonancia con la tendencia al incipiente naturalismo barroco, presenta la peculiaridad de no tener el cabello y la barba modelados, lo que obliga al uso de postizos que realzan su aspecto patético, efecto reforzado por la abundancia de hematomas y regueros de sangre que recorren su cuerpo, recordando los dramáticos modelos góticos del siglo XIV o los que hiciera Gil de Siloé en Burgos en tiempos de los Reyes Católicos. Lleva un perizoma muy ajustado, cubierto por otro de tela encolada aplicado durante la última intervención, y corona de espinas postiza.

Izda.: Cristo de las Batallas. Francisco de Rincón, madera, h. 1606. Iglesia de la Magdalena, Valladolid
Dcha.: Cristo crucificado. Anónimo, papelón. Museo de San Joaquín y Santa Ana, Valladolid
Cristo crucificado. Papelón, madera y policromía. Museo del Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana, Valladolid
Perteneciente a la clausura de este monasterio, donde sin duda fue utilizado en las funciones litúrgicas internas de Semana Santa, se conserva este crucifijo de 92 cm. de altura que fue realizado con la técnica tradicional del papelón. De acabado muy elemental, aunque realizado con un molde de evidentes valores plásticos, presenta un dinámico diseño anatómico, con el cuerpo arqueado, los brazos acusando el peso del cuerpo y la cabeza inclinada sobre el hombro derecho.
A pesar de que se le viene datando como obra del siglo XVI, es mi opinión que fue realizado hacia 1608 imitando el modelo del Cristo de las Batallas de Francisco de Rincón (iglesia de la Magdalena, Valladolid), del que no sólo toma la disposición corporal, incluyendo la inclinación de los brazos y la inclusión de la corona de espinas en el mismo bloque de los cabellos, sino también copiando el rasgo característico de los crucifijos rinconianos de sujetar en perizoma con un cordón que no interrumpe la visión de la anatomía completa, con un característico pliegue al frente en diagonal, con el cabo cayendo en cascada, y un personalísimo anudamiento en la parte derecha, detalle que se repite en el magnífico Crucifijo conservado en el Palacio de los Ulloa (convento de la Compañía del Salvador) de Mota del Marqués (Valladolid).       
  
Cristo de la Comunidad. Anónimo novohispano, finales del siglo XVI
Coro bajo del convento Santa Teresa, Valladolid
EL CRUCIFICADO NOVOHISPANO DEL CONVENTO DE SANTA TERESA

Este Cristo crucificado del convento de Santa Teresa está relacionado con el asentamiento de la Corte de Felipe III en Valladolid durante el quinquenio 1601-1606. Según consta en el folio 136 del Libro de las Fundaciones, escrito por la venerable madre María de San Alberto en 1636, fue Garcimazo de la Vega, caballero de la Orden de Santiago, valido del Duque de Lerma, Tesorero General de Felipe III y secretario de la reina Margarita de Austria, quien hizo la donación al convento de Carmelitas Descalzas de un crucifijo procedente de las Indias, de tamaño natural, que fue colocado bajo el arco del recinto del coro, que también fue ornamentado con diferentes pinturas.

Este relato queda ratificado en el libro sobre la vida de la venerable Madre Brianda de Acuña Vela que Miguel Batista de Lanuza escribiera en 1656 (Biblioteca Nacional de Madrid), donde la venerable carmelita relata al cronista el haber sido testigo de la entrega de la escultura al convento, matizando que, como esta llegara sin la cruz, hasta que esta fue elaborada se acomodó el crucifijo en una digna "camilla" para que las religiosas gozaran de "tan amable y preciosa compañía".  

Esta donación a la fundación teresiana estuvo acompañada de las "muchas limosnas" realizadas por la piadosa reina. En nuestros días el crucifijo sigue imperturbable en su lugar de origen, bajo el arco que cobija la reja que comunica el coro bajo con el presbiterio de la iglesia.

Se trata de un ejemplar importado de Cristo "tarasco", realizado en pasta de caña de maíz en un taller mexicano por un escultor desconocido en los años finales del siglo XVI. Presenta una gran corrección anatómica tendente al naturalismo en la descripción de músculos y huesos, con los brazos sin flexionar, las manos abiertas y una cabeza muy bien modelada que se desploma sobre el lado derecho. Tiene una melena poco abultada que discurre a ambos lados del rostro en forma de mechones filamentosos que dejan visibles las orejas y una barba simétrica de dos puntas descrita minuciosamente, así como ojos y los labios entreabiertos, como si exhalara su último suspiro con una gran serenidad.

El reposo corporal y su aspecto sereno contrasta con una policromía tremendista que, alentada por las ideas contrarreformistas con el fin de estimular la compasión y la meditación, sobrecoge por la severidad de la profusión de las huellas de los latigazos en forma de hematomas y la abundancia de regueros de sangre por todo el cuerpo, no sólo en brazos, pies y costado, sino también en el cuello, dando la impresión de un degollado. Lleva una corona postiza trenzada con espinos reales y un corto perizoma que las monjas enmascaran con otro de tela real y mayor longitud.


Informe y fotografías: J. M. Travieso.


Cristo crucificado
Palacio de los Ulloa/Convento Compañía del Salvador
Mota del Marqués (Valladolid)
Bibliografía
   
ÁLVAREZ VICENTE, Andrés: Imaginería ligera en Valladolid. Ayuntamiento de Valladolid y Junta de Cofradías de Semana Santa, Valladolid, 2011.

AMADOR MARRERO, Pablo F.: Puntualizaciones sobre la imaginería “tarasca" en España. El Cristo de Telde (Canarias): análisis y proceso de restauración. En Anales del Museo de América, 7, 1999, pp. 157-173.

AMADOR MARRERO, Pablo F.: Traza española, ropaje indiano. El Cristo de Telde y la imaginería en caña de maíz. Las Palmas de Gran Canaria, Ayuntamiento de Telde, 2002.

AMADOR MARRERO, Pablo F.: Imaginería ligera novohispana en el arte español de los siglos XVI-XVII. Historia, análisis y restauración. Tomo 1. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 2012.

AMADOR MARRERO, Pablo F.: Escultura ligera novohispana. Una relectura desde la interdisciplinariedad. Seminario Universidad de Valladolid - G.I.R. IDINTAR, Valladolid, 2016.

LABASTIDA VARGAS, Leonor: El empleo de la videoscopia en el estudio de la imaginería ligera o de pasta de caña. Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, Volumen XXVII, núm. 87, 2005, pp. 199-207.

MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y DE LA PLAZA SANTIAGO, Francisco Javier: Catálogo Monumental de la Provincia de Valladolid, tomo XV, Parte Segunda. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Diputación de Valladolid, 1987, pp. 235-236.

TRAVIESO ALONSO, José Miguel: Escultura de papelón. Un recurso para el simulacro.  Revista Atticus 14, Valladolid, 2011, pp. 9-30.

TUDELA, José: Cristos tarascos en España. Revista de Indias, nº 107–108, Madrid, 1967.

VALERO COLLANTES, Ana Cristina: Cristos "tarascos". Un ejemplo custodiado en el convento de Carmelitas descalzas de Santa Teresa de Valladolid. En Los crucificados, religiosidad, cofradías y arte; Actas del Simposium del Instituto Escurialense de Investigaciones Históricas y Artísticas, San Lorenzo de El Escorial, 2010, pp. 1071-1080.

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Fastiginia: Primer Centenario de la Coronación de la patrona de Valladolid

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Estampas y recuerdos de Valladolid

Al rayar el alba del día 21 de octubre de 1917, reinando en España Alfonso XIII, Valladolid se despertó con un repique general de campanas de la torre del Ayuntamiento, de la catedral y de todas las iglesias de la ciudad. Ese fue el día elegido para realizar en la Plaza Mayor de Valladolid la solemne ceremonia de Coronación Canónica de Nuestra Señora de San Lorenzo, patrona de la ciudad, a cargo de José María Justo de Cos y Macho, cardenal arzobispo de Valladolid, que presidió el acto bajo un dosel levantado en la terraza o balcón del Ayuntamiento, a la vista de todos los vallisoletanos que llenaban la plaza y que vivieron momentos de euforia cuando, coronada la imagen a las 13.20 de la tarde, sonó la salva de 21 cañonazos disparados por una batería del Sexto Montado.

UNA LUJOSA CORONA

En tal ocasión la Virgen de San Lorenzo, que con el Niño todavía presentaba el aspecto arquetípico desde los tiempos de la ciudad barroca, es decir, con el cuerpo recubierto por una túnica acampanada, manto superpuesto a la cabeza y rostrillo, todo lujosamente bordado, recibió una flamante corona para cuya elaboración había sido convocado un concurso, difundido por la prensa local y nacional, que entre once proyectos presentados finalmente ganaron los orfebres madrileños Manuel Otero y Daniel Riopérez, cuyo boceto, bajo el lema Omnis Sapientia a Domino Dei est se materializó en  una corona neogótica de tipo real, elaborada en oro y plata sobredorada, en la que aparecen engarzadas las múltiples alhajas recibidas de los fieles, junto a sumas de dinero, en una campaña de suscripción popular. De las 3.990 joyas que la integran, 400 son brillantes, 2.827 rosas, 163 gemas de color y 600 aljófares.  

Procesión tras la Coronación el 21 de octubre de 1917
(Foto Ayuntamiento de Valladolid) 
El cerco o cestillo se adorna con cuatro esmaltes historiados en los que se representan episodios de la historia de la Virgen de San Lorenzo, como el Hallazgo de la imagen, la Curación de una hija de Pedro Niño, la Curación de la reina Margarita de Austria y la Colocación de la imagen en la Puerta de los Aguadores. Estos se alternan con cuatro escudos que corresponden al papa, al cardenal, a España y Valladolid, separados por crucetas con brillantes grandes. Recorren el perímetro dos cenefas en los bordes formadas por brillantes más pequeños.
   
    La crestería y las diademas aparecen rodeadas por una galería de diseño arquitectónico recorrida por un pretil y 24 pináculos góticos, 8 de los cuales albergan bajo un doselete las diminutas figuras de San Pedro Regalado, San Francisco de San Miguel, Santiago, San Lorenzo, San José, San Ildefonso, Santa Teresa y el Beato Simón de Rojas. De la crestería arrancan las diademas o imperiales con trabajos de filigrana que sugieren hojas de cardo, convergiendo todas ellas bajo una esfera que simboliza el orbe y que está coronada por una cruz decorada con perlas y pedrería.

Se completa con una segunda corona de tipo resplandor, igualmente de trazado neogótico ojival, que lleva insertadas hiladas de perlas y numerosos aljófares y piedras preciosas, destacando tres esmeraldas y dos amatistas en la cúspide. El conjunto no puede ser más exquisito y original.
Corona de la Virgen de San Lorenzo. obra realizada en 1917 por
los orfebres Manuel Otero y Daniel Riopérez, de Madrid
     Un modelo de similar riqueza, pero mucho más sencillo y sin resplandor, fue colocado sobre la cabeza del infante, cuyos zafiros, topacios, turquesas, esmeraldas y perlas proceden íntegramente de las donaciones de los fieles.

     Es obvio decir que aquella coronación fue celebrada en Valladolid por todo lo alto, siendo multitudinaria la procesión de regreso desde el Ayuntamiento a la iglesia de San Lorenzo. Ahora se cumple el Primer Centenario de aquella Coronación, que también supuso la declaración oficial de Patrona de Valladolid, y se quiere rememorar con la misma solemnidad, aunque con el ceremonial ajustado a los nuevos tiempos.

      No obstante, la imagen lucirá en la procesión programada para el 22 de octubre un nuevo manto que pacientemente, al antiguo modo, han confeccionado las monjas Carmelitas Descalzas del convento de Carrión de los Condes, una pieza en tisú dorado sobre la que han recolocado con destreza los bordados de hilo de plata reaprovechados del manto anterior, que lucirán como nuevos. Asimismo, la Virgen de San Lorenzo estrenará un nuevo baldaquino que ha sido encargado por la Hermandad titular a un taller especializado de Torralba de Calatrava (Ciudad Real).  

Matías Blasco. Preocesión de la Virgen de San Lorenzo, 1621
Iglesia de San Lorenzo, Valladolid
Para la conmemoración del Centenario, aparte de los actos litúrgicos preceptivos, la imagen de la patrona de Valladolid será llevada al anochecer del día 20 de octubre desde su sede a la catedral, donde al día siguiente el cardenal arzobispo Ricardo Blázquez oficiará una misa pontifical. El día 22 tendrá lugar la solemne procesión de regreso a la iglesia de San Lorenzo, en la que participarán instituciones y cofradías, que incluirá una parada ante el Ayuntamiento para recordar la efeméride. A ello se sumarán otras actividades culturales, como conferencias y una exposición monográfica sobre la Patrona.

UNA IMAGEN DEVOCIONAL DE GRAN FERVOR POPULAR

La Virgen de San Lorenzo está vinculada a la historia de Valladolid desde la Edad Media, aunque la potenciación de su devoción se produjo durante el quinquenio 1601-1606, cuando la ciudad se convirtió en capital de la corte de Felipe III. En ese tiempo se produjo un hecho protagonizado por la piadosa reina Margarita de Austria que felizmente fue reflejado tiempo después, en 1621, por el pintor Matías Blasco, en una pintura de gran formato que a modo de crónica visual se conserva en la iglesia de San Lorenzo. En ella se representa una larga procesión en la que aparecen frailes franciscanos y dominicos portando cirios, oficiantes, músicos y autoridades eclesiásticas y civiles acompañando a la Virgen de San Lorenzo bajo palio. En una cartela que recorre la parte inferior de la pintura se aclara el acontecimiento representado: "Estando la Reina de España Doña Margarita de Austria muy apretada de una grave enfermedad, pidió que se llevase a su oratorio a Ntra. Sra. de San Lorenzo y luego la dio salud y en acción de gracias la ofreció muchos dones y con gran solemnidad el Rey Don Felipe III la volvió a su casa".
Anónimo. Ntra. Sra. de San Lorenzo, s. XVIII
Museo de Santa Ana, Valladolid

Aquel hecho tuvo una rápida repercusión popular, de modo que en 1637 ya era invocada como patrona de la ciudad, aunque no fuera declarada oficialmente como tal, como ya se ha dicho, hasta el 21 de octubre de 1917, el mismo día de su Coronación Canónica, aunque en realidad ya había sido declarada Patrona principal de Valladolid por el papa Benedicto XV el 23 de febrero de 1916. Después seguiría su nombramiento como Alcaldesa Perpetua, motivo por el que ostenta a sus pies la vara de mando cuando está colocada en su retablo.

Pero el aspecto con que hoy podemos contemplar a la Virgen de San Lorenzo difiere mucho del que presentaba antaño. Hay que tener en cuenta que esta talla, cuyo original se puede datar en la segunda mitad del siglo XIV, a lo largo de su dilatada historia ha sufrido muchas transformaciones, especialmente durante el siglo XVII, cuando su devoción se acrecentó y se incrementaron sus ajuares, pasando a ser recubierta su sobria talla por un rico vestido bordado, un manto a juego y un rostrillo enmarcado de perlas, así como por una corona de orfebrería, superpuesta a la que presenta la talla, junto a una lujosa peana y un halo radiante de estética barroca realizado en plata. De este aspecto mantenido durante siglos nos informa una pintura devocional y anónima que se conserva en el convento de San Joaquín y Santa Ana, donde, a pesar de la ingenuidad de la pintura, plasma el aspecto que tenía cuando ocupaba su camarín, el mismo que presentaba durante su Coronación en 1917.


Anónimo. Detalle de Ntra. Sra. de San Lorenzo, s. XVIII
Museo de Santa Ana, Valladolid
Todos estos elementos comenzaron a desaparecer cuando la escultura fue sometida a una restauración en 1956, momento en que además le fue añadida la parte posterior de la que carecía para poder ser sacada en procesión. En este sentido, más eficaz ha sido la restauración llevada a cabo en 2015 el Centro de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Castilla y León, ubicado en Simancas, a cargo de la Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León, donde la imagen ha sido restaurada en profundidad, devuelta en lo posible a su estado original y preservada para el futuro, ofreciéndose hoy al culto con su ingenua majestad gótica, desprovista de los textiles postizos que configuraban su imagen tradicional.
       
Deseamos a todos los vallisoletanos y acogidos en la ciudad, creyentes o no, unas felices jornadas en la celebración de este Centenario, pues es evidente que vivirán un momento histórico que sin duda pasará a los anales de la rica historia local.


Detalle de la Virgen de San Lorenzo. 8 de septiembre 2015
















Virgen de San Lorenzo. 8 de septiembre 2015













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Bordado de musas con hilos de oro: BIOGRAFÍA, de Gabriel Celaya

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No cojas la cuchara con la mano izquierda.
No pongas los codos en la mesa.
Dobla bien la servilleta.
Eso, para empezar.

Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece.
¿Dónde está Tanganika? ¿Qué año nació Cervantes?
Le pondré un cero en conducta si habla con su compañero.
Eso, para seguir.

¿Le parece a usted correcto que un ingeniero haga versos?
La cultura es un adorno y el negocio es el negocio.
Si sigues con esa chica te cerraremos las puertas.
Eso, para vivir.

No seas tan loco. Sé educado. Sé correcto.
No bebas. No fumes. No tosas. No respires.
¡Ay, sí, no respirar! Dar el no a todos los nos.
Y descansar: morir.

GABRIEL CELAYA (1911-1991)

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Un museo interesante: IGLESIA DE SANTA MARÍA DE LA O, Wamba (Valladolid)

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Llegar a Wamba es adentrarse en el terreno de lo legendario. Allí inevitablemente se rememoran antiguas tradiciones que identifican esta pequeña población con la Gérticos visigoda, lugar donde en el año 672 murió el célebre rey visigodo Recesvinto. La misma tradición mantiene que con motivo de ser elegido allí mismo su sucesor, el rey Wamba, este hecho implicó el cambio de nombre de la antigua Gérticos como homenaje al nuevo monarca. Esta arraigada creencia, imposible de demostrar, tuvo su continuación en las noticias divulgadas acerca de que en el monasterio de Santa María estuvieron enterrados tanto Recesvinto como Wamba, hasta que Alfonso X trasladó sus restos a Toledo, dato que incluso es recogido por el humanista e historiador cordobés Ambrosio de Morales en el siglo XVI.

Esto nos pone sobre la pista del origen visigodo del enclave, teoría avalada por algunos restos conservados en la iglesia de Santa María, como los capiteles de la embocadura del ábside derecho y el capitel utilizado como pila de agua bendita, o por la pilastra visigoda que procedente de Wamba se custodia en el Museo de Valladolid.
Sin embargo, ya con apoyo de noticias documentales, sabemos que en el año 928, bajo el reinado de Fruela II de León, ya existía como "sedis wambensis", al frente de la cual estaba Fruminio, obispo de León, al que algunos historiadores consideran fundador del monasterio y al que sucedería su diácono Nuño, que aparece como abad en los años 945 y 951. Es entonces cuando se produce la repoblación de la zona, que en el caso de Wamba acogió a una población procedente del norte, como se refleja en la cabecera mozárabe que ha conservado la iglesia, más vinculada a las formas visigodas y astures que a los modos de los cristianos huidos de Al-Andalus, guardando una gran similitud en la organización de su cabecera con la iglesia cántabra de Santa María de Lebeña, fundada en 924.

Sería en a partir de 1140, cuando la infanta Sancha de Castilla, hermana de Alfonso VII, dona el monasterio de Santa María de Wamba y todas sus posesiones a los Caballeros Hospitalarios de la Orden de San Juan de Jerusalén —también conocida como Orden de Malta—, iniciándose un desarrollo que se materializó a finales del siglo XII con la remodelación y ampliación del antiguo templo en estilo románico y la construcción de un amplio claustro, dependencias monacales de las que quedan elocuentes restos testimoniales y un hospital para peregrinos. En 1175 en el monasterio estuvo retirada como religiosa doña Urraca, hija de Alfonso I de Portugal y esposa de Fernando II de León, tras ser repudiada por este monarca leonés.

En torno al monasterio se fue configurando un pequeño municipio al que fue concedido fuero por don Martín de Zamora en 1269, siendo el papa Gregorio X quien cuatro años después lo desvinculaba de la diócesis de Zamora para otorgarle a la de Palencia. Según aparece en el Libro Becerro de las Behetrías de Castilla, redactado por las Cortes de Valladolid en 1351, el municipio de Wamba estaba incluido en la Merindad del Infantazgo de Valladolid, ciudad igualmente dependiente de la diócesis palentina.
A partir de entonces se va incrementando la pujanza del municipio y del monasterio, retiro de nobles e inquisidores. En 1521 es Íñigo Fernández de Velasco, Conde de Haro y camarero y copero de Carlos V, el que junto a una tropa de 3.600 soldados se aloja en Wamba en los momentos previos a la batalla de Villalar. A partir de ese tiempo la actividad de la Orden de San Juan de Jerusalén en este enclave seguiría creciendo hasta el siglo XVIII, momento en que se adosa un pórtico en la fachada sur de la iglesia y una sacristía, al tiempo que la Encomienda de Wamba extiende su pujanza hasta el municipio de Arroyo.

En el siglo XIX, a consecuencia de la exclaustración, es cuando el monasterio conoce una decadencia que pone en peligro su integridad, salvándose de la ruina total solamente la iglesia, ya que el resto de las dependencias sucumbieron al expolio. No obstante, entre los años 1988 y 1991 el conjunto conservado fue sometido a una meticulosa restauración en la que se intentó recuperar la pureza del singular edificio eliminando elementos añadidos poco acordes con la estética original o sustituyendo algunas partes deterioradas por otras con materiales actuales, como la cubierta del atrio, al tiempo que se hizo una meritoria labor para salvaguardar la pintura mural mozárabe y gótica y para adecentar el abandonado osario. Hoy día, visitar la iglesia de Santa María de Wamba no deja a nadie indiferente por la originalidad y sorpresas que repara el recinto.


LA IGLESIA DE SANTA MARIA DE LA O

Naves románicas
La iglesia de Santa María de la O de Wamba es una construcción rectangular de tres naves, con la central de mayor anchura y altura, con crucero no remarcado en planta, tres capillas absidiales de trazado rectangular en la cabecera y la fachada principal abierta a un compás situado a los pies. Como restos del antiguo monasterio de la Orden de Malta, en el lado del evangelio se conservan adosadas varias dependencias que daban acceso al espacioso claustro, incluyendo la llamada Capilla de Doña Urraca y el baptisterio. En el  lado contrario se abre un pórtico columnado con techumbre de madera, que incluye una puerta, y la sacristía, ambos espacios incorporados en el siglo XVIII.

La cabecera mozárabe
Tanto la cabecera como el crucero pertenecen al edificio mozárabe levantado en el año 928, con una estructura compartimentada, al gusto mozárabe, a base de pilares sencillos, dotados de una imposta formada por tres molduras escalonadas, que soportan arcos de herradura. De los tres ábsides planos, perforados por ventanales, el central es de mayor anchura y los tres se cubren con bóvedas de cañón con generatriz de herradura. En toda esta parte prerrománica se emplea como material constructivo el ladrillo, la mampostería y los sillares irregulares.
Cabecera mozárabe
En la ampliación del siglo XII se levantó sobre el crucero una torre cuadrada, con función de campanario, que aparece perforada por dos vanos de medio punto en cada lado.
Sobre los muros de en este espacio de la cabecera se pueden rastrear algunos elementos mozárabes muy interesantes, como en la embocadura del ábside del lado de la epístola, donde aparecen exquisitos capiteles con talla a bisel que representan acantos estilizados de inspiración bizantina, elementos que pudieron ser reaprovechados de la primitiva iglesia visigótica.
Asimismo, en el muro de la capilla mayor aparece una pintura mural mozárabe del siglo X que simula un tapiz de corte oriental, decorado con una composición cuadriculada, recorrida por una orla de rombos, donde en cada recuadro se inscribe un círculo con motivos geométricos que encierra un cuadrúpedo que asemeja un caballo, con un diseño similar al que aparece en los "beatos". Esta simulación de un paño oriental ricamente decorado de forma anicónica, es decir, evitando figuraciones de la divinidad, se pone en relación con los ritos litúrgicos mozárabes, donde el iconostasio quedaba oculto a los fieles mediante cortinas que se cerraban en el momento de la consagración.     
Vista desde la capilla mayor

Las naves románicas
A partir del crucero, las naves de la iglesia, levantadas en sillería regular (con numerosas marcas de cantero) a finales del siglo XII por los Caballeros Hospitalarios de San Juan, se perfilan en estilo románico. Se trata de tres naves —la central de mayor altura— separadas por pilares compuestos en los que al núcleo rectangular se adosan dos columnas, casi completamente exentas, sobre las que se apean los arcos formeros de la nave, de proyección ojival. Los pilares presentan los cuatro ángulos biselados y decorados con medias bolas en relieve, conservando vagos restos de una policromía a base de tonos ocres y rojizos. Están rematados, al igual que las columnas, por bellos capiteles en los que se alternan depuradas formas vegetales con escenas figuradas, en ambos casos muy esquemáticas.

En cuanto a las escenas figurativas de los capiteles abiertos a las naves, se puede establecer el sentido catequético y moralizante establecido por los Caballeros Hospitalarios de San Juan, de modo que la historia comienza en la embocadura de la capilla mayor y se va desarrollando hacia los pies de la iglesia. 
Capilla mayor
Comienza con el capitel de Adán y Eva, referido al pecado original y su expulsión del Paraíso (lado derecho de la embocadura de la capilla mayor), que forma pareja con el capitel de los pavos reales, que bebiendo de una fuente simbolizan el Paraíso terrenal.
El pecado tiene su consecuencia en la sentencia de tener que ganar el pan con el sudor de la frente, asunto representado a través del capitel del zapatero, que curte la piel con la boca junto a sus útiles de trabajo, y el capitel del alfarero y el esquilador en plena faena (ambos en el lado izquierdo de la embocadura de la capilla mayor), esto es, el trabajo representado a través de los citados oficios.
Siguen otros capiteles ya en los pilares de los tramos de la nave, como el capitel con animales enfrentados y personas, de difícil interpretación, el capitel del Juicio Final, en el que aparece San Miguel pesando las almas y a su lado Satanás intentando hacer trampas con la balanza, y finalmente el capitel del maligno, con un mascarón demoniaco entre formas serpenteantes y enmarañadas en alusión al infierno.  

Capilla mayor: pintura mozárabe del siglo X simulando un tapiz
Las tres naves se cubren con techumbres de madera modernas que descansan sobre ménsulas sencillas, la central recorrida por una galería practicable dotada de una balaustrada corrida. A los pies de la iglesia se incorporó posteriormente un coro que ha sido eliminado.

La portada
Se abren al exterior dos portadas, una en el muro sur que es apuntada, con emblemas de la Cruz de Malta en la hojas y protegida por el espacioso pórtico columnado.
La portada principal se halla a los pies y queda resaltada de la fachada, ajustándose a la forma de un arco triunfal de concepción románica. Sobre los basamentos de las jambas se disponen a cada lado tres columnas rematadas con capiteles en los que se alternan motivos vegetales y animales, siendo curiosos aquellos en los que aparecen salamandras cruzadas, un ser monstruoso o pavos afrontados bebiendo de una copa como símbolos del infierno y del paraíso. 
Sobre ellos se apean cuatro arquivoltas, decoradas con formas lobuladas y gruesos boceles, que enmarcan un tímpano asentado sobre dos mochetas con forma de ménsulas decoradas con esquemáticas cabezas humanas que se muerden la punta de la barba. 
Detalle de la pintura mozárabe del siglo X
El interior del tímpano es liso, tan sólo animado con rosetas de ocho pétalos y la inscripción "Era MCCXXXIII", siguiendo en conjunto los característicos modelos románicos del foco zamorano. La portada aparece protegida por un tejaroz con once canecillos en los que se representan cabezas humanas y animales de significación burlesca.

Sepulcro gótico con pintura mural
En el tramo central muro del lado del evangelio se abre un arcosolio con arco apuntado realizado en el siglo XIV. Sobre pequeñas columnillas con capiteles vegetales y una cabeza humana se abre la rosca del arco con un juego de molduras. 
En el tímpano situado sobre la cama sepulcral se encuentra una pintura al fresco, realizada a finales del siglo XV, que representa el tema de la Visitación. Sobre un fondo paisajístico en el que aparecen varios edificios se sitúan las figuras de la Virgen y su prima Santa Isabel fundidas en un abrazo. A los lados, en un segundo plano, presencian la escena dos mujeres acompañantes de menor tamaño, intentando con ello de dar profundidad a una composición simplista, con un dibujo elemental pero efectista, donde las figuras principales llevan nimbos y orlas decorativas doradas a la barbotina.
Capitel visigótico

Sepulcro gótico de Andrés de Arroyo y su esposa
Frente al anterior, en el muro del lado de la epístola, se abre un nuevo arcosolio que contiene un lujoso sepulcro de estilo hispano-flamenco cuya fachada queda enmarcada por un alfiz en cuyo interior aparecen emblemas heráldicos en los ángulos y un arco conopial de tracería gótica y cardinas rizadas. En el frente de la urna sepulcral figuras tenantes de niños sujetan escudos del linaje familiar y está recorrida por una inscripción con caracteres góticos en la que es legible "Aquí yasen sepultados Andrés del Arroyo e su muger, beneficiado del antiguo...", siendo atribuido el conjunto a un taller vallisoletano.

En el interior del nicho se encuentra el bello Retablo de la Epifanía, realizado a principios del siglo XVI y compuesto por seis tablas pictóricas distribuidas en banco, cuerpo y tres calles, que se acompañan de una refinada mazonería de estilo plateresco.

Capiteles románicos de Adán y Eva y pavos reales bebiendo de una fuente
En el banco se encuentra la tabla central del Llanto sobre Cristo muerto, a cuyos lados aparece San Miguel con los miembros masculinos de la familia de donantes y San Juan Bautista con los miembros femeninos, con retratos de gran calidad. La escena central del cuerpo representa la Epifanía y está acompañada a los lados por las tablas de San Pedro y San Pablo y Santa Catalina acompañada por un donante.
De notable factura, estas pinturas se han relacionado con el Maestro de Becerril, el Maestro de Manzanillo e incluso con Juan de Flandes. Su estilo se ajusta al tipo de pintura del primer tercio del siglo XVI en Castilla, vinculada al gótico final y a la influencia flamenca, apreciables en el gusto por la colocación de tapices en los fondos y en los ricos brocados que simulan algunas vestiduras, pero con tímidas innovaciones procedentes del renacimiento italiano, como la abolición de los fondos dorados y su sustitución por luminosos paisajes, la incorporación de elementos arquitectónicos y el tímido intento de conseguir profundidad a través de la perspectiva.
Capiteles de los oficios: alfarero, esquilador y zapatero

Pinturas de la Capilla de Doña Urraca
La denominada Capilla de Doña Urraca se encuentra en el espacio que comunicaba el claustro con la iglesia, en un tramo de tránsito cubierto por una rudimentaria bóveda de crucería que está sustentada sobre un atípico pilar central.
El interés de la pequeña capilla radica en los restos de decoración mural al fresco, junto a dos nichos abiertos en el muro en el que una inscripción de 1567 alude a la leyenda por la cual los cuerpos de los hijos de Arias Gonzalo habrían sido trasladados por Doña Urraca de Portugal —reina consorte de Fernando II de León— a esta capilla, donde también fue sepultada ella misma tras haber ingresado en la Orden de San Juan de Jerusalén, de donar tierras y villas a esta Orden en 1176 y de retirarse a este monasterio después de ser declarado nulo su regio matrimonio.
Capiteles de San Miguel pesando las almas y mascarón del Maligno
En los muros, de forma compartimentada, se conservan restos de pinturas murales góticas. En el frente se representan ángeles tenantes sujetando el escudo de la Cruz de Malta, bajo el cual aparecen otros dos motivos heráldicos y a sus lados San Juan Bautista en el desierto, rodeado de animales, a la izquierda, y el Bautismo de Cristo a la derecha, escenas con el dibujo bien marcado. Asimismo, en el muro contiguo se encuentran dos escenas que representan a San Juan Bautista predicando y a un santo obispo ennoblecido con un dosel al fondo, todos ellos de la segunda mitad del siglo XV.

Sepulcro con el fresco de la Visitación, finales siglo XV
Baptisterio
En el espacio esquinero del desaparecido claustro, adosada a los pies de la iglesia, se encuentra una capilla de dos tramos y bóvedas de crucería en el que se halla instalado el baptisterio, presidido en el centro por una colosal pila bautismal. En la capilla se ha colocado un altorrelieve del Bautismo de Cristode la segunda mitad del siglo XVII, resto de uno de los retablos barrocos desmontados. De autor desconocido, copia los modelos de Gregorio Fernández y está coronado por un relieve que representa al Padre Eterno.

Sepulcro de Andrés de Arroyo, retablo de la Epifanía, principios siglo XVI
El Osario, un espacio singular
El impactante Osarioactualmente se encuentra en la capilla del claustro más cercana a la iglesia, posiblemente en la citada como capilla de Ánimas en la documentación parroquial, aunque antaño se encontraba instalado en la tercera capilla. Tras el reacondicionamiento realizado en la última intervención, se ha facilitado la visita de tan macabra visión mediante una plataforma con barandillas que impide al visitante el contacto con los huesos.
El Osariode Wamba es una dependencia cubierta con bóveda de cañón apuntado, con unas dimensiones de 6 metros de largo y 4 de ancho, que contiene más de 3.000 calaveras e innumerables restos de esqueletos depositados entre los siglos XIII y XVIII, aunque los huesos más antiguos están datados en el siglo XVI y se supone que pertenecieron a monjes hospitalarios.
Adosado a los muros de la capilla se encuentra un espeluznante conjunto de calaveras, con terroríficas expresiones, que se mezclan con innumerables fémures, tibias, etc. que apilados cuidadosamente facilitan su estabilidad, existiendo constancia de que antaño los huesos alcanzaban la altura de la bóveda. A este respecto, aún es recordada la recogida de dos camiones de huesos que realizó en 1950 Gregorio Marañón para destinarlos a la facultad de anatomía de Madrid y de otras universidades españolas.
Detalles del Retablo de la Epifanía
A pesar de todo, este Osario no tiene parangón en territorio español, constituyendo una impresionante manifestación dedicada descarnadamente a la muerte, donde el espectador queda rodeado por la gesticulación sardónica que llega desde los muros, donde los cráneos parecen susurrar la expresión escrita en la pared: “Como te ves, yo me vi, como me ves te verás. Todo acaba en esto aquí. Piénsalo y no pecarás”.



Acceso al claustro y Capilla de Doña Urraca



HORARIO DE VISITAS
Viernes: de 17:00 a 19:30
Sábados, domingos y festivos: de 11:00 a 13:30 y de 17:00 a 19:30
Fuera de este horario: concertar visita previamente en tel. +34 679 142 730

Tarifas: General: 2€ / Grupos: 1€







Pinturas murales góticas en la Capilla de Doña Urraca
















Pintura gótica del Bautismo de Cristo
















Baptisterio: Relieve barroco del Bautismo de Cristo, s. XVII
















Restos del claustro y entrada al Osario
















Osario de Santa María de Wamba
















Detalles del Osario






















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Nociones: TIPOS DE ARCOS


Theatrum: CRISTO CON LA CRUZ A CUESTAS, la fortuna de un patrimonio recuperado

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CRISTO CON LA CRUZ A CUESTAS O JESÚS NAZARENO
Juan Antonio de la Peña (Santa María de Galdo, Mondoñedo (Lugo), h. 1650 - Valladolid 1708)
Hacia 1697
Madera policromada y postizos (imagen vestidera)
Iglesia de San Quirce / Cofradía de la Sagrada Pasión, Valladolid
Procedente del primitivo paso "Camino del Calvario"
Escultura barroca española. Escuela castellana












Esta escultura aislada de Jesús Nazareno ha conocido una historia controvertida cuyo origen se remonta a finales del siglo XVII, cuando esta escultura vestidera fue concebida para formar parte del paso procesional Camino del Calvario, el que fuera contratado por la Cofradía de la Sagrada Pasión de Cristo el 22 de noviembre de 1614 con Gregorio Fernández, que elaboró para la misma una auténtica obra maestra de la escultura procesional, según se puede apreciar en el conjunto actualmente recogido en el Museo Nacional de Escultura.

La fecha del contrato del Camino del Calvario y la valoración de la elaboración de sus componentes en 2.000 reales fue recogida por el Conde de la Viñaza en las adiciones que hiciera al Diccionariode Ceán Bermúdez, al parecer conocedor de la escritura del contrato que se da por desaparecida, en la que se cita estar integrado por las figuras del Nazareno portando la cruz con la ayuda del Cirineo, un sayón tirando de una soga amarrada al cuello de Jesús y otro armado. En una revisión posterior a los escritos de Ceán, fue Martí y Monsó quien incorporó al conjunto la figura de la Verónica, basándose en unas instrucciones de 1661 para armar el paso en las que es citada junto a un sayón portando la soga y la corneta y otro metiendo la lanza en el costado de Jesús, por lo que el conjunto estaría compuesto por cinco figuras.

Izda.: Reconstrucción virtual del aspecto original del paso Camino del Calvario
Dcha.: Aspecto actual del paso Camino del Calvario en el Museo Nacional de Escultura
Todo ello concuerda con los recursos compositivos habituales en Gregorio Fernández, dotado de una especial habilidad para el diseño de pasos procesionales en los que, además de definir cada pasaje pasional de forma diáfana, era capaz de repartir sutilmente el peso de las figuras sobre la plataforma, en este caso con dos figuras a cada lado y otra en el centro actuando como contrapeso.

Por razones estilísticas es evidente que la actual figura de Cristo que figura en el paso —representación de una de las caídas camino del Calvario— no pertenece a la gubia de Gregorio Fernández, siendo Luis Luna Moreno quien, con motivo de la exposición "Gregorio Fernández y la Semana Santa de Valladolid", organizada en 1986 por el Museo Nacional de Escultura, apuntó que la figura original de Cristo debería estar erguida, como ocurre en la réplica del paso que a finales del siglo XVII se hizo para Palencia. Fue entonces cuando propuso como posible figura original de Jesús Nazareno la que recibía culto en el santuario del Carmen Extramuros y con ella se presentó el montaje del Camino del Calvario en la citada exposición1.

Sin embargo, a pesar de dejar en el aire la incógnita por tratarse de una escultura cuya tipología de vestir poco encajaba con los modos fernandinos, como Juan Agapito y Revilla y Juan José Martín González ya habían advertido, Luis Luna Moreno recordaba la costumbre de separar de los pasos procesionales las figuras principales para recibir culto aislado en altares de sus iglesias penitenciales, como ocurrió con este Jesús con la cruz a cuestas en la iglesia de la Cofradía de la Pasión, para el que en 1697 acordaba hacer una nueva túnica, que sería renovada de nuevo en 1816.

Tras la desamortización, las figuras integrantes del paso Camino del Calvario fueron recogidas en 1828 en el recién creado Museo Provincial de Bellas Artes de Valladolid —reconvertido en 1933 en Museo Nacional de Escultura—, identificadas con una "P" incisa en su hombro derecho para indicar su procedencia de la Pasión. La cofradía solicitaba en 1848 el préstamo de la figura del Cirineo para desfilar el Jueves Santo, lo que indica que la imagen de Cristo aún permanecía en la iglesia. Allí la conoció Juan Agapito y Revilla, que informa que en 1926 fue trasladada al convento de San Quirce, donde sufriría ligeramente las consecuencias de un incendio.

Luna Moreno reforzaba su hipótesis realizando un pormenorizado análisis de la escultura del Nazareno del santuario del Carmen Extramuros, precisando que la imagen vestidera presentaba la talla de un desnudo algo tosco en las partes a cubrir por la túnica, que las manos se encontraban muy deterioradas y con partes rehechas debido a su atornillado a la cruz, que en el costado derecho llevaba insertada una chapa metálica con rosca que debía de servir de apoyo a la lanza hiriente que portaba el sayón2y que en su hombro derecho aparece grabada una "P" que delata su pertenencia a la Cofradía de la Pasión, conjunto de signos inequívocos de su pertenencia al paso Camino del Calvario. Además precisaba la alta calidad de talla de la cabeza, estimando su relación con las obras de Gregorio Fernández en su primera época y apuntando la posibilidad de que dicha imagen de Jesús Nazareno, que desde la iglesia de la Pasión pasó a la iglesia de San Quirce y hacia 1940 al santuario del Carmen Extramuros, pudiera tratarse de la escultura original del paso que se daba por desaparecida3.

Respecto al Cristo que actualmente integra el paso Camino del Calvario se le identifica con la imagen titular de la Cofradía de Jesús Nazareno cuando esta tenía su sede en el convento de San Agustín. Tras la construcción de su propia iglesia penitencial e independizarse de dicho convento en 1676, dando lugar a un pleito por haberse apropiado de su patrimonio, esta cofradía se vio obligada a devolver la imagen a los frailes de dicho convento, donde permaneció hasta que, durante la guerra de la Independencia, fue trasladada primero a la iglesia de San Nicolás y después a la Catedral, donde permaneció hasta que en 1827 fue devuelta a San Agustín.

Sin embargo, en la Desamortización de Mendizábal la escultura fue requisada junto a otros bienes agustinos y recogida en el Museo Provincial de Bellas Artes. En 1922, durante el proceso de reconstrucción de los pasos tradicionales, a falta de la imagen original recurrieron a ella Juan Agapito y Revilla y Francisco de Cossío para recomponer el paso Camino del Calvario. Según propuesta de Luna Moreno, se viene aceptando como autor al escultor Pedro de la Cuadra, que hacia 1600 talló la cabeza, pies y manos para una imagen vestidera a la que en 1697 se añadiría un cuerpo en forma de túnica tallada con numerosos pliegues y tono violáceo.

Izda.: Cristo con la cruz a cuestas, h. 1697. Iglesia de San Quirce, Valladolid
Dcha.: Cristo de la Agonía, Juan Antonio de la Peña, 1684. Iglesia penitencial de Jesús Nazareno, Valladolid
Fue Jesús Urrea quien, por razones estilísticas, rechazaba la atribución a Gregorio Fernández sugerida por Luis Luna Moreno del Jesús Nazareno del santuario del Carmen Extramuros, poniéndola en relación con dos escultores que trabajaron en Valladolid en la segunda mitad del siglo XVII: el vallisoletano Juan de Ávila y el lucense Juan Antonio de la Peña4. Esto implica aceptar que, por razones desconocidas, posiblemente por el deterioro sufrido, la Cofradía de la Sagrada Pasión decidiera encargar una réplica del desaparecido Cristo original de Gregorio Fernández, obra que pudo ser terminada en 1697, año en que está documentado el estreno de una nueva túnica.

Respecto al autor, después de la reciente restauración de la escultura, personalmente me inclino por la autoría de Juan Antonio de la Peña por un doble motivo. El primero, por la fidelidad de adaptación de este escultor en toda su obra a los modelos creados por Gregorio Fernández, que sin duda en este caso fue un requisito exigido por la cofradía comitente, como ya ocurriera en otras ocasiones en que realizó imágenes sustitutorias. El segundo, precisamente por las concomitancias estilísticas que esta escultura presenta con el Cristo de la Agonía, realizado en 1684 para la Cofradía de Jesús Nazareno para suplir al Cristo del paso de la Crucifixión, realizado por Gregorio Fernández en 1612, que esta cofradía se vio obligada a devolver al convento de San Agustín por resolución judicial5.

Tratándose de una imagen de vestir, y teniendo en cuenta el deterioro de las manos, excesivamente retocadas por su acoplamiento a la cruz durante los montajes del paso, es en el trabajo de la cabeza donde se puede apreciar que el Cristo con la cruz a cuestas y el Cristo de la Agoníacomparten idénticos recursos expresivos, como la blandura en el modelado del rostro con fines naturalistas, el mismo arqueado de las cejas, la misma forma de tener tallados los párpados, nariz y boca entreabierta y, sobre todo, la misma forma de talla en la melena y la barba, la primera con raya al medio y plana en la parte superior para ir adquiriendo volumen en los mechones rizados a la altura del cuello, incluyendo algunos sueltos, aunque la similitud es más patente en la barba, con minuciosa talla en la que queda resaltado el bigote y la perilla, dispuesta con ondulaciones simétricas y dos puntas muy pronunciadas trabajadas de forma similar.

A ello podemos añadir el empleo en ambos casos de ojos de cristal y corona de espinas postiza, aunque es más significativo el gesto ensimismado y piadoso que ambos comparten, colocándose entre lo más selecto del repertorio barroco de la escultura procesional vallisoletana.

Respecto a la situación actual del Cristo con la cruz a cuestas hay que reseñar que la histórica Cofradía de la Sagrada Pasión conseguía en febrero de 2013 la recuperación de la escultura para su patrimonio, tras lo cual la escultura abandonó su altar en el santuario del Carmen Extramuros para pasar a ser custodiada en la iglesia de San Quirce y Santa Julita, sede canónica de la cofradía. Asimismo, como ha ocurrido de forma ejemplarizante con otras imágenes de su titularidad, la Cofradía de la Sagrada Pasión emprendió la consolidación y restauración integral de la escultura, que como novedades recibió una nueva túnica y una nueva corona de espinas, así como la incorporación de una nueva cruz que fue tallada en madera ligera de cedro de Canadá en el taller que el imaginero gaditano Rafael Martín Hernández tiene el municipio sevillano de Mairena de Aljarafe. Dicha cruz, que recrea un madero con betas y nudos de aspecto envejecido, dispone de un innovador sistema de anclaje mecanizado a la figura de Cristo, con una tuerca camuflada que permite variar su inclinación. Con su aspecto renovado se reincorporaba a las procesiones en la Semana Santa de 2014, ochenta y siete años después de que lo hiciera por última vez en la procesión de "Penitencia y Caridad" de 1927 .
  

Informe, fotografías y recreación virtual: J. M. Travieso.




NOTAS

1 LUNA MORENO, Luis. Gregorio Fernández y la Semana Santa de Valladolid. Catálogo exposición con motivo del 310 aniversario de la muerte del escultor, Ministerio de Cultura, Museo Nacional de Escultura y Junta de Semana Santa de Valladolid, Valladolid, 1986, pp. 51-53.

2 VASALLO TORANZO, Luis. El paso Camino del Calvario de Gregorio Fernández. Boletín del Museo Nacional de Escultura 11, Valladolid, 2007, pp.17-22.

Nueva cruz de Cristo con la cruz a cuestas
Rafael Martín Hernández, 2013
3 LUNA MORENO, Luis. Op. cit., p. 52.

4 URREA, Jesús: Paso del Camino del Calvario. En Pasos restaurados, Museo Nacional de Escultura, Valladolid, 2000, p. 55.

5 ARRIBAS ARRANZ, Filemón: La Cofradía penitencial de N. P. Jesús Nazareno de Valladolid. Valladolid, 1946, pp. 82-90.


















Cristo con la cruz a cuestas antes de su restauración
en el Santuario del Carmen Extramuros, Valladolid













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Exposición: 11 VIDAS EN 11 MALETAS, del 17 al 27 de octubre 2017

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Concierto: HOMENAJE A PHILIP GLASS, 21 de octubre 2017

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Theatrum: LAMENTACIÓN SOBRE EL CUERPO DE CRISTO, la maestría de un pintor indocumentado

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LAMENTACIÓN SOBRE EL CUERPO DE CRISTO
Maestro de Frankfurt
(¿Hendrik van Wueluwe?-Activo en Amberes entre 1483 y 1533)
Entre 1510 y 1520
Óleo sobre tabla
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Pintura gótica. Escuela flamenca















EN TORNO AL DENOMINADO MAESTRO DE FRANKFURT


La personalidad del pintor conocido como Maestro de Franfurtk es una verdadera incógnita que afecta tanto a su identidad como a su procedencia, algo realmente desconcertante en un autor cuya obra paulatinamente se ha ido incrementando hasta conocer la atribución de cerca de cincuenta pinturas realizadas entre las últimas décadas del siglo XV y las primeras del siglo XVI. Es necesario aclarar, por tanto, que para sacar conclusiones en torno a su obra necesariamente tenemos que movernos en el campo de la mera especulación, en este caso para relacionar con su producción esta pintura de pequeño formato —39 x 49 cm.— que actualmente se custodia en el Museo Nacional de Escultura y que representa el tema de la Lamentación sobre el cuerpo de Cristo.

En primer lugar conviene reseñar que, por no existir ninguna obra firmada o documentada, este pintor toma su nombre de dos pinturas que realizó para la ciudad de Frankfurt: el Tríptico de Santa Ana, también conocido como Tríptico de la Santa Parentela (Historisches Museum), elaborado en 1503 para la iglesia de los dominicos, y el Tríptico de la Crucifixión o TrípticoHumbracht (Städelsches Kunstinstitut), así denominado por haber sido realizado en 1504 para la familia Humbracht, uno de los linajes más importantes de la ciudad, ambos conservados en aquella ciudad alemana.

Asimismo, un retrato incluido en el Trípticode Santa Ana es muy parecido al autorretrato que figura en El artista y su mujer, obra considerada del Maestro de Frankfurt cuyos retratos aparecen coronados por el toro alado de San Lucas (patrón del gremio de pintores) y en cuyo marco el pintor registra la fecha de ejecución y la edad de los representados, de lo que se deduce que habría nacido en 1460. El mismo personaje aparece de nuevo en la pintura La fiesta de los ballesteros, que como la anterior se conserva en el Koninklijk Museum voor Schone Kunsten de Amberes. Partiendo de las cuatro obras citadas, se ha ido configurando el corpus de su obra en base a los aspectos compositivos, estilísticos e iconográficos, siendo numerosas las atribuciones.     

Al Maestro de Frankfurt se le vino clasificando dentro de la escuela alemana hasta que Max Jakob Friedländer definiera su estilo como perteneciente a la escuela neerlandesa, fijando su actividad en la ciudad de Amberes entre 1490 y 1520, donde debió de contar con un gran taller y donde convivió con el círculo de pintores contemporáneos a Quentin Massys.

Los últimos estudios sobre este pintor tratan de identificarlo con Hendrik van Wueluwe, un maestro que pudo haber nacido en Woluwe, ciudad en la que Hugo Van der Goes pasó sus últimos días, que estuvo en activo en Amberes desde 1483 hasta su fallecimiento en 1533, que gozó de un gran prestigio en su tiempo, contando con un taller en el que trabajaban varios aprendices, y que llegó a ocupar en seis ocasiones el cargo de decano del gremio de pintores.

A pesar de sus indudables méritos y de la calidad técnica de sus pinturas, el Maestro de Frankfurt presenta un estilo demasiado convencional, ofreciendo un eclecticismo basado en las influencias de la pintura neerlandesa del siglo XV, especialmente de Robert Campin, Rogier van der Weyden y Hugo van der Goes, de quienes copió algunas composiciones y figuras, evolucionando hacia las formas y elementos tomados de otros pintores que trabajaron a principios del siglo XVI, como Quentin Massys o Patinir, del que asume los paisajes.

Sus obras más interesantes fueron realizadas entre 1510 y 1520, periodo en que su producción muestra una mayor diversidad y asume el lenguaje de la nueva generación de pintores conocidos como los "manieristas de Amberes", especialmente en sus arquitecturas, siendo la mayoría tablas de pequeño formato con retratos o representaciones de la Virgen con el Niño.
En España se conservan varias pinturas atribuidas al Maestro de Frankfurt, entre ellas el Tríptico de la Sagrada Familia con un ángel músico, en cuyas tablas laterales aparecen santa Catalina y santa Bárbara. Esta obra fue realizada en el periodo 1510-1520 y se conserva en el Museo del Prado después de haber pertenecido al convento dominico de Santa Cruz de Segovia. A la gran pinacoteca madrileña habían llegado, procedentes del Museo de la Trinidad, las tablas laterales en que se representa a las santas citadas, mientras que la tabla central fue adquirida a principios de 20081, lo que permitió su recomposición original. Una copia de este tríptico, obra del mismo taller, perteneció a la colección de Edwin Webter de Boston.

De la misma época data el Tríptico del Bautismo de Cristo del Museo Nacional de Arte de Cataluña de Barcelona, donado por Emili Cabot en 1924, así como la tabla de la Sagrada Familia del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, datada hacia 1508, cuya composición, según apunta Colin Eisler, pudo ser tomada de un grabado de la Virgen con el Niño de Martin Schongauer, en el que aparece el mismo tipo de banco de hierba.

Perteneciente a una colección particular de Valladolid, Elisa Bermejo2 daba a conocer en 1977 la existencia del Tríptico de la Crucifixión, con las figuras de la Magdalena y de la Verónica en las tablas laterales y el episodio en grisalla de Jesús ante Pilatos en el exterior de las puertas, obra que tras un minucioso análisis declaraba atribuible al Maestro de Frankfurt, aunque el destino de dicha obra, cuando esto se escribe, sea desconocido.

De todos modos, a la serie reseñada se suma la tabla de la Lamentación sobre el cuerpo de Cristo del Museo Nacional de Escultura de Valladolid, adquirida por el Estado en 2012, en cuyo estudio previo a su adquisición, a cargo de Pilar Silva Maroto, jefe del Dpto. de Pintura Flamenca del Museo del Prado, atribuye la elaboración personal de la pintura al Maestro de Frankfurt, sin descartar la colaboración del taller3. Otra tabla con el mismo tema y del mismo autor se conserva en la Norton Gallery of Art de Florida (USA).   
   
LA TABLA DE LA LAMENTACIÓN SOBRE EL CUERPO DE CRISTO DE VALLADOLID

Denominada hasta su adquisición como "Descendimiento", en esta pintura se representa la escena en que aparece Cristo recién descendido de la cruz y sujetado por San Juan, cuyo cuerpo inerte, extendido sobre un sudario, es mostrado a la Virgen, que aparece acompañada al pie de la cruz por María Salomé, María Cleofás y María Magdalena, a las que se suma al fondo la figura de Nicodemo, que sujeta de forma visible los clavos recientemente extraídos. Casi un tercio de la parte superior está reservada para la inclusión de un paisaje en el que figura una vista de Jerusalén entre montañas, un anacrónico bosque frondoso, la línea del horizonte marcada por afiladas cresterías (características de este pintor) y un celaje de tonalidades azules muy brillantes con tímidos nubarrones.

La iconografía se ajusta a un planctus (llanto con gemidos y sollozos) inspirado en un pasaje de origen literario. Si Mateo (27,59) y Lucas (23,53) refieren que el cuerpo de Cristo fue depositado sobre el lienzo blanco con el que fue recogido de la cruz, fue en los escritos de Pseudo-Buenaventura donde los artistas encontraron su inspiración para recomponer el planctus: “Cuando se le quitaron los clavos de los pies, José de Arimatea lo descendió; todos rodearon el cuerpo del Señor y lo pusieron en tierra. Nuestra Señora, cogió su cabeza contra su seno y Magdalena los pies, esos pies de los que en otras ocasiones había recibido tantas gracias. Los otros se disponen alrededor y prorrumpen en profundos gemidos” (Meditationes Vitae Christi, cap. LXXXI).

En la escena se aprecian dos protagonistas principales: Cristo y la Virgen. Si Cristo es presentado rígido —acusando el rigor mortis— y con una anatomía extenuada minuciosamente modelada, la Virgen se inclina cubierta con la tradicional toca blanca en señal de luto y túnica y manto azul siguiendo el modelo implantado por Rogier van der Weyden (Descendimiento, 1435, Museo del Prado), en este caso con la emoción contenida y en actitud de oración, lo que implica la adoración del Redentor por parte de su Madre, cuyo sentimiento se intenta transmitir al espectador para hacerle partícipe de un dolor íntimo, esto es, para que a través de la contemplación y la meditación sobre el drama de la Pasión, los fieles encuentren una vía mística de elevación espiritual.

Esta intencionalidad queda reforzada con la presencia de San Juan, que con gesto sufriente se esfuerza en sujetar erguido el cuerpo del ajusticiado, mientras las santas mujeres manifiestan su dolor a través de la gesticulación y de pequeños matices. 
Tras la Virgen se yergue la figura de María Salomé, caracterizada, siguiendo de nuevo a Van der Weyden, como una joven lujosamente vestida al modo flamenco, con una elegante joya sobre el pecho en la que figuran dos grandes perlas —muy de moda en la época— y un sofisticado tocado que incluye una diadema igualmente con perlas, aunque la pericia del pintor se centra en plasmar la transparencia de una liviana camisa y un velo que apenas cubre la frente. 
Más a la izquierda se coloca Nicodemo, que indoloro muestra los clavos al espectador y aparece revestido con una rica indumentaria de piel que incluye un gorro adornado con un broche.

Maestro de Frankfurt. Tríptico de Santa Ana, 1503
Historisches Museum, Frankfurt
Al otro lado que define el eje de la cruz, aparece la Magdalena elegantemente vestida al modo cortesano, que retuerce sus manos con desesperación mientras mantiene un inestable equilibrio corporal, recordando de nuevo, aunque a distancia, la figura del Descendimiento de Rogier van der Weyden. Aquí el Maestro de Frankfurt se esmera en representar un vestido de brocados en el que resaltan los hilos de oro, a los que tan aficionado era este maestro, los tonos tornasolados de las mangas, la transparencia del fino velo que se agita por sus ademanes y el suntuoso tocado ornamentado con perlas. A su lado se sitúa María Cleofás, mujer madura que con gesto sereno y resignado —los brazos cruzados al pecho— aparece caracterizada como una viuda, con la cabeza cubierta por una toca y el manto.

Esta lamentación o planctus constituye el momento inmediatamente anterior al del Santo Entierro, que en ocasiones presenta muchas similitudes por la disposición de la Virgen y allegados dispuestos en torno a Cristo con gestos dolientes, aunque en esta pintura se alude expresamente al dramático momento del desenclavo al cobrar un fuerte protagonismo la escalera apoyada sobre el madero de la cruz, tras la cual se divisa un paisaje que consigue dotar de profundidad a la escena mediante tonos suaves y difuminados que contrastan con el rico colorido y la descripción minuciosa de los detalles del grupo de figuras colocadas en primer plano.

Maestro de Frankfurt. Autorretrato con su esposa, 1496
Koninklijk Museum, Amberes
Por toda esta riqueza de matices, se puede considerar al Maestro de Frankfurt como uno de los pintores más avanzados de su época.


Informe y fotografías: J. M. Travieso.




NOTAS

1 SILVA MAROTO, Pilar: Memoria de Actividades 2008. Museo Nacional del Prado, Madrid, 2009, pp. 16-18.

2 BERMEJO MARTÍNEZ, Elisa: Un tríptico del "Maestro de Francfort", en colección particular de Valladolid. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), Tomo 43, 1977, págs. 147-156.

3 HERNÁNDEZ REDONDO, José Ignacio: Catálogo on-line de la Colección del Museo Nacional de Escultura.






Maestro de Frankfurt. Tríptico de la Sagrada Familia con ángel músico,
1510-1520. Museo del Prado, Madrid (Foto Museo del Prado)

















Maestro de Frankfurt. Tríptico del Bautismo, 1510-1520
Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona (Foto MNAC)



















Maestro de Frankfurt. Sagrada Familia, h. 1508
Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid (Foto Museo Thyssen)




















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{entre} LÍNEAS biblioteca libre: DÍA DE LA BIBLIOTECA, 24 de octubre 2017

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{entre} LÍNEAS biblioteca libre
Entrada por Serranía de Ronda 25 
(Barrio España), Valladolid

DÍA DE LA BIBLIOTECA

Martes 24. Para niños y grandes
19 h.    
Grupo “Sentirse Bien” (ALV) con GLORIERÍAS, lectura homenaje a Gloria Fuertes.
20 h.    
Grupo Arregosto, recital de poesía y música.
21 h.    
Pequeño refrigerio.

Entrada libre hasta completar aforo

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{entre} LÍNEAS biblioteca libre: DÍA DE LA BIBLIOTECA, 29 de octubre 2017

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{entre} LÍNEAS biblioteca libre
Entrada por Serranía de Ronda 25 
(Barrio España), Valladolid

DÍA DE LA BIBLIOTECA

Domingo 29. Para más pequeños
18 h.   
Las Chamanas, “Esto sabe a Gloria”.
19 h.   
Carlos Jimeno, Taller de Cerámica.

Os invitamos a todos, bebés y niños, chicos y chicas, jóvenes y adultos de todos los orígenes, de todas las edades y de toda condición a unas tardes divertidas, reconociendo y potenciando, además, la labor cultural y social de las bibliotecas.

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Theatrum: SAN JUAN DE LA CRUZ Y SANTA TERESA, el influjo de la corriente rococó en Valladolid

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SAN JUAN DE LA CRUZ Y SANTA TERESA DE JESÚS
Pedro de Sierra (Medina de Rioseco, 1702 - Valladolid, h. 1760)
Hacia 1726
Madera policromada
Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid
Procedentes del convento de San Pablo de San Pablo de la Moraleja (Valladolid)
Escultura barroca española. Escuela castellana







Ruinas del Convento de San Pablo. San Pablo de la Moraleja (Valladolid)
Las tallas de estos dos santos carmelitanos llegaron al Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid desde el arruinado convento de San Pablo de la localidad vallisoletana de San Pablo de la Moraleja, una construcción barroca que desde el siglo XVII fue habitada por la orden de Carmelitas Descalzas. A partir de entonces, se conformaría un pequeño municipio en las proximidades del convento que todavía subsiste, presentando en la actualidad el aspecto de un conjunto de ruinas nostálgicas entre las que destaca su austera portada de ladrillo y la alta espadaña ocupada por cigüeñas, perviviendo en el pequeño pueblo, como recuerdo de aquella presencia carmelitana, la celebración festiva de la Virgen del Carmen cada 16 de julio.

También de esencia carmelitana son estas dos esculturas que de allí proceden y que representan a San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, muestra del virtuosismo alcanzado en los talleres vallisoletanos durante el último aliento barroco, cuando ya era imparable la influencia de la corriente rococó, de origen francés, llegada desde los ambientes cortesanos. Su autor es el notable escultor Pedro de Sierra, perteneciente a una saga de ensambladores, escultores y doradores creada en Medina de Rioseco por el prolífico Tomás de Sierra.

Tomás de Sierra. Izda: Dolorosa del paso de Longinos, 1692, Medina de
Rioseco. Dcha: Dolorosa, finales s. XVII, catedral de Orense
EL TALLER RIOSECANO DE TOMÁS DE SIERRA

Tomás de Sierra (h. 1654-1725), escultor con el corpus de su obra todavía por definir, era natural de Santalla del Bierzo (León) y comenzó a trabajar primero en Valladolid para posteriormente asentar su taller en Medina de Rioseco, donde en la segunda mitad del siglo XVII contribuyó a la formación de un importante foco escultórico que pervivió hasta bien entrado el siglo XVIII. Desde la "Villa de los Almirantes" Tomás de Sierra suministró numerosas esculturas para retablos tanto de iglesias riosecanas como de otras poblaciones de las provincias de Valladolid, Palencia y Zamora, incluso Orense, en un momento en que hacía furor el Barroco más recalcitrante.

En 1681 contrajo matrimonio con Inés de Oviedo, vecina de Medina de Rioseco1, con la que tuvo cinco hijos: Jacinto, José, Tomás, Pedro y Josefa. Mientras Tomás se decantó por la pintura, Jacinto y Pedro siguieron el oficio paterno, iniciando su formación en el taller de su padre para terminar trabajando como colaboradores, siendo Pedro el que se convertiría en un digno continuador.

Tomás de Sierra. San Marcos, San Vicente y San Eutimio, 1695
Capilla-relicario de la Colegiata de San Luis, Villagarcía de Campos
En la obra de Tomás de Sierra se aprecian inevitables influencias de los modos y modelos de Gregorio Fernández, e incluso de Juan de Juni, sin duda debidas a las exigencias de los comitentes, aunque en su abundante obra los plegados duros van dando paso paulatinamente a otros más fluidos y naturalistas, muy diferentes a los de Gregorio Fernández y más acordes con los nuevos tiempos, rasgo que se intensifica en su última etapa con dobladuras angulosas y pliegues cortados con aristas vivas, siguiendo la tipología introducida en la escuela castellana por Pedro de Ávila.

Entre las obras más destacadas de Tomás de Sierra podemos citar las figuras de la Virgen, San Juan, la Magdalena y un sayón que realizó en 1692 para la remodelación del "Paso de Longinos" de Medina de Rioseco, el exquisito conjunto de esculturas elaboradas en 1695 para la capilla del Relicario de la colegiata de San Luis de Villagarcía de Campos, entre las que destacan las de los mártires San Marcos, San Vicente y San Eutimio, y el conjunto de esculturas y relieves del majestuoso retablo mayor de la iglesia de Santiago de Medina de Rioseco, verdadera apoteosis barroca cuyas trazas fueron realizadas por Joaquín de Churriguera.

Pedro de Sierra. Sillería del coro del convento de San Francisco (Foto MNE)

PEDRO DE SIERRA, NOTABLE ESCULTOR DEL PERIODO ROCOCÓ


Cuarto hijo de Tomás de Sierra, nació el 12 de mayo de 1702 en Medina de Rioseco, iniciando su formación, como ya se ha dicho, en el taller paterno. Muy joven se desplazó a Toledo, años en que realizaba el "Transparente" de la catedral Narciso Tomé, del que asimilaría ciertos rasgos, y posteriormente a Segovia para trabajar al servicio del rey, donde se puso en contacto con la corriente rococó que seguían los escultores franceses —Carlier, Tierry, Pitué y Freminx— que trabajaban en el Palacio de la Granja de San Ildefonso. Tras una breve estancia en Aranjuez, en 1726 regresaba a Medina de Rioseco, contratando el 2 de diciembre de ese año las esculturas y relieves de la fachada de la iglesia de Santa Cruz, que labró en piedra de Urueña con gran sentido pictórico y un dinamismo decididamente rococó.


Pedro de Sierra. Inmaculada del coro del convento de San Francisco, 1735
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Durante unos años previos a 1735 estuvo dedicado a elaborar las "tarjetas, armas, imágenes y figuras" que componen la meritoria sillería del coro de la iglesia del convento de San Francisco de Valladolid, en opinión de Mª del Rosario Fernández González una de las obras más excelentes del barroco castellano. Compuesta en sus dos lados por 48 sitiales altos y bajos y otros 44 situados enfrente, junto al órgano mayor, en ellos trabajó Pedro de Sierra, a petición de Fray Juan de Soto, General de la Orden, dirigiendo un numeroso grupo de oficiales y contando con la colaboración de su hermano Jacinto, que había ingresado como franciscano y que ejerció como ensamblador.

El conjunto, cuyo programa iconográfico fue concebido como exaltación de la Orden franciscana, consta de una colección de respaldos, medallones, relieves decorativos, frontones partidos y pequeñas figuras exentas que despliegan un innumerable repertorio de santas y santos franciscanos, patriarcas, apóstoles, evangelistas, mártires, papas, cardenales, arcángeles, virtudes, etc., y constituyen una incomparable muestra de arte rococó, a lo que se suma una bella imagen policromada de la Inmaculada que presidía el frontispicio del coro. En estos trabajos ya son apreciables los rasgos característicos de Pedro de Sierra en las pequeñas y delicadas cabezas, los dedos largos, pronunciadas barbas, tratamiento de los paños, esbeltez de las figuras, dinamismo corporal y elegantes actitudes.

La sillería de San Francisco ingresó en 1842, fruto de la Desamortización, en el Museo Provincial de Bellas Artes de Valladolid, donde fue desmontada. En 1933, cuando esta institución se reconvirtió en Museo Nacional de Escultura, fue recompuesta por Constantino Candeira en el coro alto de la capilla del Colegio de San Gregorio, donde sigue expuesta de forma fragmentaria de acuerdo a las posibilidades del espacio disponible, aunque la bella Inmaculada se muestra como figura exenta.

Pedro de Sierra. Izda: Retablo de la Sagrada Familia. Capilla Sta. Cándida María
de Jesús, Valladolid. Dcha: Dolorosa. Iglesia del Carmen Extramuros, Valladolid
Tras un breve retorno a Toledo, donde Pedro de Sierra había conocido a su esposa Josefa Sevilla, en 1736 se establecía en Valladolid, realizando ese año una imagen de la Virgen con el Niño para la Cofradía de la Piedad, así como la atribuida imagen de San Antonio de Paduay el delicado Retablo de la Sagrada Familia costeado por el canónigo Rubín de Celis, ambos para la iglesia del Rosarillo (actualmente y respectivamente en el Oratorio de San Felipe Neri y en la nueva capilla de Santa Cándida María de Jesús, de las Hijas de Jesús), continuando la actividad en 1739 con la imagen de San Siro penitente de la iglesia de San Miguel. También atribuida a su taller es la imagen de la Dolorosade la capilla de la misma advocación en la iglesia del Carmen Extramuros de Valladolid.

En 1740 se enfrentaría a otro magno proyecto, pues recién concluida la iglesia de la Asunción de Rueda (Valladolid), por distintas ciudades se hicieron públicos los edictos convocando a un concurso para realizar el retablo mayor, al que en febrero de ese año concurrió Pedro de Sierra estableciendo la traza, condiciones y el precio de 40.000 reales, obra que el Concejo de Rueda, a falta de otros licitadores, acabó contratando con el riosecano en el mes de mayo.

Pedro de Sierra. Retablo de la iglesia de la Asunción, Rueda (Valladolid)
El majestuoso e innovador retablo, con planta de trazado mixtilíneo y compuesto por un banco en el que se alternan originales ménsulas con grandes hornacinas a los lados del tabernáculo, un único cuerpo de orden gigante articulado con columnas corintias y un gran cascarón de remate, acoge una buena serie de esculturas, entre las que se encuentran las de los Padres de la Iglesia del banco, desplegando una gran capacidad inventiva en las que representan a San Jerónimo (chupándose el dedo para pasar página de su Biblia Vulgata) y San Gregorio (sujetándose la pesada tiara papal mientras lee), la Asunción sobre un transparente de inspiración toledana (Narciso Tomé), flanqueada por Santa Ana y San Joaquín, padres de la Virgen, con el grandilocuente relieve de la Coronación bajo una prefiguración del Espíritu Santo en el cascarón, acompañada a los lados por las figuras de los Santos Juanes sedentes, San Pedro y San Pablo y relieves ovalados con grupos de santos y santas mártires. En todas estas esculturas, seguramente basadas en estampas, prevalece un impetuoso movimiento y un trabajo preciosista en la recreación de las formas y actitudes. El conjunto fue dorado en 1766 por Hermenegildo Gargollo.

Pedro de Sierra. San Jerónimo y San Gregorio, 1740
Pertenecientes al retablo de la iglesia de la Asunción, Rueda (Valladolid)
Tras un fructífera vida profesional como arquitecto y escultor, con obras que llegaron en territorio guipuzcoano hasta los retablos del convento de la Purísima Concepción de las Isabelinas de Segura (1742-1745) y al de las clarisas de la Santísima Trinidad de Bidaurreta, en Oñate (1751.1753), realizados con la colaboración de su hermano fray Jacinto de Sierra, Pedro de Sierra moría en Valladolid hacia 1760. Un año después, su esposa Josefa Sevilla, viuda sin hijos, declaraba su intención de volver a Los Yébenes, su tierra natal.

LAS ESCULTURAS DE SAN JUAN DE LA CRUZ Y SANTA TERESA DE JESÚS    
     
Por su temática, composición, tipo de policromía y diseño de la peana, estas esculturas fueron concebidas por Pedro de Sierra para formar pareja, posiblemente para presidir las hornacinas centrales de dos retablos homólogos dedicados a las glorias de las Carmelitas Descalzas en el templo de San Pablo de la Moraleja. Teniendo en cuenta que San Juan de la Cruz fue canonizado en 1726 por el papa Benedicto XIII, más de cien años después de que lo fuera Santa Teresa por Gregorio XV en 1622, no sería descabellado pensar que ambas esculturas le fueran encargadas a Pedro de Sierra para celebrar tan importante acontecimiento carmelitano, lo que situaría su fecha de ejecución en torno a ese año de 1726.

San Juan de la Cruz
Desde el Concilio de Trento, el pensamiento tradicional de la Iglesia se vino sirviendo de la plástica de las imágenes con una doble finalidad: pedagógica y devocional. Con ello facilitaba la comprensión de la doctrina y estimulaba sentimientos de piedad. El propio San Juan de la Cruz resaltaba la facultad de las imágenes para despertar devoción y elevar la mente a lo que representan2. Las mismas representaciones del Santo Padre Fray Juan se iniciaron mucho antes de que la Iglesia lo beatificara en 1675, pues pronto su vida y muerte se rodearon de una aureola de santidad. Sin embargo, su canonización en 1726 se produce en un momento histórico poco adecuado para las recreaciones descriptivas plagadas de matices anecdóticos, siendo la propia espiritualidad de la reforma carmelitana poco propicia a los temas figurativos expresados con grandilocuencia. Asimismo, lo tardío de su culto oficial impidió que grandes artistas del Siglo de Oro representaran episodios de su hagiografía, como había ocurrido con Santa Teresa.

Por este motivo la iconografía aportada Pedro de Sierra debe considerarse completamente inédita y original, sin referentes inmediatos, sin ajustarse siquiera a los supuestos retratos o descripciones suministradas por los contemporáneos del santo, que le definían con semblante apacible, compasivo, mortificado y alegre, nariz algo aguileña, frente despejada y ancha, ojos negros y calvicie pronunciada con un pequeño mechón sobre la frente. Tan sólo contempla como atributo convencional una cruz de palo que sujetaría en su mano derecha —por ser tan devoto de la cruz de Cristo, que incluyó en su propio nombre monacal— y que no se ha conservado.

La imagen de San Juan de la Cruz de Pedro de Sierra, con el santo revestido del hábito carmelitano, cabeza tonsurada y en actitud de mostrar alguno de sus escritos, presenta el habitual canon esbelto del escultor, a lo que contribuye el reducido tamaño de la cabeza (microcefalia) y la disminución del volumen hacia los pies, así como un agitado dinamismo a través de la línea serpentinata que recorre el cuerpo y el movido juego de los paños tallados —manto y escapulario—, en los que mezcla con virtuosismo pliegues cortados en aristas vivas con láminas que alcanzan un finísimo espesor, dando como resultado unas superficies de fuertes contrastes lumínicos y gran valor pictórico.

El santo carmelita está representado en plena juventud, con ojos de cristal postizos, un rostro evidentemente idealizado y elegantes ademanes que denotan la influencia rococó, ofreciendo como rasgos personales los dedos largos, el esmero en la talla —incluyendo las páginas del libro— y la aplicación de una policromía con una ornamentación muy comedida, con las carnaciones tratadas como pintura de caballete.

Santa Teresa de Jesús
Si original es la iconografía del santo de Fontiveros, no lo es menos la que representa a Santa Teresa con el Niño Jesús en brazos, atípica a todas luces. En su afán creativo, Pedro de Sierra se aparta de la iconografía tradicional, basada en su faceta de reformadora, de escritora con inspiración divina, incluida su consideración de Doctora, de sus arrobamientos en oración, con el episodio de la Transverberación como más habitual, de sus visiones o de sus padecimientos. En este caso la santa abulense se presenta con el Niño en brazos, recibiendo del escultor el mismo tratamiento que la Virgen del Carmen.

Para justificar esta iconografía sin duda Pedro de Sierra tuvo que documentarse con el afán de innovar y seguramente encontró el motivo en una leyenda que no es recogida por los hagiógrafos de la santa abulense, pero que circulaba por los conventos carmelitanos. Según ésta, según aparece recogida en el Acta Sanctorum, un día Santa Teresa se encontró frente a uno de los monasterios por ella fundados a un niño muy hermoso, al que preguntó su nombre. El niño respondió: “dime primero el tuyo”. La monja carmelita contestó “me llamo Teresa de Jesús”, a lo que el niño respondió “y yo Jesús de Teresa”. Este pasaje, apenas utilizado como fuente para la creación artística, en el fondo hace referencia al amor divino de los desposorios místicos que el alma experimenta cuando ha llegado a la última de las Moradas del Castillo Interior (Moradas 7ª, 1, 3, p. 567).     

La escultura repite idénticas características a las ya citadas en la imagen de San Juan de la Cruz, con la santa con gesto ensimismado mientras le mira con gesto compasivo el dinámico y rollizo Niño, figura en la que Pedro de Sierra aplica los expresivos modelos de querubines por él creados que están presentes en las bases de sus vírgenes, en sus relieves y en sus retablos.  
         

Informe y fotografías: J. M. Travieso.





NOTAS

1 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana. Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1958, p.362.

2 SAN JUAN DE LA CRUZ: Subida al Monte Carmelo. Alcalá, Viuda de Andrés Ezpeleta, 1618.














































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Exposición: PINTURAS / ANTOLÓGICA DE PILAR MARCO TELLO, del 31 de octubre al 1 de diciembre 2017

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Fastiginia: LAS TENERÍAS, un espacio para el antiguo trabajo de curtidores

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Estampas y recuerdos de Valladolid



De los antiguos trabajos gremiales relacionados con el cuero solamente quedan en Valladolid algunas referencias toponímicas en los nombres del callejero, como calle de Zurradores, calle de Curtidores, calle de Gaudamacileros, calle de Guarnicioneros, corral de Boteros o plaza de las Tenerías, por poner unos ejemplos. De la actividad concreta nada de nada o, para ser más exactos, vagas reliquias. Sin embargo, fue una actividad fructífera dilatada en el tiempo, algo que encuentra su explicación en el privilegio que suponía la bonanza del caudal del Pisuerga, pues el agua era parte fundamental en el proceso de transformación de las manufacturas de pieles.

Antiguos oficios: Curtidor y zapateros
De todos los enclaves relacionados con este tipo de trabajo el que más resistió fue el de las tenerías, entendiendo como tales unas instalaciones enclavadas a la orilla del río en las que, a través de un complejo y laborioso proceso artesanal, las pieles de diferentes animales eran reconvertidas por los curtidores en cuero apto para numerosas aplicaciones, es decir, un negocio en toda regla.

Hoy queremos evocar a aquellos curtidores vallisoletanos cuyo sudor quedó diluido en las aguas del Pisuerga, aunque su dura actividad haya pervivido de forma tan vaga en el nomenclátor callejero. Este trabajo, como el de pellejeros, zurradores, etc., tuvo su origen en la Edad Media, cuando en los núcleos urbanos comenzaron a instalarse rudimentarios negocios basados en la transformación manufacturera de algunas materias primas, en este caso concreto relacionadas con el aprovechamiento de la piel de los animales destinados al consumo de carne, es decir, como un complemento a la labor de las carnicerías. Pero este proceso era arduo pues, como la carne, la piel es material orgánico inherente a la descomposición o putrefacción, consistiendo el trabajo de los curtidores en evitar que esto se produjera y en convertir el carácter efímero de los pellejos en un material perdurable y consistente, apto para numerosas aplicaciones realizadas por otros gremios de la ciudad.

Dicho esto, vamos a intentar adentrarnos en las tenerías vallisoletanas para conocer, tal vez valorar, el trabajo allí realizado. 
En primer lugar tenemos que desplazarnos al extrarradio de la ciudad, justamente hasta el lugar donde terminaba el Espolón Viejo, es decir, el dique situado donde el Pisuerga ya había salvado el casco urbano y donde además se producía la desembocadura del ramal sur del Esgueva. 

Sirva para situarnos el ilustrativo dibujo del Plan del Campo Grande realizado en 1787 por Diego Pérez Martínez, hijo del cronista Ventura Pérez, que se conserva en el Museo de Valladolid. En él es visible una hilada de sucesivas casas de las que parten rampas hasta el río. Son las tenerías, en cuya memoria, según informa Juan Agapito y Revilla, el Ayuntamiento decidió el 10 de abril de 1863 establecer en dos tramos la denominación de calle de Tenerías y calle de Curtidores, tal como aparecen en la actualidad.

Detalle del dibujo de Diego Pérez Martínez, 1787. Museo de Valladolid
Esta ubicación no era casual, sino que tiene su explicación. Los desagradables efluvios producidos por la manipulación de la piel proporcionada por los pellejeros hizo que, de manera generalizada, las tenerías se instalaran en lugares apartados de las zonas residenciales de las ciudades, extramuros y junto a riberas abundantes en agua que sirviera tanto como suministro a las instalaciones del proceso como para eliminar los desechos a través de vertidos al río.

Básicamente, el proceso del curtido o reconversión de los pellejos del ganado en cueros y badanas comenzaba con la clasificación de las pieles recibidas en las tenerías, dependiendo el tratamiento de cada tipo de su destino final. Recortadas y desechadas las partes no utilizables, pertenecientes a cabezas, rabos, patas, etc., los pellejos eran sometidos al remojo, operación que intentaba volver la piel a su estado natural mediante su inmersión en un alumbre a base de una solución de taninos de origen vegetal, como la corteza de zumaque. Estos reaccionaban con las proteínas de colágeno presentes en las pieles de los animales uniéndolas entre sí, de modo que aumentaba la resistencia de la piel al calor, a la putrefacción por agua y al ataque de insectos.

Noque de las Tenerías vallisoletanas, estado actual
Estas operaciones eran llevadas a cabo en los noques, pequeños pilones o estanques compartimentados, en ocasiones con forma de tinas, cuyo líquido había que renovar cada pocos días vertiéndolo al río, lo que producía un hedor insoportable que invadía todo el entorno y más allá. 

A continuación se procedía al descarnado, consistente en eliminar el máximo de sebos y carne adheridos al pellejo. Para ello la piel era colocada sobre un pelambre, un tronco convertido en un banco de madera en el que era eliminado manualmente el pelo con una caña o un raspador de hierro (a modo de navajas curvadas para depilar, afiladas como las guadañas) mediante la aplicación de cal viva. Esto también exigía agua abundante que igualmente revertía en el río.

El proceso culminaba con un baño en alumbre por el que los tintoreros conseguían el brillo y la vivacidad del cuero, siendo colgadas las pieles para su secado a la intemperie o colocadas sobre bastidores en los que eran tensadas para alisarlas antes de pasar a manos de guarnicioneros, marroquineros, zapateros, sastres, etc., que se ocupaban de las últimas fases de transformación de las piezas obtenidas.
Noque de piedra con dos compartimentos, Tenerías de Valladolid

De este tipo de manufacturas, aún vigentes con gran pureza en ciudades marroquíes como Fez o Marrakech, el único testigo conservado junto a la ribera del Pisuerga es un noque de dos compartimentos, con el pretil de piedra, a escasos metros del agua en el paseo ribereño junto a la plaza de Tenerías. Un interesante resto arqueológico que afortunadamente se ha preservado como testimonio de aquella actividad manufacturera desaparecida de la ciudad preindustrial, que en Castilla también conoció una gran actividad en Zamora, Ávila, Aranda de Duero y Miranda de Ebro (Burgos) o Cuéllar y Ayllón (Segovia), perviviendo en ocasiones, tras la revolución industrial, hasta el siglo XX.






Zona de las Tenerías con la desembocadura del ramal sur del Esgueva


















Antigua postal de la zona de las Tenerías junto al Pisuerga
















Zona de las Tenerías. Dibujo de Tomás Viforcos Aguilar, 1989 

















Localización de las antiguas Tenerías en la ciudad actual













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Unesco: Los fondos del Archivo de Simancas declarados "Memoria del Mundo"

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Los fondos del Archivo General de Simancas han sido reconocidos como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en una calificación que lo reconoce como 'Memoria del Mundo'.

El Comité Consultivo Internacional (CCI) del programa Memoria del Mundo de la Unesco recomendó 78 nuevas inscripciones en el Registro Internacional Memoria del Mundo, entre las que se encuentra el Archivo General de Simancas.

Dichas recomendaciones han sido aceptadas por la directora General de la Unesco, Irina Bokova, por lo que el Registro Memoria del Mundo incluye a partir de ahora un total de 427 documentos y colecciones de los cinco continentes, conservados en soportes que van de la piedra al celuloide y del pergamino a la grabación sonora.

Esta calificación reconoce al Archivo General de Simancas una proyección internacional que ya tiene y pone de relieve que su contenido "es patrimonio de toda la Humanidad". Decir que el Archivo de Simancas es 'Memoria del Mundo' significa reconocer que la Historia de un amplio período histórico puede ser escrita a través de los fondos depositados en el archivo vallisoletano.
La Unesco tiene una calificación específica para los archivos y los documentos de carácter histórico que tienen relevancia internacional a través del programa 'Memoria del Mundo'. Dicha calificación es plenamente asimilable a otras más conocidas como la que se aplica a monumentos o ciudades que son 'Patrimonio de la Humanidad', o a los entornos naturales que son 'Reserva de la Biosfera'.

El 25 de marzo de 2015, Máximo López, procurador de las Cortes de Castilla y León, presentó, como vocal de la comisión de Cultura del Congreso de los Diputados, la Proposición no de Ley por la que se pedía iniciar los trámites para la inclusión del Archivo de Simancas en el listado 'Memoria del Mundo' de la Unesco.

A raíz de esta proposición, el Gobierno de España elevó a la Unesco la candidatura correspondiente, completando la documentación en la que se exponían los fondos depositados, su importancia histórica y la relevancia universal que tiene la documentación que se ha ido reuniendo en el Archivo de Simancas a través de los siglos.


Fuente: El Norte de Castilla, Valladolid, 31 de octubre de 2017.




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Concierto: ESPEJOS DE IBEROAMÉRICA. DE HALFFTER A PIAZZOLLA, 3 de noviembre 2017

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Un museo interesante: MUSEO DE ARTE SACRO DE SAN ANTOLÍN, Tordesillas (Valladolid)

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Cuando se llega a Tordesillas desde Madrid la fisionomía de la villa queda definida por el puente medieval y una hilada de edificaciones que establecen un sugestivo balcón sobre el padre Duero, destacando entre ellas el semblante palaciego de las Casas del Tratado y a su lado la esbelta iglesia de San Antolín con su torre y sus pináculos, una panorámica que ha variado muy poco desde que fuera dibujada por Valentín Carderera en el siglo XIX.

Hoy fijamos nuestra atención en la que fuera una de tantas iglesias tordesillanas, desde 1969 desacralizada para convertirse en Museo de San Antolín, que dedicado en exclusiva al arte sacro no sólo recoge el ingente patrimonio artístico de la propia iglesia, sino también una excelente colección de obras procedentes de otros templos de la noble villa que también sucumbieron por distintos motivos.


Altar portátil de la Piedad, alabastro, s. XVI
La que fuera iglesia de San Antolín es un edificio de una sola nave de cuatro tramos, con la torre de ladrillo a los pies sobre el espacio del coro, capillas entre contrafuertes poco profundas y con los dos tramos de la cabecera cubiertos por bóvedas góticas de crucería con terceletes y los dos restantes con bóvedas de arista decoradas con yeserías realizadas durante la remodelación de la primera mitad del siglo XVII. El espacio se agranda y dignifica con tres capillas adosadas en el lado del Evangelio. La primera de ellas, alineada a la capilla mayor, es la Capilla de los Ulloa, cubierta con bóveda de crucería; la segunda es la Capilla de los Acevedos, que igualmente con bóveda de crucería establece un falso crucero; finalmente una capilla de planta irregular con función de baptisterio cubierta con bóveda de cañón.

Más espectacular es la Capilla de los Alderete, que con planta rectangular se abre en el lado de la Epístola, junto a la capilla mayor, y se extiende ocupando dos tramos completos, siendo la parte más antigua de todo el conjunto. Está levantada en piedra de sillería y cubierta por bóvedas de crucería estrelladas que se apoyan en ménsulas con ángeles portablasones. A sus pies se coloca una sacristía, cubierta por bóveda de cañón, de la que arranca una escalera de caracol que conduce al coro alto y a una terraza que adquiere el valor de un mirador defensivo sobre el Duero. Su austeridad exterior contrasta con el rico interior y los elementos artísticos que atesora.

Jesús atado a la columna, alabastro, s. XVI
Todos estos espacios, debidamente dotados durante los siglos XVI y XVII para los oficios religiosos, en la actualidad están musealizados para presentar una ingente colección de pintura, escultura, orfebrería, relicarios, documentos y vestuario litúrgico, en la que junto a piezas de raigambre popular destaca un impresionante conjunto de obras de primer orden, entre las cuales haremos forzosamente una selección, siempre subjetiva y posiblemente injusta, para divulgar aquellos tesoros que por sí mismos justifican una visita a Tordesillas.

En lugar de seguir el orden expositivo del museo, mostraremos la selección agrupando las obras en los dos estilos artísticos imperantes: el Renacimiento y el Barroco.



OBRAS DEL RENACIMIENTO 
    
Capilla de los Alderete

Piedad
Anónimo hispanoflamenco, siglo XVI
Esta expresiva escultura sigue el modelo de origen centroeuropeo influenciado por los escritos de Santa Brígida. Presenta a Cristo muerto en el regazo de la Virgen sedente, destacando la torsión en el cuerpo del recién desclavado, con los brazos descoyuntados como elemento expresionista para realzar su patetismo. La Virgen es una figura en plena adolescencia y con el semblante compungido como es habitual en este arquetipo.

Altar portátil de la Piedad
Anónimo, siglo XVI
Se trata de un pequeño retablito en el que una exquisita arquitectura de tipo clasicista y traza herreriana sirve de marco a un relieve en alabastro con el tema de la Piedad. La obra responde a una tipología devocional que comenzó a satisfacer la necesidad de introducir en viviendas particulares del ámbito burgués un tipo de piezas hasta entonces reservadas a capillas o iglesias, llegando a conocer los pequeños relieves en alabastro el mismo éxito comercial que las tablas flamencas.
Su procedencia es difícil de determinar, aunque seguramente el relieve sea una elaboración escultórica inglesa, ya que los talleres isleños realizaron una copiosa producción tanto de piezas sueltas como de otras destinadas a dípticos, polípticos y pequeños retablos que fueron enviadas de forma masiva al continente, existiendo en España un amplio catálogo. La elaboración de este tipo de alabastros comenzó en el siglo XIV y perduró hasta bien entrado el siglo XVI, hasta convertirse en modelos reiterativos en los que se representan algunos santos, los gozos de la Virgen y escenas de la Pasión, generalmente con composiciones muy elementales y gusto por los detalles secundarios, como se aprecia en este caso en la calavera, el tarro de perfumes, los accesorios de la cruz y la ingenua vista de Jerusalén al fondo. Este tipo de alabastros ingleses conocieron la competencia de numerosos talleres asentados en la ciudad flamenca de Malinas, donde florecieron entre la segunda mitad del siglo XVI y el primer cuarto del XVII con una técnica más depurada.

Gaspar de Tordesillas. Sepulcro de don Pedro Rguez. de Alderete, 1550-1562
Relieve de Jesús atado a la columna
Anónimo, siglo XVI
Este meritorio relieve de alabastro, colocado en la capilla de los Acevedo, está insertado en un marco posterior decorado con cabezas de querubines en los ángulos. Se atribuye al círculo de Cornelis de Holanda, un escultor flamenco del siglo XVI cuyas obras se documentan en Galicia. El relieve está policromado y representa a Cristo atado a la columna hasta la altura de la cintura, con la figura coronada de espinas en posición de tres cuartos y acompañada de los flagelos y azotes. El relieve, a pesar de su escaso fondo, muestra la pericia del escultor para definir el modelado anatómico, alcanzando un gran virtuosismo en los pequeños detalles de la cabeza, que aparece rodeada de un nimbo radiante pintado con finos rayos dorados muy frecuentes en el primer tercio del siglo XVI.

Capilla de los Alderete
Siglo XVI
Detalle sepulcro de don Pedro Rodríguez de Alderete, 1550-1562
La capilla de la Piedad, más conocida por el nombre de la familia que ejerció su patronazgo, los Alderete, es uno de los recintos funerarios castellanos más importantes del siglo XVI, siendo concebida a principios de siglo como panteón familiar, donde trabajaron diferentes artistas. Los restos más antiguos de la capilla son el enterramiento, bajo un arcosolio de raigambre goticista, de don Rodrigo Alderete, y las rejas platerescas que separan la capilla de la nave del templo, interesante trabajo de forja de los talleres vallisoletanos.
En la pequeña sacristía que se abre a los pies de la capilla, el cantero Juan de Zorrilla levantó en 1559 una torrecilla cilíndrica con una escalera de caracol en su interior con acceso a una tribuna abierta a la capilla y al mirador dispuesto a la altura del tejado.
Interesante es el sepulcro ya citado de don Rodrigo Alderete, juez mayor de Vizcaya, inscrito en el muro bajo un arco de medio punto y rematado con un arco conopial y pináculos en los extremos, mientras en la cama sepulcral una inscripción en caracteres góticos le identifica: “Aquí yaze el Licenciado Rodrigo de Alderete, juez mayor de Vizcaya por sus magestades falleció año de 1527”. La efigie del juez aparece yacente y en actitud de orar, con la cabeza reposando sobre dos cojines y acompañado de las figuras de un perro y un niño-paje a los pies. Tanto la policromía del yacente, como las pinturas del Calvario que aparece en el fondo del nicho y la Anunciación repartida en las albanegas del arco son obra de Gabriel Vázquez de Barreda.
Obra destacada es el sepulcro de don Pedro Rodríguez Alderete, muerto en 1501, que aparece colocado en el centro de la capilla. Fue realizado en alabastro por el entallador Gaspar de Tordesillas siguiendo esquemas berruguetescos.
Espectacular es el retablo, contratado por Gaspar de Tordesillas para el monasterio de Santa Clara de la villa, pero comprado en 1550 por Gaspar Alderete para ser instalado en su capilla de la Piedad cuando solamente estaba realizada su estructura y la talla de la mazonería. Después Gaspar Alderete contrataba al escultor Juan de Juni las esculturas y relieves que lo integran. En 1579 Bartolomé Hernández, escultor vecino de Astorga, donde había trabajado con Gaspar Becerra, fue contratado por Gaspar Alderete para policromar el retablo y montarlo presidiendo la capilla. El retablo lleva incorporadas seis pinturas al óleo sobre tabla que fueron atribuidas durante mucho tiempo al maestro medinense Antón Pérez, aunque investigaciones recientes se las adjudican al pintor florentino Benedito Rabuyate, afincado en Valladolid.   

Sepulcro de Don Pedro Rodríguez de Alderete
Gaspar de Tordesillas, entre 1550 y 1562
El fastuoso sepulcro de don Pedro Rodríguez Alderete, comendador de Santiago, regidor de Tordesillas y fundador de la capilla funeraria de la Piedad, se encuentra entre lo más selecto de la escultura funeraria española del Renacimiento. Se considera obra del entallador Gaspar de Tordesillas, que lo habría realizado en alabastro entre 1550 y 1562 siguiendo un esquema similar al que utilizara Alonso Berruguete en la que fue su última obra: el sepulcro del cardenal Tavera (1554-1561) de la iglesia del Hospital de Tavera en Toledo.
Consta de una cama sepulcral, apoyada sobre un basamento, con cuatro frentes labrados —siguiendo el horror vacui— en los que se distribuyen relieves de hornacinas y medallones de raigambre florentina que están flanqueados por columnas platerescas. Entre ellos se colocan relieves con grutescos a candelieri y en los ángulos alegorías de Virtudes de inspiración clásica. 
Juan de Juni. Retablo de la capilla de los Alderete, 1565-1569
En el frente de la cabecera aparece el tondo de San Pedro, que tiene su correlación con el de la Virgen del Socorro colocado a los pies. En el frente izquierdo (visto desde los pies) aparece San Jerónimo dentro de una hornacina y a los lados medallones con las figuras de los evangelistas San Lucas y San Juan. El esquema se repite en el frente derecho con la figura central de San Ambrosio en la hornacina y los medallones de los evangelistas San Marcos y San Mateo a los lados. Sobre estos relieves discurre un friso que recorre todo el perímetro del sepulcro con la inscripción: “Este bulto y capilla mandó hacer y doctó Pedro Alderete comendador de la Caballería de Santiago, vecino y regidor desta villa de Tordesillas. Falleció en Granada, año de 1501, cuio cuerpo aquí está sepultado”. A pesar del dato que figura en la inscripción, don Pedro Rodríguez Alderete murió en 1501 en el monasterio de agustinas de Santa María de Gracia de la villa de Madrigal, al que se trasladó desde Granada, ciudad en la que había otorgado su testamento.
Solemne es la efigie yacente del regidor, representado con armadura de gala minuciosamente descrita, con la cabeza reposando sobre dos almohadones con los bordes recorridos por bordados simulados en relieve que representan figuras fantásticas y borlones en las esquinas. El retrato de don Pedro aparece idealizado con gran serenidad y empaque, sujetando una espada y rodeado de figuras de niños dormidos sobre calaveras y tarjetas en alusión al sueño eterno. A los pies dos infantes con gesto doliente sujetan el yelmo, todo él labrado en relieve con exquisitos grutescos.
Juan de Juni. Detalle de la Virgen de la Piedad, 1565-1569
En el conjunto Gaspar de Palencia pone de manifiesto su entrega absoluta a las formas italianizantes, haciendo gala de su creatividad en el dinámico diseño de las figuras y los paños.

Retablo de la capilla de los Alderete
Escultura de Juan de Juni, mazonería de Gaspar de Tordesillas, policromía de Bartolomé Hernández y pinturas de Benedito Rabuyate, 1550-1579
 Esta ingente maquinaria tiene una historia controvertida y dilatada en el tiempo que no está resuelta plenamente, por lo que recogemos las teorías más avanzadas sobre el multidisciplinar conjunto. Sabemos que fue contratado por Gaspar de Tordesillas para presidir la capilla mayor del Real monasterio de Santa Clara de Tordesillas, para el que realizó la estructura arquitectónica y la exuberante talla de la mazonería. En 1550 Gaspar de Alderete, regidor de Tordesillas, lo compraba incompleto para colocarle en la capilla de la Piedad de la iglesia de San Antolín, en la que la familia de los Alderete ostentaba el patronazgo desde su fundación a finales del siglo XV, contratando en 1565 los relieves y esculturas al escultor de origen borgoñón Juan de Juni, con taller en Valladolid. Estos trabajos fueron tasados en 1569 ante la presencia de los escultores Francisco de la Maza, defensor de los derechos de Juni, y de Leonardo de Carrión, representante de Gaspar de Alderete. Ese mismo año se comprometía a realizar un Crucifijo con su correspondiente cruz y tablero, que no figuraba en el contrato anterior, que sería colocado entre las figuras de la Virgen y San Juan en el ático.
Taller de Juan de Juni. San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán, 1565-1569
El conjunto permaneció al natural, sin labores de dorado y policromía, durante unos años, siendo encargado este trabajo en 1580 al entallador Bartolomé Hernández, con taller en Astorga, que también debía ocuparse de las pinturas de los tableros de las calles laterales. En ese momento el pintor florentino Benedito Rabuyate, afincado en Valladolid, que había ejercido como fiador de Juan de Juni en el contrato del Crucifijo, interpuso un pleito alegando haber firmado un contrato el día de la fianza para realizar dichas pinturas. En la sentencia del pleito, dictada en mayo de 1582, se mantenía el compromiso con Bartolomé Hernández, estableciendo una fuerte cantidad como indemnización a Benedito Rabuyate, al que según Manuel Arias Martínez corresponden las seis pinturas que representan la Visitación, la Epifanía, el Bautismo de Cristo, la Misa de San Gregorio, San Cristóbal y San Benito y Santa Escolástica, todas ellas italianizantes.

Juan de Anchieta. Detalle de Dimas, Cristo y Gestas, s. XVI
En la parte escultórica, a pesar de responder íntegramente a modelos de Juan de Juni, se aprecia la intervención del taller, incluyendo a su hijo Isaac de Juni, que asentó los trabajos de escultura. La obra más personal del borgoñón es el altorrelieve de la Virgen titular de la capilla, aunque en realidad su iconografía se ajusta a la Virgen de la Misericordia. En él aparece la Virgen a escala monumental parando con sus manos unos rayos en forma de flechas que simbolizan los peligros de la humanidad. Bajo su manto protector se aglutinan un nutrido grupo de eclesiásticos (izquierda) y de laicos (derecha) que imploran su protección. A sus pies aparece una serpiente pisoteada, alusiva al pecado vencido, que prefigura la Inmaculada Concepción. En esta verdadera obra maestra se sintetiza el estilo juniano más genuino.
Maestro de Portillo. Retablo de la Virgen, primer tercio siglo XVI
De extraordinaria plasticidad es también el altorrelieve del Descendimiento, aunque en su ejecución se patentice la intervención del taller, adoleciendo de la falta de brío que el borgoñón impregnaba a sus obras. Otro tanto ocurre con el santoral que se distribuye por las entrecalles, como San Pedro y San Juan (primer cuerpo), San Bartolomé y María Magdalena (segundo cuerpo) y San Francisco y Santo Domingo (tercer cuerpo), todas ellas rebosando el marco en que se encuentran.

Por lo que respecta al ático la realización de atribuciones es tarea complicada, pues tanto en las figuras de la Virgen, San Juan y Cristo crucificado que configuran el Calvario, como en los ladrones colocados en los extremos y en el relieve del Padre Eterno del remate, se aprecian autores diferentes a Juni, aunque todos sigan un programa maestro planteado por aquel. Recientemente, todo este conjunto del ático ha sido atribuido por Luis Vasallo al escultor vasco Juan de Anchieta, que lo habría realizado durante su estancia en Valladolid y Astorga.
   
Maestro de Portillo. Santo Entierro. Retablo de la Virgen, s. XVI
  
Retablo de la Virgen
Pinturas del Maestro de Portillo, primer tercio siglo XVI
En un muro lateral de la capilla de los Acevedo se encuentra este retablo formado cinco pinturas atribuidas al Maestro de Portillo y la escultura central de la Virgen con el Niño. En la parte central del banco se sitúa la escena del Santo Sepulcro, flanqueada en las calles laterales por un santoral formado por parejas, en la izquierda San Miguel y San Juan Bautistacon donante y en la derecha Santa Ana y Santiago. De excelente factura en la ortodoxia de la pintura hispano flamenca, este fecundo pintor realizó múltiples retablos de este tipo en los que se muestra seguidor de Pedro Berruguete, en el uso continuo de fondos dorados, con algunas reminiscencias del flamenco Rogier van der Weyden, siempre sobre la base del dominio del dibujo y una paleta rica de matices.


Maestro de Portillo. Detalle de San Miguel, San Juan Bautista y Santiago. Retablo de la Virgen, s. XVI
Calvario
Francisco de Rincón y Gaspar de Tordesillas, finales siglo XVI
En el retablo que preside la capilla de los Acevedo se encuentra un Calvario de impronta romanista que presenta una bella policromía. La Virgen y San Juan se atribuyen a Gaspar de Tordesillas, mientras que la imagen de Cristo crucificado responde al estilo del vallisoletano Francisco de Rincón, autor de diversos crucificados que superan el tamaño natural caracterizados por el excelente estudio anatómico y por presentar la corona de espinas tallada junto a los cabellos. 

Francisco de Rincón y Gaspar de Tordesillas. Calvario, finales siglo XVI
OBRAS DEL BARROCO    

Retablo de la Inmaculada
Francisco Martínez, primer tercio del siglo XVII
Este retablo está ocupado por una pintura de gran formato que representa a la Inmaculadarodeada de alegorías marianas, siguiendo la iconografía de Tota Pulchra. Su autor es el vallisoletano Francisco Martínez, hijo del gran maestro renacentista Gregorio Martínez, el pintor con taller en Valladolid más significativo de la segunda mitad del siglo XVI. Francisco Martínez realizó una copiosa obra para la clientela eclesiástica de Valladolid y entorno, destacando su dibujo preciso, el uso de colores claros —aún manierista en algunos aspectos— y su habilidad como retratista. Todo ello queda reflejado en esta pintura barroca de exaltación inmaculadista.

Francisco Martínez. Inmaculada, s. XVII
San Juan Bautista
Esteban de Rueda, hacia 1621
A caballo entre los siglos XVI y XVII desarrolló su actividad en Toro (Zamora) un prestigioso taller regentado por el maestro Sebastián Ducete y su discípulo Esteban de Rueda, que surtieron de imágenes a todo el entorno, especialmente a los monasterios y encomiendas de la Orden de San Juan de Jerusalén. Es el caso de este San Juan Bautista que procede del convento tordesillano de Carmelitas Descalzas, en origen monasterio sanjuanista.
Puede datarse hacia 1621-1622, cuando tras la muerte del maestro Esteban de Rueda inicia su andadura en solitario desarrollando un estilo influido por aquél, aunque con menos gracia y mayor monumentalidad, utilizando paños duros y angulosos para crear un contraste de luces y sombras de carácter pictórico. La escultura pudo formar parte de un retablo del que en el Museo Nacional de Escultura se conservan dos relieves, uno con el Bautismo de Cristo y otro con la Degollación del Bautista, obras que presentan el mismo tratamiento de los paños.  

Grupo de la Sagrada Familia
Seguidor de Gregorio Fernández, segundo tercio del siglo XVII
Del grupo de la Sagrada Familia que realizara Gregorio Fernández entre 1620 y 1621 para la Cofradía de San José, Nuestra Señora de Gracia y Niños Expósitos, con sede en la iglesia de San Lorenzo de Valladolid, donde todavía se conserva el grupo original, discípulos y seguidores realizaron repetidas copias en diferentes formatos. De todas ellas, una de las mejores versiones es esta conservada en la iglesia de San Antolín, igualmente a escala natural. Mientras la Virgen y el Niño se ajustan con fidelidad al original fernandino, la figura de San José se aparta de arquetipo creado por el gran maestro al colocar el manto envolviendo todo el cuerpo. También es distinta la policromía, muy rica en este caso, con profusión de esgrafiados que dejan aflorar el oro.
Esteban de Rueda. San Juan Bautista, h. 1621

Cristo yacente
Seguidor de Gregorio Fernández, segundo tercio del siglo XVII
Dentro de una elegante urna de diseño clasicista aparece este yacente que reproduce con gran fidelidad el arquetipo naturalista desarrollado por Gregorio Fernández en Valladolid, si bien acondicionado con brazos articulados, lo que indica que fue utilizado para la ceremonia de la Función del Desenclavo, tradición extendida por la provincia vallisoletana. Aquel uso justifica su talla exenta —sin sudario ni almohadón— y la colocación de las piernas y la cabeza siguiendo su disposición en la cruz.

Seguidor de Gregorio Fernández. Sagrada Familia, s. XVII

Inmaculada
Pedro de Mena, hacia 1686
El gran maestro granadino Pedro de Mena siguió la tradición de su padre, Alonso de Mena, en la creación de tallas concepcionistas como consecuencia de los virulentos sucesos ocurridos en Sevilla en torno a este dogma en 1613, lo que dio lugar a una ingente producción de Inmaculadas como muestra de adhesión a una verdad de fe.
Una importancia decisiva en las directrices estilísticas del escultor fue el regreso a Granada de Alonso Cano en 1652, tras haber trabajado en Sevilla y Madrid. Entre los discípulos de los que se rodeó, sería Pedro de Mena el que mejor aprovechó sus enseñanzas, que en su dilatada iconografía de la Inmaculada se inspira en la creación de Alonso Cano para la catedral granadina. En la obra de Pedro de Mena se superan los 15 ejemplares de representaciones de la Inmaculada, unos firmados, otros atribuidos, que fueron realizados tras el traslado de su taller de Granada a Málaga en 1658.
Seguidor de Gregorio Fernández. Detalle de la Sagrada Familia, s. XVII
Verdadera joya del museo, la exquisita Inmaculada de Mena aparece sustentada sobre una media luna de plata y su silueta adopta la forma de huso. En actitud orante, con las manos unidas a la altura del pecho, viste una camisa blanca fruncida que asoma en las muñecas, una túnica marfileña que simula seda y un manto azul que envuelve el cuerpo dejando al descubierto el hombro derecho, todo un alarde de virtuosismo técnico a base de finas láminas y profusión de pliegues. Su cabeza ovalada se cubre con una larga cabellera que cae por los hombros y espalda en forma de mechones exentos, siendo en las facciones del rostro aniñado donde se aprecian los recursos típicos de Pedro de Mena: ojos rasgados con postizos de cristal, nariz larga y boca pequeña.
Seguidor de Gregorio Fernández. Cristo yacente articulado, s. XVII
Entre los ejemplares que repiten las mismas características, se pueden citar la Inmaculadade la iglesia de San Nicolás de Murcia (1676); la Inmaculada de las Madres Carmelitas de Madrid (1686), la más parecida al ejemplar tordesillano, aunque con pequeñas figuras de ángeles en la peana; la de la Abadía del Císter de Málaga (1676-1686) y la de la iglesia de los Jesuitas de Toledo.


Desposorios de la Virgen
Seguidor de Murillo, siglo XVII
Pedro de Mena. Inmaculada, h. 1686
Esta pequeña pintura, casi con tratamiento de miniatura, se exhibe en el espacio del coro bajo enmarcada en una cornucopia decorada con rameados en relieve. Es obra de un desconocido pintor que sigue las pautas de amabilidad establecidas por Murillo en la escuela sevillana y presenta la escena de los Desposoriosambientada en un templo trazado en perspectiva e incorporando numerosos personajes que lucen pintorescas vestiduras descritas con minuciosidad a pesar de su pequeño tamaño, así como una gloria abierta típicamente barroca. El pintor hace un alarde de colorido que realza su atractivo.  

Predicación de San Antonio de Padua
Alonso del Arco, 1700
Seguidor de Murillo. Desposorios de la Virgen, s. XVII
Esta pintura de tamaño monumental fue realizada en su última época por el madrileño Alonso del Arco (1635-1704), sordomudo de nacimiento y discípulo y principal colaborador del vallisoletano Antonio de Pereda. El apodado "Sordillo de Pereda" está considerado como uno de los artistas más prolíficos de la escuela madrileña del último cuarto del siglo XVII, tanto de pinturas para retablos como escenas de paisajes y retratos, así como numerosas versiones de la Inmaculada Concepción, llegando a trabajar también la técnica del fresco. Su personal estilo en el tratamiento de la luz y sus dotes compositivas se reflejan en esta escena poblada por decenas de personajes.

San Miguel venciendo al demonio
Anónimo, siglo XVIII
Esta escultura, paradigma del movimiento con un palpitante juego de curvas y contracurvas, sigue un modelo que tuvo mucha aceptación en el siglo XVIII, alcanzando cotas de gran virtuosismo en la imagen realizada por La Roldana en 1692 (Monasterio de el Escorial), en la versión de Alejandro Carnicero de 1738 (iglesia de los Santos Juanes de Nava del Rey), el que mayores similitudes presenta a este de Tordesillas, en el que talló Luis Salvador Carmona en 1740 (iglesia de Santa Marina de Vergara) o en el que Felipe de Espinabete hizo en 1770 (Museo Nacional de Escultura).  
Alonso del Arco. Predicación de San Antonio, 1700 
El arcángel, manteniendo el equilibrio sobre su pie izquierdo, viste traje militar de gala, con loriga, faldellín, casco con penachos, borceguíes y manto agitado al viento, portando en sus manos una espada flamígera y un escudo. Su anatomía es atlética y su rostro aniñado, con una rica policromía aplicada cuyas carnaciones contrastan con la enrojecida figura demoniaca, que vencida a sus pies se retuerce entre llamas.


     Este es un simple extracto de las decenas y decenas de pinturas, esculturas y obras suntuarias que conserva el museo, digno de ser contemplado con tranquilidad y delectación.





Anónimo. San Miguel venciendo al demonio, s. XVIII

HORARIO DE VISITAS
Diciembre, enero y febrero:
Abierto únicamente sábados y domingos (excepto durante el puente de la Constitución).
Resto del año:
De martes a sábado de 11,30 a 13,30 y de 16,30 a 18,30 (Invierno) o de 17 a 19 h. (verano) Domingos de 11,30 a 13,30 h.
Domingos tarde y lunes cerrado
Contacto: Tel. 610 91 21 56 / 983 77 09 80 (Casa Parroquial)

Tarifa: General: 2€ / Grupos: 1,50€





















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